Cómo nunca antes siente aquella mujer el deseo de reírse con fuerza ante lo que escucha y tiene que retroceder para doblarse un poco y seguir riendo, incluso ha dejado caer el cigarro. Al observar el rostro inmutable del hombre se levanta de golpe y deja de reírse.
—¡Ah! Tú me estás tomando el pelo. Tú —se carcajea otra vez—. ¡Qué clase de fanfarronería es esta!—No es ninguna. Esa es mi propuesta. Ese el servicio que quiero a cambio —responde el hombre.—¡Ni siquiera sé tu nombre…!—John —alza la palma el susodicho—. John, ese es mi nombre.Al observar su mano no puede averiguar si la severidad de estás palabras son reales. Pero este mismo hombre con cierta particularidad la hace recibir el saludo.—Y yo me llamo Cenicienta. La jodida Cenicienta —y atesta un manotazo al enigmático y bromista John que es a su parecer. Comienza a caminar en el tambaleo que le ha causado la mención de todo lo demás—. Cada día están más locos —farfulla por lo bajo.—¿No acepta el trabajo? ¿No acepta la recompensa?—¡Crees que soy una estúpida! —le deja saber—. No cae de la noche a la mañana un loco a mitad de la noche brindándome cuatro millones mientras me dice que me case con él. ¡Es la primera vez que te veo! Yo no te conozco.—Es un servicio que beneficia a ambas partes. Y no es una propuesta que escucha todo los días.El fruncido de cejas se acentúa aún más y maneja la mujer que no posee aún nombre en acercarse hacia John, mientras lo señala.—¿Tu esposa? ¿Tu esposa para qué? ¡Eso es de cínicos! —espeta con fuerza. Aunque maneja con severidad su indiscutible enojo—. No necesito de tu ayuda, si es lo que piensas. Porque no me la creo. ¿Así de fácil? No, no. Esto no puede ser verdad. ¿Acaso eres un sicario, un asesino? ¡Un embustero!—¿Usted tiene un deseo? ¿Una motivación? ¿Una casa que comprar? ¿Cuentas por pagar?Se calla de golpe la mujer, y balbucea palabras inentendibles. La ojeada que le brinda a John, el enigmático extraño, es de sorpresa.Se le viene a la mente el único motivo por el cual se consigue en el bar del que acaba de salir. El recuerdo de su motivación, cada día, cada noche, que no la deja dormir ni pensar con claridad. ¿No es esta la oportunidad qué tanto habías esperado? La mente le juega bárbaro, porque de hecho hay un deseo jugando a la ambición. El mayor de todos sus anhelos. Porque no es claro que sea el de bailarina exótica. Sino el de…—Eso creí —contesta John. Y de un momento a otro pasa por su lado.Se le levantan todas las alarmas a la mujer, que no la hacen pensar con claridad. El golpeteo de los zapatos dejan saber la marcha del hombre, y se tropieza en girarse, sólo a seguirlo. Por alguna razón la ambición la ciega por un momento. Cuatro millones están alejándose si es que son de verdad. ¿Y si lo es? ¡Se irá al infierno no por ser codiciosa sino por juzgar sin saber! Y se arriesga en balbucear cuando estira su mano—Un momento —exclama.Los pasos de John se detienen. Arreglándose el saco se encuentra una vez más con ella.La mujer se arregla la rendija de su bolso y su bufanda.—¿Cómo se que lo que me dices es verdad? ¿Cómo se que lo que me ofreces es cien por ciento seguro?John se fija en ella con severidad. Pero se le calman las facciones y le entrega la caja directo en sus manos. La mujer siente al instante el peso empleado. Y se le ocultan las sonrojadas mejillas cuando baja la mirada. Da un consentimiento hacia el hombre.Pero no contesta, aunque se le observa un risueño mohín.La mujer abre la caja. Se le va el aire de pronto.