Anna Margarita Buendía; mecanógrafa y auxiliar de computación, ha sido la asistente de Alejandro del Toro por veinte años consecutivos de los cuales, los últimos diez han carecido de vacaciones por causa de su divorcio y el pleito por bienes materiales, inmuebles y hasta los hijos – que ni siquiera son de ella – que ella le crió. Eso quiere decir que a Anna le ha tocado duro y se ha visto en la obligación de pelear como una gata, con uñas y dientes para que el susodicho no la deje en la calle y peor aún ¡con una mano delante y la otra detrás! Marco Antonio Méndez "el susodicho", ex esposo de la agraviada es un abogaducho de quinta con una labia tan convincente que aunque ¡es un bruto! para las leyes, padece una dicción terrible ¡sí! padece porque según Anna ya es una patología lo que sufre el animal (las palabras textuales de nuestra heroína)
Según ella su mal es parecido a un cáncer lingüístico ya que olvidó en cualquier bar de mala muerte el uso correcto de la Lengua Castellana, ya que al contrario de ser un Ilustre Universitario: deslustra la pobre Universidad con sus burricadas.
— ¡Anna mi amor, llegó tu Neardenthal! - cuánta razón tenía Marco Antonio al referirse a él mismo de tal modo.
— Marco Antonio baja la voz que los niños duermen por favor - bajó la escalera de la casa hasta la salita de estar.
— ¡Pero si yo soy tu macho vernaluco mi amor! - dice.
— Se dice vernáculo ¡vamos para que te acuestes! - expone con paciencia nuestra Anna.
— ¡No me mandes mujer, un macho tan importante como yo no se deja por cualquiera y menos si es su macha! - la pobre mujer cansada y agobiada de su poca colaboración en la casa además de sus borracheras y su hedor a pachuli de puta, suspira resignada y trata de llevar al gigantón a su alcoba.
— No te estoy mandando mi amor, solo quiero que descanses - lo miró con fingida ternura y éste sonrió.
— ¡Ah yo creíba que me mandabas! entoces si voy contigo - lo dirigió a su habitación y el muy inútil cayó atravesado en la cama ocupando casi todo el espacio.
Esa noche fue cruel e incómoda para Anna que debía despertar a las cuatro y treinta para dejar hechos los quehaceres del hogar además del almuerzo, el desayuno y preparar los chicos para el colegio. Carlos Alberto y Liliana, él de doce y ella de nueve, a quienes ama profundamente; a causa del mal ejemplo del padre y las insolencias del mismo ni siquiera la respetan.
— ¡Mami no quiero estos huevos! - grita la malcriada.
— ¡Yo quiero mantequilla de maní! - vocifera el otro.
— Disculpen mis amores pero, si me dedico a hacer otro desayuno no llegaré al trabajo, eso quiere decir que tendrán que comer eso o nada - la niña lloró y el niño rabió.
— ¿Qué les pasa a los niños? - gritó Marco Antonio debidamente trajeado para salir a hacer nada, los pequeños lloraron acusando a su madre, ella puso los ojos en blanco por la ridiculez.
— Buenos días Marco Antonio, ellos no quieren el desayuno y no me queda tiempo de hacerles otro - el padre abrió los ojos y la boca con asombro.
— ¿Y tú te dices ser madre Anna Margarita? te recordo que aquí se desayuna balancinamente y si los niños no quieren esa bazofia no los podemos obligar - ella levantó una ceja perfectamente depilada y puso los brazos en jarras.
— Es pan tostado, huevos y jamón, con jugo de naranja y fruta, eso es un desayuno balanceado ¡no seas ridículo! - le espetó Anna.
— ¡Anna Margarita! ¿Que irrespetación es esa? ¡Discúlpate! - ella lo miró asombrada, no tanto por la exigencia sino por el exabrupto lingüístico.
— ¿Sabes que Marco Antonio de tu puta madre? - el hombre saltó de la silla como si de un resorte se tratara — Hazle el desayuno a mis tesoros, trata de utilizar un diccionario y no seas tan idiota tratando de hacerme creer que visitarás un cliente porque "tú no tra-ba-jas" aquí la que trae el sustento soy "yo" y tú eres un bueno para nada - el rostro de Anna estaba tan rojo que pensaba: estallaría — ¡Y me voy a cambiar porque no voy a llegar tarde a mi trabajo otra vez! - Marco Antonio la fulminó con la mirada.
— ¡Está bien! si quieres la peliazón, te daré pleito. No más después no te quejes de lo que se te encima por venir - ella rodó los ojos de nuevo y lo dejó en el comedor de la cocina con los niños.
