Katherine se siente abrumada por lo que le dice su esposo, aunque era de esperarse que se encontrarían con John. Y verlo ahora la pone más nerviosa que nunca, no sabe qué decir. Pero con nervios, termina por sonreírle y le acepta la copa. Antes de mencionar alguna cosa, chocan sus copas y beben, sin dejar de mirarse. Se limpia las comisuras y comprueba que todavía tiene sus ojos en ella. —Gracias. —le dice. John se acerca un poco más y la toma de la cintura.—Soy el más afortunado de esta noche.Katherine se ruboriza.—Señor O’Conell, ¿Cómo se que no está mintiendo?—¿Mentir? —alza John una ceja, y se acerca hacia su rostro, convencido de que esta cercanía los hace mucho más interesados el uno con el otro. —¿Crees que miento, Katherine?Y la tensión sobrepasa el mismo sentido, ese que había creído que no la dejaría en paz ahora frente a frente con John. Alza un poco su rostro, cercana a sus labios. —Podemos…mentir de muchas maneras, John.—Pero no esto —lo oye decir con
Una sensación mucho más de rabia comienza en su cuerpo desde el instante que observa lo que se avecinaba.¿De qué se trataba todo esto? Observa la expresión de John hacia Anne, quien después la toma de los brazos, la saluda y agradecen al público.Katherine se siente indignada, ofendida y hasta humillada. ¿No es ella su esposa? ¡¿Qué c@rajos hace Anne en ese lugar en vez de ella…?Siente una rabia iracunda dentro de su pecho. M@ldita sea, ¿Por qué se siente así? ¡No debe sentirse así! ¿por qué se siente así? ¿Qué es ella de John para ponerse así? ¿Para sentir eso…? Observa las manos de Anne sobre el brazo de John, como si no quisiera nunca soltarlo, y como si fuese ella la mujer de John O’Connell. Esa mirada que le envía después es de fanfarronería, audacia. Le restriega frente a sus narices lo que ella nunca sería capaz de hacer porque…porque ella no es nada de John.Se bebe de un tiro el trago sin mirar al frente. Cuando John la observa, parece algo incómodo con todo esto. Tampoco
Katherine esnifa la nariz porque está roja de la impotencia. Traga saliva. Le trata de decirlas gracias a Matthew.—No te preocupes, estoy bien. Pero si gustas…—Señora, claro que sí —le responde Matthew—. Pero dígame, ¿Le sucede algo?Katherine no sabe qué responder, niega de una vez.—No, no. ¿Cómo crees? —se ríe, fingiendo no sentir esa impotencia dentro de su cuerpo—.Es que necesitaba un poco de aire. Y no me gusta tanto los encierros —y comienza a daraspavientos con las manos para cesar la incomodidad. Nadie tiene que hacerse cargos desus problemas porque no es lo correcto. Sólo ella sabe qué es lo que siente. Y ahora…noparece el mejor momento para conocer sus verdaderos sentimientos—. ¿Qué haces aquí,Matthew? No me respondiste.—Pues, el señor O'Connell siempre ha dejado que losempleados asistan a las donaciones de caridad. Es bastante usual que usted llegue a ver a mis compañeros por aquí. Y siacaso eso le disgusta…—¡No! No, Matthew. No —Katherine parece
—¿Quién es ella? Se refleja el interés a través de las palabras, que se dirigen al único motivo por el cual se había detenido a ver dentro del bar. —¿Por qué? —responde un segundo hombre, que a su lado como con sorna da un sorbo al Whisky—. ¿Es la elegida? Están en lo que aparentan ser un bar, nocturno, con más de un centenar de rostros disfrutando el escenario que se asemeja ser el único interés del lugar. Mujeres y hombres no apartan la mirada de quién desde hace segundos había despertado la curiosidad, para bien o para mal, e incluso ha hecho que éste mismo no pueda quitar sus ojos de él. —No creo que sea lo que estás buscando —el tono que usa el segundo hombre es de hastío, casi burlón. La música entra en sus sentidos, a la par que entra ella al escenario. Comienza a brindar su servicio a todo aquel que observe. El bullicio de la multitud no se disipa, porque una mujer tan hermosa frente a frente es capaz de hacer sonreír y engatusar. —Espera un momento —dice el hombre, alza