—¡Un…—se atraganta—, diamante!—Veinticinco millones —dice John.—¡Jesucristo! —y cierra de golpe la caja, también los ojos. Esto es una ensoñación—. Es un diamante. Es un diamante…acabo de ver…—Si todavía está en pie su aceptación —John se mete la mano los bolsillos y se gira—, sígame.Ella tiene que abrir sus ojos con rapidez. Tiene una expresión congelada, que no ayuda en nada todavía a su atontamiento. Y confronta la realidad de golpe. Aún desconfiada, porque seguía estando con un desconocido, en medio de una calle. Aparentemente, no podría existir algo más extraño que aquel extraño le pidiese, nada más, que ser su esposa.—¡Cómo se que no me secuestrarás…!Lo sigue a punto de puntillas en los tacones. Su respiración cambia conforme su emoción y su confusión se acoplan.—¿Qué es todo esto? ¿Quién eres, qué haces? ¿Porqué me pides que sea tu esposa? ¡Detente!Pero John no la escucha, sólo observa su reloj. Hasta que finalmente salen de la calle, y la esquina reluce con faros y los sonidos del auto en esta madrugada.—Soy joyero. Y quiero…expandir mi negocio —responde John.La mujer no puede comprenderlo y hace una mueca.—¿Por qué necesitas una esposa? ¡Ah! No entiendo nada. Esto no puede ser real. ¿Ofreces cuatro millones a toda que se te acerca?—No todas se quedan más de cinco minutos —John empieza a marcar en su teléfono.Puede entonces divagar en lo que propone porque parece útil. Y es más útil contemplarlo de arriba hacia abajo. Semejante porte. Su complexión es semi robusta pero lo alarga la inmensa estatura que posee, ya que ella lo alcanza hasta los hombros, y sigue usando tacones. Traje galante, ceñido con perfección. Oxford, por supuesto, que los zapatos tienen que ser oxford. Un perfume que hace suspirar un poco, como intimidada ante aquel hombre.Se da cuenta que le ha dicho su nombre. Y debe ser ella descortés para no aceptar su mano. Pero los motivos son acertados. No le estrechas la manos a desconocidos, ni aceptas propuestas tan inverosímiles. Ah, qué es lo que está haciendo. No puede pensar con claridad.—Así que si se lo propones a las demás —es lo que dice.—No, porque las entiendo. Suerte como está —niega con la cabeza—, nunca la verás en tu vida.—¿Y qué…? ¿Por qué…? —expresa de mala gana, tomándose la frente—. ¿Por qué crees que yo si te aceptaré? ¿No sabes lo peligroso que es hablar con desconocidos?—Fue usted la que se ha quedado. Es usted quien necesita el dinero —expresa John, observando el frente, como buscando alguna cosa—. Usted me entrega el servicio, yo le bonifico. Y después de aquello, no me vuelve a ver más nunca.—Voy a morir —gruñe—, de un paro cardíaco si no me dices porque…—En un momento —responde John.Las luces de un carro frente a ambos la traen otra vez a la realidad. El mismo vehículo aparca frente a ellos. Y el piloto baja las ventanas para inclinarse y alzar una mano.—¡Eh! No puede ser que Julieta haya aceptado —las comisuras se aprietan en un sólida sonrisa.¿Julieta ha dicho? ¡Ah, sí! Le acaban de proponer matrimonio.La mujer mueve su cabeza conmocionada. —Yo no he aceptado nada. —Ya, no te preocupes. Esto no es un trío. Esto son negocios —deja una risita el mismo hombre y vuelve a su sitio—. Andando, no hay tiempo que esperar. El asiento de copiloto se abre pero las puertas de atrás, estás puertas las abre John. Y estira su palma hacia su cuerpo. De inmediato se tensa. —Encienda el GPS en su celular si desconfía. Avise a cualquiera. Dígale mi nombre. Dígale el nombre de él, que es Will. Tome foto a la placa del carro. Haga lo que te haga sentir segura. Pero si eso no basta, no venga conmigo. No quiero que se sienta incómoda de ahora en adelante. No funcionará. —Maldita sea —refunfuña con cierto temor. Y mueve sus manos sin saber qué hacer—. ¿Es esto un sueño? —No lo es. Yo soy muy real. Al cabo de un segundo, es ella quien, oyéndolo decir aquellas cosas, no pierde tiempo en sacar su móvil y tomar una foto de su placa. El movimiento fue rápido y John echó una ojeada a Will, que se encogió d
