— ¿Cómo conoce mi nombre?, ¿Quién se lo dijo? —De repente se mostró a la defensiva. Matthew notó que el temblor de sus manos incrementó y ella evidenciaba un miedo que a él le resultaba incomprensible.
—El doctor, fue él quien me lo dijo.
— ¿Cómo lo supo?, ¿Quién habló con el médico?, ¿Quién tiene a mi bebé? —lo último fue preguntado en un hilo de voz.
Matthew exhaló el aire que no sabía estaba conteniendo. Aquella mujer lo había dejado perplejo en menos de un segundo, atrás quedaron sus problemas y posibles demandas. Ahora parecía que era necesario decir algo para calmarla. El orden de prioridades había cambiado sin darse cuenta cómo.
—Sus papeles, el médico dijo que encontraron sus documentos. Así fue como supo su nombre, tranquila, por favor.
Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas una vez más, al tiempo en que ella intentaba secarlas con las palmas de sus manos. Matthew se quedó estático, intentaba no mover ni un músculo para no alterarla más de lo que ya estaba. Elevó poco a poco sus manos para mostrar las palmas intentando con ello estuviera calmada.
—Su hijo está bien, estaba bien protegido, pero como es pequeño lo tienen en Pediatría, pero el médico aseguró que está bien, en cuanto a usted, él mencionó que tiene desnutrición, anemia y... —había olvidado lo último, pero de repente lo recordó—: ansiedad, mencionó golpes anteriores, pero dijo que aparte de eso estaba bien.
Matthew no recordaba que esas fueran las palabras exactas del médico, pero necesitaba que ella lo creyera, por lo que continúo:
—Estará bien, usted y su bebé estarán bien, debe tranquilizarse.
No obstante, el resultado no fue el esperado, porque ella empezó a llorar mucho más que antes, al tiempo en que se restregaba la piel intentado secar las lágrimas que caían a borbotones.
En ese momento Matthew no sabía que eso era lo que ella más deseaba en el mundo, que tanto ella como su bebé estuvieran bien, y que para conseguirlo ha hecho hasta lo imposible, primero soportar creyendo que si ella resultaba lastimada, por lo menos su bebé estaría a salvo, luego escapar cuando se dio cuenta de que a pesar de su sacrificio eso no sería posible.
Alguna vez leyó en alguna parte que la vida estaba llena de espinas y rosas, pero desde que conoció a ese hombre que le pintó el cielo de colores creyó que por fin su vida empezaba a ver esas maravillosas flores, dejando de lado las espinas que le perseguían. Sin embargo, todo había sido una mentira, un completo engaño que Curtis Poulus preparó para ella, porque las flores pronto desaparecieron luego de llegar a Estados Unidos, y las espinas fueron más largas, agudas e hirientes que nunca antes.
Naia conoció a Curtis cuando tenía veintidós años, se enamoró a través de internet, una aplicación fue el medio que los unió, ella nacida en Manizales, Colombia, rodeada de muchas necesidades que no lograba satisfacer y poco apoyo familiar, supuso que conocerlo había sido una bendición. Él era amable, cariñoso, atento y se preocupaba por ella, algo a lo que no estaba acostumbrada. Se dejó deslumbrar por aquel hombre que le prometió el cielo y la tierra, además de hacer realidad el sueño americano logrando tener una vida próspera para ayudar desde la distancia a los suyos. De verdad, en aquel momento pensó que había atrapado el cielo con las manos y que todo estaría bien. Pero, ahora, dos años después, había logrado comprender que en lo que se había embarcado era en una pesadilla que jamás terminaba.
Observó al gringo que le estaba hablando, era realmente atractivo, de esos que saldrían en revistas o serían actores famosos, hombres que podrían prometer el cielo y la tierra para que mujeres inocentes como ella cayeran a sus pies. Pero ya no más, ahora el único hombre que le importaba y por el cual entregaría su vida era su hijo: Leo. Era un pequeño inocente, más que ella, él no tenía la culpa de haber nacido de un hombre ruin y despiadado como Curtis. Debía protegerlo a como diera lugar. Ese era su mayor propósito en la vida.
—Señorita Ortega, es importante que se calme para poder hablarle, no entiendo por qué está así, de verdad, su hijo está bien, podemos hablar con una enfermera para que lo traiga, y usted está siendo tratada.
