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Capítulo 4 ☾

CALEB

—¡Me ha dado un puto rodillazo en el pene, madre! —vocifero en dirección al MacBook que está descansando sobre el escritorio de madera.

Las facciones de mi madre se fruncen, para nadie es secreto que no me cree.

—Vamos, Caleb hijo, no es para tanto. Eres un licántropo fuerte, lo vas a superar —asegura madre.

Detrás de ella puedo observar el gran ventanal que da vista a los bosques de Alaska, la nieve cae bañando los pinos y abetos de esos diminutos pocos de nieve. Por primera vez en años, añoro esa sensación. El calor de mi tierra, la naturaleza y el olor a bosque húmedo.

—¿Qué no es para tanto? Casi nos queda sin descendencia, es una bruta.

De solo recordar sus acciones me da un intenso dolor de cabeza. Por la Luna, ¿qué compañera me regaló? Yo pensaba que sería más colaborativa, más responsable...

—¡Tonterías! No seas tan dramático, ¿qué dirían los alphas de otras manadas al escucharte? Debes dejar de quejarte, hijo mío. Tuviste mucha suerte al encontrar a tu alma gemela, algunos licántropos no lo logran, o sus compañeras mueren o se escapan con otros.

Elevo una ceja molesto.

—Ella literalmente escapó de mí.

—Porque no sabes cómo seducirla, animal —contraataca.

—¡No hablare contigo de cómo seducir a mi mate! Es vergonzoso.

Grace Delacroix me mira por la pantalla del ordenador como si quisiera matarme.

No dudo en que podría hacerlo, es una de las antiguas Lunas más fuertes de mi manada, pero soy su hijo así que su conciencia no se lo permitiría. Las hembras lobas son demasiado protectoras, más que las humanas, en serio, llegan a limites extremos.

—Está bien, voy a colgar —empiezo a desplazar el cursor de la pantalla.

—¡Espera, no me has dicho como es!

—Enana, cabezota y agresiva —le describo a mi mate con una pizca de burla —. También es bonita, inteligente y orgullosa.

Una estúpida sonrisa se escapa de mis labios, rápidamente la tapo con el dorso de mi mano para que nadie se dé cuenta.

—¡Acabas de sonreír! —grita ella.

—No lo hice —bufo.

—¿Quién ha sonreído, cielo? —una voz masculina entra en escena. M****a lo que faltaba, mi padre.

Cuelgo antes de que se pongan a relatar por milésima vez como se conocieron en ese día caluroso en las maldivas. Ambos iban de vacaciones junto a sus amigos y se conocieron. ¿Pero qué cojones hago hablando de esto?

Tengo muchas cosas importantes en las que centrarte, una de ellas es esa gatita salvaje.

Katherine Lamont.

Solo tengo deseos de encerrarla en mi cama y nunca más dejarla salir. Deseo tanto hacerle travesura de las que nunca se podrá olvidar. Recuerdo su cuerpo, no estaba tan delgada, sus pechos eran perfectos y ese trasero. Oh m****a, creo que me estoy calentando como un adolescente hormonado y virginal. Pero es imposible no imaginar esas hebras negras como una noche oscura en las sabanas de mi cama.

Siendo mía, solo y exclusivamente para mí.

Pero una cosa es segura.

No suelo rendirme, así que ella tendrá que dejarse seducir por su bestia.

☾ ☾ ☾

KAT

Reviso nuevamente mi cocina antes de entrar en el salón. No hay nada de ella. La cocina esta como la dejé ayer antes de irme con Daniel, limpia y sin ningún cacharro en la encimera. En el salón tampoco hay rastro de ella, es como si se hubiera ido.

Mamá no puede hacer eso.

Tampoco tengo llamadas suyas, por lo que no se ha preocupado en llamarme. Tan solo no está.

Me tome el tiempo de llamar en su trabajo, en el hospital dicen lo mismo, ella debería haber entrado en la madrugada, su turno era de doce a nueve de la mañana. ¿Como es posible que no esté aquí? Estoy preocupada, últimamente este lugar no es seguro. Hay muchos robos y asesinatos.

El sonido del timbre resuena en las paredes de mi casa, me espanto y doy un paso hacia atrás. Tragando saliva retomo el camino hacia la salida respirando con dificultad.

Siento como mi cuerpo tira hacia la puerta, no puedo hacer mucho por controlarlo.

—¿Sí....? —digo con un hilo de voz a descubrir de quien se trata.

Cuando abro la puerta me encuentro con ese ser, vestido con una camisa blanca con las mangas arremangadas hasta los codos y un par de botones desabrochados dejando que su firme pecho luzca como un paisaje delicioso. No puedo negarlo, se ve sexy.

Su cabello está echado para atrás con gomina, brilla gracias a los rayos del sol que se detienen en su cuerpo.

