El grito que pega la señora Williams crea en Katherine la sensación de que no sabe si es buena idea, o fue buena idea, contarle la realidad. Meramente superficial, por supuesto. Sin embargo Katherine toma sus manos con fuerza y empieza a reír nerviosamente.—¡Mamá! ¿No estás contenta por mí? ¿No lo estás? —Contenta —casi balbucea la señora Williams y su cabello rubio incluso se le pone de punta—. Claro que sí, mi corazón. ¡Estoy muy contenta! ¡Estás casada ya!Katherine la ciñe en un abrazo porque ver a su madre ha sido un gran anhelo desde hace meses. Estar lejos de ella es agotador y meláncolico. Tenerla en sus brazos la hace saber que está en buenas manos. Debe tranquilizarse y su madre lo logra.—Él es John, mamá —Katherine se separa para dejar ver al sugerente hombre con porte galante que se divisa a su lado—. John O'connell.—Señora, es un placer finalmente conocerla —las manos de su fingido pero real esposo atrapan la de su nueva suegra y sonríe con suavidad—. Kate me ha habla
—¿Katie? Es lo primero que escucha Katherine cuando su hermano, su indiscutible mellizo, pasa hacia la sala. Es inevitable no ponerse a sonreír ante su hermano. Randall Williams. Hay una sonrisa en ella cuando lo ve y abre sus brazos para recibirlo.—¡Por Dios! ¿Qué haces aquí, ratoncita? Sobre todo en estos tiempos —es lo que dice Randall con una radiante sonrisa. Es similar a la de Katherine sin duda alguna. —Tengo noticias importantes que dar. Y sé que no puede tardarse más. Randall —y señala a John que se consigue aún en su sitio—. Te presento a mi esposo…—¿Qué?Se acostumbrará a cada reacción ante esta bomba de noticia. Pero Katherine tiene que pensar rápido y tomar la mano de John, para hacerlo más convincente.—Es mi esposo, hermano —deja saber otra vez.Randall observa al nuevo hombre, al único hombre que le roba una mirada de confusión. —Es un placer. John O'connell —le tiende su mano hacia Randall que tarde en sostenerla.—Igualmente —suspira el hombre, y se coloca las m
Dormir en un sitio como aquel podría considerársele calmado, pero Katherine finge no mirar hacia abajo cuando abre los ojos. John había elegido dormir en el suelo esa noche. —No tengo problemas que duermas a mi lado —le había dicho de vuelta. John se acostó en el colchón del suelo y sólo se escuchaba su respiración. —No tengo problemas en dormir aquí. Fue su única respuesta. Después de lo ocurrido, no es que siéntese desesperanza, o en el peor de los casos, arrepentimiento. La sola idea de saber que podría irse al caño absolutamente cada cosa de la que estaba soñando y esperando, la mantiene alerta, no la deja dormir. Su única disconformidad es decir mentiras a su familia. Se coloca las sábanas hasta la mejillas y da una ojeada hacia abajo. John no se encuentra. Las sábanas están perfectamente dobladas en un rincón y se levanta mientras mira a todas partes. Su corazón se detiene, y busca su teléfono. Son las ocho y media. El sol en Las Vegas es severo en tiempos cál
Usualmente no se encuentra uno en situaciones como está porque en realidad poca gente así tiene que estar encerrada en su propia burbuja. No obstante Katherine está más impresionada por el cinismo de la dama que por otra cosa, ni siquiera por lo que ha dicho. No debe sacarla de sus casillas. Y mucho menos en momentos como este, dónde su vida es un completo torbellino. —¿Qué es lo que has dicho? Inquiere hacia semejante mujer desvergonzada, que alza su mentón con extrema soberbia, y se detiene a pensar que miradas como aquellas no las soportaría. La nueva mujer comprende sus palabras, y su sola seriedad crea en Katherine las ganas de respirar con fuerza. Se coloca los lentes en el escote del vestido. —¿Cuántas noches te prometió? ¿Semanas tal vez? De placer, de dinero. Ah, conozco a John demasiado bien, y de seguro estarás bajo su encanto porque sí, es lo que es. Lo que me genera molestia es que va de mal en peor, siempre elige a una más vaga que la otra. No te ofendas —alza la muj
