Prosigue John un momento después.
—Ella te dirá todo lo que hay por saber, lo demás que tienes que hacer. Te haré firmar un contrato de confidencialidad. De igual forma, a partir de ahora, vivirás bajo mi techo…—¡Tu techo! Tengo una mascota que hay que cuidar, y deudas que pagar. Mi trabajo…—Ya no trabajarás. Tu deudas las pago yo, y como recompensa puedes usar mis tarjetas conforme el negocio avance. John se gira a mirarla.—Estamos comprometidos.Suena prepotente, suena a una gigantesca responsabilidad, pero las palabras suenan sólo a beneficio. El escalofrío la recorre, porque sigue a John y se hace aún más grande aquella mansión. La puerta está abierta, y recrea al sonriente Will que había desaparecido y no se había dado cuenta. Se detiene en la inmensidad de la entrada, alta y ancha y de madera pulida, fina. La reacción es rascarse atrás de su cuello. ¿Esto…tiene que aprender a diferenciar?—Por favor, pase…—No me digas así. Me llamó Katherine —se da media vuelta para inclinar su rostro—. Katherine Williams.—John O’conell —responde el susodicho. Le ofrece el camino—. No tenemos mucho tiempo. Pronto amanecerá y en la tarde iremos a empezar los tramites en la oficina de migración. Mi visa…—John tose—, fue negada. Así que la única opción es esta. Nos prepararemos.—¿Prepararemos? —Katherine tose también ante semejante cuestión.—Para la entrevista programada —Contesta John, señalando otra vez el camino hacia la sala principal. Gran sala de estar. Similar a los candelabros que sólo se ven en sueños y en las películas de gangster americanos. ¿Cómo es posible que intimide tanto un solo lugar? Katherine se siente rígida mientras da los pasos—. Si nuestras respuestas no concuerdan, sabrán que mentimos y es probable que se pague una extensa multa.—¡Ah! ¿Y lo dices ahora? ¿Ahora, ahora? —Katherine siente que no puede haber otro gran miedo—. ¡Y también iremos a prisión!—No iremos a prisión —contesta John con severidad—. Varios amigos han quedado como amigos, y siguen en un matrimonio normal. ¿Por qué? Bueno, terminan ganando los dos. Ah, otra cosa, entrevistarán a nuestros padres, a nuestros amigos. Y también sus respuestas tienen que coincidir. Sin embargo, el tiempo que tenemos es poco, y debemos comenzar.—Mis padres —se echa un suspiro de obviedad—. Viven en Las Vegas —aquel detalle pasó por desapercibido pero de igual manera lo dice. Es originaria de Nevada—. Y nunca les he dicho sobre alguien. No creerán esto.—Lo harán —expresó John—. Iremos a verlos.Katherine como mucho da un respingo. Suspira, y retrocede.—¿Cuánto tiempo tomará esto? ¿Todo este procedimiento?—Tres semanas, para visitarlos. Para aprender las respuestas, para conocernos un poco más, Katherine —finalmente dice su nombre con tal suavidad que parece distinguible la solicitud—. No temas, todo está bien. Todo conseguirá hacerse bien y con prontitud. Más a nuestro favor, que tus padres vivan en Las Vegas. Nos tomaremos el fin de semana, o una semana.Katherine no es que no respingue, sino que se echa a reír por lo bajo.—Ah —suspira—, sabrán que miento.—Trabajaremos en ello —una vez consiguen estar juntos en la sala principal, el sonido del tintineo de copas los hace voltear. John divisa con una sonrisa a la mujer que se acerca.Agraciada mujer que de igual manera sonríe, porque tiene un rostro angelical y a la vez suspicaz. Y nunca deja su rostro aquella sonrisa.—Katherine, ven, te presento a mi asistente. Julia, ésta es la mujer de la que tanto te hablé, la que conocí en Manchester. La busqué al aeropuerto está madrugada.La mujer sonríe y estira su mano hacia Katherine, que de por sí se tensa por la infinita mentira que dice e John.—Finalmente es un placer conocerla —hace saber Julia—. Y más que una asistente, considero a John mi hermano. Así que, Por Dios, ¡Muéstrame tus dedos! Por Dios Bendito. Este es el de la señora O’Connell, John. El de tu madre. No puede ser, le dije a John que me dejara ser tu asistente en todo lo de la boda. Me ha dicho que sólo lo harán legalmente.Julia se dirige hacia Katherine con una pronta confianza que la hace sonreír con timidez por su atención. Sin embargo Katherine se ríe y asiente.