—Todo el proceso de la residencia abarcará un año, o más —John espera a que Katherine se acomode en sus tacones y la escucha soltar un sonido que no sabe si es de impresión o de negación—. Si se sigue al pie de la letra todo el procedimiento.
—¡Bendito Dios! ¿Un año? —Katherine deja saber su inconformidad—. ¿Un año para que te den un papel…?—Necesito la visa sin problemas para abrir los casinos, ya se lo he dicho —y empiezan a caminar, no sin antes que Katherine se quede de pie en su lugar, observando las fuentes y los coches aparcados en una hilera que va haciendo un círculo—. Ven, mientras caminamos le explico.—Es mucho, es mucho —explica Katherine cuando John le ofrece su mano para continuar. Su bolsa se siente pesada. Todo se siente pesado—. ¿Cómo por qué no has renovado tu Visa? ¡Eres millonario y no…!—Eso no es asunto de hablar ahora. Nuestro objetivo es casarnos, y que me renueven la Visa: porque deportado seré si no lo hago y no podré abrir los casinos —John se quita el abrigo conforme avanzan.Katherine cree estar en un ensueño ante semejante complicidad al que está a punto de ver. ¡Ah! Quiere salir corriendo, pero vuelven los cuatro millones y la posibilidad de abrir su negocio…y suspira con pesadez.Da pasos hacia John con rapidez.—Espera, detente por favor —le ruega. John se quita el cigarro para antes de verla—. ¿No es acaso un delito?—¿Para ti lo es? Nos beneficia a ambos…—¡Lo has dicho varias veces! —Katherine mueve sus manos con diligencia—. No es a eso a lo que me refiero. Sino es que…Por Dios, semejante propuesta. No me conoces, no te conozco. ¿Cómo podemos fingir un matrimonio? ¿No es acaso…eso mentir?John se detiene a mirarla un momento, sólo un pequeño momento. Se da cuenta Katherine que sus ojos negros son más que punzantes, avivados pero imperturbables. Da un calado al cigarro.—No es esto una propuesta de ética, señorita. Estoy haciendo esto para mis fines, pero considero que usted puede beneficiarse también, sólo fingiendo por un tiempo que es mi esposa para que tanto usted, recibe su parte de la paga, y yo, alze mi negocio. Es parte de un trato. Sólo estaremos unidos legalmente por un tiempo, y después de aquello, nos divorciaremos. Es lo único que haremos. No le pido nada más, e incluso puede seguir su vida como prefiera sin que yo esté a su lado todo el tiempo. Después que me renueven la Visa, usted podrá irse, con su remuneración, y yo seguiré a mi lado. ¿Eso le parece bien?Se gira Katherine rápidamente hacia un lado, sin preferir sostenerse a algo más. No es que sienta presión o cobardía, pero la desconfianza ante esto está ahí. ¿Qué haces en tal caso? ¿Aceptas de una vez? ¡Un trato! ¡Por un tiempo! Y tienes tus cuatro millones. ¡Millonaria al fin! ¿Es eso acaso bueno? El anhelo de su propio bar lo tiene en la punta de la mente. La imaginación divaga en su casa de ensueño, en su negocio de ensueño, en la vida que siempre había querido. ¡Superarse a sí misma! Y está justo el hada madrina a su lado. ¡Un hombre desconocido! Con una propuesta extraña.Una propuesta inverosímil. Qué no puede dejar de ser descabellado. No es descabellada, propone. Es un matrimonio falso, con ambas partes igualitarias.Después de cumplir, no volverá a verlo, y se marchará con cuatro millones…Katherine da un largo suspiro de embeleso, pero mueve su cabeza para negar. De ser bailarina en un bar por años, a ser dueña de su propias sucursales de bares y restaurantes.