—Por favor, diga que traigan a mi bebé.
—Espere un momento.
Matthew salió de la habitación, una preocupación que no era suya escalaba por su cuerpo. Se acercó a la primera enfermera que encontró para solicitar trajeran al bebé. Fue vehemente en expresar que era importante no tardaran en ello. Luego regresó a la habitación.
—Lo traerán, sólo debe esperar —habló pauso y calmado. Atrás quedaron las maldiciones que cada tanto suelen aparecer en sus labios.
—Yo debo irme de aquí —expresó ella con una nueva preocupación.
—Debe esperar a que el médico le dé el alta. Si está bien será pronto.
—No, usted no entiende señor, yo no puedo estar aquí, no tengo dinero para pagar atención médica.
En el tiempo en que llevaba en Estados Unidos había entendido que hasta para ir al hospital debía tener dinero, en especial, porque las cuentas resultaban demasiado caras y miles de dólares debían ser pagados. Lo sabía muy bien, porque por eso cuando Curtis la dejaba muy mal él prefería pagarle a una enfermera que conocía para que la atendiera y sólo en dos ocasiones debió llevarla al hospital, lo que le significó una nueva arremetida de él en su contra por hacerle gastar dinero como si ella tuviese la culpa, cuando era algo que él mismo provocaba, pero no era capaz de asumir.
—Dinero, bien, ese es un idioma que hablo a la perfección —expresó ahora con más entusiasmo—. No se preocupe por eso, yo asumiré el pago total de la cuenta del hospital.
Naia lo observó, él lucía extraño, ¿era doctor?, ¿quién había dicho que era?, no recordaba si lo había mencionado.
— ¿Quién es usted?
—Ya se lo dije, soy la persona que la golpeó con mi auto, pero fue un accidente, no fue algo intencional.
Ella agachó su cabeza, pareciera que intentara recordar algo sobre lo sucedido, pero muy poco llegaba a su mente, lo último que rememoraba era cuando había intentado comprar algo de leche, pero se sintió devastada porque no tenía el dinero suficiente para adquirir algo bueno para su bebé. Luego intentó cruzar la calle, pero después de eso no recordaba más.
—Lo siento —Se disculpó—, de verdad, no me di cuenta, estaba distraída.
“¿Ella estaba aceptando su culpa y lo estaba librando de cualquier mala intención?”
—Está bien, yo también lo siento, me distraje por un momento y no la vi, pero apenas entendí lo que estaba sucediendo actué rápido y por eso su lesión no es de gravedad —aseveró.
—Gracias señor, y de nuevo me disculpo por causarle problemas.
Ella hablaba como si no tuviera mucha vida dentro de su cuerpo. El tono era bajo y la tristeza se transmitía en cada sílaba. Matthew jamás había conocido a alguien que le hablara de esa forma, una sumisión extrema y dolorosa.
—Señor, no tengo dinero para devolverle lo que usted pague en este lugar.
— ¿Pagarme? —en definitiva eso era algo que no esperaba.
—Sé que las cuentas médicas son muy caras, pero no tengo cómo devolverle el dinero.
Ella de verdad se sentía triste por esa situación.
—No es necesario que me pague, soy yo el responsable, es normal que sea quien pague por su atención, por mi culpa está aquí, fui imprudente.
Y ahora estaba aceptando aquella responsabilidad, eran las palabras perfectas que de ser grabadas podían arrancarle varios millones en el tribunal. Si Steve lo hubiese escuchado, estaba seguro se hubiera desmayado, o por lo menos hubiera fingido hacerlo, a veces él resultaba actuar demasiado dramático.
De repente ella volvió a levantarse de la cama, pero esta vez de forma intencional dejó caer sus rodillas sobre el suelo. La expresión de dolor se sumó a la angustia que exhibía y esto fue evidente.
—Por favor señor, no me denuncie, por favor, permítame irme con mi hijo, no llame a la Policía.
Matthew no supo en qué momento los papeles cambiaron y ahora él era quien podía acusarla a ella. Pero, ¿por qué ella creía tal cosa?, ¿acaso no estaba consciente de que era quien podía recibir una compensación? No lograba comprenderla, ni un poco.
