No sabe Katherine en qué pensar cuando observa la aclamada ciudad de Las Vegas en aquella madrugada. Se supone que estas cosas, de enamorarse de la noche a la mañana suceden, pero dan hincapié a lo que una mujer como ella, tan distinta a las mujeres que cree ella frecuenta John, le hacen sentir. Da un suspiro. ¿Cómo actuará cuando lo vuelva a ver? Sólo serán horas para eso. Para nadie es extraño lo que ocurre entre ellos dos. Pues, son marido y mujer. Sin embargo, que distinto se observa cuando no es más que una farsa. ¡Un contrato nada más! La semana acabará y tendrán que partir hacia la realidad de este enigmático encuentro. Por la única razón con la que ha decidido seguir con esta mentira. Se abraza Katherine aún más con sus propios brazos. La vueltas que da la vida la afecta. Su vida ha cambiado por completo, sin saber, sin siquiera acometer lo que pasa. Debe ocuparse en algo, es lo que piensa. No puede quedarse de brazos cruzados, sin hacer nada. John le ofreció un
Las palabras de Katherine confunden más a Randall de lo que esperó. Así que de inmediato le dice a su hermano que tome asiento. —¿De qué estás hablando? —Primero, escúchame, Randall. Lo que te diré es muy importante, y bastante serio —Katherine se toma el tiempo de tomar aire. El necesario para continuar—. Creo que alguien está haciendo negocios sucios y utiliza la joyería para ocultarlo. Randall alza una ceja de inmediato. Está convencido de que lo que dice su hermana es una locura y se echa a reír con tremendas ansias. Al ver la seriedad de su melliza, tose y niega. —Eso es imposible. ¿Cómo podría ocurrir algo así con tantos ojos al lado? —Eso es lo de menos. Porque lo que sí sé, es que no nos quedará ni la mitad de nuestra conversación para saberlo. —¿Pero por qué crees que esto sucede? Kate, es una acusación demasiado grave. —Cualquiera es culpable mientras no se demuestre lo contrario. Pero te ahorraré los detalles. Iré al grano. Randall toma un suspiro. Conoce es
Katherine se siente abrumada por lo que le dice su esposo, aunque era de esperarse que se encontrarían con John. Y verlo ahora la pone más nerviosa que nunca, no sabe qué decir. Pero con nervios, termina por sonreírle y le acepta la copa. Antes de mencionar alguna cosa, chocan sus copas y beben, sin dejar de mirarse. Se limpia las comisuras y comprueba que todavía tiene sus ojos en ella. —Gracias. —le dice. John se acerca un poco más y la toma de la cintura.—Soy el más afortunado de esta noche.Katherine se ruboriza.—Señor O’Conell, ¿Cómo se que no está mintiendo?—¿Mentir? —alza John una ceja, y se acerca hacia su rostro, convencido de que esta cercanía los hace mucho más interesados el uno con el otro. —¿Crees que miento, Katherine?Y la tensión sobrepasa el mismo sentido, ese que había creído que no la dejaría en paz ahora frente a frente con John. Alza un poco su rostro, cercana a sus labios. —Podemos…mentir de muchas maneras, John.—Pero no esto —lo oye decir con
Una sensación mucho más de rabia comienza en su cuerpo desde el instante que observa lo que se avecinaba.¿De qué se trataba todo esto? Observa la expresión de John hacia Anne, quien después la toma de los brazos, la saluda y agradecen al público.Katherine se siente indignada, ofendida y hasta humillada. ¿No es ella su esposa? ¡¿Qué c@rajos hace Anne en ese lugar en vez de ella…?Siente una rabia iracunda dentro de su pecho. M@ldita sea, ¿Por qué se siente así? ¡No debe sentirse así! ¿por qué se siente así? ¿Qué es ella de John para ponerse así? ¿Para sentir eso…? Observa las manos de Anne sobre el brazo de John, como si no quisiera nunca soltarlo, y como si fuese ella la mujer de John O’Connell. Esa mirada que le envía después es de fanfarronería, audacia. Le restriega frente a sus narices lo que ella nunca sería capaz de hacer porque…porque ella no es nada de John.Se bebe de un tiro el trago sin mirar al frente. Cuando John la observa, parece algo incómodo con todo esto. Tampoco