Pensando en frío, la pobre mujer no sabía cómo se dejó convencer de su madre para casarse con la bestia de su marido, era un mono sin rabo. Su expresión lingüística era deplorable además de un mantenido y bueno para nada que solo gastaba dinero en parrandas y zorras ¡su dinero, el que ella trabajaba!
Ya enfundada en su uniforme de trabajo, da una vuelta en el espejo y sonríe pensando en que se le está contagiando la brutalidad de su marido, ya que no es necesario que gire porque el espejo es doble. Observa su semblante ojeroso y demacrado con líneas de expresión tan marcadas que ya ni el maquillaje las cubre; está cansada, agotada y decepcionada de ser la esclava de tres parásitos que aparte de exigir a granel, no devuelven ningún favor. Detalla su cuerpo, senos aún firmes para sus cuarenta y cuatro años, cintura angosta y su mayor orgullo: unas caderas redondas que hacen juego con un trasero bien formado y bastante firme. Tenía años que se miraba al espejo sin prestarle atención a su anatomía. Vientre plano y hombros rectos que le otorgan a su metro setenta una elegancia que casi había olvidado. Definitivamente: había desperdiciado su vida dentro de un matrimonio infructuoso y maltrecho, ese hombre nunca la vio como algo preciado, siempre se divirtió con sus "amigos de la uní" ¡que ridiculez! siempre llegaba borracho y con pintura de labios encima, por esa causa se quedó con tres camisas, porque la que llegaba manchada la tiraba al cesto de b****a, aún recordaba sus palabras — ¿Pero mi Romea, no sé de dónde salió ese labial? - decía cuando le reclamaba, ni siquiera sabe que la chica de la historia se llama Julieta y Romeo es el novio — ¡Pero amor, te dediqué esa obra de Chespirito, sólo para ti! - ese día le lanzó un centro de mesa en el restaurante al cual fueron a cenar porque la mesera lo besó en la boca diciendo que era su novio "¡já! me saqué la lotería con este tipejo y lo peor es que me doy cuenta recién, ya que pensaba que un matrimonio era eso" decía a sí misma la pobrecita.
Luego de la parodia en la cocina y ya arreglada para salir al trabajo, escuchó a su esposo hablar por teléfono con alguien que al parecer era su madre por el drama. Anna ya a estas alturas del partido había cortado toda relación con sus emociones; su secretaria últimamente la ha apodado la mujer de hielo, a lo cual respondía con una sacada de lengua y una carcajada. Al terminar de bajar la escalera cierra los ojos, toma una bocanada de aire y pasa por delante de su marido – el que ya no es desde hace unos meses atrás – que casi llora al hablar con su progenitora.
—¡Y pensar que le he entregado dándole lo mejor de mi vida! Para que me pague de esta forma – gemía con dolor. Anna volvió a cerrar los ojos y negó con la cabeza.
—Deja de acusarme con tu madre Marco Antonio, ella debe saber mejor que yo lo bueno para nada que eres – se dirigió a la puerta de la casa — ¡Ah por cierto, quiero el divorcio! – le dijo como si nada.
Y salió al exterior, encendió el auto y se dirigió hacia su trabajo con el corazón roto por la vergüenza que sentía hacia ella misma por haber dejado que esto se le escapara de las manos, con el dolor de haber fracasado como mujer y tener que vivir con ello además de la humillación de tener que costear ella misma el divorcio ya que el mequetrefe de su marido no tiene donde caerse muerto.
Esa mañana al llegar a la oficina -tarde por cierto- encontró el escritorio revuelto, documentos en el piso y mil papeles regados, ingresó a la oficina del jefe, ya el Sr. Del Toro se encontraba en una reunión y ella había olvidado entregarle los documentos el día anterior como era lo acostumbrado, tapó su rostro con las dos manos ante semejante vergüenza y sintió que sus fuerzas menguaron ante aquel error que al parecer fue la gota que rebosó el vaso. Se Hincó a recoger todo: cabizbaja, triste y con un nudo en la garganta tan difícil de tragar que se vio en la obligación de dejar salir las lágrimas para no asfixiarse con ellas.
— ¿Margarita? - escuchó la voz de su jefe y al levantar la cabeza se golpeó con el cajón abierto de su escritorio y perdió el equilibrio cayendo despatarrada en el piso con las piernas abiertas — ¡Oh Dios mío! ¿Margarita te encuentras bien? - preguntó preocupado asomando la cabeza completamente ladeada para verla.
— ¡Eh, yo si señor! buen día yo quiero disculparme...
— Sal de allí primero y veamos si tienes alguna contusión ¡ese golpe sonó fuerte! – sintió un apretón en el estómago cuando su jefe sonrió demasiado indulgente para su gusto.
Hablaba en un tono casi paternal ayudándola a salir de debajo del escritorio, la observó desde los pies; tenía frente a él una hermosa mujer con unos cabellos castaños preciosos y los ojos grises más encantadores que el destino pudo haber puesto en su camino, además del cuerpazo que se gastaba ¡la mujer estaba buenísima! pensó mirándola descaradamente a las caderas y cuando giró le dejó una vista magnífica de su redondo y firme trasero que si le perteneciera la nalguearía sin pensarlo, la mantendría en su ático en ropa interior, sólo para su uso personal, la tendría como una reina, pero lo pensó mejor ya que además de casada, enamorada del imbécil que la engañaba hasta con la escoba detrás de la puerta, no le prestaría ni cinco de atención. Y tampoco es que él se creyera lo máximo pero de que tenía lo suyo, lo tenía.
— ¡Gracias Sr. Del Toro, es usted... - sollozó — muy amable! – Alejandro la observó con las cejas al cielo y no pudo evitar preguntar.
— ¿Te encuentras bien Margarita? y no me refiero al golpe de hace poco - ella lo miró a los ojos y con un puchero movió su castaña cabeza de lado a lado. Él la abrazó instintivamente y ella se acurrucó entre sus fuertes brazos apreciando ese calor que nunca había sentido — Ya, no llores y vamos a mi oficina para que me cuentes ¿ya tomaste café? - la retiró un poco para observar el hermoso puchero que aún mantenía en esos labios gruesos y provocativos.
Ella asintió, negó y lloró, Alejandro abrió mucho los ojos y al no entender nada arrugó el entrecejo causando que su atractivo se incrementara porque ¡bueno si está ese hombre! pensó la pobre, con ese cuerpo musculoso y ese cabello negro azabache, pero el mayor atractivo de ese hermoso ejemplar era su piel dorada y esos ojos ámbar que lucen como estrellas brillantes en el infinito ¡su jefe era un Adonis! y no tenía nada que ver con que a ella le gustara, porque el tipazo se gastaba unas hembras que a su lado ella es prácticamente una indigente.
— ¡Gracias de nuevo Jefe! lamento causarle tantas molestias... y respecto a la reunión de hoy, yo... - el hombre negó con la cabeza.
— ¡Descuida, tú has cuidado de mi muchos años! y errar es de humanos Margarita - nunca la había llamado por su nombre ya que en algunas ocasiones le dijo que su segundo nombre era mucho más atractivo —¡Ahora dime! ¿qué te tiene tan triste? - tapó de nuevo su rostro sin poder parar el torrente de agua que brotaba de sus ojos. Alejandro la arrulló nervioso porque desconocía el motivo de su llanto.
— ¡Me voy a divorciar!
El hombre quedó petrificado a causa de la noticia, Anna Margarita llevaba con él veinte años laborales y desde que llegó a la empresa se comportó como toda una señora casada - porque ya lo estaba por supuesto - nunca había hablado acerca de su matrimonio, lo que él sabía era porque la secretaria de Administración era la amante de su esposo o lo fue, y le dijo a alguien donde se veían y como siempre había tenido interés en ella lo había investigado pero nada más por chismoso, ya que Margarita nunca le había dado un motivo acertado para acercarse más que ahora. Mientras esta llora entre sus brazos, disfrutaba como un pervertido de su maravilloso olor a frutas, una mezcla dulce y cítrica que llenaba de vida sus fosas nasales y deleitaba sus papilas gustativas al solo pensar en tenerla para si mismo.&n
—¡Ya te dije que vas conmigo Margarita y no lo voy a repetir! – ahogó un jadeo frustrado y respiró profundo, Alejandro no se preocupó en subir la mirada.—¡Si señor! – se giró caminando malhumorada, su jefe la observó por encima de las gafas disfrutando de su bonito trasero.—¡No te pierdas Margarita, nos vamos en diez minutos! – la mujer cerró la puerta más fuerte de lo normal debido a su molestia y Alejandro sonrió negando con la cabeza.Bajaron en el ascensor, ella no le cruzó palabra ya que se sentía en desventaja obligándose a obedecer porque era su jefe. Alejandro sonreía encantado ante la renuencia de la mujer que tenía a su lado con los brazos cruzados y labios apretados, le pareció más bella que nunca, se dejaba la vista en sus rasgos fi
—¡Me fui de la cagada! – Confiesa a su amigo Carlos Andrade —la situación se me escapó y al parecer choqué de frente con la maldita pared – dice molesto antes de saborear el último trago al whisky que queda en el vaso y el hielo tintinea haciéndole cosquillas en los labios.—¡No entiendo! ¿Cómo se te ocurrió llevarla a ese almuerzo? – pregunta éste confundido.—¡Porque soy un idiota que aún piensa en su hija como una niña! – contesta a su amigo mientras este sube la mano llamando la atención de alguien, a quien reconoce como Humberto Larrazábal el Magnate hotelero.—¡Coño tío, pero que bien te ves! – expresa emocionado Alejandro, abrazando a su amigo que estuvo a punto de perder la vida. 
Anna Margarita salió de la empresa en su Peugeot 207 sport que aún no termina de pagar, pero es prácticamente lo que considera suyo, ya no entiende lo que quieren de ella y resopla enojada por la actitud tan extraña de su jefe ¿Qué problema tenía con ella? ¡La gente sufre todo el tiempo joder! Él lo tiene todo y no debería sufrir, aunque el divorcio o más bien el engaño de su ex esposa lo martirizó bastante. Bebió, se revolcó y tuvo mil caídas. Ella lo ayudó en lo que pudo tomando en cuenta su situación de casada y de pobreza por supuesto ¡ya estaba cansada de que le jodieran la vida! Se acabaron los hombres para ella.Sumida en sus pensamientos llega al frente de su casa en el barrio Amposta, al sur de Madrid, en el distrito de San Blas. Una zona no tan peligrosa, pero sí de cuidado, Anna había hecho buenas migas con l
—¡Joder! – su cuerpo cayó con un golpe seco sobre la cama, agotado por el esfuerzo físico del que fue objeto al pasar casi toda la noche teniendo sexo con esta chica atlética y vigorosa —¿Qué hora es? – escucha un gemido y luego un ronroneo. Sonríe —Por lo menos te di la talla hasta las… ¡oh mierda son las cuatro de la mañana – debía dormir un poco antes de irse a casa para salir al trabajo.La noche había estado tan movida y salvaje que no recordaba la última vez que había tenido un sexo tan bueno y satisfactorio, definitivamente esta chica sabía lo que era complacer al sexo opuesto de una manera primitiva y prosaica. Se sumió en un sueño profundo y placentero.Salió del baño cubierto con el albornoz a las siete con diez de la mañana, aún con su
—¡Buen día Margarita! – sus ojos se fueron detrás del culo más atractivo que nunca vio, su respiración se abarrotó en la garganta y su hombría despertó instantáneamente.La mujer saltó en el sitio asustada por la voz que no esperaba y casi cae al piso, se giró y lo miró inmóvil, se encontraba atontado, un poco alejado y… tembloroso.—¡Dios mío, buen día Sr. Del Toro, qué susto! – la vista del hombre cayó directo en el canalillo entre sus senos, no entendía cómo podía ser posible que estuviera tan buena y mucho menos entendía como se podía excitar después de la noche que tuvo con…< Mierda olvidé su nombre > Pensó.—¡Lo siento Margarita, no fue a prop&
Alejandro ingresó a la habitación de aquel hotel aspirando el aroma delicioso a hierbas aromáticas y sándalo, no era de sus aromas preferidos, pero había algo más delicioso en el ambiente, algo muy sensual que despertaba todos sus sentidos al darle un aire de seducción al sitio. María Elena salió del baño embutida en un camisón de seda transparente color negro, que le llegaba a los tobillos abierto a cada lado mostrando sus bellas piernas, debajo del cual había un precioso conjunto de lencería a juego en encajes, lo que la hacía lucir deliciosamente provocativa y sexy hasta más no poder.—¡Joder! – exclamó impresionado por lo hipnótico de la imagen.—¡Me alegra que te guste! – esa mujer no lo perdonaría en este momento y más aún cuando su cuerpo reaccionaba
A las seis con treinta y cinco de la tarde se encuentra Alejandro Del Toro esperando frente al edificio donde vive María Elena Castro con sus padres, un sitio de bien en una zona de excelente estatus social, llena de edificios de lujo y parques temáticos donde los niños tienen todo tipo de recreación y diversiones. Suspira recordando a su Capullo cuando era solo una bebé y dejaba su vida para darle el tiempo que ella necesitaba de él. Hoy en día es una copia de su madre y aunque ya no siente nada al respecto, su corazón sigue sin funcionar para el amor aunque no se niegue a ello.Mira el reloj y rueda los ojos por la tardanza de la chica. Decide llamarla, pero no contesta; no es amigo de la puntualidad y le desagrada esperar. En su familia siempre ha reinado la puntualidad y si comienza con este tipo de irresponsabilidades su madre no lo tomará en serio con esta chica. Resopla y decide irse cuando un