La mujer mueve su cabeza conmocionada.
—Yo no he aceptado nada.—Ya, no te preocupes. Esto no es un trío. Esto son negocios —deja una risita el mismo hombre y vuelve a su sitio—. Andando, no hay tiempo que esperar.El asiento de copiloto se abre pero las puertas de atrás, estás puertas las abre John. Y estira su palma hacia su cuerpo. De inmediato se tensa.—Encienda el GPS en su celular si desconfía. Avise a cualquiera. Dígale mi nombre. Dígale el nombre de él, que es Will. Tome foto a la placa del carro. Haga lo que te haga sentir segura. Pero si eso no basta, no venga conmigo. No quiero que se sienta incómoda de ahora en adelante. No funcionará.—Maldita sea —refunfuña con cierto temor. Y mueve sus manos sin saber qué hacer—. ¿Es esto un sueño?—No lo es. Yo soy muy real.Al cabo de un segundo, es ella quien, oyéndolo decir aquellas cosas, no pierde tiempo en sacar su móvil y tomar una foto de su placa. El movimiento fue rápido y John echó una ojeada a Will, que se encogió de hombros.Al volver, finalmente toma su mano.Es John quien con suavidad la encierra bajo sus dedos.—¿Está segura?—No —responde—. Pero si acaso es mentira te denunciaré de todas formas.Entra en el carro y de una vez se quita su bufanda. John cierra la compuerta y se introduce al copiloto, encendiendo otro cigarro. Se toma de las manos, y aún sostiene la caja. El anillo de compromiso. Bendito Dios, piensa. ¿Qué es lo que bizarro que has hecho? Y la respuesta es lo que hace ahora.—Él es Will. Will Houston. Mi compañero de trabajo. Estará con nosotros en lo que debemos hacer —explica John.Will asiente, risueño a su vez.—Es un placer, querida. Pero a John se le olvidó decir que también seré su padrino.Por el retrovisor se divisan los ojos de la mujer, que son profundamente grises, y con el lápiz negro, son más que embrujos. Will inclina su rostro.—¿Cuál es tu nombre?Ella estira la mano en saludo. Se había disipado su incomodidad. Es muy temprano para estresarse.—Katherine.Will acepta su mano, y vuelve a poner la mano en el volante.—Es un placer, querida. Ahora más, que serás Katherine de O’Connell .Se remueve en su asiento y de una vez puede observar el perfil de John, que no dice nada y está quieto en su lugar. Sus ojos, negros, no apartan la mirada de la ciudad.—¿Es ese tu apellido? —le pregunta Katherine.Gira John un poco su rostro. Y asiente.—Es un placer, Katherine.—Igualmente, John —expresa. Sin embargo, no puede dejar de pensar en la locura que es sólo imaginar un matrimonio—. Entonces…¿Entonces? ¿Qué significa esto y tú propuesta de matrimonio?Rebusca John algunas cosas en el auto de Will, no duda eso. Y quiere omitir detalles en el lujo que brinda el automóvil. Tanta opulencia vendría siendo desalmada.Le entrega unos folletos.—Iremos a Las Vegas.—Las Vegas —repite Katherine destilando ofuscación. No puede imaginar al otro lado del mundo—. Estás en Nueva York ¿Y quieres marchar a…?—Dilo, dilo. La ciudad del pecado —Will sonríe una vez más—. Exacto, querida. Es eso.—¿Cuál es su motivo? —Katherine siente haber llegado al punto clave. Porque esta manera de hacer las cosas, que no son aceptadas por más de uno, es más enternecedora de lo que el mismo matrimonio le hace pensar. Y quiere, en realidad, no pensar en ello.—Aparte de joyero, mi interés son los casinos —dice John, tranquilo—. Apuesto bienes, y gano propiedad y millones de dólares. Ahora mismo, mi objetivo es comprar varios casinos en Las Vegas. Pero...mi visa ha expirado. Y necesito tener en pie todo aquello, para manejar mis bienes aquí Estados Unidos. Y de no ser así, en el peor de los casos...—se gira John a verla y omite lo que estuvo a punto de decir—. Es cuando ahí entras tú.—¿Quieres que por mí se te renueve la visa? ¿La residencia? —trata Katherine de no reírse pero su sonrisa está ahí—. Con tantos millones qué tienes. ¿No has podido hacerlo?—Con un esposa es más rápido. Un matrimonio en conjunto es menos trabajo. Y una reputación con un matrimonio es bien visto en los casinos. Etiqueta —deja saber John.Katherine no parece convencida.—Eres joyero y apostador —piensa un poco más—. ¿No eres ludópata acaso?—Anualmente se realizan temporadas de apuestas donde incluso se apuestan territorios e islas. No soy ludópata. Es un objetivo que llevo a cabo con responsabilidad —cuando dice John esto atraviesan un conducto que dirige hasta las rejas de una propiedad privada.Katherine se estremece por la gigantesca compuerta, y la popular mansión que hay detrás de ésta.