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Capítulo 1 Más que amigas

―No seas tan aguafiestas, Rachel, te aseguro que esta noche nos divertiremos como nunca.

Muerdo mi labio inferior con nerviosismo. No creo que haya sido una buena idea engañar a mis padres diciéndoles que esta noche me quedaría a dormir en casa de Vicky. Bueno, a decir verdad, no es del todo mentira. Voy a quedarme con ella, pero la principal razón por la que lo hago es porque vamos a celebrar mi cumpleaños en un club nocturno de la ciudad. Se le ha metido en la cabeza que tal celebración debe ser un hecho trascendental y apoteósico. En lo particular, preferiría quedarme en casa con ella, ver alguna película romántica, preparar palomitas y beber jugo de arándanos hasta reventar. Me sentiría más segura y tranquila. Pensar en ese lugar, me tiene con el estómago revuelto y con ganas de vomitar.

―¿Qué te parece si mejor nos quedamos aquí y tenemos una noche de chicas? ―le propongo, animada―. Podríamos ir a la tienda por algunos bocadillos, rentar películas y cuando nuestros párpados se caigan debido al cansancio ―estoy hablando tan rápido que me quedo sin respiración―, nos mudamos a tu habitación y me cuentas acerca de las aventuras fantásticas que has vivido en ese club en el que trabajas.

La miro a través del reflejo del espejo, a la espera de que me responda con una afirmación. Sin embargo, mi propuesta parece no haber logrado su cometido. De un momento a otro, deja de apuntar el secador hacia mi cabello para disparar aire caliente hacia cualquier dirección. Me mira a los ojos con incredulidad, como si acabara de salirme una nueva cabeza. Apaga el secador, lo deja sobre el tocador y me rodea para quedar frente a mí.

―Espero que lo que acabas de sugerir sea solo una broma tuya de muy mal gusto ―me dice en tono de reproche―, porque llevo mucho tiempo planeando esta ocasión especial para ti y no pienso desistir a última hora ―cruza los brazos sobre su pecho, me lanza una mirada recriminatoria que me hace sentir avergonzada por intentar disuadirla, cuando lo único que ha hecho es preocuparse por mí. No me atrevo a responder, mucho menos a mirarla a la cara―. Rachel, mírame por favor.

Aun avergonzada, hago lo que me pide. Me contempla con una mirada cálida y dulce que puede derretir las capas de hielo del Polo Norte. Me gustaría ser tan confiada y segura como ella, sin embargo, soy todo lo contrario.

―Lo siento ―niego con la cabeza―. No quise decepcionarte.

Suelta un bufido, se sienta al borde del tocador.

―Nunca voy a decepcionarme de ti, cariño ―sonríe comprensiva―, eres la chica más dulce, inocente, bondadosa y especial que he conocido en toda mi vida, sin embargo…

Calla durante algunos segundos, mientras organiza las ideas dentro de su cabeza para lanzarme su acostumbrado discurso motivacional de, esfuérzate y hazlo. Me preparo para recibir el gran chaparrón que se me viene encima, conozco a mi amiga y sé lo intensa que puede ser en ocasiones. Es una mujer decidida y arrojada. Cuando se le mete una idea en la cabeza no hay quien la detenga.

―Lo sé, Vicky, pero es que no me siento bien mintiéndole a mis padres ―inhalo profundo―. Es la primera vez que lo hago.

Eleva la mano y me acaricia la mejilla con el dorso de sus dedos. Ella es mi mejor amiga y, a decir verdad, la única que tengo.

―Rachel, ya tienes veintiún años y hasta ahora no has disfrutado ni un solo segundo de tu vida ―no es la primera vez que me lo dice―, no permites que ningún chico se acerque a ti y, a estas alturas de tu vida, ni siquiera has recibido un beso.

Mis mejillas se llenan de rubor.

―Mamá, papá y tú siempre me besan.

Sé a lo que se refiere, no obstante, prefiero no hablar al respecto. No estoy acostumbrada a hablar sobre asuntos tan privados e íntimos como ese.

―Tú mejor que nadie sabe que no es a ese tipo de besos al que me refiero.

Giro la cara para evadir su mirada. Se inclina y apoya la palma de su mano en su mejilla derecha para obligarme a que la mire a los ojos. Luego coge mis dos manos y las sostiene entre las suyas.

―Te la pasas metida en la iglesia siguiendo los pasos de tu madre, una fanática religiosa cuyo único propósito en esta vida, es seguir, al pie de la letra, todas las instrucciones de ese padre al que no le tengo ninguna confianza.

Ella está equivocada. El reverendo Graham es un hombre bueno cuya misión es ayudar a todos sus feligreses.

―Todos confían en él ―le explico―. Es un hombre de Dios.

Rueda los ojos.

―No es sobre él que quiero habar en este momento, sino sobre ti.

Asiento en acuerdo.

―No estoy en contra de tus padres, no me malentiendas, pero me preocupa que tu madre se la pase, metida en esa iglesia, rezando durante las veinticuatro horas del día, creyendo ciegamente en todo lo que dice ese tipo que no hace más que manipularlos a su antojo. ¿No te das cuenta de que fue él, el que los puso en mi contra? ―menciona con enojo―. Desde que ese supuesto reverendo me vio contigo, tu madre me mira de otra manera ―niega con la cabeza―. Tú mejor que nadie sabe que si les mentiste fue, porque por culpa de ese engendro del demonio ahora me consideran una mala influencia para ti.

Suspiro con resignación.

―Ellos tienen sus propias creencias, pero no significa que también sean las mías.

Asiente en acuerdo.

―Lo sé, cariño, pero no es eso lo que quiero decir ―se explica al ver que no entiendo su punto de vista―. Ese padre es mala semilla, no sé por qué, pero veo cierta malignidad en él que me produce escalofríos.

