Adiós Mi Amor, Hola Felicidad
Adiós Mi Amor, Hola Felicidad
Por: ONCE
Capítulo 1
En su grupo de amigos, era bien sabido que Lucía Mendoza estaba perdidamente enamorada de Mateo Ríos. Su amor era tan intenso que había renunciado a su vida personal y su espacio propio, anhelando pasar cada minuto del día pendiente de él. Cada ruptura duraba apenas unos días antes de que ella regresara, sumisa, suplicando reconciliación.

Cualquiera podría pronunciar la palabra «terminamos», menos ella. Cuando Mateo Ríos entró abrazando a su nueva conquista, un silencio incómodo invadió el salón privado por unos instantes. Lucía, que estaba pelando una mandarina, se detuvo en seco.

—¿Por qué ese silencio repentino? ¿Por qué me miran así?

—Luci...

Una amiga le dirigió una mirada de preocupación. Pero él, con total descaro, se acomodó en el sofá sin soltar a la mujer.

—Feliz cumpleaños, Diego.

Su actitud era de completa indiferencia. Lucía se puso de pie. Era el cumpleaños de Diego Ruiz y no quería armar un escándalo.

—Voy al tocador un momento. —Al cerrar la puerta, alcanzó a escuchar la conversación que continuaba adentro.

—Mateo, Lucía está aquí. Te avisé con tiempo, ¿por qué trajiste a alguien más?

—¡En serio!, esta vez te pasaste de la raya.

—No es gran cosa.

Él soltó la cintura de la mujer y encendió un cigarrillo. Entre el humo que se elevaba sonrió. Como un don Juan jugando con los sentimientos ajenos. Lucía no escuchó más al cerrarse la puerta. Con calma, fue al baño y se retocó el maquillaje. Al verse en el espejo, esbozó una sonrisa amarga.

—Qué patética.

Viviendo de forma tan lamentable, respiró profundo, tomando una decisión en silencio. Pero al volver al salón y abrir la puerta, la escena que presenció casi la hizo perder la compostura: Mateo besaba apasionadamente a la mujer, con la saliva humedeciendo la servilleta entre ellos. Los demás reían y alentaban.

—¡Caramba! ¡Mateo sí que sabe divertirse!

—¡Se están besando! ¡Se están besando!

—Ya que el ambiente está así, ¡dense un beso de verdad!

La mano de Lucía temblaba en el pomo de la puerta. Este era el hombre que había amado por seis años. En ese momento, solo sentía una profunda ironía.

—Oye, ya basta...

Alguien advirtió en voz baja, señalando hacia la puerta. Todos voltearon en esa dirección.

—Lu-Luci, volviste. Solo estábamos bromeando, no vayas a... —Él interrumpió la explicación, mirándola con frialdad.

—Lucía, ya que estás aquí, aclaremos las cosas de una vez.

—Adelante, habla.

—Estos años de idas y venidas han sido un fastidio. Lo nuestro se acabó hace tiempo. —Ella apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas, pero parecía no sentir el dolor. Vaya, seis años de relación para terminar con un simple…—. Se acabó.

—Sofía es una chica estupenda. Quiero formalizar con ella. —Lucía asintió mecánicamente.

—Está bien.

—Aunque terminemos, podemos seguir siendo amigos. Si tienes problemas en la ciudad, puedes buscarme.

—No será necesario, —esbozó una leve sonrisa—. Ya que terminamos, mejor cortar por lo sano. Es lo justo para tu nueva novia. —Mateo arqueó una ceja, aparentemente sorprendido—. Diego, —Lucía miró al festejado—. Feliz cumpleaños. Que disfruten la fiesta, yo me retiro. Las mandarinas que pelé están en la mesa, cómanlas para que no se desperdicien.

A Mateo no le gustaba la fruta, excepto las mandarinas. Pero era quisquilloso: solo las comía si se les quitaba meticulosamente la piel blanca de cada gajo. Durante estos años, para asegurarse de que consumiera una fruta diaria y obtuviera vitaminas, ella siempre las pelaba, limpiaba cuidadosamente y las servía en un plato frente a él. Cuando él estaba de buen humor, la abrazaba y decía.

