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Alpha Caleb
Alpha Caleb
Por: Selena Bonnet
Introducción ☾

—Señorita Lamont, el Concejo Licántropo, alega que usted fue la culpable de todas las catástrofes que se han formado en los últimos días. ¿Se declara culpable?

Me declaro culpable.

Una punzada de dolor me atraviesa el alma.

Todos en la sala me miran con un odio que abrasa mi piel, piensan que lo hice, que yo soy la mala en este cuento plagado de monstruos. Lo que no saben, es que aquí nadie es el bueno o el malo. Existen secretos crueles.

Todos están manchados de sangre.

Incluso yo.

—No —miento en voz alta —. Yo no fui la culpable. Ellos mienten.

El silencio sepulcral me pone de los nervios.

El juez masejea sus manos examinando cada movimiento que hago.

—Entonces, ¿por qué ellos la acusan? Tengo entendido que usted guarda el cuerpo del Alpha Real con el único fin de hacer desaparecer la raza licántropa.

—Eso es completamente mentira —alzo la voz, indignada —. Caleb no está muerto…Él duerme.

La rabia trepa por mis venas, declarando que tengo que controlarme para que no me maten.

Ya no soy una simple humana, que está rodeada de bestias desterradas.

Me aclaro la garganta y prosigo:

—No he matado a nadie. Cómo voy a matar a la única persona que amo con todo mi corazón. Hay cosas que ni yo misma sé —explico atropelladamente, sintiendo la mirada de desprecio del público que se distribuye por las gradas de piedra.

Los que desean mi cabeza son brujas, licántropos y vampiros.

Me culpan de querer matarlos a todos.

Me sudan las manos, las tengo empapadas de sudor que resbala por mis muñecas. Bajo las manos en mi regazo para esconderlas y que nadie se de cuenta.

—¿Qué ponía en esa supuesta carta, señorita Lamont? —cuestiona el ayudante del juez.

Tengo la necesidad de escapar, pero no puedo hacerlo. Estoy aterrada y no tengo escapatoria.

—Eso no es de su incumbencia.

—¿Era del rey vampiro? —insiste el juez supremo.

—No lo sé —mascullo —. No sé... ¿Vale? Yo no vine para destruir nada.

—¿Como explica que tenga la marca de hechizos de magia negra en el brazo? —pregunta la Hechicera Mayor —. Esa marca sólo se graba en la piel cuando intentas hacer un hechizo lleno de maldad.

Trago saliva.

Las caricias de Caleb regresan en un recuerdo fugaz.

—Hice un hechizo... —hago una pausa —. Pero no para lo que ustedes creen.

Los murmuros hacen eco en mis oídos, llegando al punto de querer morir.

—¡Silencio! —exclama el juez supremo —. Gracias por su colaboración, señorita Lamont. Ahora una última pregunta.

Asiento.

—¿Es usted Katherine Jacksonn? Su parecido es impresionante.

—No.

Mi corazón late desbocado, amenazando con salir mi pecho.

—¡Miente! —asegura la Hechicera Mayor —Está mintiendo.

El juez se levanta de su trono, junto con sus ayudantes. El estruendo que hace su silla al echarse para atrás, hace que cierre los ojos por la molestia. Las lágrimas se escapan de mis ojos al saber que todo está perdido para mí.

No soy Katherine.

Ella está...

—Señorita, usted queda culpable por los cargos que se le imputan —declara el juez —. Será ejecutada al alba.

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