¿No es eso por lo que tanto lucha? ¿No es aquello el deseo de su vida? ¡Claro que lo es! Por eso lo ha seguido, a este hombre presente, que desprende en cada acto algo sublime, por no decir joyas y dinero. Incluso tiene que pensar en la joya que está propuesta en su mano. Tiene veinticinco millones de dólares en su mano, de los que nunca tendrá y verá en la vida. Para buena suerte, o para mal. ¡Oh! Eso no puede considerarse mala suerte.Katherine aún así traga saliva, moviendo las manos para que continúe. —¿Es todo lo que necesitas? —vuelve a inquirir. A John le divierte esta reacción, pero no es para menos. Vuelve a asentir con su sublime lentitud. —Sólo eso —hace que su altura deje en el rincón a la altura de Katherine—. No pido más. Se mantiene Katherine engatusada por el tenor de su voz, en perfecto acento inglés, que procura no ser prolijo, sino más elegante de lo que imagina. Ella se mantiene pensando entonces en su vida, en toda su vida.—No soy una stripper. Soy una bailarina. Bailarina exótica, como lo han venido llamando —empieza a explicar—. Así que no sé porqué razón has venido ante mí. ¿No es ese un cumplimiento? Observate. Millonario, galán. Espera. ¿Eres soltero? La pregunta hace que John suba una comisura. No parece tan gélido como pretende ser. —No tengo tiempo para relaciones —es lo que responde. Katherine alza sus cejas, cruzándose de brazos. Es su turno de sonreír. —¿Pero si lo tienes para un matrimonio? Su interés es notable, porque John alza un poco su rostro, solamente para verla. La mujer vuelve a su porte que había visto en el bar, hace sólo unos momentos. Le produce una pequeña sonrisa. —Falso. Un matrimonio falso. Katherine se da cuenta de su error y asiente. Lo señala con obviedad y se vuelve a cruzar de brazos. —Es ahora que debe decirme, señorita. Si acepta la propuesta, o si no.Es el momento crítico, al que tanto espera no puede sentir. O en su apogeo, lo que le estremece el cuerpo. Observa aquella mansión, con valles pulidos, fuentes inmensas, luces doradas a su alrededor y sólo el pequeño rincón puede valer más de lo que vale el apartamento en donde vive. Este hombre no miente. Este hombre derrocha sólo dinero, sólo poder, y algo más importante. Elegancia. ¿Cuatro millones en menos de tres años? No ha llegado ni a cuatrocientos mil desde que comenzó en el bar, hace dos años. Los gastos, las deudas, un alquiler. La vivencia de un alma que necesita explorar el mundo y conocer la magnitud de ser…millonario. Por unos meses. Sólo unos meses. Un poco más, para alzar sus sucursales de restaurantes y bares. Katherine estira su mano. —Necesito un comprobante de que eres joyero, y de que todas tus cosas te pertenecen, y son de dinero limpio. No me casaré con un delincuente. Ni siquiera con un ludópata. John observa su mano, y al instante la toma. —Trato. Katherine nota que es firme su agarre, y al mismo tiempo es suavidad. De pronto lo ve acercarse y busca la caja que sostiene. Cuando la toma, abre y el resplandeciente diamante la estremece de pies a cabeza. Por instinto se aleja. Sin embargo, John toma delicadamente su muñeca y luego sostiene con suavidad sus dedos.La mente juega desconsolada, porque abre sus dedos, y el diamante se incrusta en su anular. Cuesta su dedo veinticinco millones.—Es todo tuyo ahora —expresa John. Luego sonríe—. Ahora, andando. Conocerás a Julie, mi asistente.Prosigue John un momento después.—Ella te dirá todo lo que hay por saber, lo demás que tienes que hacer. Te haré firmar un contrato de confidencialidad. De igual forma, a partir de ahora, vivirás bajo mi techo… —¡Tu techo! Tengo una mascota que hay que cuidar, y deudas que pagar. Mi trabajo… —Ya no trabajarás. Tu deudas las pago yo, y como recompensa puedes usar mis tarjetas conforme el negocio avance. John se gira a mirarla. —Estamos comprometidos. Suena prepotente, suena a una gigantesca responsabilidad, pero las palabras suenan sólo a beneficio. El escalofrío la recorre, porque sigue a John y se hace aún más grande aquella mansión. La puerta está abierta, y recrea al sonriente Will que había desaparecido y no se había dado cuenta. Se detiene en la inmensidad de la entrada, alta y ancha y de madera pulida, fina. La reacción es rascarse atrás de su cuello. ¿Esto…tiene que aprender a diferenciar? —Por favor, pase… —No me digas así. Me llamó Katherine —se da media vuelta para in
