Inicio / Chick Lit / Amor en Seattle / 2- PRIMER DÍA DE TRABAJO
2- PRIMER DÍA DE TRABAJO

No había podido dormir en toda la noche por la ansiedad, cuando al fin sonó mi alarma salte de la cama, eran las cinco de la mañana y las muchachas aún no se levantaban, Narelys tenía que entrar a su trabajo a eso de las nueve y Alex tenía un horario súper flexible, ya que era ayudante en un gimnasio, todas poníamos de nuestra parte para los gatos de este apartamento y además… vivir con estas locas amigas era bastante divertido. Una podía ser el hombro para llorar de la otra.

Después de una ducha y un desayuno rápido, me arreglé lo mejor posible. Quería verme coqueta y femenina, no todos los días un hombre de negocios te pasa buscando para llevarte al trabajo; en este preciso momento me debato en la regla que dijo ese hombre sobre los teléfonos… Humm, no puedo dejarlo aquí. Mi teléfono es vital para mi existencia.

—Ni que me fuera a revisar el bolso. —metí el celular en la cartera y salí de mi dormitorio, para mi sorpresa Alex y Narelys ya se habían levantado. 

—¿Tu jefe ya vendrá a buscarte? —pregunta Alex con tono soñolienta, mientras que Narelys se tomaba un buena vaso de jugo de naranja. 

—Sí y me toca bajar, adiós perras ya les contare como me fue cuando vuelva. —me despedí y bajé esas escaleras con un apuro.

Faltaban poco minutos para que se hiciera la hora, espere y de repente una camioneta se detuvo frente al edificio. 

“No vale, aquí fue. Aquí me secuestran”-pensé asustada. 

El vidrio estaba tan polarizado y oscurecido, no se veía un coño. ¿Sera que es mi jefe? ¿Me subo o no me subo? El bajo el vidrio y vi su rostro. 

—¡Buenos días señor! —dije con una sonrisa, me monte en la camioneta y mi jefe por lo visto no estaba de ánimos para sonreírme. 

El resto del camino me mantuve en silencio, él no preguntó nada ni yo tampoco tenía idea de por dónde empezar la conversación. Cuando por fin llegamos a la empresa, no podía estar más intimidada por la fachada del gran e imponente edificio, paredes grises y vidrios oscuros y en lo más alto el nombre de la empresa. 

Zimmerman Construcciones, inc. 

“Oh, así que la empresa es de construcción”-Entramos a la recepción de edificio y el frio de muerte me erizo la piel, incluso trayendo mi chaqueta. Seguía al señor Zimmerman siempre detrás como un perrito faldero. La recepcionista era una rubia pulcra que recibió a mi jefe con una sonrisa Colgate. 

—Buenos días, señor Zimmerman. —dijo pero él no le devolvió el saludo y siguió de largo. 

Entramos a un elevador vacío y él seguía sin dirigirme ni una palabra. Estaba en un espacio reducido con el hombre más frio del universo y la tensión era tanta que deseaba que un hueco se abriera y me transportara a Narnia, no, mejor a Cancún para disfrutar de las playas. 

Este hombre era puro silencio y sentía demasiada pena como para sacarle una conversación casual. ¿De qué puedo hablar con un billonario que tiene más de tres ceros en sus cuentas de banco? Creo que este tipo ni se sabe cuáles son las series o películas de moda en este año. 

En eso se escuchó el gran tono de mi teléfono que no era otra que la nueva canción de los descendientes 3, su mirada viajo hacia mi persona, m****a. Es que yo no pego una, ahora este hombre sabe que no seguí la norma de no traer el teléfono en horas de trabajo y el bendito aparato siguió sonando y tuve que contestar.

—Alo… —respondo con la mirada glacial de mi jefe sobre mí.

— ¡AMIGA! —gritaron en mi oído y el ascensor era lo suficientemente estrecho y silencioso para que también se escuchara todo claramente y como si mi teléfono estuviera en altavoz. —No pudimos ver a tu jefe pero si vimos su lujosa camioneta que parecía tanque de guerra, lo primero que pensamos es que te vino a buscar un narcotraficante —el alemán me miraba con una ceja levantada. —Tiene que ser un adonis de esos que quieres c…. 

Colgué la llamada y la tensión como la incomodidad se hicieron aún más presente en el pequeño espacio. Nunca en mis veinticinco años de vida me había sentido más avergonzada. 

“¡Estas amigas mías harán que me despidan sin haber empezado!”

Cuando la puerta se abrió desee gritar: ¡libertad! Mi jefe no me dijo nada sobre la llamada o el teléfono pero obviamente fue el primero en salir y yo le seguía los pasos casi corriendo. 

“¿Por qué no me ha corrido? Yo en su lugar ya lo hubiera hecho”.

Un paso suyo eran como mil para mí. ¡Maldigo sus piernas endemoniadamente largas! para mi sorpresa las que trabajan en el primer piso se mostraban amables, muchos me saludaban a medida que íbamos pasando pero cuando fuimos subiendo de niveles; todos se ponían arisco y me lanzaban miradas llenas de veneno. 