—Todo el proceso de la residencia abarcará un año, o más —John espera a que Katherine se acomode en sus tacones y la escucha soltar un sonido que no sabe si es de impresión o de negación—. Si se sigue al pie de la letra todo el procedimiento.—¡Bendito Dios! ¿Un año? —Katherine deja saber su inconformidad—. ¿Un año para que te den un papel…?—Necesito la visa sin problemas para abrir los casinos, ya se lo he dicho —y empiezan a caminar, no sin antes que Katherine se quede de pie en su lugar, observando las fuentes y los coches aparcados en una hilera que va haciendo un círculo—. Ven, mientras caminamos le explico.—Es mucho, es mucho —explica Katherine cuando John le ofrece su mano para continuar. Su bolsa se siente pesada. Todo se siente pesado—. ¿Cómo por qué no has renovado tu Visa? ¡Eres millonario y no…!—Eso no es asunto de hablar ahora. Nuestro objetivo es casarnos, y que me renueven la Visa: porque deportado seré si no lo hago y no podré abrir los casinos —John se quita el abr
Prosigue John un momento después.—Ella te dirá todo lo que hay por saber, lo demás que tienes que hacer. Te haré firmar un contrato de confidencialidad. De igual forma, a partir de ahora, vivirás bajo mi techo… —¡Tu techo! Tengo una mascota que hay que cuidar, y deudas que pagar. Mi trabajo… —Ya no trabajarás. Tu deudas las pago yo, y como recompensa puedes usar mis tarjetas conforme el negocio avance. John se gira a mirarla. —Estamos comprometidos. Suena prepotente, suena a una gigantesca responsabilidad, pero las palabras suenan sólo a beneficio. El escalofrío la recorre, porque sigue a John y se hace aún más grande aquella mansión. La puerta está abierta, y recrea al sonriente Will que había desaparecido y no se había dado cuenta. Se detiene en la inmensidad de la entrada, alta y ancha y de madera pulida, fina. La reacción es rascarse atrás de su cuello. ¿Esto…tiene que aprender a diferenciar? —Por favor, pase… —No me digas así. Me llamó Katherine —se da media vuelta para in
Katherine lo observa como si no entendiese sus palabras. —¿Mañana dijiste que renovaremos la visa para el marido?—Así es.—No tengo ropa. Mi apartamento queda en la séptima. Debo buscar…—No, no —dice John rápidamente—. Comprarás todas tus cosas nuevas. Y sobretodo no dirás que trabajas de bailarina. Tal vez de contadora servirá.—¿Contadora? —Katherine se echa a reír—. ¿Cómo podré demostrarlo? —se queda Katherine pensando un momento—. Aunque si tengo experiencia sobre eso pero...—Ya lo he hablado —John toma su teléfono con prontitud—. ¿O le has dicho a tus padres que de eso trabajas?Bingo. Le da justo en dónde no espera. Es un gran secreto pensar en aquello, porque Katherine no menciona a sus padres que su profesión actual es lo exótico, la flexibilidad de su cuerpo. Prefiere omitir los detalles. Y finge ser la editora de alguna revista. Los miles de dólares que se gana semanal deben salir de algún lugar. —Editora de revista —Katherine deja saber—. Es lo que creen ellos.
