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5- EL HIJO DEL VIEJO

NARELYS

Después de la buena noche que pasamos en el karaoke, desperté con una cruda  de  los mil demonios pero tenía que ir a mi trabajo. Lo peor de todo es que yo fui la de la idea de ir de parranda en un día de semana, cuando sabía perfectamente que teníamos que levantarnos súper temprano al día siguiente. 

Preparaba los documentos del señor Abernathy, estaba por llevárselo y del ascensor salió aquel chico que parecía un dios griego; ojos oscuros, cabello negro, piel pálida y en buena forma con seguramente un metro ochenta de altura. 

—Oye dulzura —me coqueteo con un voz ronca y muy sexi —¿Se encuentra el señor Abernathy?

—¿Quién lo busca? 

—Su hijo, Edward Abernathy. —“¡Este era el hijo de mi jefe! ¡Pero que dios más bello tenía antes sus ojos!”.

—S-s-sí señor, pase señor…. —él me sonrió y entro a la oficina de mi jefe, mientras lo seguía con la mirada a él y su lindo trasero. 

“Pues el hijo del viejo estaba para comérselo”.

EDWARD 

La chica linda me dijo que el viejo se encontraba en su oficina, la deje atrás para luego entrar sin necesidad de anunciarme o golpear la puerta. 

—¡Hola viejo! —saludé de forma muy efusiva y sus ojos se abrieron sorprendido.

—Edward…

—El mismo.

—¡Bastardo ingrato y ahora es que vienes aparecer después de meses!

—¡Sabia que te alegrarías de verme papá! —dije con una sonrisa y él hizo una mueca. — Que bueno es estar en casa…

Escuchaba al viejo parlotear sobre la responsabilidad. Mis deberes y todas las cosas que ya me sabía de memoria, después de meses dándole largas al asunto era obvio que apenas llegara mi padre vendría con los discursos y los reclamos. 

—Pronto tendrás que hacerte cargo de la empresa familiar, Edward… —repitió por milésima vez.

—Pero ese no es mi deseo, ¿no entiendes que no quiero formar parte de ese círculo lleno de hombres pretensiosos? —el viejo parecía a punto de sufrir otro infarto.

—¡¿Porque dios me castiga con un hijo tan desagradecido!? —rodé los ojos.

—Ser la cabeza de tus negocios no es precisamente lo más adecuado para mí, no es algo que yo quiera.

—¡¿Es que no lo entiendes!? Eres mi único hijo mi heredero, el legado Abernathy cae sobre tus hombros, debes continuarlo.

—Y lo puedo hacer, haciendo algo que a mí me guste.

—Maldita sea contigo, terminaras de matarme. Señorita Narelys... 

Le hablo a su asistente por el teléfono de línea y la joven secretaria de mi padre entro a la oficina, lucia femenina, bien vestida. Era una chica bastante atractiva con ojos y cabellos oscuros, piel color caramelo y de pequeña estura.

—¿Si señor Abernathy? —preguntó ella.

—Por favor cancela mis compromisos de hoy y llame al doctor Hernán, este muchacho me hizo sentir puntadas en el pecho con su arrogancia. —rodé los ojos. La chica solo asintió y  abandono la oficina a paso rápido.

—Padre sabes que te amo pero mi amor no está a tal punto en que me dejare manipular con tu chantaje emocional. 

—¡No es ningún chantaje mocoso malcriado!

—Sí, claro. —me levanté de la silla. —Ya que estas tan fastidioso con la idea de que me quede en Seattle, te daré el gusto por esta vez.

—Por lo menos ya me complaces en algo. ¿Cenarás conmigo esta noche?

—Por supuesto, hay que recuperar el tiempo perdido —dije con una sonrisa antes de salir de la oficina y mirar  a la joven secretaria de mi padre, darle un guiño haciéndola sonrojar. 

Salí del gran edificio, mientras conducía no dejaba de pensar en qué demonios hacer con mi padre. El viejo siempre ha esperado que yo sea el presidente de la compañía, me sentía como un completo fracaso para ocupar un puesto de semejante relevancia, a veces en serio jodia ser hijo único. De haber tenido un hermano o hermana alguno de ellos podría haberse interesado por las empresas de papa y hubiera estado más que encantado de ocupar el lugar del viejo. 

