1. Vacíos

                 

«Una gota de amor, puede curar un mar de tristeza». Anónimo.

***

Por la madrugada.

Después de un largo rato llorando, logró quedarse dormida, sin darse cuenta que comenzó a amanecer. De pronto unos golpes en la puerta la despertaron…

 —Buenos días, hija ya son las 5:30 am, ¿Clarissa, me oyes? ¿Ya te levantaste? 

 — ¿Cómo? —la chica, respondió arrastrando la voz, sorprendida de escucharlo tan temprano.

— ¿Te quedaste dormida?, acuérdate que acordaste de ir a ayudar al huerto, se nos hace tarde.

La voz de Hugo se escuchó divertida.

 —Ah, sí ya voy —respondió—. Lo que me faltaba ‘levantarme cuando no tengo ganas’ —Clarissa, susurró enfadada y se cambió con rapidez.

 Desde que salió de su habitación, sintió el viento correr, de inmediato percibió cómo su cuerpo se estremecía ante el frío. Cerró la cremallera de su chamarra; mordió sus labios, sabiendo que nada lo haría desistir de aquella idea, a la cual, la joven no le puso atención el día anterior. Caminaron con tranquilidad hacia el huerto, Clarissa observó asombrada como a su tío, parecía que no le afectaba la baja temperatura que había. Mientras ella inclinaba su rostro hacia el cuello de su chaqueta, intentando cubrirse.

La joven, sabía que solo a él se le podía ocurrir algo así, y como siempre se encontraba con esa sonrisa; la que deseó borrar en ese instante, mientras ella no paraba de temblar.

Después de tres horas hincados, colocando semillas, quitando hierba, instalando palos para alzar las matas de las plantas, el frío que tenía se volvió un gran calor. Finas gotas de sudor brotaban sobre su frente; por si fuera poco, su estómago inició a sentir los estragos del hambre, cuando deseaba pedirle que pararan, Hugo se levantó y comenzó a sacar costales de tierra y abono, se las empezó a pasar deseando seguir haciendo más cosas.

 «¿Acaso, este hombre no se cansa», se preguntó. 

Observó a su tío tan concentrado en el «Mueve aquí, quita allá, saca esto, coloca lo otro, corta aquí; has allá», que intuyó que no estaba dispuesto a poner un alto, en todo el día.

«¡Oh Dios! ¿Qué hago para detenerlo?», se cuestionó, de manera desesperada.

Después de un par de horas más, escuchó lo que esperaba desde hacía mucho tiempo:

—Por hoy, es suficiente.

La joven sintió un gran alivio.

—Vamos a tomar un baño para poder ir a desayunar. —Hugo sonrió al ver la cara de agotamiento, en su sobrina.

— ¿Ducharnos? —cuestionó con espontaneidad.

Su tío carcajeó al escucharla.

—No pensarás que en estas condiciones nos vamos a sentar a recibir el alimento más sagrado del día, ¿O sí? —ladeó sus labios, divertido.

 «¡Voy a desfallecer!», pensó con aquel vacío en su estómago.

 —Tienes razón —comentó mirándolo, avergonzada, entonces, se movió lo más rápido para llegar a su habitación y ducharse, no tardó más de quince minutos en hacerlo, luego de cambiarse por ropa cómoda, bajó a prisa hacia el comedor, para alimentarse.

****

 Luz, la mujer que le presentó su tío, se encontraba terminando de preparar el desayuno. Al llegar al comedor, Clarissa escuchó cómo movían algunos utensilios en la cocina, por lo que se dirigió con ella para ayudar. Reconoció que hacía tiempo que no sentía apetito de esa manera, quizás dos o tres meses que no disfrutaba del aroma de la comida, pero esta vez era diferente. 

Su tío llegó momentos después se dirigió a la cocina, sonrió al ver que su sobrina se encontraba ahí, colaborando con Lucy. Supo que habían tenido un muy buen comienzo con sus labores ocupacionales, aunque él también moría de cansancio y estaba famélico.

Un rico olor a café de olla endulzado con piloncillo y canela, estimuló aún más el apetito de ambos, sumados a los deliciosos huevos estrellados con chilaquiles verdes, hizo que el estómago de todos los presentes, clamara. En cuanto el plato se sirvió sobre la mesa del comedor, la chica sin dudarlo comenzó a alimentarse con rapidez.

 —Te vas a atragantar, Clarissa. —Su tío la miró sorprendido.

La joven hizo una mueca apenada, percibieron el color carmesí sobre sus mejillas.

—Lo… lamento —comentó avergonzada.

Hugo se sintió complacido al escucharla, era cuestión de no bajar la guardia con sus técnicas para hacer que continuará alimentándose y comenzará a cambiar la vieja rutina, que se había hecho en el convento, después de que algo terrible, le sucedió.