—Por favor, levántese, no está en condiciones de hacer eso, además que es extraño.Se apresuró a ayudarle a levantarse, pero ella se resistió, unió las palmas de sus manos y las elevó como si le estuviese rezando.—Señor, mi hijo es lo único que tengo, por favor déjenos ir cuando lo traigan, no quiero hablar con la Policía, ni con otra persona, sólo quiero irme de aquí.Sus ojos estaban inundados una vez más de lágrimas, pero él no lograba comprender el porqué de esta reacción.—No lo haré, no llamaré a la policía, ni la acusaré, pero por favor levántese del suelo y escuche lo que tengo que decir.Ella se dejó ayudar, pero por poco tiempo, porque tan pronto como sintió la cama tras suyo finalizó con cualquier contacto. No deseaba que la tocara, era notorio que establecía distancia. Matthew dio un par de pasos atrás. Por un momento, recordó aquella vez que encontró un animal herido, fue cuando apenas era un niño, y a pesar de querer ayudar al perrito en dificultades, él le rehuía e inc
Matthew rompió el documento que antes Steve llevaba en sus manos, así ratificó su decisión.—Haz lo que te dije.—Suponía que lo sabías, pero no puedes meter a un desconocido a tu casa.— ¿Por qué?—Porque no la conoces —le dijo con expresión de obviedad— podría ser una asesina en serie, una ladrona o una fugitiva, te podrías meter en problemas.—Sólo será por un corto tiempo, ella mencionó dos semanas, no creo que pueda ser un gran problema en tan pocos días, además, mírala es una mujer sola con su bebé, lo único que desea es que él esté bien, así que no digas tonterías y ve a hacer lo que te dije.—No te entiendo, de verdad que no lo hago...—...Mientras tanto, en la habitación Naia observaba con dulzura la sonrisa más hermosa que había visto en su vida.—Mi amor, tú eres mi ángel de la guarda, mi más hermosa rosa que no permite me lastimen las espinas, gracias por existir y por cuidarme, te prometo que yo haré lo mismo por ti. Te cuidaré, te protegeré y jamás permitiré que alguie
—Señora Ortega, el médico Roberts me ha solicitado venga a hablar con usted. — ¿Para qué? —Soy Trabajadora Social y me gustaría saber si quisiera contarme algo. — ¿Sobre qué? Resultaba evidente que Naia estaba a la defensiva, por lo que la mujer de unos treinta y seis años a su lado exhibió su más amable sonrisa. —Las lesiones que usted presenta podrían indicar algún tipo de abuso, así que si desea hablar conmigo al respecto y hacer la denuncia respectiva, podemos... —No, yo no sé sobre qué está hablando —Se apresuró a responder antes de que la mujer continuara esa línea de ideas—. Mis lesiones son por el accidente —aseveró. —Señora Ortega, sé que es difícil hablar sobre el tema, pero. —Pero nada, no hay nada sobre lo que hablar porque no sé a dónde quiere llegar, yo sólo tengo a mi bebé, no tengo familia en este país, lo único que quiero es salir ya del Hospital. —Tal vez el padre del bebé. —Mi bebé no tiene papá, Leo sólo me tiene a mí, así que por favor váyase, salga de aq
—Ya deja de maldecir, y acepta negociar por lo menos dos puntos de las demandas —expresa Steve entregando los documentos recién impresos a su jefe y amigo.—Es ilógico, ya accedí a sus pretensiones anteriores, pero para ellos nunca es suficiente. Sólo atenderé a un punto y que sea el más razonable.El abogado frotó el puente de su nariz e inspiró aire para llenar sus pulmones como una acción en busca de relajación, aunque le resultaba inútil.—Matthew es una lista bastante larga, por lo menos acceder a dos puntos es algo razonable.—Pero lee, ¿si lo has leído? dicen que quieren contratos por tiempo indefinido y que no sean subcontratados, también habla de no cambiar a los trabajadores, lo cual es imposible, sabes que es necesaria la rotación, también por cuestiones de salud, lo que ellos también están demandando.—Lo sé, pero es George quien los ha ilusionado a pedir todo, para ganar lo que más desean.— ¿Y qué es eso?, ¿Mi cabeza?, porque no la tendrán, George me fastidia más que un
