Inicio / Chick Lit / Amor en Seattle / 4- FIESTA DE KARAOKE
4- FIESTA DE KARAOKE

El ambiente era casi sofocante, estaba en su oficina parada frente a su escritorio y él parecía más y más intimidante. Su hermoso rostro lleno de enojo, despotricando palabras hirientes y yo como estúpida no respondía a sus insultos.

“¡Despedida, estas despedida Jaimes!-gritó una y otra vez y yo suplicaba pero él no me hace caso.- ¡DESPEDIDA!”.

  Desperté más sudada que langosta en una olla. Al revisar la hora vi que era de madrugada, casi las cinco y media, sabía que no volvería a conciliar el sueño después de tremenda pesadilla. ¿Tan traumatizada me tenía ese hombre con la posibilidad de despedirme que no podía dormir en paz? Me levante para tomar una toalla e ir al baño a darme una ducha. 

Me arregle casi a la velocidad de la luz, cuando me vi linda y perfumada salí del departamento con un emparedado en mano para ir comiendo en el camino. Me detuve en la parada a esperar mi autobús para ir al trabajo, pero a medida que pasaba el tiempo el maldito bus no llegaba. 

Estaba a punto de hiperventilarme, llegaría tarde y ocurriría lo de mi sueño y mi jefe me despediría de la peor manera. Cuando al fin el bus decidió aparecer me monte rezándole a todos los santos para que el tiempo avanzara más lento, pero como me odian todos ellos, el tiempo avanzo más rápido, cuando al fin llegue a la empresa estaba corriendo como desquiciada para llegar al ascensor.

—No, el ascensor está dañado —me dijo una mujer.

—No me lo parece 

—¡Que lo está! ¿No ves a los demás esperando? Tú desde ser la que trabajas con el señor Zimmerman. —asentí y vi como otros compañeros también estaban esperando. —Te recomiendo subir las escaleras par…

No me di el tiempo de pensar como una persona racional, cuando ya estaba subiendo esas, que bueno que había traído zapatos bajos y me eran de utilidad para subir las escaleras con rapidez. Saltaba de dos en dos cada uno de esos escalones y sentía que iba a morir y estaba por empezar a llorar. 

Subía corriendo lo más rápido posible esas malditas escaleras. Mis piernas ya casi no podían más. Abrí aquella puerta bruscamente y vi a mi jefe de espaldas a punto de cerrar la puerta de su oficina y saque fuerzas de dónde no tenía. 

—¡No, espéreme! ¡Ya llegué! —me interpuse antes de que el hijo de puta cerrara la puerta. 

—¡Diablos! —exclamo en otro idioma.

—La suya por si acaso —dije casi hiperventilándome, buscando recuperar mi respiración. Estaba muy sudada. —Buenos días jefe.

—Llega tarde.

—Tengo muy buenas razones señor. —él me miró de pies a cabeza, de seguro estaba hecha un desastre. Todo mi esfuerzo por verme linda y profesional se fueron a la m****a en aquella escaleras —El ascensor estaba en remodelación y tuve que subir la escaleras.

—Eso es imposible. 

—¡Pero así fue! 

—¡Yo soy el gasto millones en ese equipo y ahora me va decir que ahora por arte de magia fue descompuesto!

—¡Pero…! —en ese momento el ascensor abrió sus puertas y por ellas salieron aquella rubia que me convenció de subir las escaleras. Ella tan arreglada y yo sudada.

—Señor Zimmerman, buenos días—saludo la muy perra y abrí mi boca para decirle unas cuantas palabritas pero me callaron. 

—Una última falta y estarás despedida señorita Jaimes. —me mordí la lengua, estaba que explotaba de la rabia.

Entramos a su oficina y como de costumbre fui hacia mi cubículo. Una última falta y estaría despedida, no podía equivocarme de nuevo. La rubia le entrego unos informes a mi jefe y se fue por donde vino, no sin antes lanzarme una mirada burlona, la muy m*****a me las iba a pagar. El resto del día trabajé como una burra durante todo ese día, había llegado al punto en que el señor Zimmerman me mandaba a saltar de un avión sin paracaídas y yo como una estúpida iba y lo hacía.

