Al ver el mensaje de Abril, Sergio se levantó de golpe, agarró furioso su chaqueta y se dirigió hacia la puerta.—¿Otra vez con tus locuras? ¿Ya no vas a comer? —protestó Maite.Él había dejado a una mujer hermosa para cenar con este tonto tipo, y ahora lo abandonaba después de apenas probar bocado.Mientras tanto, Nina, incapaz de contener su alegría, llamó ansiosa a Ricardo, pero nadie contestó.Colgó y se disculpó con Tadeo, sonriendo:—Doctor Iriarte, lo siento mucho. Un compañero mío acaba de volver del extranjero y se hospeda en este hotel. Voy a subir un momento a verlo. Le prometo que otro día lo invitaré a cenar para compensarlo.Viendo su linda sonrisa, Tadeo entendió que este compañero debía ser importante para ella.—No te preocupes por eso. De todos modos, ya debo irme. Tengo turno esta noche y llegar tarde no se vería bien.La sonrisa de Tadeo era el opuesto a la de Sergio: una cálida y fresca, la otra fría y distante.Después de despedirse, Nina corrió hacia los ascensor
Los ojos de Nina brillaban, su sonrisa radiante como un cálido sol de invierno, igual que aquella luz que había iluminado el ardiente corazón de Ricardo años atrás.Los labios de Ricardo temblaron ligeramente:—Nina, ¡cuánto tiempo sin verte!Ricardo la abrazó fuertemente. El suave aroma de Nina lo hacía sentir bastante cálido y seguro.Mientras disfrutaban de su idílico reencuentro, la puerta se abrió de golpe. El ruido repentino los sobresaltó, haciéndolos voltear.Sergio entró con paso tranquilo. Al ver a los dos separarse apresurados, el rojo en sus ojos traicionó su aparente calma.—Sergio, ¿qué haces aquí? —preguntó Nina, reconociendo la feroz ira en su mirada.Miró a Sergio y luego a Ricardo. Ahora notaba lo inapropiado de la situación, con Ricardo en pijama.Antes de que pudiera explicar, la voz siniestra de Sergio resonó:—Nina, ¿tan desesperada estás por dinero que has llegado a esto?Su mirada despectiva se clavó en Nina mientras añadía con voz tenebrosa:—Me pregunto quién
Nina temblaba incontrolablemente, golpeando desesperada el pecho de Sergio con sus puños.—¿Con qué derecho me tratas así? ¿Qué he hecho mal? Ricardo y yo crecimos juntos. ¿Qué tiene de malo que nos veamos ahora que ha regresado del extranjero? Sergio, estamos por divorciarnos. No soy tu propiedad, no tienes derecho alguno a tratarme así.A pesar de los gritos y golpes de Nina, Sergio permaneció en absoluto silencio. La metió en el auto, le abrochó el cinturón y pisó el acelerador a fondo.El Bentley negro rugió, reflejando el estado de ánimo de su dueño, mientras se alejaba de forma veloz en la fría noche.Al llegar a Altos del Bosque, Sergio abrió de un golpe la puerta y sacó a Nina del auto.Fue entonces cuando notó que algo andaba mal.Nina rara vez se enojaba tanto. Cuando estaba extremadamente furiosa, su cuerpo se ponía rígido y entumecido, temblando sin control alguno.El frío la penetraba hasta los huesos. Sus dedos estaban rígidos, sus dientes castañeteaban de forma involunta
Después de decir esto, sin darle a Nina la oportunidad de negarse, la sacó directo de la bañera y comenzó a quitarle la ropa.Nina lo golpeaba resistiéndose, pero el muy canalla seguía tirando de su ropa.En un ligero arrebato de ira, Nina le clavó las uñas en la cintura, hundiéndolas profundamente en su carne.Sergio soltó un quejido de dolor.—¡Ay! ¡Qué agresiva eres! Como si no hubiera visto ya cada centímetro de tu cuerpo —dijo con voz tenebrosa, sin dejar de quitarle la ropa mojada con brusquedad para luego envolverla en una bata.Al ver que Nina recuperaba poco a poco algo de color en el rostro, Sergio suavizó un poco el tono:—Nina, no olvides cuál es tu lugar.—¿Y cuál es mi lugar, señor Vargas? —Nina le sostuvo la mirada fría sin dar un paso atrás.—Eres la mujer que viene cuando Sergio la llama y se va cuando la despide. La compañera de cama que resuelve mis necesidades fisiológicas con dinero. Señor Vargas, ahora es usted quien no tiene clara su posición. Pronto seremos una
A la mañana siguiente, cuando Nina se levantó y se disponía a salir con su bolso, Emily la detuvo.—Señora, aquí está su desayuno. El señor me pidió que me asegurara de que lo comiera todo antes de que saliera—dijo Emily.—Gracias, pero no es necesario —respondió Nina, intentando pasar por su lado.Para su sorpresa, Emily se movió para bloquearle de nuevo el paso.—El señor insistió en que comiera antes de irse —dijo Emily con desinterés.Nina inicialmente no quería discutir. Emily cobraba su sueldo de los Vargas y podía adular a Sergio cuanto quisiera. Pero su tolerancia, en lugar de propiciar una convivencia armoniosa, solo había logrado que Emily la considerara un blanco fácil.Ya estaba harta de sus tontos desprecios, y con el divorcio en puerta, no tenía por qué seguir aguantando más. Nina la miró con una sonrisa fría.—Emily, trae el desayuno y los suplementos también, por favor.Nina sabía que, si ella no los comía, Emily se los apropiaría. Antes, la empleada se había aprovechad
Nina terminó de comer y empujó el plato hacia el centro de la mesa.—¿Satisfecho, señor Vargas? —preguntó.Sergio la miró de reojo y, observando el tazón que ella había acercado, comentó con seriedad:—Queda un sorbito de sopa y no puedes dejar el sándwich. Estás tan delgada como un mono. ¿Acaso los Vargas no tienen dinero suficiente para alimentarte? ¿O es que planeas quejarte durante la fiesta de cumpleaños de la abuela?La abuela de Sergio, Dolores, no aprobaba cómo Mariana y Sergio trataban a Nina. Siempre que se veían, intercedía por ella. Cuando pasaba mucho tiempo sin verla, incluso la llamaba para cariñosa invitarla a comer.Nina le lanzó una mirada despectiva ante sus palabras mordaces, pero levantó el tazón y bebió obediente el último sorbo de sopa. Luego, se metió en la boca el trozo de pan que le quedaba. Justo cuando se disponía a levantarse, sonó su teléfono. Al ver que era la abuela, Nina contuvo su irritación, respiró hondo y respondió con una linda sonrisa:—¡Abuela!
Nina no pensaba que fuera especial para Sergio; simplemente sabía que su caballerosidad innata le impedía agredir físicamente a una mujer. Como mucho, se limitaría a lanzar comentarios hirientes.Mientras caminaban juntos hacia un restaurante en el sótano, Nina notó el terrible moretón en la nariz de Ricardo y se sintió algo culpable.—Ricardo, lo siento muchísimo. Te has visto envuelto en el lío de anoche por mi culpa. ¿Por qué has vuelto tan pronto? ¿No faltaba un mes para tus vacaciones?Ricardo miró con ternura a la joven que no había visto en tres largos años, con el corazón lleno de emociones encontradas. El tiempo era ciertamente un canalla despiadado; en un abrir y cerrar de ojos había cambiado de manera silenciosa el destino y el rumbo de muchas vidas.La chica que atesoraba en su corazón se había casado con otro apenas dos meses después de su partida. Y lo que aún más le enfurecía era que Sergio la trataba como si no valiera nada en lo absoluto, cuando para él era un tesoro.
Ricardo sonrió y respondió:—Estudié finanzas, ganar dinero invirtiendo es mi especialidad. Si no pudiera ganar algo de dinero para mejorar mi vida, ¿por qué me contrataría Luna International? Solo tú, pequeña tonta, te preocupas tanto que me sigues enviando dinero de vez en cuando.Ricardo intentó por un momento pellizcarle la nariz como solía hacer cuando eran niños, pero Nina lo esquivó hábilmente. Después de lo ocurrido la noche anterior, Nina se dio cuenta de que ya no eran niños y que muchos de sus gestos infantiles ya no eran apropiados.—No me pellizques la nariz. Si fuera falsa, la habrías aplastado de tanto pellizcarla cuando éramos pequeños —bromeó con gracia Nina.Ricardo rió. —Tu nariz sí estaba un poco achatada cuando eras pequeña. Menos mal que me gustaba pellizcarla.Insinuaba que la nariz respingona que Nina tenía ahora era gracias a sus tiernos pellizcos.Al recordar su infancia, Nina sintió una fuerte punzada de nostalgia. Aunque en el orfanato apenas comían carne u