Me observa desde arriba con una sonrisa ladeada, sus labios carnosos me tientan a besarlos. No lo hago. No puedo hacerlo, es un desconocido. Uno que es un psicópata que viene a cobrarse la patada que le metí ayer.

Pero no puedo evitar sentir este magnetismo hacía él.

—¿Tú que mierdas haces aquí? —le espeto.

Su sonrisa se ensancha.

—Vengo a comerte. ¿Vas a dejarme, bonita? —se inclina susurrando ronco.

Yo frunzo mi ceño y hago fuerza para cerrar la puerta, es demasiado tarde, su pie se cuela en mi casa deteniendo mi acto.

—Muy mal eso de cerrarme la puerta en la cara, Katherine. Trataba de seducirte —confiesa burlón.

Se me escapa una carcajada.

—Seduce a la vecina pues, quiero verte hacer el ridículo. Será divertido —musité, intentando patear su pierna, pero era imposible hacerlo sin que abriera más la puerta y eso no iba a pasar.

—¿Quieres que seduzca a la vieja de al lado? —cuestiona divertido.

—Ajá.

—Pero yo vine a follar contigo.

Le doy un pisotón a su pie.

—Maldito pervertido, ¡llamaré a la policía! Lárgate inmediatamente.

Él se ríe de mí. Intenta entrar más a mi casa, pero se lo niego, echo la cadena para que no pueda pasar.

—No le tengo miedo a la policía —dice sonando relajado —Déjame entrar, necesito aclarar las cosas contigo. Prometo no ser pervertido.

—Deberías estar muy cagado ahora mismo, estás acosando a una menor —intento hacer que se vaya.

—No mientas, gatita. Ambos sabemos que tienes la edad legal para que seas mía —puedo sentir como sonríe —. Leí tu tarjeta de identificación.

—¡Primero! No te atrevas a decirme de nuevo gatita, y ¡Segundo! Lárgate de aquí o te pego.

—Tal vez podamos solucionar esa agresividad en la cama. O yo puedo mostrarte la mía mientras te enseño a gemir.

Entalló su mano en el hueco de la puerta, su chillido rápido ingresa en mis oídos, obtengo satisfacción y lástima al mismo tiempo.

—¡Pero que salvaje eres! —me regaña adolorido.

—Suelo serlo cuando me acosan.

Se mantiene en silencio un momento, yo pego la oreja en la puerta para ver qué está tramando. Su pie sigue atrapado entre el hueco, y puedo escuchar su respiración agitada. Un mal presentimiento me cruza por el pecho, respiro hondo sacudiendo la cabeza. Oigo varios pasos que se dirigen a mi casa, serpenteando las hojas caídas.

—Katherine, cierra la puerta y escóndete —ordena duro.

Retira el pie rápidamente y cierro la puerta de un portazo. Por alguna razón no puedo moverme, pero tampoco escuchar. Mi cabeza está pegada en la puerta, solo puedo oír unos susurros. ¿Y si es mamá? ¿Y si él le quiere hacer daño?

Un gruñido feroz atraviesa el aire, cierro las palmas de mis manos asustada. Tengo que controlar mi respiración, así que empiezo a sacar y entrar aire de mis pulmones sin alterarme.

Tengo a un psicópata fuera de mi casa.

Y seguramente a alguien allí afuera.

La puerta retumba cuando un cuerpo choca contra ella. Suelto un grito y me aparto asustada, respiro entrecortadamente asimilando todo. No puedo creer que esto esté pasando. Bien, debo tranquilizarme.

Es real, tengo que actuar.

Gemidos de dolor llegan a mis oídos, descubrí que proviene de Caleb. Mi pecho se encoge del dolor por oír eso, no lo entiendo, debería alegrarme de que esté dañado y me deje en paz.

Lo último que percibo antes de abrir la puerta es el charco de sangre que se desplaza por debajo de la entrada. Abro la puerta y mi corazón se detiene.

—¡Caleb! —chillo arrodillándome —. ¿Qué ha pasado?

Su camiseta blanca está ensangrentada con tres rasguños enormes en su pecho, la sangre no para de salir de su cuerpo y estoy a punto de tener un ataque de ansiedad. Intento incorporarlo, ya es tarde, sus párpados se han cerrado.

—Ey... —tocó su mejilla, un relámpago de electricidad me atraviesa.

Una pena terrible inunda mis sentidos.

No puedo dejarlo aquí, no puedo dejar que muera.

Tengo la necesidad de sanarlo y hacer que se sienta mejor. Así que como puedo, lo arrastro poco a poco hacia mi casa. Lo tiendo en el pasillo de la entrada y me giro para cerrar la puerta con los tres candados que tiene.

¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué siento una conexión que no existe? ¿Por qué me importa que mi acosador pueda morir?

Oh, cielos.

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