Y sale del probador al instante, casi tropezándose. La asesora tiene en su mano su teléfono y lo coge con una sonrisa fingida.—Sí, si. Es mi amiga. Deme sólo un momento —y señala detrás de los mostradores.Observa el nombre. Definitivamente es ella.—¡Kate! —es lo primero que escucha al otro lado—. Prendiste el GPS y ahora te veo en Prada, en la quinta avenida. ¿Qué estás haciendo?—¡Antonella! —suelta en una sonrisa—. Es que estoy mirando las cosas.—¿Y por qué prendiste tu GPS? Me has dado un gran susto —aquella voz suena agitada—. ¿Estás bien?—Sí, si estoy bien. Pero ¿En dónde estás tú? ¿Qué es lo que haces? —¡Estaba buscándote, tonta! Estoy justo afuera. —¡Afuera! —y Katherine baja su teléfono para dar una vista detrás de los cristales. La figura morena de su amiga se divisa con prontitud y tiene que cerrar la boca. Bien. ¿Qué dirá acaso? ¡Qué está loca! Pero, la confidencialidad. Los cuatro millones. Toma un suspiro—. Tengo algo que decirte. —No, no me asustes así.
Katherine se rasca la mejilla y emplea un gesto de desaprobación. Lo entiende: John O’Connell , millonario, y famoso. ¿En qué se está metiendo? Pero Antonella con aquella aprobación la hace calmarse aunque sea un poco. —Señorita —dice la asesora—. Aguardan por usted. Todo está pagado ya. La maquillista está esperándola.Ambas amigas se miran. Una sonríe y otra traga saliva.—¿Me puede decir…la cuenta de esto? —Setenta mil dólares.Antonella es quien abre sus ojos y se gira como para ocultar su expresión. Katherine suelta una pequeña risa. —Bien, ya nos vamos. Ya vamos a…maquillarnos. Sí, a maquillarnos.Katherine hace un gesto para que Antonella la siga. La asesora señala y hace presentar a una joven chica, con una blanca sonrisa que se apresura a decir su nombre y su profesión. —¿Serás…millonaria acaso, Kate, y no ibas a decir nada? Katherine no cree que es del todo mentira. Porque cuatro millones aguardaban por ella. Tuvo Antonella que reírse de la impresión cuando
El paro rígido que da Katherine la tensa. Observa al hombre a su lado que da una ojeada rápida sin entender su reacción. —¿¡Casarnos…?! —chilla tan debajo que sólo es John capaz de entenderla—. ¿Ya, ya? —Así es —responde John, que al contrario de ella, parece más relajado—. Apresúrate, Katherine. No tenemos todo el día. Y tira de ella con cierta maansedumbre ya que Katherine poco puede decir pero bastante cosas pasan por su mente. ¡Boda! Una boda. Es una unión. Se está uniendo a este hombre que acaba de conocer. ¡Que acaba de conocer! ¡Ni siquiera sabe su edad! Quiere detenerse pero es tan severo y determinante los pasos de John que no hace sino seguirle y pensar ya en cómo llevarán está unión a cabo si los papeles por el matrimonio civil ni siquiera los tiene aquí. —Para, para —repite Katherine a su momento. Se detiene John a mirarla y cada peso que observa no puede ser sino de confusión con el pasar de los segundos. Katherine nota que los hombres a lo lejos los están v
Estas palabras consiguen una reacción de sobresalto. Hasta el punto de sonrojo, y Katherine mantiene sus ojos contra los de John, que con esa ojeada vívida y llena de la misma cualidad con la que lo conoció, la hace, por lo menos, bajar aquel turbamiento. Sin embargo, está lo bastante cuerda para saber que John es un tipo que apenas conoce, no sabe nada de él, no conoce nada de él, y él tampoco de su vida. Aunque, ese sería el problema menos complejo de los que ya tienen.—¿Qué es lo que sigue…? —la voz de Katherine es baja y rasposa pero consigue hacerse entender.John la acerca hacia su cuerpo. Es un movimiento suave y propenso en crear infinitas ideas si fuese en otras circunstancias. Pero Katherine se siente bien de que esté buscando la forma de hacer olvidar el torbellino que ha cambiado su vida, de pies a cabeza, y literalmente, de la noche a la mañana.—Nuestro siguiente paso es asistir a la renovación de la visa que será la próxima semana. Exactamente en diez días —John prome