Y sale del probador al instante, casi tropezándose. La asesora tiene en su mano su teléfono y lo coge con una sonrisa fingida.—Sí, si. Es mi amiga. Deme sólo un momento —y señala detrás de los mostradores.Observa el nombre. Definitivamente es ella.—¡Kate! —es lo primero que escucha al otro lado—. Prendiste el GPS y ahora te veo en Prada, en la quinta avenida. ¿Qué estás haciendo?—¡Antonella! —suelta en una sonrisa—. Es que estoy mirando las cosas.—¿Y por qué prendiste tu GPS? Me has dado un gran susto —aquella voz suena agitada—. ¿Estás bien?—Sí, si estoy bien. Pero ¿En dónde estás tú? ¿Qué es lo que haces? —¡Estaba buscándote, tonta! Estoy justo afuera. —¡Afuera! —y Katherine baja su teléfono para dar una vista detrás de los cristales. La figura morena de su amiga se divisa con prontitud y tiene que cerrar la boca. Bien. ¿Qué dirá acaso? ¡Qué está loca! Pero, la confidencialidad. Los cuatro millones. Toma un suspiro—. Tengo algo que decirte. —No, no me asustes así.
Katherine se rasca la mejilla y emplea un gesto de desaprobación. Lo entiende: John O’Connell , millonario, y famoso. ¿En qué se está metiendo? Pero Antonella con aquella aprobación la hace calmarse aunque sea un poco. —Señorita —dice la asesora—. Aguardan por usted. Todo está pagado ya. La maquillista está esperándola.Ambas amigas se miran. Una sonríe y otra traga saliva.—¿Me puede decir…la cuenta de esto? —Setenta mil dólares.Antonella es quien abre sus ojos y se gira como para ocultar su expresión. Katherine suelta una pequeña risa. —Bien, ya nos vamos. Ya vamos a…maquillarnos. Sí, a maquillarnos.Katherine hace un gesto para que Antonella la siga. La asesora señala y hace presentar a una joven chica, con una blanca sonrisa que se apresura a decir su nombre y su profesión. —¿Serás…millonaria acaso, Kate, y no ibas a decir nada? Katherine no cree que es del todo mentira. Porque cuatro millones aguardaban por ella. Tuvo Antonella que reírse de la impresión cuando
El paro rígido que da Katherine la tensa. Observa al hombre a su lado que da una ojeada rápida sin entender su reacción. —¿¡Casarnos…?! —chilla tan debajo que sólo es John capaz de entenderla—. ¿Ya, ya? —Así es —responde John, que al contrario de ella, parece más relajado—. Apresúrate, Katherine. No tenemos todo el día. Y tira de ella con cierta maansedumbre ya que Katherine poco puede decir pero bastante cosas pasan por su mente. ¡Boda! Una boda. Es una unión. Se está uniendo a este hombre que acaba de conocer. ¡Que acaba de conocer! ¡Ni siquiera sabe su edad! Quiere detenerse pero es tan severo y determinante los pasos de John que no hace sino seguirle y pensar ya en cómo llevarán está unión a cabo si los papeles por el matrimonio civil ni siquiera los tiene aquí. —Para, para —repite Katherine a su momento. Se detiene John a mirarla y cada peso que observa no puede ser sino de confusión con el pasar de los segundos. Katherine nota que los hombres a lo lejos los están v
Estas palabras consiguen una reacción de sobresalto. Hasta el punto de sonrojo, y Katherine mantiene sus ojos contra los de John, que con esa ojeada vívida y llena de la misma cualidad con la que lo conoció, la hace, por lo menos, bajar aquel turbamiento. Sin embargo, está lo bastante cuerda para saber que John es un tipo que apenas conoce, no sabe nada de él, no conoce nada de él, y él tampoco de su vida. Aunque, ese sería el problema menos complejo de los que ya tienen.—¿Qué es lo que sigue…? —la voz de Katherine es baja y rasposa pero consigue hacerse entender.John la acerca hacia su cuerpo. Es un movimiento suave y propenso en crear infinitas ideas si fuese en otras circunstancias. Pero Katherine se siente bien de que esté buscando la forma de hacer olvidar el torbellino que ha cambiado su vida, de pies a cabeza, y literalmente, de la noche a la mañana.—Nuestro siguiente paso es asistir a la renovación de la visa que será la próxima semana. Exactamente en diez días —John prome