Katherine esnifa la nariz porque está roja de la impotencia. Traga saliva. Le trata de decirlas gracias a Matthew.—No te preocupes, estoy bien. Pero si gustas…—Señora, claro que sí —le responde Matthew—. Pero dígame, ¿Le sucede algo?Katherine no sabe qué responder, niega de una vez.—No, no. ¿Cómo crees? —se ríe, fingiendo no sentir esa impotencia dentro de su cuerpo—.Es que necesitaba un poco de aire. Y no me gusta tanto los encierros —y comienza a daraspavientos con las manos para cesar la incomodidad. Nadie tiene que hacerse cargos desus problemas porque no es lo correcto. Sólo ella sabe qué es lo que siente. Y ahora…noparece el mejor momento para conocer sus verdaderos sentimientos—. ¿Qué haces aquí,Matthew? No me respondiste.—Pues, el señor O'Connell siempre ha dejado que losempleados asistan a las donaciones de caridad. Es bastante usual que usted llegue a ver a mis compañeros por aquí. Y siacaso eso le disgusta…—¡No! No, Matthew. No —Katherine parece
—¿Quién es ella? Se refleja el interés a través de las palabras, que se dirigen al único motivo por el cual se había detenido a ver dentro del bar. —¿Por qué? —responde un segundo hombre, que a su lado como con sorna da un sorbo al Whisky—. ¿Es la elegida? Están en lo que aparentan ser un bar, nocturno, con más de un centenar de rostros disfrutando el escenario que se asemeja ser el único interés del lugar. Mujeres y hombres no apartan la mirada de quién desde hace segundos había despertado la curiosidad, para bien o para mal, e incluso ha hecho que éste mismo no pueda quitar sus ojos de él. —No creo que sea lo que estás buscando —el tono que usa el segundo hombre es de hastío, casi burlón. La música entra en sus sentidos, a la par que entra ella al escenario. Comienza a brindar su servicio a todo aquel que observe. El bullicio de la multitud no se disipa, porque una mujer tan hermosa frente a frente es capaz de hacer sonreír y engatusar. —Espera un momento —dice el hombre, alza
Cómo nunca antes siente aquella mujer el deseo de reírse con fuerza ante lo que escucha y tiene que retroceder para doblarse un poco y seguir riendo, incluso ha dejado caer el cigarro. Al observar el rostro inmutable del hombre se levanta de golpe y deja de reírse. —¡Ah! Tú me estás tomando el pelo. Tú —se carcajea otra vez—. ¡Qué clase de fanfarronería es esta! —No es ninguna. Esa es mi propuesta. Ese el servicio que quiero a cambio —responde el hombre. —¡Ni siquiera sé tu nombre…! —John —alza la palma el susodicho—. John, ese es mi nombre. Al observar su mano no puede averiguar si la severidad de estás palabras son reales. Pero este mismo hombre con cierta particularidad la hace recibir el saludo. —Y yo me llamo Cenicienta. La jodida Cenicienta —y atesta un manotazo al enigmático y bromista John que es a su parecer. Comienza a caminar en el tambaleo que le ha causado la mención de todo lo demás—. Cada día están más locos —farfulla por lo bajo. —¿No acepta el trabajo? ¿No acep
La mujer mueve su cabeza conmocionada. —Yo no he aceptado nada. —Ya, no te preocupes. Esto no es un trío. Esto son negocios —deja una risita el mismo hombre y vuelve a su sitio—. Andando, no hay tiempo que esperar. El asiento de copiloto se abre pero las puertas de atrás, estás puertas las abre John. Y estira su palma hacia su cuerpo. De inmediato se tensa. —Encienda el GPS en su celular si desconfía. Avise a cualquiera. Dígale mi nombre. Dígale el nombre de él, que es Will. Tome foto a la placa del carro. Haga lo que te haga sentir segura. Pero si eso no basta, no venga conmigo. No quiero que se sienta incómoda de ahora en adelante. No funcionará. —Maldita sea —refunfuña con cierto temor. Y mueve sus manos sin saber qué hacer—. ¿Es esto un sueño? —No lo es. Yo soy muy real. Al cabo de un segundo, es ella quien, oyéndolo decir aquellas cosas, no pierde tiempo en sacar su móvil y tomar una foto de su placa. El movimiento fue rápido y John echó una ojeada a Will, que se encogió d