Capítulo 2
En la mesa del comedor. Mateo le preguntó a María.

—¿Dónde está la sopa de choclo?

—¿Se refiere al caldo reconfortante?

—¿Caldo reconfortante?

—Sí, ese que la señorita Mendoza solía preparar, con choclo, papa, yuca y plátano macho, ¿no? Ay, no tengo tiempo para eso. Solo alistar los ingredientes lleva una noche, y hay que levantarse temprano para cocinarlo.

—Además, el punto de cocción es crucial. No tengo la paciencia de la señorita Mendoza para estar pendiente del fuego. Si lo hago yo, no queda igual. También...

—Pásame la salsa criolla.

—Aquí tiene, señor. —Se quedó pensando.

—¿Por qué sabe diferente? —miró el frasco—. El envase también es distinto.

—Se acabó el otro, solo queda este.

—Compra un par de frascos en el supermercado más tarde.

—No se consigue. —María sonrió algo incómoda.

—Es la que hace la señorita Mendoza, yo no sé prepararla... —¡Pum!— ¿Eh? ¿Señor, ya no va a comer?

—No.

María miró confundida cómo el hombre subía las escaleras. ¿Por qué se había enojado de repente?

......

—¡Dormilona! ¡A levantarse! —Lucía se dio vuelta, sin abrir los ojos.

—No molestes, déjame dormir un rato más... —Paula Medina, ya maquillada, estaba eligiendo un bolso.

—Ya casi son las ocho, ¿no tienes que volver a hacerle el desayuno al señor Ríos?

Antes, cuando Lucía se quedaba a dormir, regresaba antes del amanecer para preparar el caldo reconfortante para Mateo, que tenía problemas estomacales. A Paula esto le parecía absurdo. ¿Acaso él estaba lisiado o qué? ¿Tan difícil era pedir algo por delivery? Puras mañas de consentido, en su opinión. Ella, aún adormilada, hizo un gesto con la mano.

—No vuelvo. Terminamos.

—Ah, ¿y esta vez por cuántos días planeas terminar?

—¿Perdón?

—Bueno, sigue durmiendo. El desayuno está en la mesa, me voy al trabajo. Tengo una cita esta noche, así que no me hagas cena... Aunque seguro volverás pronto. Cuando te vayas, cierra la ventana del balcón, ¿sí?

Lucía se despertó por el hambre. Mientras comía el sándwich que le dejó su amiga, miró la luz brillante que entraba por la ventana. Ya ni recordaba cuándo fue la última vez que durmió hasta despertar naturalmente.

Después de terminar el desayuno-almuerzo y cambiarse de ropa, se dirigió directo al banco. Primero, cobró el cheque de cinco millones. Mejor tener el dinero en mano. Luego fue a otro banco cercano.

—Quiero hablar con el gerente de clientes VIP. Voy a depositar un millón.

Al final, el director del banco le ofreció una tasa de interés bastante buena, pero ella pidió dos puntos más. Llegaron a un acuerdo satisfactorio. Repitió el proceso en otros dos bancos, depositando un millón en cada uno. Consiguió tasas cada vez mejores. Al salir del último banco, ya era una pequeña millonaria con tres tarjetas negras de diferentes bancos.

Depósitos por tres millones y dos millones en efectivo como fondo de emergencia. «Este corte quedó bastante bien», pensó, refiriéndose a la ruptura. Se había vuelto rica de la noche a la mañana, literalmente. Pasó por una peluquería muy concurrida y decidió entrar.

Compró una tarjeta de dos mil pesos que le dio prioridad en la fila. Sentada frente al espejo, mirando sus ondas color castaño, por primera vez sintió desagrado.

—Señorita, tiene un cabello precioso, parece una muñeca...

Le dijo el peluquero. Llevaba el pelo ondulado porque a Mateo le gustaba largo y con volumen. Después de hacer el amor, a él le encantaba pasar sus dedos entre sus mechones. Pero un cabello así de bonito requería mucho tiempo de cuidado. Lucía sonrió levemente y le dijo al peluquero.

