Adiós, ex. Nuestro contrato terminó
Adiós, ex. Nuestro contrato terminó
Por: Liny D. Reina
CAPÍTULO 01 «Apuesta»

El celular de Valeska sonó en medio de la noche, cuando finalmente estaba logrando descansar. Era Theo, para ser exactos, era el hombre con el que firmó un contrato que declaraba su estado civil de casados, pero que, de ninguna manera, llegó a ser un hombre amoroso, no más que el primer año de matrimonio.

Deseaba seguir descansando, pues todo el día había estado en el hospital cuidando de su madre, quien estaba terminando su recuperación y, de paso, terminaba de hacerse unos chequeos prenatales. Hace tres meses, un impulso de Theo bajo los efectos del alcohol la dejó embarazada, pero aún no decidía si decírselo o no. El médico le había aconsejado que, desde el aborto espontáneo anterior, quedar embarazada de nuevo ya era un milagro, por lo que debía prestar aún más atención al descanso.

Con un poco de lentitud y aturdimiento contestó, su voz apenas podía distinguirse en medio del ruido y música que se escuchaban de fondo. El ajetreo de la gente en el fondo de la llamada, era testigo del sitio en el que se encontraba.

—Valeska, necesito un documento. Estoy en el club con unos clientes discutiendo un proyecto, ¿puedes ir a la oficina y traerlo?

—¿No puedes enviar a tu asistente a recogerlos? Está demasiado tarde y la oficina está al otro lado de la ciudad, el club, ni se diga —susurró en una pequeña queja mientras estiraba su cuerpo en la cama.

La noche ya estaba avanzada, lo que provocaba que la llamada de Theo fuera mucho más molesta de lo habitual. Tenía la costumbre de llamar para pedirle cosas; sin embargo, nunca se atrevió a importunarla antes de que saliera el sol.

—Mi asistente está muy ocupado —respondió tajante—. Además, solo puedo confiar en ti para encomendarte un documento tan importante para la compañía. ¿Crees que te haría venir hasta acá por un asunto que otra persona podría resolver con facilidad?

Podría decirse que siempre era lo mismo, dejó a un lado su tono frío del comienzo, lo cambió por uno más suave, más persuasivo. A pesar de que Valeska fuera consciente de que estaba intentando manipularla, sentía que no tenía más opción que hacerlo, pues, eso le ahorraría demasiadas decisiones en cuanto él por fin regresara a casa.

»Ah, y trae también un set de ropa para que Celine se cambie —agregó—. Su figura, más o menos como la tuya, debería servirle.

Sus labios carnosos se apretaron con fuerza, casi como si estuviera tragándose una maldición. Su mano libre se hizo un puño al costado debido a la gran molestia que sentía; estaba casi rompiéndose la piel. Con todas sus fuerzas trató de mantener la calma frente a su gran descaro; sin embargo, esto estaba a punto de terminar, solo necesitaba resistir un poco más, solo, un poco más.

—Está bien —soltó a regañadientes, no quería discutir, no cuando ya estaba saboreando la libertad.

Tomó el cambio de ropa que él había pedido, de la misma que ella llevaba. De hecho, tomó una de las prendas que más le gustaban a Theo, solo para que él las viera sobre el cuerpo de esa mujer. No le importaba, ya había dejado de sentir algo por él.

Se dirigió a su oficina y puso la misma contraseña que la de su casa mientras soltaba una risa amarga. ¿Qué debía esperarse de él? Si ambas eran el cumpleaños de esa mujer.

Fue en busca de sus documentos y condujo hasta el club. Su asistente la esperaba en la entrada, caminaba de un lado para otro mientras frotaba sus manos e intentaba soplarlas para calentarlas; se veía impaciente. Sin embargo, cuando la vio a la distancia, acercándose a él, abrió los ojos con sorpresa.

—¿Realmente vino? —Cuestionó lo obvio, pero había incredulidad en su voz.

Valeska lo miró con confusión, incluso escondiendo un poco su molestia frente a su pregunta, pues, si él hubiera ido a buscar esos documentos, ella podría estar descansando en la comodidad de su cama vacía. Luego de unos milisegundos, él sacudió la cabeza como si se retractara de lo que decía y la llevó directamente a donde se encontraba su marido.

Al abrir la puerta, la música era tan alta que retumbaba en su cabeza, así como las numerosas luces que intentaban dejarla enceguecida. Cuando entró, todas las personas que había se giraron en su dirección y sonreían de manera burlona.

Estaban impecablemente vestidos, con trajes caros y copas de champán en las manos. Ella, por otro lado, solo llevaba una bata sobre su pijama, ya que había salido a toda prisa. Su esposo estaba en medio de ellos, observándola con un gesto impasible. A su lado había un hombre que ella desconocía. Tenía ojos azules y medía lo suficiente como para que Theo le llegara con dificultad al hombro. Su tez era clara, y su cabello oscuro como la medianoche.

¿Era su nuevo amigo?

Por el lado opuesto, ahí se encontraba Celine. Era una mujer bastante hermosa, que la observaba con un rostro elevado, como si fuera mejor que Valeska.

Temió que, si se quedaba más tiempo, no podría evitar darle un buen y merecido golpe a esa cara tan bonita. Así que se dirigió directamente hacia Theo, le entregó el documento y le arrojó la ropa que llevaba para esa mujer, pues no estaba dispuesta a pasar más tiempo en ese lugar, mucho menos verla.

Él hojeó los papeles con detenimiento, como si estuviera asegurándose de que todo se encontrara en orden para poder dejarla regresar a casa.

—Vaya, parece que realmente trajiste lo que necesitaba.

Luego se giró hacia sus amigos y levantó su copa de champán.

—¿Qué les dije? —dijo con orgullo—. Les dije que ella vendría. Gané la apuesta. No pueden echarse atrás en lo que acordaron.

Bajo las miradas de desdén o compasión, ella comprendió lo que había pasado. Su esposo había apostado con ellos sobre sus sentimientos baratos, apostando a si sería tan estúpida como para ir al otro lado de la ciudad en una noche fría, solo para cumplir con una petición suya, lanzada sin más.

Pero ya no le importaba. Su corazón había dejado de sentir dolor hacía mucho tiempo. Entre más humillación sufría, más su corazón se iba convirtiendo en piedra. Todos los presentes en esa habitación, e incluso cada rincón de la ciudad, creían que ella era su perra sumisa, obediente a todo, que aguantaba todo, esperando que él le diera un poco de afecto. Pero él había puesto todo su corazón en otra mujer.

«Todo esto está a punto de terminar», respiró hondo y se dijo a sí misma, «solo faltaban tres días para partir y jamás regresar».

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