—Sí, sí. Es verdad, es así. Él, él y yo…ah, sí, será legal, todo legal —responde.—¡Ah! ¿Entonces estás lista para ver los inmensos vestidos de matrimonio?Y Katherine abre un poco sus labios. Y traga saliva.—Más —deja salir un suspiro en una sonrisa—, que lista.Se acerca Will de la misma manera con poco más de una inmensa sonrisa, y su saco. Empieza a palmear el hombro de John con fuerza y denuedo.—¡Jaja! Qué gala lo de todos nosotros. Tremenda boda será ahora de estos tórtolos. Que lo sepan tus hermanos, y tu madre, John. ¡La fiesta, la fiesta! Qué maravilla. Pero ya me tengo que ir. Hay cosas que hacer. Ya sabes, las apuestas —hace saber con jugueteo—. Julia, querida, nos vemos.—¡Nos vemos Will! —expresa Julia.Will lanza un saludo con las manos.John se gira a ver a ambas mujeres. Katherine tiene que verse un poco: el aspecto que trae. Los altos tacones en aquel vestido ceñido. El maquillaje que vio por última vez en el espejo, y no duda que pueda parecerse a esas noches de fiestas. No está muy lejos de la realidad. Acaba de salir de su trabajo nocturno.—Entonces John, prepararemos lo que necesites, para lo que desees —Julia le sonríe a Katherine—. Por supuesto, tendrás que administrar todas tus cosas, de igual manera será tu boda.—Mi boda —repite Katherine con plenitud fingida—. Sí, si. Realmente es así.—Marcho a las oficinas. Y nos vemos a la hora del almuerzo —se despide Julia también de los comprometidos—. ¡Nos tendrán que decir cuando será la ceremonia!—Te lo diré —saluda de despedida John cuando Julia vuelve a depositar una sonrisa hacia Katherine, quien también lo hace.Nuevamente, queda ambos comprometidos solos en aquella inmensidad. Pero duda Katherine que están solos por completo. Apenas se oyen los sonidos de las aves, y el amanecer aparece. Se toma de las manos. Bueno, su vida de soltera ha acabado.—¿Ella no sabe…?—No, Julia no lo sabe. Sólo Will —lee John sus pensamientos y puede saber Katherine que un error como la deportación debe ser mantenido en secreto—. Mi madre también está en Las Vegas. Así aprovecharemos verla de igual manera. Debes estar cansada, siéntete en tu casa. En Nueva York el frío es agotador. Y no dudo que lo sientas ahora.—Las barras son más frías —Katherine se queda viendo sus dedos. El diamante reluce con ímpetu—. ¿Realmente…no estás mintiéndome?John se da la vuelta. Es un hombre que posee barba y un perfilado rostro. Su cabello es castaño claro, a diferencia de ella, que lleva un largo cabello profundamente azabache, del color de la noche, del color de su vestido.—Con el paso del tiempo sabrás que no miento. Y sabrás que tú tiempo y tu servicio será remunerado. Sólo, mantén tu confidencialidad.Confidencialidad. ¡Por Dios! Está en la casa de un multimillonario. Y será la esposa de este hombre, multimillonario. ¿No es un sueño? Para Katherine Williams, no es que lo sea del todo.¡Sus días de soltera han acabado!Katherine lo observa como si no entendiese sus palabras. —¿Mañana dijiste que renovaremos la visa para el marido?—Así es.—No tengo ropa. Mi apartamento queda en la séptima. Debo buscar…—No, no —dice John rápidamente—. Comprarás todas tus cosas nuevas. Y sobretodo no dirás que trabajas de bailarina. Tal vez de contadora servirá.—¿Contadora? —Katherine se echa a reír—. ¿Cómo podré demostrarlo? —se queda Katherine pensando un momento—. Aunque si tengo experiencia sobre eso pero...—Ya lo he hablado —John toma su teléfono con prontitud—. ¿O le has dicho a tus padres que de eso trabajas?Bingo. Le da justo en dónde no espera. Es un gran secreto pensar en aquello, porque Katherine no menciona a sus padres que su profesión actual es lo exótico, la flexibilidad de su cuerpo. Prefiere omitir los detalles. Y finge ser la editora de alguna revista. Los miles de dólares que se gana semanal deben salir de algún lugar. —Editora de revista —Katherine deja saber—. Es lo que creen ellos.