—Por favor, córtelo corto, alíselo y tíñalo de negro.

Por más linda que fuera una muñeca, seguía siendo solo un juguete. Que se prestara a eso quien quisiera, ella ya no. Al salir de la peluquería, Lucía se sintió ligera. Vio una tienda de ropa con ofertas y entró a comprar una camiseta blanca y unos jeans.

Se los puso ahí mismo. Combinaban perfecto con sus zapatillas. Caminando sin rumbo, llegó a la entrada de la Universidad Borealis. Se quedó absorta mirando a los estudiantes que entraban y salían en bicicleta bajo el sol del atardecer.

—¡Alberto! ¡Aquí! —Un joven pasó junto a Lucía.

—¿Qué hacen todos aquí?

—Queremos ir a visitar a la profesora Navarro, así que... —Alberto Hernández.

—Son demasiados, no los dejarán entrar al hospital. Mejor que vayan dos representantes de Bioinformática conmigo. —Bioinformática... profesora Navarro... Lucía reaccionó y se acercó rápidamente.

—¿Dijiste que alguien está enfermo? —Alberto, algo nervioso ante la chica guapa, respondió.

—La profesora Navarro.

—¿Ana Navarro?

—Sí.

—¿En qué hospital?

—En el Sanatorio Esperanza.

—Gracias.

—Eh... ¿De qué facultad eres? ¿También eres alumna de la profesora Navarro?

Pero Lucía ya se alejaba a paso rápido, dejando al chico con la pregunta en el aire.

De vuelta en el apartamento, no logró calmarse. ¿La pequeña anciana gruñona que solía darle coscorrones cuando se enojaba estaba enferma? ¿Sería grave? Abrió su lista de contactos y buscó el número guardado como «Natalia Morales». Dudó varias veces, pero al final no se atrevió a llamar.

En su momento, por estar con Mateo, por el supuesto amor, renunció sin pensarlo a la oportunidad de hacer una maestría y un doctorado seguidos. Incluso después de graduarse, nunca trabajó un solo día, convirtiéndose en una ama de casa que giraba en torno a su hombre. La anciana debía estar tremendamente decepcionada.

—¿Eh? ¿Lucía, no te fuiste? —Paula preguntó sorprendida mientras se quitaba los zapatos. Ella hizo una mueca.

—¿Qué? ¿Quieres que me vaya?

—Vaya, qué raro. Esta vez has aguantado bastante. Recuerdo que la última vez que terminaste con él, no pasó ni media hora antes de que él te llamara y volvieras corriendo.

—Hay sopa en la olla, sírvete tú misma. —Paula se emocionó y corrió a la cocina a servirse un plato. Mientras bebía, comentó.

—Ese perro de Mateo sí que es afortunado, poder tomar esto todos los días...

—Cuando termines, lava los platos y la olla. Déjalo todo limpio, me voy a dormir.

—Oye, ¿de verdad no vas a volver?

Lo único que recibió como respuesta fue el sonido de la puerta del dormitorio cerrándose. Paula chasqueó la lengua.

—Vaya, parece que esta vez va en serio...

……

Mientras tanto, en Villa Dorada.

—Señor Ríos, el banco ha confirmado que la señorita Mendoza cobró personalmente el cheque de cinco millones. Fue hoy a las 12:05 del mediodía... —Mateo colgó y miró fríamente por la ventana hacia la noche.

—Lucía, ¿qué nuevo juego estás jugando ahora?

Si ella creía que con esto podía reconciliarse, estaba muy equivocada. Cuando él tomaba una decisión, no había vuelta atrás.

—Diego, ¿salimos a tomar algo?

Media hora después, Mateo abrió la puerta del salón privado. Diego fue el primero en saludarlo con una sonrisa.

—Mateo, estamos todos. Solo te esperábamos a ti. ¿Qué quieres beber esta noche? —Él entró. Diego se quedó quieto, mirando detrás de él.

—¿Qué haces parado ahí? ¿Y Lucía? ¿Está estacionando? —El rostro de Mateo se ensombreció levemente.
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