— ¿Señor Garner?— ¿Quién me llama? —preguntó aunque ya sabía la respuesta.—Soy la mujer que atropelló.—La recuerdo, Naia Ortega.Ella apretó los ojos, se suponía de acuerdo con su fantasía de escape que se cambiaría el nombre tan pronto llegara a la nueva ciudad. Sin embargo, no contaba con que su identidad fuese revelada a causa de este hombre.—Sí, señor Garner, soy Naia.—Muy bien señorita Ortega, si me llama es porque supongo que ya le han dado el alta.—Dígame Naia, por favor, sólo Naia.—Está bien, ¿entonces?—Aún no puedo salir del hospital, pero la enfermera acaba de decirme que saldré mañana, por eso lo llamo.—Muy bien, cuando sepa la hora me la envía en un mensaje y alguien irá por usted.—Bueno, vera... —Se sentía incómoda—. No sé si pueda llamarlo de nuevo, no tengo teléfono, éste me lo prestó una de las enfermeras. Si usted me da la dirección de su casa y un número de teléfono yo llegaré ahí por mi cuenta.Naia se mordisqueó los labios esperando le diera aquella infor
—Dijo que era empleado del señor Garner, su jefe —se encogió de hombros y luego salió sin esperar réplica.Naia miró a su bebé antes de darle un beso fuerte que alimentaba su propia alma y le daba fuerza para continuar.—Es hora pequeño Leo, ya podemos irnos de aquí para escondernos unos días... espero sea un buen lugar... de verdad le pido a Dios sea un buen y tranquilo lugar —expresó ansiosa. A ella misma le resultaba increíble, que a pesar de haber logrado escapar de las manos de Curtis su corazón aún latiera temeroso, y con la inmensa angustia de ser atrapada pronto.Una hora después descendía con su bebé de un auto elegante de una marca que no reconocía.—Por aquí señorita Ortega —indicó un hombre demasiado alto, que a su lado la hacía ver del tamaño de un llavero. También era demasiado delgado y le recordaba a un personaje de la familia Adams.No obstante, no fue lo único que llamó su atención, puesto que desde que descendió del automóvil observó asombrada el espléndido lugar,
— ¿Por qué crees que una mujer hable muy poco? —indaga Matthew.— ¿De qué estás hablando? —cuestiona Steve con el ceño fruncido.—Naia, sólo responde lo necesario, incluso parece incómoda frente a otras personas, aunque sí expresó un poco más cuando conoció a la señora Pressly.— ¿Estás hablando de la mujer que atropellaste?—Por supuesto, ¿de quién más podría hablar?—No sé, tal vez de George, de los empleados del Sindicato, de esos que están llamando a más hombres a dejar de trabajar para parar la fábrica porque sienten que no están siendo escuchados... no sé, tal vez de ellos también podrías hablar —enunció en tono irónico.Matthew bufa, incluso sonríe como si le restara importancia.—Ese tipo lo único que quiere es dárselas de importante, debe tener algún tipo de complejo de héroe y quiere quedar bien ante su grupito. No me preocupa.Steve aprieta con fuerza el puente de su nariz mientras asiente.—Está bien, hablemos sobre Naia Ortega, que la fábrica detenga operaciones no es imp
Naia Ortega no salía de su cabeza. Quería hablar con ella, entender qué era lo que sucedía en su mente y porqué clamaba que no la lastimara. Sin embargo, no pudo confrontarla temprano en la mañana y salió antes de que ella mostrara su rostro fuera de la habitación destinada para su uso. Decir que había dormido toda la noche sería mentira, se la pasó volteando, sin poder encontrar acomodo, como si la cama fuese demasiado dura, o demasiado blanda, como si estuviese haciendo mucho frío, o demasiado calor. Pero, la verdad es que el rostro temeroso, lloroso y dolido de aquella mujer había aparecido cada vez que había intentado cerrar los ojos, incluso una frase salió de sus labios, sin saber por qué: “Te protegeré, no importa contra qué, lo prometo” Sólo deseaba que ella ya no se viera tan indefensa, que las lágrimas se convirtieran en sonrisas y por eso quería decirle palabras que la reconfortaran, pero al mismo tiempo que le hicieran sentir bien a él mismo. Aunque, comprendía que deci