―Tenías razón, Vicky, en este sitio venden la mejor comida del mundo, esta hamburguesa está deliciosa ―exclamo, mientras mastico con gusto el gran mordisco que acabo de darle―, y las papa, madre mía, son las más doradas y crujientes que he probado en toda mi vida ―suelto un gran gemido de deleite mientras tomo una de ellas y la empapo con suficiente kétchup―, creo que, incluso, voy a pedir un servicio adicional.
Vicky sonríe orgullosa, mientras sorbe un trago de su botella de cerveza.
―Te lo dije ―coloca la botella en la mesa, coge una de las papas de su plato y sonríe con picardía al hundirla en su boca con un gesto tan obsceno y sensual que hace arder toda mi cara―, es la mejor comida de la ciudad, vengo cada vez que tengo la oportunidad de hacerlo.
Observo alrededor para percatarme de que nadie nos haya pillado. No obstante, me asombro al descubrir que, todas las personas que se encuentran a nuestro alrededor, están entretenidos con sus propios asuntos; riendo y divirtiéndose, sin importarles lo que hacen los demás.
<<No seas tan mojigata y disfruta de la noche especial que te ha regalado tu amiga. No actúes como una maniática. Vive tu vida y deja de preocuparte por lo que digan o hagan los demás >>
Un par de horas después, cerca de las diez de la noche, me quedo pasmada de la sorpresa cuando escucho a toda la multitud corear al unísono el feliz cumpleaños. Al mismo tiempo, me percato de que uno de los empleados del local camina sonriente en nuestra dirección con un enorme pastel entre sus manos que ha sido decorado con hermosos tonos rosa. Mis ojos se anegan de lágrimas. Cierro los ojos e inhalo profundo. Las emociones me sobrepasan.
Al abrirlos de nuevo, la mirada oscura y amigable del chico está puesta sobre mí. Mi corazón da un vuelvo. Por primera me permito imaginar que ese chico sencillo, apuesto y joven, está aquí por mí y no porque soy la agasajada de la noche. No obstante, comprendo que solo está cumpliendo con su deber. No hay nada especial en mi apariencia que pueda interesarle a un chico como él, incluso, a cualquier otro. Despierto de mi ensoñación y vuelvo al presente.
Suelto un jadeo de emoción. Me tapo la boca con las manos y comienzo a llorar delante de todos. Vicky y el resto de las personas que se hallan en el local entonan las notas finales de la canción. Es la primera vez que recibo una sorpresa tan fantástica como esta. Me inclino y, emocionada, soplo y apago las velas. Cierro mis ojos y pido el deseo, desde el fondo del alma, de encontrar a alguien que me quiera por lo que soy y dejen de rechazarme por lo que ven en el exterior.
Abandono mis pensamientos al escuchar los gritos y aplausos enardecidos de todos los presentes. Giro la cara y fijo la mirada en el rostro de mi querida amiga.
―Feliz cumpleaños, Rachel ―anuncia emocionada, mientras desliza sobre la mesa una pequeña caja blanca envuelta con un listón rosa―, espero que te guste el regalo que con mucho cariño escogí para ti.
Me quedo sin habla. No era necesario que me obsequiara nada más, porque esta noche ha sido la mejor experiencia de mi vida. Uno de los mejores regalos que alguien jamás me haya dado.
―No era necesario…
Niego con la cabeza. Estoy tan emocionada que tengo la sensación de tener algo atravesado en el medio de mi garganta que me impide seguir hablando.
―Solo ábrelo, Rachel ―elevo la mirada cuando escucho que su voz suena temblorosa. Un par de lágrimas se deslizan por su delicado rostro, gesto que derrite mi corazón. Somos un par de tontas románticas y sentimentales sin remedio―. Eres mi mejor amiga ―indica con la voz temblorosa―, quise demostrarte con este sencillo obsequio lo mucho que tu amistad significa para mí.
Con manos temblorosas tiro del lazo y destapo la caja. Abro los ojos como platos y suelto un jadeo en cuanto veo el precioso medallón con forma de corazón partido por la mitad que hay en su interior.
―Vicky…
Menciono con un sollozo.
―Es la otra mitad de mi corazón ―me explica al sacar la cadena que está escondida debajo de su blusa. Quedo fascinada cuando veo colgada de ella la otra parte que le falta al corazón que acaba de regalarme―. Cada mitad lleva grabada dos caracteres y estas son las primeras letras de cada una de las palabras que conforman la frase que nos describe como lo que somos ―menciona con un susurro―. Al unirlas ―acerca su mitad y la coloca junto a la mía para completar la figura―, se forma la frase “mejores amigas por siempre”, porque eso es lo que somos.