Sonrío divertida.

―Estás exagerando, Vicky.

Le digo risueña.

―¡Exagerando! ―comenta de modo dramático―. Tu madre considera cualquier expresión terrenal como un acto de blasfemia y me mira como si fuera la personificación del demonio vestida de mujer.

Agrega con tristeza.

―Ellos no lo hacen con mala fe, Vicky ―intento justificarlos―.  Sí, reconozco que en ocasiones se extralimitan, aunque lo hagan para protegerme ―encojo mis hombros―. Intentan hacer lo mejor que pueden por mí.

Sonríe comprensiva.

―Mi queja no es por ellos, me explico, no estoy en contra de sus creencias religiosas ni intento, de ninguna manera, decir que aquello está bien o está mal. Es mi punto de vista y es solo válido para mí ―aclara su punto―. Sé que tus padres tienen las mejores intenciones para ti, eres su única hija y te aman como los padres buenos y amorosos deben hacerlo, pero tienes que darte cuenta de que se trata de tu vida y que tú misma debes tomar tus propias decisiones ―entiende su brazo y me toca con su dedo a punta de mi nariz―. Date la oportunidad de conocer más allá de ese mundo que te han enseñado, descubrir y discernir entre lo bueno y lo malo de la vida, que tus fracasos y tus triunfos sean solo tuyos y de nadie más. Al final, serás tú la que decida lo que te conviene… la única responsable de tus propias decisiones.

Sé que sus palabras están llenas de verdades, pero no tengo el valor para ser una chica diferente a lo que soy. Carezco de lo necesario para serlo. Tuve una educación muy conservadora y fui criada con unos valores morales muy estrictos. Mis padres son bastante ortodoxos y siempre se han preocupado para que mi comportamiento sea ejemplar y se apegue a lo que ambos consideraban como correcto, según su propia filosofía. No quiero defraudarlos y, si descubren que he puesto un pie en un lugar como al que Vicky tiene planeado llevarme esta noche, me encerrarán en un convento para toda la vida y arrojarán la llave a un precipicio sin fondo para que nunca pueda volver a salir de allí.

―Es que no quiero meterte en problemas ―le explico preocupada―, si ellos se enteran de esto, me apartarán de ti y nunca más podré volver a verte ―conozco a mis padres, sé que ellos no la verían nunca más con buenos ojos y no estoy dispuesta a perder su amistad, aunque muchos consideren que no me conviene―. Además, no pretendo contradecirlos, porque los decepcionaría si termino haciendo algo que los lastime ―le aclaro en un hilo de voz. Respiro profundo, no puedo evitar que algunas lágrimas escapen de mis ojos―. No quiero hacerte daño, sé lo importante que es esto para ti, pero tienes que comprender que no soy capaz de hacerlo ―niego con la cabeza―. Sé que mi vida difiere, en muchos aspectos, de la tuya ―le tiendo una mirada suplicante―. No quiero que me malentiendas, pero esto es lo que soy, Vicky, estoy conforme y feliz con ello ―levanto una de mis manos y aparto la humedad de mi rostro―. Es todo cuanto necesito ―niego con la cabeza―. No aspiro a nada más.

Su mirada se suaviza y, puedo divisar a simple vista, lo acuosos que sus ojos azules se han puesto.

―Lo sé cariño, eres la chica más sencilla y desinteresada que he conocido en toda mi vida ―expresa en tono orgulloso―. Nunca te obligaría a hacer algo que vaya en contra de tu voluntad o que afecte de alguna manera la relación que tienes con tus padres ―sonríe con dulzura, suelta mis manos y limpia sus lágrimas con disimulo―. ¿Qué te parece si vamos a comer en algún restaurante de la ciudad? Conozco un lugar fantástico en el que venden la mejor comida del mundo ―sugiere emocionada y, me satisface ver, que no hay ninguna señal de molestia o incomodidad en su rostro por haberla hecho cambiar de opinión―. Pediremos cerveza para mí ―señala en su dirección con su dedo pulgar―, y jugo de arándanos para ti ―exclama con voz cantarina, apuntándome con su dedo índice de manera juguetona―, tu favorito. Luego regresaremos a casa, veremos películas y conversaremos hasta que nuestras gargantas queden secas y exhausta.

Suelto un chillido de felicidad y salto sobre ella, para estrecharla en un fuerte y gran abrazo. Adoro a mi querida amiga, es todo lo que tengo después de mis padres.

―Gracias, Vicky, eres la mejor amiga de todas.

Lleno su cara de besos mientras reímos a carcajadas y damos saltitos de felicidad, como dos pequeñas hermanas.

―No, Rachel, soy tu única y verdadera amiga, porque todas esas jóvenes de la iglesia que conoces como tal, tienen la cabeza llena de ideas arcaicas que sus padres les han inculcado para lograr convencerlas de que se conviertan en monjas o para que terminen casándose con el primer hombre que ellos escojan ―expresa con frustración―. Es el único interés que tienen en la vida, porque es lo único que conocen y lo único que conocerán el resto de sus vidas ―asiento en acuerdo, lo que la hace sonreír orgullosa y satisfecha―. Pediremos un taxi, tengo toda la intención de emborracharme, pero beber y conducir no hacen buena dupla ―alega con responsabilidad―. Quiero que volvamos sanas y salvas a casa, soy casi cuatro años mayor que tú y eso me convierte en la hermana responsable ―me conmueve el tono protector con el que lo menciona―. Así que es mi deber cuidar de ti en todo momento. 

Sonrío agradecida y respondo con un asentimiento de cabeza. Tengo el presentimiento de que esta noche será la mejor de toda mi vida.

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