—¡Esposa! Se atraganta Melissa en su sitio y si no fuera por los brazos de Nicolas hubiese caído al agua nuevamente. Pero lo único que hace es tomar aire por la boca como si le diese la peor noticia del mundo. Para su mala suerte, lo es. —¿Qué está ocurriendo aquí? No podemos permitir está clase de actos aquí, señor O’Connell —los guardias de seguridad se enfrentan a John que de una vez apacigua el momento. —Lo sé, lo sé. Lo lamento. Es un pequeño inconveniente, no vuelve a ocurrir. Y toma del brazo a Katherine para hacerla caminar mientras Nicolas le ordena seguirlo, y en sus brazos lleva a nada más que a la enfurecida Melissa O’Connell que se zafa de su agarre cuando la toca. John no deja de caminar junto a Katherine, y en el trayecto las voces cuchichean a su vez mientras el cuerpo debseguridad indica que todo se ha resuelto. Katherine está atrapada en los fuertes brazos de John, y también quiere zafarse pero no lo logra, y consigue un detenimiento. —¿Qué rayos estás haciendo
Los segundos pasan de inmediato, intervalos de instantes que no son sólo desconcertantes sino que para Katherine es la única razón por la cual está paralizada en su sitio. No esperaba los labios de John sobre los suyos y mucho menos que pudiese dirigirse hacia ella de tal manera. No obstante, el arrebato de ambos labios se tocan entre sí con melodioso ritmo y no se detienen en lo que resta de segundos más. Es algo más flameante, vívido en su momento porque el espacio entre ambos se ha quebrado, y no ha sido ella quien lo había roto. Sin embargo el jadeo de su complacencia tiene que detenerse, por distintos factores: por la falta de aire, por la sensación inexplicable que ambos sienten y porque no parece sensato en este momento.John rompe el contacto y Katherine abre los ojos, sonrojada, ofuscada, jadeando ante la sensación prolongada. Ni siquiera sabe qué decir en momentos como estos. La mano de John aún sostienen las suyas sobre su cabeza y distintas emociones se acoplan.Sin emb
Julia hizo un excelente trabajo en asesorar su imagen. No puede creer que grandes virtudes se obtienen cuando los vestidos de seda pasan los cuarenta mil dólares. ¡Sólo en el vestido! Los tacones fueron elegidos por Julia, con su toque de elegancia. Las joyas, que son joyas de la familia de su esposo. Y el maquillaje empleado finamente entre las facciones porque sus ojos resaltan más que nunca. Profundamente grises. —Ya casi es hora. No puedo creer que John no haya venido. Katherine deja de mirar el espejo, y toma la bolsa en su mano. —Debe haber algún inconveniente —dice Katherine de la manera más calmada posible—. ¿Quieres ayudarme en…? —Oh, sí. Déjame yo lo hago —se aproxima Julia. Katherine espera a que esté detrás de ella para colocarle el collar de diamantes sobre su cuello. Frío lo siente, pero el temor de estar llevando tanto dinero en una sola pieza la estremece. Dios mío. —Esta joya es muy especial. Una de las favoritas de John —hace saber Julia—. Hace días que deseaba
No estaba Katherine en posición de objetar, porque al fin y al cabo no es eso lo que busca. No necesariamente. El hombre que la lleva es su esposo, pero sabe que sólo es un seudónimo que no significa más que su puerta hacia sus sueños. Los cuatro millones, tan sólo eso, Katherine. Has estado en peores situaciones. La mano de John sigue estando en la parte baja de su espalda. Y el roce de los dedos se siente a través de su cintura. Se remueve un poco. —Espera a qué estemos frente a tu familia. —No sólo es mi familia. Es la multitud a nuestro alrededor. —Me miran como si fuera un bicho raro —dice Katherine con una impresión tan extenuante—. ¿Nadie sabe que tienes una esposa ahora? —Nos casamos haces dos días. ¿No es eso algo para impresionarse? Y no, nadie lo sabe —John saluda mientras siguen caminando—. Excepto Melissa. Ah, Melissa. Katherine tiene un tic de por sí extenuante cuando oye su nombre. Qué Dios tenga piedad ahora, porque esta noche será la llave para el triu