—A ver si entendí —se acerca Katherine hacia al frente, para que se escuche mejor—. ¿Quieres casarte conmigo para aparentar un matrimonio feliz, apostar con tranquilidad y renovar tu Visa estadounidense?—No fueron esas palabras las que usé —responde John.—Considerando que tienes millones esto no suena muy convincente —sigue su disconformidad. Se niega a ceder—. No lo suena. Es descabellado. ¿Y me darás cuatro millones sólo por casarte conmigo…?—Exacto —responde John.—¿Cuatro millones? —Will finalmente aparca el coche—. Hombre, bueno que esa cantidad es hasta para mí inverosímil. Hasta yo me caso contigo. Pero soy irlandés, y no te gustan los hombres. Así que no va a funcionar.Will es el primero en bajarse, con un empleo de sonidos al estirarse, complaciente de haber llegado. Sin embargo, John y Katherine se han quedado aún en el coche. Diferentes palabras deben seguirse compartiendo. No es un negocio cualquier.—¿Por cuánto tiempo quieres que esto sea? —le pregunta.Espera John a que Will de unos pasos más adelante. Se desabrocha el cinturón y se baja del auto. Katherine lo observa abrir su puerta y extenderle la mano. No puede disimular cierta intimidad ante actos pequeños que son significativos al enigmático hombre inglés. No obstante, deposita su palma en la suya y sus tacones pinchan el pavimento duro de las rocas. Rocas, piensa de sobremanera, millonarias.Esto realmente está sucediendo. Cuatro, piensa Katherine, sólo cuatro.—Todo el proceso de la residencia abarcará un año, o más —John espera a que Katherine se acomode en sus tacones y la escucha soltar un sonido que no sabe si es de impresión o de negación—. Si se sigue al pie de la letra todo el procedimiento.—¡Bendito Dios! ¿Un año? —Katherine deja saber su inconformidad—. ¿Un año para que te den un papel…?—Necesito la visa sin problemas para abrir los casinos, ya se lo he dicho —y empiezan a caminar, no sin antes que Katherine se quede de pie en su lugar, observando las fuentes y los coches aparcados en una hilera que va haciendo un círculo—. Ven, mientras caminamos le explico.—Es mucho, es mucho —explica Katherine cuando John le ofrece su mano para continuar. Su bolsa se siente pesada. Todo se siente pesado—. ¿Cómo por qué no has renovado tu Visa? ¡Eres millonario y no…!—Eso no es asunto de hablar ahora. Nuestro objetivo es casarnos, y que me renueven la Visa: porque deportado seré si no lo hago y no podré abrir los casinos —John se quita el abr
Prosigue John un momento después.—Ella te dirá todo lo que hay por saber, lo demás que tienes que hacer. Te haré firmar un contrato de confidencialidad. De igual forma, a partir de ahora, vivirás bajo mi techo… —¡Tu techo! Tengo una mascota que hay que cuidar, y deudas que pagar. Mi trabajo… —Ya no trabajarás. Tu deudas las pago yo, y como recompensa puedes usar mis tarjetas conforme el negocio avance. John se gira a mirarla. —Estamos comprometidos. Suena prepotente, suena a una gigantesca responsabilidad, pero las palabras suenan sólo a beneficio. El escalofrío la recorre, porque sigue a John y se hace aún más grande aquella mansión. La puerta está abierta, y recrea al sonriente Will que había desaparecido y no se había dado cuenta. Se detiene en la inmensidad de la entrada, alta y ancha y de madera pulida, fina. La reacción es rascarse atrás de su cuello. ¿Esto…tiene que aprender a diferenciar? —Por favor, pase… —No me digas así. Me llamó Katherine —se da media vuelta para in
Katherine lo observa como si no entendiese sus palabras. —¿Mañana dijiste que renovaremos la visa para el marido?—Así es.—No tengo ropa. Mi apartamento queda en la séptima. Debo buscar…—No, no —dice John rápidamente—. Comprarás todas tus cosas nuevas. Y sobretodo no dirás que trabajas de bailarina. Tal vez de contadora servirá.—¿Contadora? —Katherine se echa a reír—. ¿Cómo podré demostrarlo? —se queda Katherine pensando un momento—. Aunque si tengo experiencia sobre eso pero...—Ya lo he hablado —John toma su teléfono con prontitud—. ¿O le has dicho a tus padres que de eso trabajas?Bingo. Le da justo en dónde no espera. Es un gran secreto pensar en aquello, porque Katherine no menciona a sus padres que su profesión actual es lo exótico, la flexibilidad de su cuerpo. Prefiere omitir los detalles. Y finge ser la editora de alguna revista. Los miles de dólares que se gana semanal deben salir de algún lugar. —Editora de revista —Katherine deja saber—. Es lo que creen ellos.
