Nos vemos más tarde con un nuevo capítulo.
Ruedo los ojos. ¿Qué está esperando para hacer lo que le digo? Por supuesto, no esperaba menos de esta santurrona. Es la respuesta normal de una chica falta de experiencia, cohibida y recatada. «¿Qué esperas sacar de esto, Lud? ¡Un absoluto y rotundo nada! Deshazte de ella y mándala a echar del club. Ya tienes suficientes problemas como para sumar uno nuevo. Además, ¿qué nuevas experiencias puede aportarte una chica tan insulsa como esta? Tienes cosas importantes que hacer como para perder tu tiempo con juegos de niños» Concuerdo con el pensamiento. No obstante, cuando estoy a punto de renunciar al plan que había trazado desde un principio, me quedo atónito cuando la mojigata eleva sus manos y envuelve sus dedos blancos y perfectos alrededor de mi pulgar. Fijo la mirada sobre la suya y, debo admitir, que esos preciosos ojos violetas acaban de lanzar un hechizo poderoso sobre mí. ¿Qué carajos? ¿Por qué tengo la extraña sensación de que puede traspasar mis corneas, colarse hasta lo pro
Froto mi miembro de arriba abajo, mientras la observo temblar como una gelatina. Es preciosa, no me cabe ninguna duda de ello, pero, por lo demás, no hay ningún atractivo en ella que me interesa más que lo que esconde entre sus piernas. ―¿A qué esperas? Ruedo los ojos. No me gusta esperar y odio tener que rogar por atención. Nunca lo he hecho y tampoco será ahora. El cuándo y el cómo los determino yo. ―No… No puedo hacer esto… ―menciona balbuceante―. No soy ese tipo de chica. ¿No es ese tipo de chica? ¿Qué estupidez está diciendo? Me levanto del sillón y me acerco a ella. ―¿No tienes coño? ¿Eres una loba disfrazada de humana? ¿Una extraterrestre? ―¿quién dijo que no podía tener un poco de diversión? Sus ojos se desorbitan y me mira como si me hubiera vuelto loco―. Al menos que seas alguna de ellas, no veo otro problema aquí para que acates mis órdenes y hagas lo que se te ha pedido. Aprieta los brazos alrededor de sus pechos para ocultarlos de mí. ―¡No soy una mujerzuela! ―grita
Me siento como en las nebulosas. Mi cerebro ha dejado de funcionar, ya no puedo diferenciar entre el bien y el mal, ni lo que es correcto de lo incorrecto. Lo supe desde el mismo momento que estuvo parado frente a mí. Olía a pecado, perversión y peligro. Un olor inigualable, delicioso y atrapante. Algo dentro de mi ser me advirtió del riesgo al que me estaba exponiendo, sin embargo, y, a pesar de que intenté resistirme con todas mis fuerzas, no pude hacer nada al respecto. Él ejerce una fuerza gravitacional sobre mí que me atrae a él sin que pueda resistirme. ¿Es así como huele el demonio? Sus manos son ásperas, seguras y decididas. Sabe dónde tocar y cómo hacer vibrar el cuerpo de una mujer. Me gusta, no puedo negarlo, no obstante, sé que después de que recobre la consciencia voy a arrepentirme de esto. «El demonio es hábil y poderoso, Rachel. Usará cualquier herramienta para convencer, engañar y atraparte. No puedes dejar que te tiente, que te convierta en una puta pecadora. Pert
No entiendo a qué se refiere. ¿Está diciendo que irá por mí? Me levanta de su regazo y me pone de pie sobre el piso. Temblorosa y avergonzada, dirijo las manos hacia mi ropa y me visto con torpeza. «Si me aceptas, limpiaré tus pecados y te convertiré en una chica virtuosa. Soy el único que tiene el poder del perdón, pero, a cambio, tendrás que aceptar ser mía. Te prometo que pondré el reino de Dios a tus pies» Estoy ardiendo de la vergüenza, revolcándome en el charco de la culpa una y otra vez, convencida de que, aunque suplique por perdón, nada me va a librar del gran castigo que recibiré a cambio por ser una sucia pecadora. ―Lo siento, Rachel, no debí dejarte sola ―indica Vicky, mientras me obliga a girarme―. Sabía que este club era un sitio peligroso para alguien como tú, sobre todo, conociendo bien a la clase de hombre que tengo por jefe. Mantengo la mirada clavada en el piso, mientras escucho sus palabras de disculpa. No tiene por qué culparse de algo que yo misma provoqué. D