En su corazón están las letras BF y, en el mío, las dos restantes. Juntas se lee el acróstico BFFE. La tomo entre mis manos y lloro como una tonta, enternecida por el profundo significado que encierran esas sencillas, pero significativas palabras. Tiendo mis brazos por encima de la mesa y le doy un abrazo tan fuerte como el de un oso para demostrarle lo agradecida que me encuentro por el gesto.
―Te quiero, Vicky, ―le indico emocionada―, eres una de las personas más importantes de mi vida y agradezco que te hayas convertido en la hermana que mis padres nunca me dieron.
Finalizado el conmovedor momento, se levanta de la silla, rodea la mesa y me ayuda a colocarme la cadena. Toco con mis dedos el dedicado tejido intrincado y lo recorro lentamente. Esta joya acaba de convertirse en mi tesoro más preciado, incluso, en el objeto más valioso de mis pertenencias. Volvemos a nuestras sillas, picamos el pastel y lo compartimos con las pocas personas que quedan en el lugar. Cerca de la media noche, cuando estamos a punto de abandonar el local para irnos a casa, su teléfono comienza a repicar con insistencia.
Arruga su entrecejo cuando mira la pantalla y se dispone a contestar la llamada.
―Hola, Robert.
Responde con timidez, lo que me causa intriga. Escucha con atención lo que le dicen al otro lado de la línea. Bufa, resignada, antes de suministrarle la dirección del lugar en el que estamos.
―Tenemos que irnos, Rachel ―me informa, preocupada―, debo atender una emergencia en el trabajo.
No hago ninguna pregunta al respecto. Vicky es bastante reservada con lo que a su trabajo se refiere. Sé que es bailarina en un club nocturno, me lo confesó una noche en la que el tema principal de conversación era la sinceridad. No ahondamos en detalles, prefirió no contarme nada acerca de los pormenores escabrosos que existen detrás de su otra vida, una que pocos conocen, y los motivos que la llevaron a tomar aquella determinación. No la juzgué y tampoco me importó nada acerca de todo lo que me contó. Ella es mi amiga y nuestra amistad está por encima de cualquier circunstancia.
Al salir al exterior nos encontramos con las calles completamente desoladas. Las pocas personas que quedan se dirigen hacia sus autos para abandonar el lugar.
―No te preocupes, Vicky, pediré un taxi ―le sugiero―. Vete tranquila a tu trabajo, me las apañaré sola.
Su mirada está llena de culpabilidad.
―A esta hora no encontrarás ninguno en esta área ―explica avergonzada, mientras baja la vista hacia sus pies―. Había acordado con Sam que lo llamaría para que viniera por nosotras, pero ahora no podré hacerlo ―calla por algunos segundos―. Él no conoce nada de mi vida secreta y no estoy lista para contárselo.
Mi corazón palpita de angustia con su confesión. Ahora, ¿cómo saldremos de este lugar?
De repente, una impactante y lujosa limusina negra se detiene delante de nosotras. Abro los ojos con asombro al ver salir del interior a un hombre muy apuesto. Se abotona su chaqueta de diseñador y, con pasos decididos y apresurados, se acerca a mi amiga. Sin embargo, lo que más me causa impresión es descubrir el rubor que ha aparecido en las mejillas de mi amiga. Es la primera vez que noto que un hombre logra intimidarla.
―Entra al auto, Vi ―ordena con su tono de voz profunda y grave al abrir la puerta trasera del vehículo―, no hay tiempo que perder.
Ella ignora su orden y se queda parada en el mismo sitio.
―Lo siento, Rob, pero no puedo irme de aquí sin antes resolver el problema que tengo ―le explica decidida―. Como puedes ver, estoy acompañada de mi amiga y, de ninguna manera, pienso dejarla botada en este pueblo desierto.
El hombre gira su cara y me observa con curiosidad. Creo que hasta ahora es consciente de mi existencia.
―Lo siento, Vicky, pero no puedo desviarme y tampoco puedo esperar a que alguien venga por ella ―observa el reloj de oro que lleva puesto en su muñeca, luego le devuelve la mirada―. Si no nos vamos ahora mismo, tendremos serios problemas con Lud y, esta noche, lo que menos te conviene es hacerlo enojar más de lo que ya está.
Cruza los brazos sobre sus pechos y la presión hace parecer que estos están a punto de salirse por el escote de su vestido. Alza su barbilla en señal de rebeldía para hacerle entender al hombre que ella está decidida a no mover un solo pie de este lugar hasta que le ofrezca una solución que la deje completamente satisfecha.
―Olvídalo, Rob ―niega con la cabeza―, no iré a ninguna parte sin ella ―le indica, decidida―. Además, es mi noche libre y nada me obliga a cambiar mis planes para resolver el lío que otra provocó con su irresponsabilidad ―se mantiene, es sus trece―. Tu jefe es consciente de que soy la chica que aporta más ingresos a su club, así que decídete de una vez por todas. Resuelve mi problema o seguimos discutiendo hasta que envejezcamos y nos salgan canas en el cabello.
Hola, estoy de regreso con nueva historia. Espero contar con su compañía de aquí en adelante. Saludos.
El gigante la observa con incredulidad, molesto por la actitud desafiante de mi amiga. Jamás en la vida me atrevería a hablarle de esa manera a un hombre tan intimidante e imponente como él. ―¡Maldición, Vicky! Estás desafiando a tu suerte, más te vale que razones antes de que compliques más esta situación. Sin embargo, y, a pesar de la amenaza, Vicky permanece inmóvil, decidida y dispuesta a conseguir lo que se propone. Ambos quedan sumergidos en lo que parece una batalla de miradas al estilo del lejano oeste. Ninguno quiere ceder. No sé por qué, pero tengo la impresión de que detrás de esta disputa hay escondido algo grande, que va más allá del asunto de la emergencia. Unos minutos después es el hombre quien da su brazo a torcer. ―Suban al auto, iremos directo al club y la ocultaremos en uno de los camerinos ―espeta el hombre, con enfado―, la llevaré a su casa en cuanto tenga la oportunidad de hacerlo, pero Lud no puede verla Vi o nos meteremos en un gran lío. Vicky asiente con
―¿Estás bien, Rachel? Inhalo profundo. No puedo mentirle a mi mejor amiga, puede reconocer con mucha facilidad cuando lo hago. Así que prefiero ser sincera y le digo la verdad. Aparto la mirada de la ventana y la desvío en su dirección. ―No me siento bien haciendo esto, Victoria ―bufo con preocupación―. Tengo un mal presentimiento acerca de esto. Me le quedo mirando a los ojos. Espero que me comprenda. ―Lo sé ―bufa resignada―, pero no tuve otra opción. Se justifica, avergonzada. ―Es que… ―callo durante algunos segundos―, ir a ese lugar me pone muy nerviosa e incómoda. Me observa angustiada. ―Por favor, no te enfades conmigo, Rachel ―indica en tono de culpabilidad―. Era traerte conmigo o dejarte a la buena de Dios ―niega con la cabeza―. Y dejarte abandonada en aquella calle, nunca fue una opción para mí. Sonrío, agradecida. Me acerco a mi amiga, la abrazo y recuesto mi cabeza en su pecho. ―No estoy enojada contigo, Vicky, sé que no tienes nada que ver con lo que está pasando.
―Vamos, Rachel, no hay tiempo que perder ―indica apresurada―. No quiero que las indiscretas de mis compañeras nos descubran y luego vayan corriendo con el chisme para quedar bien con el jefe y ganar méritos con él. Hago lo que me pide sin rechistar. No obstante, noto con desconcierto el nuevo mundo que se abre ante mis propios ojos. Paredes oscuras, cuadros gigantescos con mujeres posando desnudas y mostrando sin pudor lo que deberían mantener oculto, luces rojas en el techo, lámparas de diamante, pisos tan relucientes como un espejo que puedes mirarte en ellos, plantas ornamentales para decorar áreas específicas y pantallas colgando de la pared mostrando las mismas imágenes y emitiendo la misma canción en cada una de ellas. Trago grueso. Mi corazón late apresuradamente. ¿Qué tipo de lugar es este? Mi cuerpo comienza a vibrar al mismo ritmo de la música ensordecedora que está a punto de reventar mis tímpanos. Casi al mismo tiempo tengo que elevar la mano para proteger mis ojos del ef
La noche tuvo un mal comienzo. La situación se puso color de hormiga cuando una de mis bailarinas decidió faltar a sus labores. Sin embargo, una jugada maestra de mi parte y, con la eficiente colaboración y ayuda de mi hombre de mayor confianza, pude salir triunfante del atolladero. Ahora me encuentro con esta nueva situación. ¿Qué otra sorpresa más me aguarda esta noche? Mucho me temo que tendré que evaluar con más rigurosidad el desempeño de mi equipo de seguridad. No admito fallas como estas, sobre todo, si se trata de la protección de mis trabajadores y de los socios de club. Me olvido de tema de seguridad y vuelvo a concentrarme en la rubia. ¿Qué le sucede? ¿Acaso es ciega? ¡Esto era lo que me faltaba! Bufo con enojo y decido ocuparme de inmediato de a situación. Mantengo la mirada fija sobre la controversial figura que concentra toda mi atención. ¿Cómo hizo esta mojigata para evadir la seguridad del club y colarse en el interior sin ser vista? ¡Juro que van a rodar cabezas! E
¿En serio? ¡Joder! Al parecer, nada de lo que hago sale como quiero. Fastidiado y, a punto de hartarme de la m****a de día que estoy teniendo, alzo a la mojigata entre mis brazos para recostarla en el sillón y esperar a que vuelva a la consciencia. La observo desde lo alto y, no sé por qué, pero esta chica provoca algo desconocido en mi interior. ¿Qué demonios, Lud? ¿En qué estás pensando? Suelto un manotazo en el aire y me doy la vuelta para abandonar la habitación e ir por Robert para que se encargue de ella y la eche a la calle sin que nadie se percate de su presencia. No voy a arriesgarme a que algún cliente curioso se le ocurra venir a fisgonear por esta área y se encuentre con ella. Podrá ser muy hermosa, pero su aspecto solo conseguirá desprestigiar la fama y el prestigio del club. ¿Quién en estos tiempos se viste de tal manera? Coloco la mano en la manija de la puerta, sin embargo, no llego a girarla, porque un ruido repentino y escandaloso capta mi atención, lo que me obliga
Ruedo los ojos. ¿Qué está esperando para hacer lo que le digo? Por supuesto, no esperaba menos de esta santurrona. Es la respuesta normal de una chica falta de experiencia, cohibida y recatada. «¿Qué esperas sacar de esto, Lud? ¡Un absoluto y rotundo nada! Deshazte de ella y mándala a echar del club. Ya tienes suficientes problemas como para sumar uno nuevo. Además, ¿qué nuevas experiencias puede aportarte una chica tan insulsa como esta? Tienes cosas importantes que hacer como para perder tu tiempo con juegos de niños» Concuerdo con el pensamiento. No obstante, cuando estoy a punto de renunciar al plan que había trazado desde un principio, me quedo atónito cuando la mojigata eleva sus manos y envuelve sus dedos blancos y perfectos alrededor de mi pulgar. Fijo la mirada sobre la suya y, debo admitir, que esos preciosos ojos violetas acaban de lanzar un hechizo poderoso sobre mí. ¿Qué carajos? ¿Por qué tengo la extraña sensación de que puede traspasar mis corneas, colarse hasta lo pro
Froto mi miembro de arriba abajo, mientras la observo temblar como una gelatina. Es preciosa, no me cabe ninguna duda de ello, pero, por lo demás, no hay ningún atractivo en ella que me interesa más que lo que esconde entre sus piernas. ―¿A qué esperas? Ruedo los ojos. No me gusta esperar y odio tener que rogar por atención. Nunca lo he hecho y tampoco será ahora. El cuándo y el cómo los determino yo. ―No… No puedo hacer esto… ―menciona balbuceante―. No soy ese tipo de chica. ¿No es ese tipo de chica? ¿Qué estupidez está diciendo? Me levanto del sillón y me acerco a ella. ―¿No tienes coño? ¿Eres una loba disfrazada de humana? ¿Una extraterrestre? ―¿quién dijo que no podía tener un poco de diversión? Sus ojos se desorbitan y me mira como si me hubiera vuelto loco―. Al menos que seas alguna de ellas, no veo otro problema aquí para que acates mis órdenes y hagas lo que se te ha pedido. Aprieta los brazos alrededor de sus pechos para ocultarlos de mí. ―¡No soy una mujerzuela! ―grita
Me siento como en las nebulosas. Mi cerebro ha dejado de funcionar, ya no puedo diferenciar entre el bien y el mal, ni lo que es correcto de lo incorrecto. Lo supe desde el mismo momento que estuvo parado frente a mí. Olía a pecado, perversión y peligro. Un olor inigualable, delicioso y atrapante. Algo dentro de mi ser me advirtió del riesgo al que me estaba exponiendo, sin embargo, y, a pesar de que intenté resistirme con todas mis fuerzas, no pude hacer nada al respecto. Él ejerce una fuerza gravitacional sobre mí que me atrae a él sin que pueda resistirme. ¿Es así como huele el demonio? Sus manos son ásperas, seguras y decididas. Sabe dónde tocar y cómo hacer vibrar el cuerpo de una mujer. Me gusta, no puedo negarlo, no obstante, sé que después de que recobre la consciencia voy a arrepentirme de esto. «El demonio es hábil y poderoso, Rachel. Usará cualquier herramienta para convencer, engañar y atraparte. No puedes dejar que te tiente, que te convierta en una puta pecadora. Pert