 Cuando por fin terminaron, recogió las cosas de la mesa, lavó los platos y los utensilios que utilizaron. Estaba por despedirse, justo en ese momento, su tío la miró y frunció el ceño, pero ella no comprendió…  «¿Por qué?»

— ¿A dónde vas? El día aún no termina —comentó divertido—, recuerda que nos falta ir a la casa hogar a cuidar de las niñas.

La joven abrió los ojos sorprendida. Sabía que lo único que deseaba era descansar de esa mañana tan pesada, sin embargo, comprendió que no podría. Observó a su tío sonreír, si no fuera porque era un sacerdote, juraría que disfrutaba de ver su cansancio, ‘al recordarle que el día aún no terminaba’.

***

Horas más tarde.

Fernando observaba la bella panorámica de la ciudad, detrás de la acristalada ventana de su oficina. Su mirada reflejaba una profunda nostalgia, que lo desbordaba, después de que se reunió con Xavier, uno de los antiguos compañeros de quien fuera su prometida, y le contó que ya se habían construído las residencia sustentables en las que Montse, había realizado los planos.

El corazón del joven se sacudió al saberlo, pasó saliva con dificultad, al haber estado a lado de la chica en aquel sueño que tenía y en el que se había esforzado tanto, pasando noches completas en vela, para que todo quedara perfecto.

Sacó de uno del bolsillo de su pantalón, el único objeto que conservaba de ella: Un relicario en forma de corazón con una mariposa, en relieve, era oro blanco con finos cristales incrustados en las alas de aquel insecto morado, en las alas.

Cerró sus ojos evocando aquel momento especial:

Eran las 8:00 pm cuando ingresaron a uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad de Madrid, España, el lugar se encontraba rodeado por grandes espejos, simulando los muros.

Fernando se encontraba con la boca entreabierta al observar lo hermosa que se veía con vestido corto a un hombro en tono blanco, bordado en delicadas flores en dorado.

Aquellos rizos que caían sobre su rostro le enmarcaban sus hermosas facciones, su vista se fijó en sus encendidos labios, rojo carmín, presionó sus dientes con fuerza para no lanzársele y recorrer su exquisita piel.

Presionó con fuerza sus puños e inhaló profundo para contener la dureza de su cuerpo ante la sensualidad que transpiraba. Justo en aquella cena Montse llevaba los planos de aquel proyecto sustentable en el que trabajó mucho.

—Mi jefe quedó maravillado, con la presentación que realice —sonrió con emoción—, estoy segura que la gente se convencerá de adquirir casas que cuiden el ambiente —señaló ceceando.

La mirada de Fernando se llenó de un gran brillo al escucharla.

—Estaba seguro que sería todo un éxito, has trabajado mucho, por eso —indicó—. Brindemos por una de las mejores arquitectas del país. —Alzó su copa, lleno de gran admiración hacia ella.

Montse se emocionó y sonrió con un brillo especial en su mirada.

—Me la voy a creer —expresó—, apenas me comienzo a abrir camino, espero que le guste mi trabajo a tu padre —dijo y chocó su copa a la de su prometido.

Fernando tomó una bolsa de regalo de tamaño mediano y se la entregó a su chica.

—Te compré un presente —refirió sin poder dejar de mirarla.

Montserrat mordió su labio con fuerza y suspiró profundo.

—Muchas gracias —respondió sacando un fino estuche de terciopelo más grande que la palma de su mano, entonces lo abrió y apareció aquel fino relicario, su mirada se cristalizó al abrirlo y observar una fotografía en su interior de ambos, juntos.

***

El sonido de la puerta, hizo que sacudiera su afligido rostro, pasó uno de sus dedos sobre sus ojos y limpió aquellas lágrimas que amenazaban con asomarse.

—Adelante —ordenó, en ese instante observó a Lorena una de las asistentes de la empresa, entrar.

—¿Qué deseas? —indagó con amabilidad.

La joven ingresó contoneando sus caderas con sensualidad, sonrió con un brillo en su mirada al verlo.

—Me mandan para que me autorice estos gastos —indicó—, son de su padre —señaló.

Fernando inhaló profundo y rodó los ojos al ver la suma de dinero que era.

—Dile a mi padre que venga —ordenó con seriedad.

La joven lo miró fijamente y se inclinó para tomar los documentos que le llevó dejando mostrar un poco su escote.

—Enseguida lo hago. —Guiñó un ojo coqueta y salió balanceándose de la misma forma en la que llegó.

Fernando giró su rostro y la ignoró, sabiendo que en su corazón no había cabida para nadie.

****

¿Será que ya no volverá a enamorarse, nuestro atractivo Fer Poce?

Gracias por leerla.

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