Y sale del probador al instante, casi tropezándose. La asesora tiene en su mano su teléfono y lo coge con una sonrisa fingida.—Sí, si. Es mi amiga. Deme sólo un momento —y señala detrás de los mostradores.Observa el nombre. Definitivamente es ella.—¡Kate! —es lo primero que escucha al otro lado—. Prendiste el GPS y ahora te veo en Prada, en la quinta avenida. ¿Qué estás haciendo?—¡Antonella! —suelta en una sonrisa—. Es que estoy mirando las cosas.—¿Y por qué prendiste tu GPS? Me has dado un gran susto —aquella voz suena agitada—. ¿Estás bien?—Sí, si estoy bien. Pero ¿En dónde estás tú? ¿Qué es lo que haces? —¡Estaba buscándote, tonta! Estoy justo afuera. —¡Afuera! —y Katherine baja su teléfono para dar una vista detrás de los cristales. La figura morena de su amiga se divisa con prontitud y tiene que cerrar la boca. Bien. ¿Qué dirá acaso? ¡Qué está loca! Pero, la confidencialidad. Los cuatro millones. Toma un suspiro—. Tengo algo que decirte. —No, no me asustes así.
Katherine se rasca la mejilla y emplea un gesto de desaprobación. Lo entiende: John O’Connell , millonario, y famoso. ¿En qué se está metiendo? Pero Antonella con aquella aprobación la hace calmarse aunque sea un poco. —Señorita —dice la asesora—. Aguardan por usted. Todo está pagado ya. La maquillista está esperándola.Ambas amigas se miran. Una sonríe y otra traga saliva.—¿Me puede decir…la cuenta de esto? —Setenta mil dólares.Antonella es quien abre sus ojos y se gira como para ocultar su expresión. Katherine suelta una pequeña risa. —Bien, ya nos vamos. Ya vamos a…maquillarnos. Sí, a maquillarnos.Katherine hace un gesto para que Antonella la siga. La asesora señala y hace presentar a una joven chica, con una blanca sonrisa que se apresura a decir su nombre y su profesión. —¿Serás…millonaria acaso, Kate, y no ibas a decir nada? Katherine no cree que es del todo mentira. Porque cuatro millones aguardaban por ella. Tuvo Antonella que reírse de la impresión cuando
El paro rígido que da Katherine la tensa. Observa al hombre a su lado que da una ojeada rápida sin entender su reacción. —¿¡Casarnos…?! —chilla tan debajo que sólo es John capaz de entenderla—. ¿Ya, ya? —Así es —responde John, que al contrario de ella, parece más relajado—. Apresúrate, Katherine. No tenemos todo el día. Y tira de ella con cierta maansedumbre ya que Katherine poco puede decir pero bastante cosas pasan por su mente. ¡Boda! Una boda. Es una unión. Se está uniendo a este hombre que acaba de conocer. ¡Que acaba de conocer! ¡Ni siquiera sabe su edad! Quiere detenerse pero es tan severo y determinante los pasos de John que no hace sino seguirle y pensar ya en cómo llevarán está unión a cabo si los papeles por el matrimonio civil ni siquiera los tiene aquí. —Para, para —repite Katherine a su momento. Se detiene John a mirarla y cada peso que observa no puede ser sino de confusión con el pasar de los segundos. Katherine nota que los hombres a lo lejos los están v
Estas palabras consiguen una reacción de sobresalto. Hasta el punto de sonrojo, y Katherine mantiene sus ojos contra los de John, que con esa ojeada vívida y llena de la misma cualidad con la que lo conoció, la hace, por lo menos, bajar aquel turbamiento. Sin embargo, está lo bastante cuerda para saber que John es un tipo que apenas conoce, no sabe nada de él, no conoce nada de él, y él tampoco de su vida. Aunque, ese sería el problema menos complejo de los que ya tienen.—¿Qué es lo que sigue…? —la voz de Katherine es baja y rasposa pero consigue hacerse entender.John la acerca hacia su cuerpo. Es un movimiento suave y propenso en crear infinitas ideas si fuese en otras circunstancias. Pero Katherine se siente bien de que esté buscando la forma de hacer olvidar el torbellino que ha cambiado su vida, de pies a cabeza, y literalmente, de la noche a la mañana.—Nuestro siguiente paso es asistir a la renovación de la visa que será la próxima semana. Exactamente en diez días —John prome