“Okey, solo yo podía tener tan mala suerte para venir a caer en un nido de puras víboras”. Cuando al fin llegamos a la que era su oficina era como lo imaginé; enorme y suponía que tenía un baño disimuladamente escondido detrás de una pared. 

—Este será su puesto de trabajo. —mi cubículo era pequeño pero con el suficiente espacio para mí y sonreí como colegiala al ver la laptop de última generación, lo que podría hacer con una laptop así....

—Señor, por simple y vana curiosidad… podría, si quisiera, ¿llevarme la laptop de trabajo a mi casa?

—No, si lo hace considérese despedida.

—¡Pues no se digas más! solo era simple curiosidad, no es como si lo hubiera pensado —dije salvándome la patria. El frunció el ceño y se encaminó hacia su enorme escritorio. 

Por lo poco que tenía entendido, solo documentaria sus conversaciones, le traería el café y pobre de mí si le echaba azúcar, ese hombre me advirtió que le gusta el café negro, negro y amargo como su alma. Si él decía que saltara yo debía preguntar: ¿qué tan alto? 

En todo el día la gente entraba y salía de esta oficina, me aburría a montones y no podía usar la computadora para entrar al F******k, I*******m o W*****d ya que me tenían un bloqueo con la red Wifi de la empresa; no la podía usar para vaguear en la red.

“¡Qué perra vida!”.

 Cuando al fin dieron la hora del almuerzo, sonreí feliz. Mi jefe se levantó de su silla. 

—Vaya a almorzar señorita, pero la quiero aquí veinte minutos antes de que culmine la hora — ¿o sea que debía comer a la velocidad de la luz para estar aquí a la hora que él deseaba?

—De acuerdo señor —respondí con una sonrisa forzada, me levanté de mi cubículo y salí de la oficina. 

Tenía mucha hambre y por lo que había oído, el comedor de esta empresa es buenísimo. El comedor se encontraba tres pisos bajo el del señor Zimmerman, cuando baje en el ascensor, salí y entre al comedor, las mesas estaban casi llenas. 

 No había mucha cola y pude recibir mi comida, otro de los beneficios de esta empresa es que el almuerzo lo daban gratis, un gasto menos para mí. Mientras buscaba donde sentarme, vi que alguien levantaba su brazo incitándome a sentarme a su mesa, rápidamente reconocí a esa persona. 

 —¡Yus! — “¿Elaine trabajaba aquí? ¿Y por qué no me lo dijo?”. Me acerqué a la mesa para sentarme frente a ella.

—¡Trabajas aquí y no me dijiste nada! —le reclamé haciendo que se encogiera de hombros.

—Bueno pana no sabía que te asignarían al mismo edificio que a mí. Además que tú eres la secretaria del mero mero, no se habla de otra cosa aquí. ¡Eres casi famosa!

—¿Y que han dicho de mi para ser tan “famosa” en primer día? —pregunté curiosa.

—Humm. No creo que quieras saberlo, no son cosas muy bonitas. 

—Explícate. —espeté con una ceja levantada.

—Bueno… ¿cómo te explico sin que te arreches?

NARELYS.

Después de la llamada que le hicimos a Yuslevi. Alex y yo no paramos de reírnos, es que verla subirse a esa pinga de camioneta nos hizo pensar que en serio nuestra amiga se había conseguido un narco. Bueno un novio narcotraficante no sería lo peor que podría pasarle a Yuslevi, creo que más bien la loca disfrutaría del dinero del narco y se daría una buena vida.

Trabajaba como secretaria y asistente para uno de los hombres más ricos de todo el país. Douglas Abernathy, quien era el presidente del Conglomerado Abernathy, una de las empresas más importante dentro y fuera del país. Entre a la oficina de mi jefe, el me miro pero estaba hablando por teléfono.

—Hill dígale que no bajamos de los ciento cincuenta millones, no nos conformaremos con menos —dijo con autoridad para luego colgar. — ¿Qué sucede señorita Narelys?

—Señor Douglas, aquí tiene los informes que me pidió. —le entregue las carpetas, poniéndolas sobre su escritorio. 

—Muchas gracias Narelys. —agradeció con una sonrisa el afable señor de casi sesenta años. —¿Ya coordinaste mi citas de la tarde?

—Sí señor, aunque su hijo ha cancelado el almuerzo con usted —él no se sorprendió.

—Era de esperarse. Edward pocas veces tiene tiempo para estar entre padre e hijo —el hombre ya estaba resignado, su hijo no debía pasar de los veinticinco años por lo que tenía entendido, pero no se preocupaba por formar un lazo con su padre. 

A veces me hacía tenerle arrechera aunque no lo conociera, porque si mi padre me buscara e intentara acercarse a mí, como lo hace el señor Douglas con su hijo Edward yo no cancelaria todas las citas. 

De verdad que admiraba al viejo, Douglas Abernathy fundo su empresa desde cero, trabajo toda una vida para llegar en donde está. A los cuarenta y cinco tuvo a su primer y único hijo con una mujer más joven que él y ahora casi ni se ven. Hoy a sus setenta años es dueño de varias empresas que van desde aeronáuticas, metalúrgicas y construcciones. Es un puto billonario y su hijo no quiere la responsabilidad de su padre, sino disfrutar de la vida.

“Que suerte la de algunos”.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo