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Capítulo 2: Indemnización

A pesar de todas las advertencias y recomendaciones que Steve le había enumerado antes de marcharse, Matthew sabía que lo mejor era negociar con la mujer. Pensaba ofrecerle una cantidad de dinero satisfactoria que le hiciera olvidar cualquier intento de demanda, además correría con todos los gastos médicos. Por su ropa resultaba evidente que era pobre, así que suponía que este gesto sería suficiente para llegar a un acuerdo.

— ¿Señor Matthew Garner? —preguntó un médico de mediana edad, con algunas hebras blancas entre su cabello rubio oscuro.

—Soy yo.

Al acercarse, el doctor empezó a leer una historia médica.

— ¿Usted es el responsable de la señorita Ortega?

— ¿Ortega? —cuestionó.

—Sí, según los documentos que encontramos, la mujer que vino con usted se llama Naia Ortega.

—Ahhh... sí, ella, ¿cómo está?, ¿es grave?

—Bueno, no sé cómo responderle de forma adecuada.

— ¿Por qué?

—Según lo que leo en el ingreso de la paciente, ella fue golpeada levemente por un auto en movimiento, pero al realizar una revisión exhaustiva, ella parece que ha sido víctima de un accidente mucho peor.

— ¿Qué?, a ¿qué se refiere? Fue un golpe leve, lo juro, ni siquiera giró en el aire, y el auto se desvió por lo que fue un impacto ligero —espetó en su defensa.

—Sí, eso es lo que está registrado, pero si no fuera porque los hematomas y fracturas que posee son te antaño creería que el auto pasó sobre ella.

Matthew lo miró sin comprender a qué se refería. Sólo recordaba el momento del accidente pensando en que no había sido un golpe tan fuerte.

—La señorita Ortega sufre un cuadro severo de desnutrición, anemia y ansiedad, además tiene moretones en su pecho, piernas y espalda. Sin embargo, esto no parece ser ocasionado por el reciente accidente.

—No le entiendo, ¿ya estaba lastimada desde antes?

En ese instante Matthew recordó que existía una práctica poco recurrente, pero sobre la cual había leído y se trataba de personas que se hacían atropellar para luego llegar a un acuerdo económico. Se preguntó si este sería su caso y todo había sido una escena teatral... aunque recordó al bebé.

— ¿Y el bebé cómo está?

—El niño se encuentra en perfectas condiciones. Sólo estaba hambriento así que le dimos leche para calmar su hambre. A causa de la desnutrición de la madre es poco el alimento que puede ofrecerle. En realidad quien me preocupa es ella.

—Entiendo... doctor ¿usted cree que tal vez esa mujer se lanzó al auto a propósito?

— ¿Qué?, ¿De qué está hablando?

—Es que supongo que ese puede ser el caso, si ella ya estaba herida, tal vez necesitaba dinero y aprovecho el momento.

El médico lo miró con desaprobación.

—No es algo a lo que pueda responder, pero una mujer en esas condiciones no creo que piense en auto lastimarse para obtener un beneficio económico. Eso es deplorable. Aunque supongo por qué lo piensa.

— ¿Por qué?

—Ser latina en Estados Unidos a veces se relaciona con una gran variedad de prejuicios.

— ¿Es latina? No lo sabía.

—Señor Garner, entiendo que usted firma como responsable de los gastos médicos y al mismo tiempo es la persona que la atropelló, le recomiendo hable con la paciente y aclare cualquier malentendido con ella, si es el caso una enfermera podrá llamar a la policía bien sea para arrestarla a ella o a usted.

Matthew frunció el ceño, no podía creer lo que este hombre le estaba diciendo.

—Hablaré con ella, pero no necesitamos llamar a la policía ni hacer denuncias.

—Bien, siga por este pasillo, la encontrará en la tercera puerta a la izquierda, se despertó por un momento, pero volvió a dormir, si pregunta por su hijo infórmele que está en Pediatría.

Matthew asintió, para luego caminar hasta el lugar indicado, pero antes de abrir la puerta su teléfono sonó. Lo contestó al instante.

— ¿Qué sucede? Dime que llegaron a un acuerdo.

—Sí, y las vacas vuelan —Suspiró Steve al otro lado de la línea—. Quieren hablar contigo, no desean tenerme más como intermediario.

—Estúpid0s, no me interesa hablar con ellos, ahora estoy ocupado, concreta otro día para reunirnos. 

—Ya lo hice.

—Bien.

— ¿Cómo están la chica y el bebé?