—Es aquí. Detente —de una vez aparece el gran cartel del bar y siente Katherine el pretencioso ambiente que era el día a día—. Puedes esperarme en el auto. Bastará sólo con que yo les diga.—¿No quieres que tu esposo vaya contigo? ¿No crees que sonará más convincente? —John hace la pregunta al quitarse los lentes. Extenuada mirada, donde hay algo más que Katherine no puede descifrar.—Estoy convencida de que puedo yo sola —Katherine se apresura a quitarse el cinturón y al colocar la mano en la puerta lo señala con el dedo—. Quédate en el coche.—Katherine. Tenemos que hacer las cosas juntos —suavemente deja salir John. Pero no la hace sino mover sus dedos con diligencia ante agonizantes palabras para ella.—Llevo menos de veinticuatro horas conociéndote. Eres mi esposo ahora pero todavía no me has conquistado como se debe —parece una recriminación que suena a lastimosa queja. Aún así no puede perder el tiempo. No en aquel momento—. También avisaré a mi madre. No le llegaré de sorpres
¿Qué si no se sonrojó cuando lo escuchó decir aquello? Katherine se siente una tonta al sentir que ha hecho lo incorrecto. Aceptar un trato de cuatro millones, casarse sin conocer a su esposo y besarlo el mismo día. El matrimonio no es de esta manera. Pero al no saber qué responder, sólo dijo lo lamento una vez más y se arrinconó en el asiento. John no pronunció algo más, también estaba anonadado por las acciones. Pero en dónde quedaba el manual de saber comportarse en matrimonio. No hay manual de ellos porque la gente se casa, comúnmente, por amor. Y su unión es un beneficio para ambos, tal cual lo ha dicho desde el principio. Sin embargo, las pruebas, la contundencia y la realidad es el matrimonio. Son palabras, es confianza, es el esperado amor. Ambos se conocieron en la madrugada, y siete horas después se han casado, sin vestido de novia, sin testigos salvo desconocidos para ella, sin su padre llevándola al altar. La sensación de que algo malo estaba ocurriendo la acomplejó e
El grito que pega la señora Williams crea en Katherine la sensación de que no sabe si es buena idea, o fue buena idea, contarle la realidad. Meramente superficial, por supuesto. Sin embargo Katherine toma sus manos con fuerza y empieza a reír nerviosamente.—¡Mamá! ¿No estás contenta por mí? ¿No lo estás? —Contenta —casi balbucea la señora Williams y su cabello rubio incluso se le pone de punta—. Claro que sí, mi corazón. ¡Estoy muy contenta! ¡Estás casada ya!Katherine la ciñe en un abrazo porque ver a su madre ha sido un gran anhelo desde hace meses. Estar lejos de ella es agotador y meláncolico. Tenerla en sus brazos la hace saber que está en buenas manos. Debe tranquilizarse y su madre lo logra.—Él es John, mamá —Katherine se separa para dejar ver al sugerente hombre con porte galante que se divisa a su lado—. John O'connell.—Señora, es un placer finalmente conocerla —las manos de su fingido pero real esposo atrapan la de su nueva suegra y sonríe con suavidad—. Kate me ha habla
—¿Katie? Es lo primero que escucha Katherine cuando su hermano, su indiscutible mellizo, pasa hacia la sala. Es inevitable no ponerse a sonreír ante su hermano. Randall Williams. Hay una sonrisa en ella cuando lo ve y abre sus brazos para recibirlo.—¡Por Dios! ¿Qué haces aquí, ratoncita? Sobre todo en estos tiempos —es lo que dice Randall con una radiante sonrisa. Es similar a la de Katherine sin duda alguna. —Tengo noticias importantes que dar. Y sé que no puede tardarse más. Randall —y señala a John que se consigue aún en su sitio—. Te presento a mi esposo…—¿Qué?Se acostumbrará a cada reacción ante esta bomba de noticia. Pero Katherine tiene que pensar rápido y tomar la mano de John, para hacerlo más convincente.—Es mi esposo, hermano —deja saber otra vez.Randall observa al nuevo hombre, al único hombre que le roba una mirada de confusión. —Es un placer. John O'connell —le tiende su mano hacia Randall que tarde en sostenerla.—Igualmente —suspira el hombre, y se coloca las m