—Es aquí. Detente —de una vez aparece el gran cartel del bar y siente Katherine el pretencioso ambiente que era el día a día—. Puedes esperarme en el auto. Bastará sólo con que yo les diga.—¿No quieres que tu esposo vaya contigo? ¿No crees que sonará más convincente? —John hace la pregunta al quitarse los lentes. Extenuada mirada, donde hay algo más que Katherine no puede descifrar.—Estoy convencida de que puedo yo sola —Katherine se apresura a quitarse el cinturón y al colocar la mano en la puerta lo señala con el dedo—. Quédate en el coche.—Katherine. Tenemos que hacer las cosas juntos —suavemente deja salir John. Pero no la hace sino mover sus dedos con diligencia ante agonizantes palabras para ella.—Llevo menos de veinticuatro horas conociéndote. Eres mi esposo ahora pero todavía no me has conquistado como se debe —parece una recriminación que suena a lastimosa queja. Aún así no puede perder el tiempo. No en aquel momento—. También avisaré a mi madre. No le llegaré de sorpres
¿Qué si no se sonrojó cuando lo escuchó decir aquello? Katherine se siente una tonta al sentir que ha hecho lo incorrecto. Aceptar un trato de cuatro millones, casarse sin conocer a su esposo y besarlo el mismo día. El matrimonio no es de esta manera. Pero al no saber qué responder, sólo dijo lo lamento una vez más y se arrinconó en el asiento. John no pronunció algo más, también estaba anonadado por las acciones. Pero en dónde quedaba el manual de saber comportarse en matrimonio. No hay manual de ellos porque la gente se casa, comúnmente, por amor. Y su unión es un beneficio para ambos, tal cual lo ha dicho desde el principio. Sin embargo, las pruebas, la contundencia y la realidad es el matrimonio. Son palabras, es confianza, es el esperado amor. Ambos se conocieron en la madrugada, y siete horas después se han casado, sin vestido de novia, sin testigos salvo desconocidos para ella, sin su padre llevándola al altar. La sensación de que algo malo estaba ocurriendo la acomplejó e
El grito que pega la señora Williams crea en Katherine la sensación de que no sabe si es buena idea, o fue buena idea, contarle la realidad. Meramente superficial, por supuesto. Sin embargo Katherine toma sus manos con fuerza y empieza a reír nerviosamente.—¡Mamá! ¿No estás contenta por mí? ¿No lo estás? —Contenta —casi balbucea la señora Williams y su cabello rubio incluso se le pone de punta—. Claro que sí, mi corazón. ¡Estoy muy contenta! ¡Estás casada ya!Katherine la ciñe en un abrazo porque ver a su madre ha sido un gran anhelo desde hace meses. Estar lejos de ella es agotador y meláncolico. Tenerla en sus brazos la hace saber que está en buenas manos. Debe tranquilizarse y su madre lo logra.—Él es John, mamá —Katherine se separa para dejar ver al sugerente hombre con porte galante que se divisa a su lado—. John O'connell.—Señora, es un placer finalmente conocerla —las manos de su fingido pero real esposo atrapan la de su nueva suegra y sonríe con suavidad—. Kate me ha habla