Katherine lo observa como si no entendiese sus palabras. —¿Mañana dijiste que renovaremos la visa para el marido?—Así es.—No tengo ropa. Mi apartamento queda en la séptima. Debo buscar…—No, no —dice John rápidamente—. Comprarás todas tus cosas nuevas. Y sobretodo no dirás que trabajas de bailarina. Tal vez de contadora servirá.—¿Contadora? —Katherine se echa a reír—. ¿Cómo podré demostrarlo? —se queda Katherine pensando un momento—. Aunque si tengo experiencia sobre eso pero...—Ya lo he hablado —John toma su teléfono con prontitud—. ¿O le has dicho a tus padres que de eso trabajas?Bingo. Le da justo en dónde no espera. Es un gran secreto pensar en aquello, porque Katherine no menciona a sus padres que su profesión actual es lo exótico, la flexibilidad de su cuerpo. Prefiere omitir los detalles. Y finge ser la editora de alguna revista. Los miles de dólares que se gana semanal deben salir de algún lugar. —Editora de revista —Katherine deja saber—. Es lo que creen ellos.
Y sale del probador al instante, casi tropezándose. La asesora tiene en su mano su teléfono y lo coge con una sonrisa fingida.—Sí, si. Es mi amiga. Deme sólo un momento —y señala detrás de los mostradores.Observa el nombre. Definitivamente es ella.—¡Kate! —es lo primero que escucha al otro lado—. Prendiste el GPS y ahora te veo en Prada, en la quinta avenida. ¿Qué estás haciendo?—¡Antonella! —suelta en una sonrisa—. Es que estoy mirando las cosas.—¿Y por qué prendiste tu GPS? Me has dado un gran susto —aquella voz suena agitada—. ¿Estás bien?—Sí, si estoy bien. Pero ¿En dónde estás tú? ¿Qué es lo que haces? —¡Estaba buscándote, tonta! Estoy justo afuera. —¡Afuera! —y Katherine baja su teléfono para dar una vista detrás de los cristales. La figura morena de su amiga se divisa con prontitud y tiene que cerrar la boca. Bien. ¿Qué dirá acaso? ¡Qué está loca! Pero, la confidencialidad. Los cuatro millones. Toma un suspiro—. Tengo algo que decirte. —No, no me asustes así.
Katherine se rasca la mejilla y emplea un gesto de desaprobación. Lo entiende: John O’Connell , millonario, y famoso. ¿En qué se está metiendo? Pero Antonella con aquella aprobación la hace calmarse aunque sea un poco. —Señorita —dice la asesora—. Aguardan por usted. Todo está pagado ya. La maquillista está esperándola.Ambas amigas se miran. Una sonríe y otra traga saliva.—¿Me puede decir…la cuenta de esto? —Setenta mil dólares.Antonella es quien abre sus ojos y se gira como para ocultar su expresión. Katherine suelta una pequeña risa. —Bien, ya nos vamos. Ya vamos a…maquillarnos. Sí, a maquillarnos.Katherine hace un gesto para que Antonella la siga. La asesora señala y hace presentar a una joven chica, con una blanca sonrisa que se apresura a decir su nombre y su profesión. —¿Serás…millonaria acaso, Kate, y no ibas a decir nada? Katherine no cree que es del todo mentira. Porque cuatro millones aguardaban por ella. Tuvo Antonella que reírse de la impresión cuando