Los días en la oficina con un jefe así de estricto no habían sido los mejores, aun tenia cierto resentimiento hacia la guapa rubia que me había jugado lo de los ascensores. Me había enterado que la perra esa había sido la que más le gustaba hablar pestes de mí. Rose Gillies, ese era su nombre y trabajaba junto al jefe de relaciones internacionales de la empresa. 

Al fin había llegado mi hora de almuerzo y baje al comedor, no encontré a Elaine por ningún lado y me hizo sentir sola porque no tenía más amigos en esta gran empresa. Me formé en la cola para agarra una barra de gramola y un panecillo, cuando Rose Gillies se acercó junto con un pequeño grupo. 

Quería estar tranquila, la rubia ya me debía muchas y por su culpa casi me despiden. Pero esa perra de uñas postizas se empezó burlar de mí y comenzaba a sacarme de quicio. Sé que parecía un zombi pero el que ella me lo restregara en la cara me ponía los pelo de punta de la arrechera. 

—¡Estás buscando que haya pleito rubia postiza! —ella solo se rio como si yo estuviera bromeando. 

—¿Acasos quieres intimidarme? No me hagas reír. 

—Mira estúpida puede que yo sea pequeña pero te romperé la cara con mucho gusto si sigues provocándome —la rubia quito la sonrisa burlona de sus labios.

—Ja, yo te haría pedazos. —dijo para luego darse la vuelta y eso solo hizo bullir aún más mi cólera. 

—¡Te crees que no me atrevo, pues ahora veraz lo que mi tamaño hace! —la amenace y la agarre de sus largos cabellos jalándola hacia atrás, caímos al piso, me puse encima de ella sin importarme nada, gritos, rasguños y la pelea ya había comenzado. 

LYON

Escuchaba la propuesta de mis amigos y los mire con una ceja levantada. 

—¿Por qué querría ir a un karaoke? —pregunte escéptico. 

—Para divertirte y beber unos tragos con tus mejores amigos. —dijo Joaquín con una sonrisa. 

—Estoy muy cansado como para salir. 

—Lyon —esta vez fue Mathew quien hablo —Amigo te lo diré con sinceridad, necesitas tomarte un momento para salir y socializar con otras personas que no sean tus empleados ni estén obligados a darte la razón en todo, además que una novia no te vendría mal amigo. 

—Sí, sí, sí, mira que no soy el único que lo piensa hasta Mathew está preocupado de que estés en permanente abstinencia…

—En vez de meterse con mi vida sentimental y sexual deberían concentrarse en la…

—¡Señor Zimmerman! —un empleado irrumpió en mi oficina y lo fulmine con la mirada —¡Discúlpeme señor, no me despida discúlpeme! Pero ocurrió un incidente. 

—¿Qué incidente? —pregunté furioso. 

—Una pelea en el comedor, su secretaria y la señorita Gillies, una de las integrantes del grupo de relaciones internacionales. Se…—él se contenía a decir que pasaba y me sacaba más de mis cabales. 

—¿Se qué? ¡Habla! —ordené.

—Se estaban peleando y jalando de los cabellos, señor —Joaquín fue el primero al que se le escapó una carcajada y la tuvo que contener por mi mirada de reprobación. 

—¡Que vengan de inmediato mi secretaria y la señorita Gillies a mi oficina, ahora mismo!

—¡Si señor! —exclamo el hombre saliendo despavorido.

—Vaya, al parecer tu secretaria es fuego puro. —bromeó Joaquín, lo fusilé con la mirada pero ni eso hizo quitar la expresión de diversión y satisfacción en su rostro. 

—Cállate Joaquín.

—¿Si iras a lo del karaoke?

—¡No lo sé! Ahora por favor los dos salgan de mi oficina para que pueda reprender a las dos imbéciles que quisieron volver mi empresa un ring de boxeo. —dije molesto, los dos se fueron por la paz. 

