Capitulo 3

Lo miro furiosa al igual que él me mira a mí, aunque parece que él lo hace con asco.

Me incorporo y vuelvo a la sábana que él ha arrojado al suelo para poder taparme.

—¡Se te va a infectar!

—¿Cuál es tu nombre y cuánto hace que estás aquí?

Mi labio superior tiembla, mis piernas parece que van a fallar, él es imponente, y yo un saco de huesos.

—¡Tengo que llamar a mi madre! Debe estar muy preocupada.

Se esfuerza por sonreír de medio lado, lo que hace que una gota de sangre penetre su boca. Se limpia asqueado.

Localizo la puerta, la cual esta cerrada. Solo se me ocurre la idea de correr, aunque esté descalza. Necesito salir de aquí y volver a casa.

Recojo la sábana colocándola bien alrededor de mi cuerpo, dispuesta a correr como si no existiera un mañana, su mano agarra mi brazo con fuerza.

—¿Qué necesitas?

Frunzo el ceño algo confusa, paso la lengua por mis labios resecos, los cuales duelen cada vez que abro la boca. Clavo mis ojos en él y suelto lo primero que se me pasa por la cabeza.

—Llamar a mi madre.

—Me refiero a curarme la herida.

Trago en seco, nunca he suturado una herida real, solo en las prácticas, y eso me pone muy nerviosa, ¿por qué habré dicho esa estupidez?

—Guantes, gasas, jeringuilla con aguja del 25, pinza...

—¡Aprobada, Cassy! —me interrumpe—. Dejaría que practicarás conmigo, pero aprecio demasiado mi rostro.

Entonces no entiendo por qué ambos estamos perdiendo el tiempo hablando de esto, ni que fuera un maldito examen.

La puerta se abre, Mario, el motivo por el cual he llegado hasta aquí, clava sus ojos en mí y luego en el hombre herido.

—Me la voy a llevar.

—Puedes explicarme cómo coño ha llegado hasta mi cama.

—Tenía fiebre, muchas chicas llegaron enfermas, no había más camillas y tuve que traerla aquí, pensé que no estrías.

Me aferro a la sábana, mi labio superior vuelve a cobrar vida, me encantaría saltar sobre Mario y molerlo a golpes, pero creo que no es una buena idea.

—¡Vamos, camina!

Trago en seco, lo que sea que haya allí  fuera sé que no será nada bueno, y que prefiero mil veces quedarme dónde estoy y no ver el resto de lo que me espera.

Mario camina hasta mí en cuánta se da cuenta de que no pienso obedecer.

—He dicho que camines.

—Iba a curarme la herida.

—Esto no le va a gustar a tu hermano, Oliver.

Oliver, primer dato, tengo otro nombre aparte de Mario.

—Que la llamen Cristal no significa que la vaya a romper...

¿Cristal? ¿Cómo puede saberlo?

—En tus manos todo se rompe, Oliver.

—Esta vez procuraré ser cuidadoso.

—Alejando dice que esta chica es muy importante para cerrar el trato.

¿Qué trato? No sé qué es mejor, quedarme a ser rota o irme con Mario a descubrir el trato. O simplemente volver a acomodar la sábana y salir corriendo y que sea lo que Dios quiera.

—No voy a tocarla —clara Oliver.

Respiro hondo al igual que lo hace Mario, y de nuevo aparto mis ojos de ese mentiroso indeseable.

Oliver hace una mueca y le indica la salida a Mario. En cuanto cierra la puerta, vuelve la mirada hacia mí.

—¿Por qué lo has hecho?

Vuelvo a lamer mis secos labios, lo que me hace pensar en que agradecería algo para hidratarlos.

—Toma asiento, Cristal.

—Mi nombre es Casandra.

Asiente aprobando para luego fruncir el ceño y acercar su rostro a tan solo unos centímetros del mío.

—Alejando va a venderte a uno de esos jeques del petróleo que llevan turbante y mueren por chicas como tú.

Se me eriza la piel con cada palabra que sale de su boca.

—¿Ese es el trato?

—No, vamos a ponernos cómodos y a conocernos un poco. ¿Sabes quién soy?

—No...

Camina hasta llegar a su vestidor, busca entre la ropa y saca una camiseta holgada, la cual me la tira a la cara.

—Puedes ponerte mi ropa hasta que te pueda conseguir otra cosa.

Asiento. Pero no me la voy a poner delante de él.

—Gracias —murmuro, para no parecer una maleducada.

—Sé quién es tu padre, y tiene algo que es muy valioso tanto para mi hermano como para mí.

—Mi padre está muerto.

Oliver tensa la mandíbula y vuelve a mirarme.

—Ambos sabemos que está vivo.

—Mi padre murió cuando yo todavía era un bebé.

—Dime algo Cristal...

—¡Cassy o Casandra! —lo corrijo de inmediato, sintiéndome muy nerviosa.

—Vives por encima de tus posibilidades, acudes a la mejor universidad, y tienes el teléfono móvil más caro del mercado, no te puedes permitir eso con la miseria que gana tu madre. Pero Albert se encarga de mantenerte, ese hombre al cual quieres más que a nada, al cual llamas casi a diario, le mandas fotos hasta de lo que comes, pero solo lo ves en navidad...

Flashback:

Mamá me miró más preocupada de lo habitual. Mis maletas ya estaban puestas en el maletero y ella todavía no estaba preparada para que yo me fuera.

—Nunca hables de él, Cassy. Ni con nadie que diga conocerlo, ni te fíes de cualquier extraño que quiera llevarte con tu padre. Él está muerto, y jamás digas lo contrario.

Papá seguía vivo y coleando, aunque jamás pude disfrutar de una relación fraternal como otra chica normal. Cuando era niña no conseguía entenderlo, siempre le extrañaba, verlo una semana al año no era suficiente. Con el paso del tiempo lo fui entendiendo, papá tenía un trabajo peligroso, y yo debía estar al margen de su vida.

—Nunca permitas que nadie sepa quién eres.

A mamá la consumía esa incertidumbre en la que vivía, aunque durante el tiempo que estábamos juntas ella vivía más tranquila, pero una vez que me fui, sé que jamás volvió a conciliar el sueño con la misma tranquilidad.

Fin del Flashback.

Debo negarlo hasta el final.

Mi padre está muerto.

Mi padre está muerto.

Me repito esa frase una y otra vez para convencerme a mí misma. Para que Oliver me crea.

—Tengo tu documentación, Cristal. La original —confiesa erizándome la piel. —Sé perfectamente quién eres.

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