4: Academia de licántropos

Observo el edificio hecho de ladrillos viejos y con una torre que tiene un gran reloj. No ha cambiado nada este lugar desde que me fui. Sigue siendo un lugar oscuro, húmedo y lleno de secretos. Siento como alguien me observa a lo lejos, haciendo que me gire y me encuentre con un monte inmenso. Llego a ver cómo el monte se mueve solo, logrando que me sienta algo mareada. Qué raro es esto. No siento ninguna presencia... Muevo mi cabeza haciendo caso omiso y sigo mi camino hacia la escuela de licántropos.

Mientras más me acerco, siento una mezcla de olores... ¿Qué olores? Apesta a otros lobos. Toco mi mochila, esperando que no huelan el paquete que tengo. Lobos fuera de la manada de mi familia me olfatean, buscando mi esencia. Desde niña no tengo olor o aroma como ellos lo llaman, según ellos. De por sí, nací con un aroma que no es igual al de los licántropos normales. Los miro por encima de mis hombros, ganándome gruñidos de parte de ellos. Otra de mis características es que ningún licántropo me intimida. Puedo mirarlos a los ojos cuanto se me pegue la gana. Se sorprenden por mi inmunidad y yo les sonrío con humildad.

—Iris, no intimides a los que no son de nuestra manada. Recuerda el tratado de las cinco naciones, ya no somos enemigos. —me aconseja mi madre, acercándose a mí.

—Tu manada. —corrijo, haciendo que gire sus ojos.

—Toma, te toca el salón A-210. —me extiende un papel y cuando lo voy a tomar, lo aleja de mí. —Por favor, compórtate y representa bien a tu familia. —giro mis ojos y asiento.

—Trataré. —respondo, tomando el papel de sus manos y girándome.

—¡Te amo! —me grita con cariño, haciendo que mi cara se prenda de un color rojo.

Algunos estudiantes se burlan por la actitud tan apegada de mi madre. Me despido con ella moviendo mi mano. En esta escuela estoy sola, no soy parte de mi manada y menos de las otras cuatro. Sí, otras cuatro, ya que existen solo cinco naciones donde los licántropos tienen más poder.

¿Qué son las cinco naciones? Están compuestas por las tierras que sobrevivieron a las guerras atroces de los humanos. Solo fue una parte del mundo que sobrevivió a las radiaciones que emitían cada bomba que ellos mismos enviaban. Pero centrándonos más en el mundo licántropo... solo existen cinco manadas en el mundo, por eso también su llamado. Sí, en el mundo, ya que todo desapareció en la última guerra mundial por tierras limpias y fértiles. Ni los humanos ni los alfas quieren que uno pase fuera del territorio de las cinco naciones. Algunos dicen que es un mundo vacío donde solo las almas oscuras caminan sobre él. Otros dicen que la naturaleza está tomando en sus manos esas tierras devastadas. Puede que ambas teorías sean ciertas. Estoy segura de que hay más cosas maravillosas fuera de estas cinco naciones sin reglas.

Llego al aula que me toca y observo que la mayoría de los estudiantes son de la manada de mi familia. Me siento en la primera fila, analizando el salón por completo. Creo que aquí era mi salón de tercer grado o cuarto.

—Oye, esa es Iris —escucho cómo susurran los que se sientan detrás de mí.

—Está guapa. —sonrío al escuchar eso de parte de uno de mis primos.

—Qué idiotas, es nuestra prima —dice una de mis primas, haciendo que se callen.

Miro las enormes ventanas y me encuentro con el parque para cachorros. En mi mente aparecen varias imágenes de mi infancia. Observo fijamente el lugar con los ojos bien abiertos.

—No eres parte de nuestra manada, Iris —dicen los niños empujándome y otros se acercan a mí en su forma lobuna. —No te puedes convertir en loba, aunque estuviste practicando con tu bisabuela antes de que muriera —me echan en cara enseñando sus dientes afilados. —Estás m*****a por la Luna —escucho cómo me gruñen preparándose para saltar sobre mí, yo solo cierro mis ojos para sentir las punzadas de sus dientes.

—Aléjense, si no quieren que los tome por el cuello —escucho demandar a una voz, haciendo que abra mis ojos y me encuentre con una loba blanca con ojos oscuros gruñendo. —Iris, levántate —ordena mi prima, Killa.