—Bien, supongo, ahora mismo estoy a punto de hablar con ella... Steve, el médico que la atendió me dijo que ella ya estaba lastimada desde antes, y se me ocurrió que tal vez sea de esas personas que se lanzan contra los autos para obtener dinero.

—Im-po-si-ble— deletreó—. ¿Crees que fue enviada por George?

— ¿Por qué por él?

—Para perjudicar tu imagen, obvio, es en el peor momento y ahora que lo recuerdo la mujer cruzó por el lado incorrecto, era la mitad de la calle y no un cruce peatonal...

— ¿Qué piensas?

—No lo sé, tal vez podrías tener razón, aunque...

— ¿Aunque?

—Habla primero con ella, no podemos sacar conclusiones precipitadas, tal vez fuese en realidad un accidente, además tenía a su bebé consigo, una madre no haría algo así.

Matthew frunció los labios.

—Lo mejor será ofrecerle una considerable indemnización para solucionar el problema, redacta un documento para que ella lo firme librándome de cualquier responsabilidad. Naia Ortega, ese es su nombre.

Luego de finalizar la llamada ingresa en la habitación. Ella está recostada sobre una cama, su ropa ha sido cambiada por una bata verde menta y una sábana la cubre hasta el pecho. Se aproxima para observarla. Sus ojos con largas pestañas aún se encuentran cerrados, resulta evidente que aún duerme. Matthew suspira, no puede creer el mes de desgracias que ha tenido que atravesar y con este accidente todo parecería empeorar en vez de mejorar.

De repente los párpados de la mujer se fruncen para luego contraerse, permitiendo ver sus ojos de color marrón claro. Ella se sienta tan rápido cómo le es posible y empieza a mirar a su alrededor como si buscara algo. Lleva las manos a su pecho por lo que él las sigue, para luego desviar de nuevo a esos ojos marrones que ahora se han llenado de lágrimas a punto de ser derramadas.

— ¿En dónde está? —Susurra—, ¡¿en dónde está mi bebé?! —ahora grita desesperada y con un particular acento que inunda sus oídos. 

Por alguna razón que él mismo no comprende logra sentir su desesperación, pero sus pies sólo se mueven cuando ve que la joven mujer se levanta de la cama y el cuerpo cede ante el poco peso para caerse. La atrapa antes de que esto suceda.

—Leo, ¿dónde está? ¡Mi bebé! —grita lo último en un idioma poco conocido para él. Español supone.

—Tranquila, su hijo está bien, está en Pediatría —recuerda lo que le dijo el médico antes—. Quédese en cama, aún está débil—. Señala el lugar al cual debe regresar.

Sin embargo, logra sentir a través de la fina tela no sólo el cuerpo delgado de la mujer, sino cómo éste empieza a temblar descontrolado. Sus ojos azules se clavan sobre los marrones de ella, apreciando angustia sincera.

—Yo necesito a mi hijo, mi bebé, necesito tenerlo conmigo —le expresa cada palabra como si se tratara de una súplica.

—Él está bien, fue atendido por los médicos y está bien, pero lo tienen en Pediatría porque es un bebé. Usted fue quien recibió el impacto del choque —explicó aun sosteniéndola para que no se desvaneciera.

— ¿Choque? —indagó ella casi con signos de interrogación plasmados en sus ojos, en un hermoso tono que él no había visto antes.

—Sí, yo fui la persona que accidentalmente la atropelló, pero la traje de inmediato al hospital al igual que a su hijo.

— ¿Qué?, ¿accidente?

—Sí, pero usted está bien, no es necesario llamar a la policía ni interponer demandas —intentó seguir la misma línea de ideas que tenía antes de ingresar en la habitación, aunque le estaban sabiendo amargas al verla tan desesperada.

— ¿Continúo en Pittsburgh?

Aquella pregunta le resultó extraña, pero respondió:

—Sí, aquí es Pittsburgh, ¿no vive en esta ciudad?

Ella no respondió, apretó sus labios y tan sólo se alejó para sentarse sobre la cama terminando así con el contacto.

—Entonces no me han encontrado —murmuró muy bajito como para que él alcanzara a escucharla.  

—Deseo llegar a un acuerdo con usted —Ella no lo estaba escuchando, resultaba evidente que continuaba balbuceando algo que él no podía comprender, en especial porque era en un idioma que no dominaba. —Señorita, escúcheme por favor —Ella parece estar reconociendo el lugar en el que se encuentra—. Naia Ortega deseo llegar a un acuerdo.

Luego de escuchar su nombre, la expresión de la mujer pasó de la confusión al terror.

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