¿Pero que se le hace? Era inevitable, me quedaría un tiempo en Seattle junto a mi padre, ya me estaba comenzó aburrir el estar viajando de país en país, le daba la razón al viejo en una sola cosa, ya necesitaba madurar y asentarme. Estacione frente a un gimnasio, había pasado más de tres meses de viaje, en todo ese tiempo estuve de flojo sin hacer mucho ejercicio que digamos, no podía darme el lujo de perder lo abdominales que tanto esfuerzo me habían costada. 

El lugar se veía bien cuidado, en la recepción estaba una linda chica vestida de ropa deportiva quien me dio la bienvenida con una sonrisa, las indicaciones y el precio de la membresía del gimnasio. No era exorbitante y me parecía muy bien además que me agradaba el lugar y podría ejercitarme muy a gusto. 

—Requiero de un entrenador personal, ¿quién es el mejor de aquí? —pregunté con una ceja levantada. No planeaba gastar mi tiempo y mi dinero en un inútil que no sepa lo que hace. 

—El más solicitado es Enrique, pero ya su agenda está llena, está Alex. Era asistente de enrique, después de él es la mejor de todo el gimnasio… —no escuché mucho lo que dijo, estaba más al pendiente de mi celular, era el viejo confirmando lo de esta noche y no tenía mucha paciencia.

Escuché más que todo el nombre de un tal Alex.

—Está bien, si dices que es el mejor, quiero hablar con él ¿dónde lo encuentro? 

—Segundo  piso, seguramente practicando boxeo.

—Bien. —subí al según piso y ahí más que todo habían máquinas para hacer cardio, mientras que el primer nivel eran puro mancuernas y barras de peso. Ahora me daba cuenta que no tenía ni idea de cómo era el tal Alex, detuve a un señor que usaba lentes y una camiseta verde que decía “instructor”

—Estoy buscando a un entrenador que se llama Alex. Me dijeron que estaba por aquí. —el me miro extrañado.

—Bueno la única Alex que conozco es esa que está ahí —el hombre señalo a la única persona que estaba practicando con una saco de golpes.

—¿Ella es Alex? ¿El instructor?

—Instructora, es joven pero es buena. —dijo con una sonrisa divertida.

“Más que buena, ella estaba buenísima”. Me acerqué más a la chica con una gran curiosidad.

Cuando me dijeron que Alex me entrenaría, espere a un hombre treintañero en buena forma pero esto está mejor. Recorrí con la mirada a la chica que sería mi nueva instructora, piernas esbeltas, senos respingones y altos en ese top deportivo, cabello castaño y ojos ámbar. 

Definitivamente era una belleza fittnes, aunque en lo personal prefería a las pelirrojas no me molestaría en nada tenerla en mi cama. Ella detuvo sus golpes al pobre saco y me miró. 

—¿Qué quieres? —preguntó con una ceja levantada. 

—Un placer, soy Edward.

—¿Aja? ¿Te conozco?

—Me dijeron que eras instructor y resulta que yo necesito uno. Voy a empezar a entrenar y necesito quien me ayude. —ella adoptó una actitud muy profesional. 

—Bueno siendo así, es un placer Edward. Alexandria Pineda pero prefiero que me digan Alex —se presentó con un tono amable —¿A qué hora podrías venir a entrenar?

—Pensaba en las mañanas dos o tres horas diarias.

—Eso me parece excelente —su sonrisa era muy bonita. —Debo decirte que soy muy estricta, espero de mis clientes que estén siempre comprometidos en hacer los ejercicios correctamente.

—Tranquila preciosa por mí no habrá problema.

—Eso espero. —sonreí, disimuladamente mis ojos se fijaron en sus lindos y firmes senos. 

  

Gabriela Jaramillo

Espero te esté gustando la novela, es una historia de ficción que espero sea de tu agrado ❤️

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