Cuando la puerta volvió abrirse eran las causantes del escándalo en mi empresa. Frente a mí se detuvieron mi secretaria y la señorita Gillies, las dos tenían los pelos desordenados, la ropa jalada, una tenía un rasguño en la mejilla y la otra lo tenía cerca del ojo estaba rojo e hinchado.

—¿Me quieren explicar por qué mi empresa ahora se ha vuelto un ring de boxeo?

—¡Señor Zimmerman ella empezó…!

—¡Cállese señorita Jaimes! —grité, las dos tenían la mirada directo hacia al piso —Debería correrlas a las dos por tal espectáculo. 

—¡No, por favor! —dijeron al unísono ambas mujeres, se veía el miedo reflejado en sus ojos por la posibilidad de perder su trabajo. 

—Rose desde que trabajas aquí nunca has dado señales de disturbio y está por ser la primera vez y espero la última, la dejaré pasar. 

—Gracias señor —la hice retirarse de la oficina, cuando nos quedamos solos mi asistente y yo. La señorita Yuslevi mantuvo la mirada arriba.

—¿Qué voy hacer contigo Jaimes? —ahora si parecía más avergonzada — ¿Recuerdas lo que dijo que pasaría si volvías a provocarme un problema?

—Sí, pero por favor señor no me corra. Entiéndame, tanto esa p… digo, la señorita Rose y el resto de sus compañeras me habían estado atosigando, difundiendo rumores e insultos hacia mi persona. No pude contenerme, exploté y lo lamento. Se lo juro por mi madre que no volverá a pasar trabajaré más, turnos triples si es necesario. Se lo pido señor Zimmerman —sus manos y su labio inferior temblaba, trataba de mantener una postura serena pero sus gestos y sus ojos llorosos la delataban. — ¡No volverá a repetirse, se lo juro!

—En todos los años que tiene la empresa jamás había pasado una cosa como esta. Tú has sido la única empleado que ha ocasionado tantos problemas, incompetencia y...

—Por favor no siga —pidió con la voz temblorosa y los ojos aguados —Si va a despedirme ya hágalo rápido pero no siga señalando mis errores y humillándome.

Lyon se quedó perplejo. Su plan no era humillar a la muchacha y hundirla más, debía reconocer que no era la más experimentada pero había puesto tanto empeño estos días, y además… tal vez Joaquín tuviera algo de razón y aquel escote lo distrae más de lo quiere admitir.

—Vuelve a tu puesto Jaimes. —Ella me miro con los ojos casi fuera de órbita —He visto cómo te has esforzado hasta casi desfallecer por mantener tu trabajo, pero ya será la última falta que te paso a la próxima ten por seguro que estarás en la calle y no tendrás ni la oportunidad de recoger tus cosas, ¿has entendido?

Asintió como un perrito obediente, camino hacia su cubículo y sentó en silencio. Después del día de hoy de verdad que necesitaba salir, no tuve más opción que confírmale la salida a Joaquín y Mathew.

“Cambié de opinión, vamos al bar karaoke”. Envié el mensaje y no tardaron en responderme, mientras veía a mi secretaria tratando de arreglarse y maquillar el rasguño que Rose había dejado en su blanca mejilla. 

YUSLEVI

Después de semejante espectáculo, debía admitir que Lyon Zimmerman me daba más oportunidades que mi madre. Regrese al departamento y las muchachas pronto notaron el rasguño y golpe que estaba en mi mejilla que comenzaba a ponerse un poco morado.

—¡¿Qué te pasó!? ¡¿Acaso te atracaron?! —preguntó una alarmada Alex, pronto empecé a relatarles lo que había pasado en la oficina.

—Y en lo que la tomé de esos cabellos de muñeca Barbie, jalé hacia atrás me subí sobre ella y comencé a pegarle. ¡Esa perra me las debía desde hace días! 

—¡Nojoda, esa mi gorda! Ya sabía yo que no te ibas a quedar como pendeja mientras te insultan —decía Alex felicitándome por mi pleito. 