Y sale del probador al instante, casi tropezándose. La asesora tiene en su mano su teléfono y lo coge con una sonrisa fingida.—Sí, si. Es mi amiga. Deme sólo un momento —y señala detrás de los mostradores.Observa el nombre. Definitivamente es ella.—¡Kate! —es lo primero que escucha al otro lado—. Prendiste el GPS y ahora te veo en Prada, en la quinta avenida. ¿Qué estás haciendo?—¡Antonella! —suelta en una sonrisa—. Es que estoy mirando las cosas.—¿Y por qué prendiste tu GPS? Me has dado un gran susto —aquella voz suena agitada—. ¿Estás bien?—Sí, si estoy bien. Pero ¿En dónde estás tú? ¿Qué es lo que haces? —¡Estaba buscándote, tonta! Estoy justo afuera. —¡Afuera! —y Katherine baja su teléfono para dar una vista detrás de los cristales. La figura morena de su amiga se divisa con prontitud y tiene que cerrar la boca. Bien. ¿Qué dirá acaso? ¡Qué está loca! Pero, la confidencialidad. Los cuatro millones. Toma un suspiro—. Tengo algo que decirte. —No, no me asustes así.
Katherine se rasca la mejilla y emplea un gesto de desaprobación. Lo entiende: John O’Connell , millonario, y famoso. ¿En qué se está metiendo? Pero Antonella con aquella aprobación la hace calmarse aunque sea un poco. —Señorita —dice la asesora—. Aguardan por usted. Todo está pagado ya. La maquillista está esperándola.Ambas amigas se miran. Una sonríe y otra traga saliva.—¿Me puede decir…la cuenta de esto? —Setenta mil dólares.Antonella es quien abre sus ojos y se gira como para ocultar su expresión. Katherine suelta una pequeña risa. —Bien, ya nos vamos. Ya vamos a…maquillarnos. Sí, a maquillarnos.Katherine hace un gesto para que Antonella la siga. La asesora señala y hace presentar a una joven chica, con una blanca sonrisa que se apresura a decir su nombre y su profesión. —¿Serás…millonaria acaso, Kate, y no ibas a decir nada? Katherine no cree que es del todo mentira. Porque cuatro millones aguardaban por ella. Tuvo Antonella que reírse de la impresión cuando
El paro rígido que da Katherine la tensa. Observa al hombre a su lado que da una ojeada rápida sin entender su reacción. —¿¡Casarnos…?! —chilla tan debajo que sólo es John capaz de entenderla—. ¿Ya, ya? —Así es —responde John, que al contrario de ella, parece más relajado—. Apresúrate, Katherine. No tenemos todo el día. Y tira de ella con cierta maansedumbre ya que Katherine poco puede decir pero bastante cosas pasan por su mente. ¡Boda! Una boda. Es una unión. Se está uniendo a este hombre que acaba de conocer. ¡Que acaba de conocer! ¡Ni siquiera sabe su edad! Quiere detenerse pero es tan severo y determinante los pasos de John que no hace sino seguirle y pensar ya en cómo llevarán está unión a cabo si los papeles por el matrimonio civil ni siquiera los tiene aquí. —Para, para —repite Katherine a su momento. Se detiene John a mirarla y cada peso que observa no puede ser sino de confusión con el pasar de los segundos. Katherine nota que los hombres a lo lejos los están v
Estas palabras consiguen una reacción de sobresalto. Hasta el punto de sonrojo, y Katherine mantiene sus ojos contra los de John, que con esa ojeada vívida y llena de la misma cualidad con la que lo conoció, la hace, por lo menos, bajar aquel turbamiento. Sin embargo, está lo bastante cuerda para saber que John es un tipo que apenas conoce, no sabe nada de él, no conoce nada de él, y él tampoco de su vida. Aunque, ese sería el problema menos complejo de los que ya tienen.—¿Qué es lo que sigue…? —la voz de Katherine es baja y rasposa pero consigue hacerse entender.John la acerca hacia su cuerpo. Es un movimiento suave y propenso en crear infinitas ideas si fuese en otras circunstancias. Pero Katherine se siente bien de que esté buscando la forma de hacer olvidar el torbellino que ha cambiado su vida, de pies a cabeza, y literalmente, de la noche a la mañana.—Nuestro siguiente paso es asistir a la renovación de la visa que será la próxima semana. Exactamente en diez días —John prome
—Es aquí. Detente —de una vez aparece el gran cartel del bar y siente Katherine el pretencioso ambiente que era el día a día—. Puedes esperarme en el auto. Bastará sólo con que yo les diga.—¿No quieres que tu esposo vaya contigo? ¿No crees que sonará más convincente? —John hace la pregunta al quitarse los lentes. Extenuada mirada, donde hay algo más que Katherine no puede descifrar.—Estoy convencida de que puedo yo sola —Katherine se apresura a quitarse el cinturón y al colocar la mano en la puerta lo señala con el dedo—. Quédate en el coche.—Katherine. Tenemos que hacer las cosas juntos —suavemente deja salir John. Pero no la hace sino mover sus dedos con diligencia ante agonizantes palabras para ella.—Llevo menos de veinticuatro horas conociéndote. Eres mi esposo ahora pero todavía no me has conquistado como se debe —parece una recriminación que suena a lastimosa queja. Aún así no puede perder el tiempo. No en aquel momento—. También avisaré a mi madre. No le llegaré de sorpres