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3. Por conveniencia.

La mujer mueve su cabeza conmocionada.

—Yo no he aceptado nada.

—Ya, no te preocupes. Esto no es un trío. Esto son negocios —deja una risita el mismo hombre y vuelve a su sitio—. Andando, no hay tiempo que esperar.

El asiento de copiloto se abre pero las puertas de atrás, estás puertas las abre John. Y estira su palma hacia su cuerpo. De inmediato se tensa.

—Encienda el GPS en su celular si desconfía. Avise a cualquiera. Dígale mi nombre. Dígale el nombre de él, que es Will. Tome foto a la placa del carro. Haga lo que te haga sentir segura. Pero si eso no basta, no venga conmigo. No quiero que se sienta incómoda de ahora en adelante. No funcionará.

—Maldita sea —refunfuña con cierto temor. Y mueve sus manos sin saber qué hacer—. ¿Es esto un sueño?

—No lo es. Yo soy muy real.

Al cabo de un segundo, es ella quien, oyéndolo decir aquellas cosas, no pierde tiempo en sacar su móvil y tomar una foto de su placa. El movimiento fue rápido y John echó una ojeada a Will, que se encogió de hombros.

Al volver, finalmente toma su mano.

Es John quien con suavidad la encierra bajo sus dedos.

—¿Está segura?

—No —responde—. Pero si acaso es mentira te denunciaré de todas formas.

Entra en el carro y de una vez se quita su bufanda. John cierra la compuerta y se introduce al copiloto, encendiendo otro cigarro. Se toma de las manos, y aún sostiene la caja. El anillo de compromiso. Bendito Dios, piensa. ¿Qué es lo que bizarro que has hecho? Y la respuesta es lo que hace ahora.

—Él es Will. Will Houston. Mi compañero de trabajo. Estará con nosotros en lo que debemos hacer —explica John.

Will asiente, risueño a su vez.

—Es un placer, querida. Pero a John se le olvidó decir que también seré su padrino.

Por el retrovisor se divisan los ojos de la mujer, que son profundamente grises, y con el lápiz negro, son más que embrujos. Will inclina su rostro.

—¿Cuál es tu nombre?

Ella estira la mano en saludo. Se había disipado su incomodidad. Es muy temprano para estresarse.

—Katherine.

Will acepta su mano, y vuelve a poner la mano en el volante.

—Es un placer, querida. Ahora más, que serás Katherine de O’Connell .

Se remueve en su asiento y de una vez puede observar el perfil de John, que no dice nada y está quieto en su lugar. Sus ojos, negros, no apartan la mirada de la ciudad.

—¿Es ese tu apellido? —le pregunta Katherine.

Gira John un poco su rostro. Y asiente.

—Es un placer, Katherine.

—Igualmente, John —expresa. Sin embargo, no puede dejar de pensar en la locura que es sólo imaginar un matrimonio—. Entonces…¿Entonces? ¿Qué significa esto y tú propuesta de matrimonio?

Rebusca John algunas cosas en el auto de Will, no duda eso. Y quiere omitir detalles en el lujo que brinda el automóvil. Tanta opulencia vendría siendo desalmada.

Le entrega unos folletos.

—Iremos a Las Vegas.

—Las Vegas —repite Katherine destilando ofuscación. No puede imaginar al otro lado del mundo—. Estás en Nueva York ¿Y quieres marchar a…?

—Dilo, dilo. La ciudad del pecado —Will sonríe una vez más—. Exacto, querida. Es eso.

—¿Cuál es su motivo? —Katherine siente haber llegado al punto clave. Porque esta manera de hacer las cosas, que no son aceptadas por más de uno, es más enternecedora de lo que el mismo matrimonio le hace pensar. Y quiere, en realidad, no pensar en ello.

—Aparte de joyero, mi interés son los casinos —dice John, tranquilo—. Apuesto bienes, y gano propiedad y millones de dólares. Ahora mismo, mi objetivo es comprar varios casinos en Las Vegas. Pero...mi visa ha expirado. Y necesito tener en pie todo aquello, para manejar mis bienes aquí Estados Unidos. Y de no ser así, en el peor de los casos...—se gira John a verla y omite lo que estuvo a punto de decir—. Es cuando ahí entras tú.

—¿Quieres que por mí se te renueve la visa? ¿La residencia? —trata Katherine de no reírse pero su sonrisa está ahí—. Con tantos millones qué tienes. ¿No has podido hacerlo?

—Con un esposa es más rápido. Un matrimonio en conjunto es menos trabajo. Y una reputación con un matrimonio es bien visto en los casinos. Etiqueta —deja saber John.

Katherine no parece convencida.

—Eres joyero y apostador —piensa un poco más—. ¿No eres ludópata acaso?

—Anualmente se realizan temporadas de apuestas donde incluso se apuestan territorios e islas. No soy ludópata. Es un objetivo que llevo a cabo con responsabilidad —cuando dice John esto atraviesan un conducto que dirige hasta las rejas de una propiedad privada.

Katherine se estremece por la gigantesca compuerta, y la popular mansión que hay detrás de ésta.

—A ver si entendí —se acerca Katherine hacia al frente, para que se escuche mejor—. ¿Quieres casarte conmigo para aparentar un matrimonio feliz, apostar con tranquilidad y renovar tu Visa estadounidense?

—No fueron esas palabras las que usé —responde John.

—Considerando que tienes millones esto no suena muy convincente —sigue su disconformidad. Se niega a ceder—. No lo suena. Es descabellado. ¿Y me darás cuatro millones sólo por casarte conmigo…?

—Exacto —responde John.

—¿Cuatro millones? —Will finalmente aparca el coche—. Hombre, bueno que esa cantidad es hasta para mí inverosímil. Hasta yo me caso contigo. Pero soy irlandés, y no te gustan los hombres. Así que no va a funcionar.

Will es el primero en bajarse, con un empleo de sonidos al estirarse, complaciente de haber llegado. Sin embargo, John y Katherine se han quedado aún en el coche. Diferentes palabras deben seguirse compartiendo. No es un negocio cualquier.

—¿Por cuánto tiempo quieres que esto sea? —le pregunta.

Espera John a que Will de unos pasos más adelante. Se desabrocha el cinturón y se baja del auto. Katherine lo observa abrir su puerta y extenderle la mano. No puede disimular cierta intimidad ante actos pequeños que son significativos al enigmático hombre inglés. No obstante, deposita su palma en la suya y sus tacones pinchan el pavimento duro de las rocas.

Rocas, piensa de sobremanera, millonarias.

Esto realmente está sucediendo. Cuatro, piensa Katherine, sólo cuatro.

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