Recordando a la madre de Sofía y a su hermano delincuente, que armaron ese escándalo en la empresa de Mateo hace poco... menos mal que perdió al bebé, si no...—La señora Mercedes se habría desmayado de la angustia —murmuró Manuel.Pronto llegó el conductor que había pedido.—¡Señor! ¡Señor! ¡Un momento, por favor! —El gerente del restaurante corrió tras Manuel justo cuando este abría la puerta trasera del coche.—¿Qué sucede?—Verá, nuestros camareros encontraron un chal con un broche al limpiar el reservado, debe ser de alguna de las señoras...Como la familia de Lucía ya se había ido, el gerente al ver a Manuel, que había estado en la misma mesa, lo detuvo.—Démelo, yo se lo haré llegar —Manuel tomó el chal y lo dejó en el asiento trasero, pensando en enviárselo a Lucía mañana por mensajería.—Adelante, conductor.—Sí, señor.A medio camino, llamó Diego:—¡Cabrón! ¿Dónde estás? ¿Has visto la hora? ¡Solo faltas tú! No me digas que tanto juergueo estos días te ha dejado sin fuerzas...
Al salir, los tres habían bebido y cada uno sacó su teléfono para pedir conductor.Mientras esperaban, a Diego le dio el antojo de fumar. Con el cigarrillo en la boca, fue a encenderlo pero no encontró su mechero.Le pidió uno a Manuel, quien señaló hacia el coche: —En el asiento trasero, búscalo tú mismo.Diego abrió la puerta y se inclinó dentro del coche.—Ah, aquí está... —Encendió su cigarrillo y le devolvió el mechero a Manuel. Recordando el chal que había visto en el asiento trasero, sonrió con malicia—: ¿Desde cuándo te gusta "divertirte" en el coche?Manuel lo miró confundido: —¿Divertirme? ¿De qué hablas?—Tú sabrás. ¿De dónde salió ese chal? Eso solo lo usan las mujeres, ¿no? Y además es color amarillo pálido. Confiesa, ¿qué florecita lo dejó ahí?Manuel hizo una mueca: —No digas tonterías.—Vaya, qué raro que no lo admitas, no es propio de ti.—¡¿Qué voy a admitir?! Es de la madre de Lucía, pensaba devolvérselo mañana. Deja de imaginar cosas. Tienes la mente en el arroyo, n
—¿Qué? —Diego se quedó perplejo, sin entender.—¿Me equivoqué al terminar con Lucía?—Mateo... —la mirada de Diego era difícil de descifrar—. ¿Recién ahora te das cuenta?Mateo suspiró con resignación.—¡Lucía es una mujer excepcional! Si fuera yo, no dudaría en valorarla, yo...¡Ups!Dándose cuenta de su desliz, Diego se corrigió rápidamente: —Por supuesto, no lo digo con esa intención, es solo una suposición. Si yo fuera tú, definitivamente no la habría dejado escapar.Las buenas mujeres no abundan en el mercado, ¿verdad?Una vez que las sueltas, ¡seguro hay montones de pretendientes!—Siendo honesto, el día de mi cumpleaños, cuando Lucía vino tan contenta a celebrar conmigo y tú le pediste terminar frente a todos, ¡me quedé helado!—¡Incluso Manuel! Después me dijo en privado que tarde o temprano te arrepentirías.Solo que no esperaba que sucediera tan pronto.Pensó que habría más idas y vueltas entre ustedes, después de tantos años juntos, pero quién hubiera imaginado que esta vez
Lucía volvió a mirar con atención y negó con la cabeza: —No.Carolina se acercó, parándose junto a su hija frente al panel: —Aquí dice que después de la Reforma Agraria, Casa Apango fue devuelta a los herederos de los Apango. Si fue devuelta, debería ser propiedad privada.Si era privada, ¿por qué estaba abierta a todos los visitantes?Y además sin cobrar entrada, como si fuera una obra de caridad.¡Qué extraño!Sin embargo, Carolina no profundizó en el tema y la familia continuó hacia la puerta este.Sin duda el jardín era enorme - les tomó unos diez minutos llegar al siguiente pabellón.Junto al pabellón había un pequeño bosque de bambú, con un camino de losas grises que se adentraba en su profundidad.Tenía un aire misterioso y poético.Con la brisa, las hojas de bambú susurraban y el viento parecía impregnarse de su fragancia.La familia siguió los carteles indicadores mientras Sergio iba tomando fotos y exclamando:—¡Es realmente precioso!Después de atravesar un pequeño patio y u
En su grupo de amigos, era bien sabido que Lucía Mendoza estaba perdidamente enamorada de Mateo Ríos. Su amor era tan intenso que había renunciado a su vida personal y su espacio propio, anhelando pasar cada minuto del día pendiente de él. Cada ruptura duraba apenas unos días antes de que ella regresara, sumisa, suplicando reconciliación.Cualquiera podría pronunciar la palabra «terminamos», menos ella. Cuando Mateo Ríos entró abrazando a su nueva conquista, un silencio incómodo invadió el salón privado por unos instantes. Lucía, que estaba pelando una mandarina, se detuvo en seco.—¿Por qué ese silencio repentino? ¿Por qué me miran así?—Luci...Una amiga le dirigió una mirada de preocupación. Pero él, con total descaro, se acomodó en el sofá sin soltar a la mujer.—Feliz cumpleaños, Diego.Su actitud era de completa indiferencia. Lucía se puso de pie. Era el cumpleaños de Diego Ruiz y no quería armar un escándalo.—Voy al tocador un momento. —Al cerrar la puerta, alcanzó a escuchar l
En la mesa del comedor. Mateo le preguntó a María.—¿Dónde está la sopa de choclo?—¿Se refiere al caldo reconfortante?—¿Caldo reconfortante?—Sí, ese que la señorita Mendoza solía preparar, con choclo, papa, yuca y plátano macho, ¿no? Ay, no tengo tiempo para eso. Solo alistar los ingredientes lleva una noche, y hay que levantarse temprano para cocinarlo.—Además, el punto de cocción es crucial. No tengo la paciencia de la señorita Mendoza para estar pendiente del fuego. Si lo hago yo, no queda igual. También...—Pásame la salsa criolla.—Aquí tiene, señor. —Se quedó pensando.—¿Por qué sabe diferente? —miró el frasco—. El envase también es distinto.—Se acabó el otro, solo queda este.—Compra un par de frascos en el supermercado más tarde.—No se consigue. —María sonrió algo incómoda.—Es la que hace la señorita Mendoza, yo no sé prepararla... —¡Pum!— ¿Eh? ¿Señor, ya no va a comer?—No. María miró confundida cómo el hombre subía las escaleras. ¿Por qué se había enojado de repente?
—¿No encuentra lugar para estacionar? Yo salgo a ayudar... —Al notar la expresión sombría de Mateo, Diego se dio cuenta—. Ejem… ¿Lucía no... no ha vuelto todavía? —Ya habían pasado más de tres horas. Él se encogió de hombros.—¿Volver? ¿Crees que terminar es un juego?Dicho esto, pasó junto a su amigo y se sentó en el sofá. Diego se rascó la cabeza, ¿en serio esta vez era de verdad? Pero rápidamente sacudió la cabeza, pensando que estaba exagerando. Podía creer que él fuera capaz de terminar, así como así, pero Lucía... Todas las mujeres del mundo podrían aceptar una ruptura, menos ella. Eso era un hecho reconocido en su círculo.—Mateo, ¿por qué estás solo? —Manuel Castro, disfrutando del drama, cruzó los brazos con una sonrisa burlona—. Tu apuesta de tres horas ya pasó hace un día. —Mateo sonrió de lado.—Una apuesta es una apuesta. ¿Cuál es el castigo? —Manuel arqueó una ceja.—Hoy cambiaremos las reglas, nada de alcohol.—Llama a Lucía y dile con la voz más dulce: Lo siento, me equ
La noche anterior Mateo había bebido demasiado, y en la madrugada Diego insistió en seguir la fiesta. Cuando el chofer lo dejó en su casa, ya estaba amaneciendo. Aunque se desplomó en la cama, con el sueño invadiéndolo, se obligó a ducharse. Ahora Lucía no lo regañaría, ¿verdad? En su confusión, él no pudo evitar pensar en ello. Cuando volvió a abrir los ojos, fue por el dolor. Se levantó de la cama sujetándose el estómago.—¡Me duele el estómago! Lu...El nombre quedó a medias en su boca. frunció el ceño, vaya que ella tenía agallas esta vez, más que la anterior. Bien, veamos cuánto aguanta su terquedad. Pero... ¿Dónde estaban las medicinas? Revolvió la sala buscando en todos los gabinetes posibles, pero no encontró el botiquín de la casa. Llamó a María.—¿Las medicinas para el estómago? Están guardadas en el botiquín, señor. —A Mateo le palpitaban las sienes. Respiró hondo.—¿Dónde está el botiquín?—En el cajón del vestidor, señor. Hay varias cajas. La señorita Mendoza dijo que ust