¿Qué carajos te pasa, Lud? Vengo haciéndome esa misma pregunta desde que abandoné el camerino de Victoria. Sigo sin poder asimilar lo que sucedió dentro de esa habitación. ¡Joder! Juro por Dios, que, si alguien me hubiera dicho que una jovencita tan remilgada como ella sería capaz de llamar mi atención, me habría reído a carcajadas en la cara de maldito imbécil. Sin embargo, para mi mayor sorpresa, sigo curiosamente consternado. Hasta este preciso instante no entiendo cómo se dieron las cosas. Se suponía que iba a atosigarla, ponerla nerviosa, darle un escarmiento bien merecido por meter sus narices en asuntos que no son de su incumbencia. En cambio… Me paso las manos por la cara en señal de impotencia. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Esos putos y maliciosos ojos son los culpables! «Y esos pechos preciosos, llenos y redondos, la forma en que su lengua se deslizaba por su labio inferior, sus gemidos, el movimiento de sus caderas al buscar contacto con tu polla, frotándose contra ella com
¿Qué hizo ese hombre conmigo? Intenté huir del demonio e hice todo lo posible por escapar de su poderosa e inevitable atracción, pero fue imposible hacerlo. Entrar al infierno tenía su costo y estaba segura de que pagaría un alto precio por mi error. No debí abrir los ojos, a pesar de su amenaza, cuando me lo pidió que lo hiciera. No obstante, me sentí tan atraída, curiosa e intrigada por su voz grave y profunda, cuyo tono hizo que todos los poros de mi piel se erizaran, que no pude resistirme. Quería ver a qué tipo de hombre pertenecía esa voz que podría ser capaz de sacar a los muertos de su tumba con un simple llamado. Sin embargo, cuando lo tuve pegado a mí, tocando cada rincón de mi cuerpo con el suyo; cada cosa que había en mi cabeza, las razones, mis corazonadas, las advertencias que relampagueaban como centellazos potentes dentro de mi cerebro, todo eso se evaporó como el humo en el aire. Cuando sus manos tocaron mi piel sentí como una especie de descarga eléctrica que hi
Atravieso el corredor, determinada y decidida a expiar mis culpas. Abro la puerta que conduce al patio y salgo al exterior para recibir la lluvia divina que proviene del cielo. Una vez que mis pies tocan la grama, la lluvia comienza a bañar mi cuerpo hasta empaparlo. Caigo de rodillas al piso y le suplico al señor por su perdón. ―Lo siento, lo siento, Señor ―lloro y ruego con desconsuelo―. No debí ir a aquel lugar, no fue mi intención desobedecerte, tampoco intento excusarme, pero no tuve otra opción más que hacerlo ―rodeo mi cuerpo con los brazos para apaciguar el intenso frío que está a punto de congelarme―. El padre siempre me lo advirtió, me dijo en varias ocasiones que el demonio me asechaba, sin embargo, nunca pude verlo ni sentir su presencia a mi alrededor… hasta esta noche. Sin poder evitarlo, sus ojos verdes se cuelan dentro de mi cabeza para tomar control de mis pensamientos y hacerlos suyos. En un instante vuelvo a revivir todo el placer que me hizo sentir cuando estuve e
No puedo concentrarme en lo que estoy haciendo. Maldigo la hora en la que obligué a Rachel a venir a este club. Sigo moviendo mi cuerpo al ritmo de la música, intentando cumplir con mi trabajo tal como lo he hecho hasta ahora, sin embargo, no puedo apartar mis pensamientos del instante en que abrí la puerta de mi camerino y la conseguí en los brazos de Ludwig. ¿En qué demonios estaba pensando ese imbécil? Ella no es su tipo de chicas, así que no entiendo qué es lo que pretendía hacer con ella. ―¿Cuánto quieres que te pague para que lo hagas, dulzura? La voz del senador me expulsa súbitamente de mis pensamientos. ―Eso no va a ser posible, cariño, soy de las chicas a las que solo puedes mirar, pero no tocar. Estoy hasta la coronilla de este baboso. Se lo dejé bien claro: no realizo mamadas y no tengo sexo con mis clientes. Bailo y entretengo, pero no permito que ninguno de estos imbéciles ponga sus manos sobre mí. ―Todas tienen su precio ―canturrea en tono arrogante―. Puedo pagarte