—Mi novia es un sol, ¿cómo puede ser tan atenta?

—¿Acaso quieres que te lleve al altar? —Siempre supo lo que ella anhelaba, pero nunca mostró intención de dárselo.

—Mateo.

—Haré que mi chofer te lleve.

—No hace falta, pedí un taxi.

—Luci, te acompaño a la salida. —Le dijo Diego. Lucía rechazó el ofrecimiento con un gesto y se marchó.

—Mateo, mira cómo acabó todo esto... Creo que esta vez Lucía se enojó en serio.

—No es para tanto, ya se le pasará.

—¡Exacto! ¿Cuántas veces han peleado? Siempre vuelve arrastrándose en unos días, y en la próxima reunión actúa como si nada hubiera pasado.

—Apuesto a que vuelve en cinco días.

—Yo digo seis días. —Él miró hacia la puerta entreabierta del salón y sonrió con malicia.

—Yo apuesto a que volverá rogándome en tres horas.

—Bueno, Mateo seguro gana. Todo el mundo sabe que Lucía está loca por él.

—Ay, ¿por qué ninguna mujer me ama así, sin condiciones?

—¿Tú? ¡No me hagas reír!

……

Al llegar a la mansión, ya era de madrugada. Lucía tardó media hora en hacer las maletas. Había vivido allí tres años, pero ahora todo lo que se llevaría cabía en una pequeña valija. No tocó la ropa de marca sin estrenar en el vestidor, ni las joyas que nunca se había puesto. Lo único que lamentaba era la biblioteca llena de libros profesionales.

Aunque bueno, el contenido estaba en su mente, así que los libros físicos no eran tan importantes. Su mirada recorrió el tocador y se acercó a abrir el cajón. Dentro había un cheque por cincuenta millones de dólares. Debajo del cheque había un documento:

Contrato de transferencia de los lotes tres, cuatro y cinco del terreno setenta y dos en la zona Este. Aunque estaba en las afueras, se estimaba que valdría al menos veinte millones. Ambos documentos tenían la firma de Mateo. Los había dejado allí durante una de sus peleas anteriores.

Estaba convencido de que Lucía no se atrevería a tomarlos, porque hacerlo significaría el fin definitivo de su relación. ¿Seis años a cambio de setenta millones? De repente, pensó que el trato no era tan mal. ¿Cuántas mujeres recibían tanto por desperdiciar su juventud?

Metió ambos documentos en su bolso. Si él los ofreció, ¿por qué no aprovecharlos? Si el amor se acabó, al menos quedaba la compensación económica. Ella no era la ingenua protagonista de novelas románticas que despreciaba el dinero.

—Hola, ¿servicio de limpieza? ¿Aceptan trabajos urgentes?

—Sí, limpieza general, pagaré extra.

Lucía dejó las llaves en la entrada, tomó un taxi y se dirigió a casa de su mejor amiga. En el camino, la señora de la limpieza volvió a llamar para confirmar.

—Señorita, ¿está segura de que no quiere conservar nada de esto?

—Sí, disponga de todo como mejor le parezca. —colgó.

Cuando Mateo llegó a casa ya era de madrugada. El servicio de limpieza ya había terminado y se había marchado. El fuerte olor a perfume le provocaba jaqueca. Se aflojó el cuello de la camisa y se desplomó en el sofá, donde se quedó dormido. A la mañana siguiente, lo despertó el familiar sonido de platos y cubiertos en la cocina.

Se incorporó quitándose la manta y se frotó las sienes mientras estiraba la mano para alcanzar el vaso de agua. Para su sorpresa, no encontró nada. Su mano quedó suspendida en el aire. Luego esbozó una sonrisa torcida. Ella había vuelto, le había puesto una manta, ¿y no le preparaba un remedio para la resaca? ¿Aún no se cansaba de esta, —rebeldía a medias—, después de tantos años? Mateo se levantó.

—Más te vale...

—¿Señor, ya despertó?

—¿Doña María?

—Lávese primero, el desayuno estará listo en un momento. Por cierto, ¿no pasó frío durmiendo aquí? Encendí la calefacción, pero por si acaso le puse una manta extra.

—Ah, sí.
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