Cómo nunca antes siente aquella mujer el deseo de reírse con fuerza ante lo que escucha y tiene que retroceder para doblarse un poco y seguir riendo, incluso ha dejado caer el cigarro. Al observar el rostro inmutable del hombre se levanta de golpe y deja de reírse. —¡Ah! Tú me estás tomando el pelo. Tú —se carcajea otra vez—. ¡Qué clase de fanfarronería es esta! —No es ninguna. Esa es mi propuesta. Ese el servicio que quiero a cambio —responde el hombre. —¡Ni siquiera sé tu nombre…! —John —alza la palma el susodicho—. John, ese es mi nombre. Al observar su mano no puede averiguar si la severidad de estás palabras son reales. Pero este mismo hombre con cierta particularidad la hace recibir el saludo. —Y yo me llamo Cenicienta. La jodida Cenicienta —y atesta un manotazo al enigmático y bromista John que es a su parecer. Comienza a caminar en el tambaleo que le ha causado la mención de todo lo demás—. Cada día están más locos —farfulla por lo bajo. —¿No acepta el trabajo? ¿No acep
La mujer mueve su cabeza conmocionada. —Yo no he aceptado nada. —Ya, no te preocupes. Esto no es un trío. Esto son negocios —deja una risita el mismo hombre y vuelve a su sitio—. Andando, no hay tiempo que esperar. El asiento de copiloto se abre pero las puertas de atrás, estás puertas las abre John. Y estira su palma hacia su cuerpo. De inmediato se tensa. —Encienda el GPS en su celular si desconfía. Avise a cualquiera. Dígale mi nombre. Dígale el nombre de él, que es Will. Tome foto a la placa del carro. Haga lo que te haga sentir segura. Pero si eso no basta, no venga conmigo. No quiero que se sienta incómoda de ahora en adelante. No funcionará. —Maldita sea —refunfuña con cierto temor. Y mueve sus manos sin saber qué hacer—. ¿Es esto un sueño? —No lo es. Yo soy muy real. Al cabo de un segundo, es ella quien, oyéndolo decir aquellas cosas, no pierde tiempo en sacar su móvil y tomar una foto de su placa. El movimiento fue rápido y John echó una ojeada a Will, que se encogió d
—Todo el proceso de la residencia abarcará un año, o más —John espera a que Katherine se acomode en sus tacones y la escucha soltar un sonido que no sabe si es de impresión o de negación—. Si se sigue al pie de la letra todo el procedimiento.—¡Bendito Dios! ¿Un año? —Katherine deja saber su inconformidad—. ¿Un año para que te den un papel…?—Necesito la visa sin problemas para abrir los casinos, ya se lo he dicho —y empiezan a caminar, no sin antes que Katherine se quede de pie en su lugar, observando las fuentes y los coches aparcados en una hilera que va haciendo un círculo—. Ven, mientras caminamos le explico.—Es mucho, es mucho —explica Katherine cuando John le ofrece su mano para continuar. Su bolsa se siente pesada. Todo se siente pesado—. ¿Cómo por qué no has renovado tu Visa? ¡Eres millonario y no…!—Eso no es asunto de hablar ahora. Nuestro objetivo es casarnos, y que me renueven la Visa: porque deportado seré si no lo hago y no podré abrir los casinos —John se quita el abr
Prosigue John un momento después.—Ella te dirá todo lo que hay por saber, lo demás que tienes que hacer. Te haré firmar un contrato de confidencialidad. De igual forma, a partir de ahora, vivirás bajo mi techo… —¡Tu techo! Tengo una mascota que hay que cuidar, y deudas que pagar. Mi trabajo… —Ya no trabajarás. Tu deudas las pago yo, y como recompensa puedes usar mis tarjetas conforme el negocio avance. John se gira a mirarla. —Estamos comprometidos. Suena prepotente, suena a una gigantesca responsabilidad, pero las palabras suenan sólo a beneficio. El escalofrío la recorre, porque sigue a John y se hace aún más grande aquella mansión. La puerta está abierta, y recrea al sonriente Will que había desaparecido y no se había dado cuenta. Se detiene en la inmensidad de la entrada, alta y ancha y de madera pulida, fina. La reacción es rascarse atrás de su cuello. ¿Esto…tiene que aprender a diferenciar? —Por favor, pase… —No me digas así. Me llamó Katherine —se da media vuelta para in