—Sí, pero ya no puedo cometer errores. Mi jefe ya se hartó de mí, si hago otra vez algo estúpido ahí si es mi fin; dudo que vayan a darme otro trabajo como este con tan buena paga y privilegios. 

—¡Mejor no pensemos en eso! —exclamó Narelys —Salgamos de aquí, disfrutemos de esta noche. Por favor, somos mujeres jóvenes que aún no han llegado a los treinta, nuestro deber ahora es salir beber y divertirnos. Así que vamos mujeres, se me arreglan bien perras que hoy nos vamos a beber. 

—¡Concuerdo al cien con esa idea! ¡Hoy vamos a olvidar nuestro problemas!

Nos apuramos en arreglarnos, dejando nuestro cabello suelto y usando vestidos, botines con plataforma para no cansarnos tantos los pies si decíamos ponernos a bailar. Nuestra primera parada fue en el club Coopers Karaoke, hacían una estupenda pizza y piezas de pollos asado; además que había buena música y mucho licor. 

“Mejor lugar para olvidar las penas no había”. 

Entramos al club karaoke, esta noche nos divertiríamos y reiríamos como pendejas. Mientras disfrutábamos de nuestras bebidas, cuando iba por la quinta me atraganté al ver a cierto personaje a unas cantas mesas de la mía. 

—¡Mierda, es que me tengo que encontrar a ese demonio hasta en la sopa! —exclamé, mis amigas me miraron sin entretener. —Disimulen que si hacen algo que nos delate y las mato. Mi jefe está a solo cinco mesas de aquí con su socios, ¡Pero disimulen, eh!

—Tranquila marisca, nosotras somos expertas. —y como lo tenía previsto las dos toches voltearon a ver al mismo tiempo, luego se giraron con una sonrisa de oreja a oreja. —Están que se comen de buenos esos tres papacitos.

—Al moreno le doy y no consejos —dijo una sonrojada Alex. 

—¡Alex por favor! 

—¿Quién es el rubio? —pregunto Narelys viendo al gringo amigo de mi jefe, mi mejor amiga tenía una cara de embobada sobre el tipo así que la pellizque —¡¿Por qué me pellizcas?!

—Disimula, sé que esta bueno pero no se lo hagas saber —mi amiga me fulmino con la mirada y se sobo el brazo donde la había pellizcado.

—Nojoda contigo, no me pellizques para la próxima solo dímelo. 

—Perdón amiga, te juro que para la próxima no será un pellizco. —dije con una sonrisa, abrazándola. —Ven que nos toca cantar.

—¡Pero yo no quiero!

—¡Coño que vengas Narelys! —prácticamente la arrestes al escenario. Vi que el señor Zimmerman ya tenía su mirada puesta sobre nosotras. 

M****a, ahora no solo me lo encuentro en el trabajo sino también en mis salidas de parrandas. ¿Cómo me podre comportar con una perra en celo y bailar como una vulgar si tengo a mi jefe vigilando cada uno de mis pasos? Bueno al final dije: “me vale vergas, es mi hora libre y vine a divertirme con mis muchachas así que lo ignoraría”.

Le indique al DJ que canción cantaríamos y rápidamente la música comenzó a sonar. Estaba que me moría de los nervios y Narelys empezó a cantar con timidez, aunque estaba segura que su pronunciación seria muchísimo mejor que la mía.

“Take a hint” era el nombre de la canción de Victoria Justice y Elizabeth Gillies.  

Narelys y yo cantábamos con una voz que era más o menos pasable, por lo menos no partíamos oídos pero nos divertíamos. Cuando por fin nos bajamos del escenario entre risas y un poco de vergüenza por no tener una voz como la de Christina Aguilera, volvimos a nuestra mesa y no pude apartar la vista de la mesa en donde estaba mi jefe junto a sus amigos, cuando ellos se levantaron y vi que se estaba acercando hacia nosotras sentí que me iba a hiperventilar. 

—¿Yuslevi qué demonios te pasa? —preguntó Narelys.