Todos mis compañeros se callan y se alejan de mí, mirando a mi prima con miedo. Pasan por su lado con la cola entremedio de sus patas mientras ella les gruñe. Mi prima Killa es mayor que yo por solo un año. Va a ser una futura luna, según las sabias de la manada. Al igual que mi bisabuela, esperan mucho de ella como la próxima alfa de la manada central.

Me levanto y camino hacia donde ella, cojeando ya que unos cuantos me habían mordido la pierna. Esta me mira preocupada y se acerca a mí, haciendo que me apoye en ella. Si no fuera que he llorado tanto por la pérdida de mamá, ahora estaría llorando.

—Gracias, Killa —le agradezco y me doy cuenta de que ha crecido, ahora tenemos la misma estatura.

—Oye, hoy es 30 de octubre... —comenta Killa moviendo su cola y con tono alegre. La miro sin entender. —Felicidades, hoy cumples ocho años de vida —se me había olvidado...

—Gracias —agradezco nuevamente, tratando de sonar alegre, aunque no me siento orgullosa de cumplir ocho años.

—Es mejor curarte las heridas, Iris —dice Killa. Niego, tirándome al suelo cansada.

—Solo tengo que esperar unos minutos y estaré como nueva —le aclaro. Desde que tengo memoria, me curo rápido cuando tengo una herida. Creo que es por mi sangre de licántropo.

Ya han pasado casi dos años desde que mi bisabuela murió. Siento cómo unas voces entran a mi mente, haciendo que cierre los ojos. Tengo que contenerlas... Abro mis ojos cuando las voces se desvanecen, encontrándome con las miradas de rechazo de los demás lobos, me miran con odio, y junto a ellos, Anastasia.

Muerdo mi labio inferior al recordar sus miradas, y mis manos se forman en puños. Dejo de mirar el parque y respiro hondo; debo concentrarme más en mi plan. Miro mi mochila y muevo nerviosamente mi pierna al pensar que alguien podría oler lo que llevo dentro.

—No quiero estar aquí. — susurro soportando el dolor de cabeza alejando los recuerdos.

Escucho cómo suena el timbre, haciéndome armarme de paciencia y de valor para afrontar este día. Más estudiantes entran y se sientan en sus respectivos pupitres. Puedo notar que también entran alumnos de otra manada; parece que esta horrible escuela ha ganado prestigio.

—Bueno, es hora de la clase —contemplo cómo una maestra joven entra contenta al salón. Esta comienza a acomodar las cosas en su escritorio con una energía muy positiva, lo que me hace sentir incómoda. —Oh, hoy tenemos a una nueva estudiante —menciona al terminar lo que estaba haciendo. "Ay no, no, no, no y no." —Iris González González, por favor preséntese a la clase —ordena, señalando al salón.

—Ya he estudiado aquí, así que no creo que sea importante presentarme —aclaro, sonriendo cálidamente, haciendo que mis primos rían por mi comentario.

—Bueno, pero no todos estábamos cuando estudiabas aquí. Un ejemplo, yo —explica señalándose. Si no fuera tan amable, creo que retaría su autoridad.

—Bien... —me levanto y miro hacia mis compañeros de clase. —Hola, mi nombre es Iris González y tengo 16 años —me presento y miro a la maestra, esperando que esté satisfecha con esa información.

—Por el apellido, puedo apostar que eres de la manada central —afirma, a lo que no contesto. —¿Y qué piensas hacer en el futuro?

—No soy parte de ninguna manada —le aclaro en un susurro serio—. Y en el futuro, pienso estudiar medicina veterinaria, tener una familia y una vida estable —la maestra me mira atónita, al igual que los presentes, por mi forma de ver mi futuro.

—¿No te interesa ser alfa o beta o.…? —me interrumpe.

—No, en realidad no —le contesto entrecortado, haciendo que la maestra note que no quiero seguir contestando preguntas personales—. ¿Algo más? —le pregunto, y ella niega.

Asiento y me siento nuevamente en mi pupitre. Escucho cómo alguien corre hacia nuestro salón y, cuando entra, veo a mi querida prima, Killa, entrando agitada. Todos en el salón se emocionan al verla. Después de todo, están viendo a la futura luna y alfa de la manada central.

—Lamento haber llegado tarde —se disculpa, mirando al salón.

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