El paro rígido que da Katherine la tensa. Observa al hombre a su lado que da una ojeada rápida sin entender su reacción. —¿¡Casarnos…?! —chilla tan debajo que sólo es John capaz de entenderla—. ¿Ya, ya? —Así es —responde John, que al contrario de ella, parece más relajado—. Apresúrate, Katherine. No tenemos todo el día. Y tira de ella con cierta maansedumbre ya que Katherine poco puede decir pero bastante cosas pasan por su mente. ¡Boda! Una boda. Es una unión. Se está uniendo a este hombre que acaba de conocer. ¡Que acaba de conocer! ¡Ni siquiera sabe su edad! Quiere detenerse pero es tan severo y determinante los pasos de John que no hace sino seguirle y pensar ya en cómo llevarán está unión a cabo si los papeles por el matrimonio civil ni siquiera los tiene aquí. —Para, para —repite Katherine a su momento. Se detiene John a mirarla y cada peso que observa no puede ser sino de confusión con el pasar de los segundos. Katherine nota que los hombres a lo lejos los están v
Estas palabras consiguen una reacción de sobresalto. Hasta el punto de sonrojo, y Katherine mantiene sus ojos contra los de John, que con esa ojeada vívida y llena de la misma cualidad con la que lo conoció, la hace, por lo menos, bajar aquel turbamiento. Sin embargo, está lo bastante cuerda para saber que John es un tipo que apenas conoce, no sabe nada de él, no conoce nada de él, y él tampoco de su vida. Aunque, ese sería el problema menos complejo de los que ya tienen.—¿Qué es lo que sigue…? —la voz de Katherine es baja y rasposa pero consigue hacerse entender.John la acerca hacia su cuerpo. Es un movimiento suave y propenso en crear infinitas ideas si fuese en otras circunstancias. Pero Katherine se siente bien de que esté buscando la forma de hacer olvidar el torbellino que ha cambiado su vida, de pies a cabeza, y literalmente, de la noche a la mañana.—Nuestro siguiente paso es asistir a la renovación de la visa que será la próxima semana. Exactamente en diez días —John prome
—Es aquí. Detente —de una vez aparece el gran cartel del bar y siente Katherine el pretencioso ambiente que era el día a día—. Puedes esperarme en el auto. Bastará sólo con que yo les diga.—¿No quieres que tu esposo vaya contigo? ¿No crees que sonará más convincente? —John hace la pregunta al quitarse los lentes. Extenuada mirada, donde hay algo más que Katherine no puede descifrar.—Estoy convencida de que puedo yo sola —Katherine se apresura a quitarse el cinturón y al colocar la mano en la puerta lo señala con el dedo—. Quédate en el coche.—Katherine. Tenemos que hacer las cosas juntos —suavemente deja salir John. Pero no la hace sino mover sus dedos con diligencia ante agonizantes palabras para ella.—Llevo menos de veinticuatro horas conociéndote. Eres mi esposo ahora pero todavía no me has conquistado como se debe —parece una recriminación que suena a lastimosa queja. Aún así no puede perder el tiempo. No en aquel momento—. También avisaré a mi madre. No le llegaré de sorpres
¿Qué si no se sonrojó cuando lo escuchó decir aquello? Katherine se siente una tonta al sentir que ha hecho lo incorrecto. Aceptar un trato de cuatro millones, casarse sin conocer a su esposo y besarlo el mismo día. El matrimonio no es de esta manera. Pero al no saber qué responder, sólo dijo lo lamento una vez más y se arrinconó en el asiento. John no pronunció algo más, también estaba anonadado por las acciones. Pero en dónde quedaba el manual de saber comportarse en matrimonio. No hay manual de ellos porque la gente se casa, comúnmente, por amor. Y su unión es un beneficio para ambos, tal cual lo ha dicho desde el principio. Sin embargo, las pruebas, la contundencia y la realidad es el matrimonio. Son palabras, es confianza, es el esperado amor. Ambos se conocieron en la madrugada, y siete horas después se han casado, sin vestido de novia, sin testigos salvo desconocidos para ella, sin su padre llevándola al altar. La sensación de que algo malo estaba ocurriendo la acomplejó e