—¡M-m-mmi jefe se está acercando para acá! —tartamudeo súper nerviosa. 

Justamente en ese momento ya los tres hombre más guapos de todo el bar estaban frente a nosotras, el señor Joaquín tenía esa carismática sonrisa que enamoraba a cualquiera, el gringo estaba neutral y mi jefe el alemán con una máscara de frialdad tan típica de él. 

—¿Las podemos acompañar? —preguntó el lindo colombiano. 

—Por supuesto señor Cruz —hable por todas ya que tanto Alex como Narelys se quedaron embobadas viendo a estos tres Adonis, bueno no las culpo yo estoy igual pero al menos a mí sí me salió la voz para hablarles. Ellos buscaron más silla para unirse a nosotras.

—No me digas señor, prefiero que me digas Joaquín ¿te parece princesa? —“Aaaaahhhh ¡¿por qué demonios eres tan lindo cabron?!”. 

—De acuerdo, Joaquín —no me pasó desapercibida la mirada de desaprobación del señor Zimmerman —¿La están pasando bien señores?

Intenté aligerar el ambiente y esperaba que mis amigas se unieran a la conversación, porque sería una situación muy incómoda si nadie hablaba. Notaba que Narelys ya había logrado hablar al gringo y se le veía feliz de la vida, Alex y Joaquín se llevaron de maravilla, los dos tenían casi la misma personalidad pero mi jefe… ese es otro cuento, no parecía muy interesado en establecer ninguna platica con nadie más que no fueran sus amigos, me comenzaba a exasperar que con cada cosa que yo le preguntara respondiera con monosílabos.

—La comida aquí es deliciosa, ¿no le parece señor Zimmerman?

—Si. 

—Bueno para mi si en un lugar no hay buena comida pues ni me asomo, ¿usted qué piensa?

—Nada.

—No sale mucho a divertirse, ¿cierto? 

—No. —sentía el tic en mi ceja derecha y una pequeña vena palpitando a punto de explotar. 

“¡Coño e tu madre, intégrate al grupo!”- grité en mi mente. Siempre me ha estresado la gente que prefiere aislarse, cónchale si sales con unos amigos ¿para qué vas a estar con mala cara y respondiendo feo a todo lo que te pregunten? ¡Eso no tiene sentido! 

Los amigos de mi jefe al parecer la estaban pasando bien con nosotras. Todos estábamos creando un gran ambiente, todos… menos Lyon Zimmerman.  

—Chamas acompáñenme al baño. —dije a mis dos amigas y corrimos como buenas mujeres hacia los lavados para poder platicar y chismear. 

Cuando entramos a los baños, ya podíamos hablar más tranquilas. 

—Dios ya no aguantaba a ese tempano de hielo, la noche va por buen camino; exceptuando al cara he culo de mi jefe pero sus amigos son bochincheros. 

—Concuerdo contigo en ese punto—dijo Narelys con una sonrisa. 

—A ti te noto muy entusiasmada viendo al gringo, picarona.

—¡Claro que no! —Narelys se puso colorada y tanto Alex como yo nos reímos de su bochorno.

—¡Te gusta! ¡Te gusta! ¿A quién no le gustaría un hombre así? —enfaticé haciéndola pasar vergüenza.

—¡Ay, ya cállense perras!

LYON 

Sé que estaba siendo un fastidio para mi empleada, lo notaba en su cara y en la mueca que hacia cada vez que me preguntaba algo y yo respondía de mala manera. Las chicas se fueron al baño y nosotros también huimos a los lavados para poder hablar sin tanto ruido alrededor. Mathew y Joaquín eran los únicos que se divertían esta noche. 

—No tengo ninguna queja, son bastante divertidas. A esas chicas me agradan mucho. 

—Joaquín a ti te agrada todo el mundo—dijo Mathew con obviedad.

—A mí no me vas a negar que también te agradan rubio, mira que yo no fui quien se quedó viendo a cierta morena de vestido azul —Mathew se sonrojo y los ojos de Joaquín fueron hacia mí —Tampoco fui yo quien miraba con disimulo y siempre con el ceño fruncido la pechugona de lindas piernas. ¿Lyon podrías intentar no ser tan m****a con ella? mira que esa chica se ha aguantado tu malhumor toda la noche, yo siendo ella te hubiera mandado a la m****a.

—¡Claro que no! —los tres quedamos en silencio y escuchamos las risas femeninas. 

—¡Te gusta! ¡Te gusta! ¿A quién no le gustaría un hombre así? —esa era la voz de mi empleada

—¡Ay, ya cállense perras! —y esa me imagino que la voz de una de sus amigas, mire a Mathew y el al parecer había reconocido las voces. 

—¿Estarán hablando de nosotros? —preguntó Mathew y lo miramos como si fuera tonto. ¡Por supuesto que esas locas están hablando de nosotros! 

—¡¿Joaquín que haces?! —él me mandó a callar, el muy idiota se estaba montado sobre los lavamanos para estar más cerca de la ventanilla por donde se escuchaban las voces. 

—¡Cállense que no dejan oír!

—¡Yo también quiero oír! —era hasta ridículo ver como mis dos mejores amigos estaban como viejas chismosas escuchando una conversación de mujeres. 

—¡Es que ese gringo es perfecto para ti Narelys y puede que hasta le gustes tú también! ¡TIENES QUE LANZARTE TIGRESA! —mi empleada era la que más alto hablaba por lo que no tenía que estar montado sobre el lavado como mis idiotas amigos. 

—Basta, un hombre como él no se fijaría en mí. Se ve que le gustan las tipas con cuerpos de modelo. 

—Eso no es cierto, no todas las modelos. —Joaquín le tapó la boca a Mathew. 

—¡Eso pura mentira! Tu solo tienes que ver cómo te miro el gringo todo el rato que estuviste hablando con él. Le gustas, ya me gustaría a mí que mi jefe me mirara así —mis dos mis dos amigos se me quedaron viendo con una sonrisa. —Ese hombre parece hecho de piedra e hielo, creo que sería más fácil seducir a una pared que seducirlo a él. 

Mis amigos contuvieron sus ganas de reírse. 

—Aunque con todo y eso ese alemán pondría caliente hasta una monja de hospicio…. Ya sé lo que quiero de cumpleaños, lo quiero a él, ¿quién me ayuda a secuestrar a mi jefe? Yo consigo el cloroformo, hay un lugar que lo vende baratísimo cerca del departamento.

—¡Yo tengo el pasamontañas! —exclamo una.

—¿Y cómo lo transportaríamos?

—¡Nojoda, en su mismo carro! Esa camioneta que parece un tanque. Ya me lo imagino y estoy más caliente que monja en convento. —mis amigos no pudieron aguantarlo más y tuvieron que salir del baño riéndose a carcajadas. Yo seguía en shock, había escuchado a mi empleada decir que la pongo caliente y posiblemente está planeando mi secuestro. 

“¡¿Por qué siempre contrato a mujeres locas!? No, las otras no eran ni la mitad de maniática de lo que es ella, le gano a todas las anteriores por mucho”. 

Salí del baño y mis amigos aún seguían muertos de risa por la conversación de mi secretaria con las locas de amigas que tenía.

—Bueno hermano vaya preparándose para cuando lo secuestren —bromea Joaquín, lo fulminé con la mirada. 

—¡No es gracioso!

—Te equivocas alemán, si es muy gracioso. Además tu empleada es una cosita tan adorable y carismática, con razón te la quieres…

—¡Cállate Joaquín, jamás tocaría ni un pelo de esa loca! —el me miro con una ceja levantada.

—Aja, mira parcero nunca digas: “de esta agua no beberé”.

—¡De esa agua no bebería así me estuviera muriendo seco!

El resto de la noche me mantuve aún más alejado de mi secretaria, aunque Mathew se veía muy entusiasmado con la morena del vestido azul y Joaquín se divertía hablando con mi empleada y sus otras dos amigas. Al parecer yo era el único amargado de la noche y era el que más necesita distraerse. 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo