—¿Quién es ella?
Se refleja el interés a través de las palabras, que se dirigen al único motivo por el cual se había detenido a ver dentro del bar.—¿Por qué? —responde un segundo hombre, que a su lado como con sorna da un sorbo al Whisky—. ¿Es la elegida?Están en lo que aparentan ser un bar, nocturno, con más de un centenar de rostros disfrutando el escenario que se asemeja ser el único interés del lugar. Mujeres y hombres no apartan la mirada de quién desde hace segundos había despertado la curiosidad, para bien o para mal, e incluso ha hecho que éste mismo no pueda quitar sus ojos de él.—No creo que sea lo que estás buscando —el tono que usa el segundo hombre es de hastío, casi burlón.La música entra en sus sentidos, a la par que entra ella al escenario. Comienza a brindar su servicio a todo aquel que observe. El bullicio de la multitud no se disipa, porque una mujer tan hermosa frente a frente es capaz de hacer sonreír y engatusar.—Espera un momento —dice el hombre, alzando una de sus manos—. No es que sea elegida, es que sea lo necesario.De tal manera hace reír al segundo hombre pero no responde nada más. Sus ojos siguen el lugar donde ella camina y entre sus dedos la barra se ciñe. Entonces comienza a moverse, entre el atuendo que exhibe sus piernas y el gran formado cuerpo moreno que se cuelga de la barra para manifestar su baile.El espectáculo del pole dance de aquella mujer se presenta tal cual habían imaginado, con todo sus movimientos que se elevan con cada giro de pierna, cada mirada lasciva a los presentes y sonrisa pícara ante ellos. La flexibilidad de esta enigmática mujer deja anonadado a la multitud, por no ser que fascinada, y al compás de la música a su ritmo las manos elevan su cuerpo, y lo hacen girar, demostrando su cuerpo a la distancia que con el atuendo sublevan sus atribuciones.Los alaridos de complacencia se oyen mientras completa su baile en la barra, cuando ha dado giros, y es hechizo para quien la vea, el espectáculo parece llegar a su fin con últimos y ciertos movimientos descendientes que hacen aplaudir y hacer que los devoradores de mirada se alcen para seguirla y pedirle más que aquel espectáculo.Sin embargo, la mujer sólo da pasos hacia adelante en sus altos tacones, en sus firmes piernas a la vista, y la socarrona sonrisa que brinda a todos sus admiradores, se agacha cuando llega al final del pasillo y se estiran las manos con el fino dinero, en cantidades excelsas que dejan caer en su palma.—Hoy es tu día de suerte, cariño —le dice a cierto hombre que embobado sonríe hacia ella.—¡Suertudo soy ya! —exclama el hombre a su vez que ella sigue sonriendo y se levanta.Los gritos de placer cuando la admiran son gigantescos y se sublevan una vez más cuando retrocede, desfilando con pasos hechizados para mantener la atención hasta que, finalmente, su número finaliza.Tiene que parpadear cuando entre bailes desaparece junto a las demás mujeres, que alzan sus mismos rostros que atribuyen el deleite con severidad.El segundo hombre había ya terminando su bebida. Se gira a contemplarlo, y lo nota mirar su reloj.—Aún así, ¿Seguirás con esto? ¿Estás…—alza una ceja con indiferencia—, seguro de esto? No debes tomarlo a la ligera.Se levanta, tomando su saco y el cigarro que coloca en sus labios. Echa una mirada hacia el hombre sin atribución de calma. Está inexpresivo ante lo dicho.—Espera en el auto. Estaré ahí en unos momentos.—Sí, Romeo. Ve por ella ante que Julieta se marche —expresa el segundo hombre—. Sólo te aviso que a veces la soberbia no es buena. Y mucho menos ahora, que debemos hacer todo al pie de la letra.Sin embargo había dejado al otro hombre para dirigirse al lugar detrás del escenario.En un instante, deja el cigarrillo y observa pasar a distintas mujeres hacia el cuarto de las presentaciones. Y una que otra risa se escapa detrás de aquellas mujeres. Pero la única que busca no la escucha.Nota entonces que la hechizadora mujer sale desde un cuarto al final del pasillo, con lo que parece ser una cartera y un abrigo. Alza las manos y con la misma rapidez de encontrarla desaparece a través de la puerta.Unos momentos más, la mujer se encuentra caminando por la calle trasera, rápidamente se ha puesto la bufanda, también prende un cigarro y sigue con los altos tacones mientras se encamina hacia la esquina. No obstante, oye los pasos detrás de ella, que se funde con los charcos del agua.Por instinto tiene que girar. Y de tal manera se encuentra especialmente con alguien que enciende otro cigarro y se detiene cuando ella lo observa.—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta. No ve otro motivo para que se acerque un extraño hacia ella. Y dice lo primero que se viene a la mente—. No ofrezco el servicio que estás pensando. Soy sólo una bailarina.Y dispuesta a marcharse se gira.—Tengo un trabajo para usted.La respuesta la hace detenerse de golpe. Se vuelven a encontrar sus ojos, ahora con ella sonriendo.Siguiéndole la corriente, reposa sus labios en la humarada.—¿De cuánto estamos hablando?—Cuatro —contesta el hombre.La mujer de una vez queda paralizada en su sitio. Y entre risas niega con la mano.—No estoy para estupideces así. Mejor márchate. —y vuelve a girarse.—No estoy diciendo ninguna bobería. Es un sí o es un no —el hombre se acerca y se queda la mujer viéndolo más que impresionada—. ¿Es usted estadounidense?Frunciendo los labios la mujer se cruza de brazos.—Lo soy.—Sólo necesito un servicio por un año —hace saber el hombre de la misma manera, indiferente—. Después de eso, tomará su paga y no quedará más que hacer el trámite del divorcio…—¡Divorcio! —interrumpe la mujer con severidad—. ¿Cómo qué divorcio? ¿De qué carajos estás hablando?—El servicio que pido, señorita, es uno solo.Y la mujer observa como este hombre extrae de su bolsillo cierta caja. Abre sus ojos, anonadada.—Que se convierta en mi esposa.Cómo nunca antes siente aquella mujer el deseo de reírse con fuerza ante lo que escucha y tiene que retroceder para doblarse un poco y seguir riendo, incluso ha dejado caer el cigarro. Al observar el rostro inmutable del hombre se levanta de golpe y deja de reírse. —¡Ah! Tú me estás tomando el pelo. Tú —se carcajea otra vez—. ¡Qué clase de fanfarronería es esta! —No es ninguna. Esa es mi propuesta. Ese el servicio que quiero a cambio —responde el hombre. —¡Ni siquiera sé tu nombre…! —John —alza la palma el susodicho—. John, ese es mi nombre. Al observar su mano no puede averiguar si la severidad de estás palabras son reales. Pero este mismo hombre con cierta particularidad la hace recibir el saludo. —Y yo me llamo Cenicienta. La jodida Cenicienta —y atesta un manotazo al enigmático y bromista John que es a su parecer. Comienza a caminar en el tambaleo que le ha causado la mención de todo lo demás—. Cada día están más locos —farfulla por lo bajo. —¿No acepta el trabajo? ¿No acep
La mujer mueve su cabeza conmocionada. —Yo no he aceptado nada. —Ya, no te preocupes. Esto no es un trío. Esto son negocios —deja una risita el mismo hombre y vuelve a su sitio—. Andando, no hay tiempo que esperar. El asiento de copiloto se abre pero las puertas de atrás, estás puertas las abre John. Y estira su palma hacia su cuerpo. De inmediato se tensa. —Encienda el GPS en su celular si desconfía. Avise a cualquiera. Dígale mi nombre. Dígale el nombre de él, que es Will. Tome foto a la placa del carro. Haga lo que te haga sentir segura. Pero si eso no basta, no venga conmigo. No quiero que se sienta incómoda de ahora en adelante. No funcionará. —Maldita sea —refunfuña con cierto temor. Y mueve sus manos sin saber qué hacer—. ¿Es esto un sueño? —No lo es. Yo soy muy real. Al cabo de un segundo, es ella quien, oyéndolo decir aquellas cosas, no pierde tiempo en sacar su móvil y tomar una foto de su placa. El movimiento fue rápido y John echó una ojeada a Will, que se encogió d
—Todo el proceso de la residencia abarcará un año, o más —John espera a que Katherine se acomode en sus tacones y la escucha soltar un sonido que no sabe si es de impresión o de negación—. Si se sigue al pie de la letra todo el procedimiento.—¡Bendito Dios! ¿Un año? —Katherine deja saber su inconformidad—. ¿Un año para que te den un papel…?—Necesito la visa sin problemas para abrir los casinos, ya se lo he dicho —y empiezan a caminar, no sin antes que Katherine se quede de pie en su lugar, observando las fuentes y los coches aparcados en una hilera que va haciendo un círculo—. Ven, mientras caminamos le explico.—Es mucho, es mucho —explica Katherine cuando John le ofrece su mano para continuar. Su bolsa se siente pesada. Todo se siente pesado—. ¿Cómo por qué no has renovado tu Visa? ¡Eres millonario y no…!—Eso no es asunto de hablar ahora. Nuestro objetivo es casarnos, y que me renueven la Visa: porque deportado seré si no lo hago y no podré abrir los casinos —John se quita el abr
Prosigue John un momento después.—Ella te dirá todo lo que hay por saber, lo demás que tienes que hacer. Te haré firmar un contrato de confidencialidad. De igual forma, a partir de ahora, vivirás bajo mi techo… —¡Tu techo! Tengo una mascota que hay que cuidar, y deudas que pagar. Mi trabajo… —Ya no trabajarás. Tu deudas las pago yo, y como recompensa puedes usar mis tarjetas conforme el negocio avance. John se gira a mirarla. —Estamos comprometidos. Suena prepotente, suena a una gigantesca responsabilidad, pero las palabras suenan sólo a beneficio. El escalofrío la recorre, porque sigue a John y se hace aún más grande aquella mansión. La puerta está abierta, y recrea al sonriente Will que había desaparecido y no se había dado cuenta. Se detiene en la inmensidad de la entrada, alta y ancha y de madera pulida, fina. La reacción es rascarse atrás de su cuello. ¿Esto…tiene que aprender a diferenciar? —Por favor, pase… —No me digas así. Me llamó Katherine —se da media vuelta para in
Katherine lo observa como si no entendiese sus palabras. —¿Mañana dijiste que renovaremos la visa para el marido?—Así es.—No tengo ropa. Mi apartamento queda en la séptima. Debo buscar…—No, no —dice John rápidamente—. Comprarás todas tus cosas nuevas. Y sobretodo no dirás que trabajas de bailarina. Tal vez de contadora servirá.—¿Contadora? —Katherine se echa a reír—. ¿Cómo podré demostrarlo? —se queda Katherine pensando un momento—. Aunque si tengo experiencia sobre eso pero...—Ya lo he hablado —John toma su teléfono con prontitud—. ¿O le has dicho a tus padres que de eso trabajas?Bingo. Le da justo en dónde no espera. Es un gran secreto pensar en aquello, porque Katherine no menciona a sus padres que su profesión actual es lo exótico, la flexibilidad de su cuerpo. Prefiere omitir los detalles. Y finge ser la editora de alguna revista. Los miles de dólares que se gana semanal deben salir de algún lugar. —Editora de revista —Katherine deja saber—. Es lo que creen ellos.
Y sale del probador al instante, casi tropezándose. La asesora tiene en su mano su teléfono y lo coge con una sonrisa fingida.—Sí, si. Es mi amiga. Deme sólo un momento —y señala detrás de los mostradores.Observa el nombre. Definitivamente es ella.—¡Kate! —es lo primero que escucha al otro lado—. Prendiste el GPS y ahora te veo en Prada, en la quinta avenida. ¿Qué estás haciendo?—¡Antonella! —suelta en una sonrisa—. Es que estoy mirando las cosas.—¿Y por qué prendiste tu GPS? Me has dado un gran susto —aquella voz suena agitada—. ¿Estás bien?—Sí, si estoy bien. Pero ¿En dónde estás tú? ¿Qué es lo que haces? —¡Estaba buscándote, tonta! Estoy justo afuera. —¡Afuera! —y Katherine baja su teléfono para dar una vista detrás de los cristales. La figura morena de su amiga se divisa con prontitud y tiene que cerrar la boca. Bien. ¿Qué dirá acaso? ¡Qué está loca! Pero, la confidencialidad. Los cuatro millones. Toma un suspiro—. Tengo algo que decirte. —No, no me asustes así.
Katherine se rasca la mejilla y emplea un gesto de desaprobación. Lo entiende: John O’Connell , millonario, y famoso. ¿En qué se está metiendo? Pero Antonella con aquella aprobación la hace calmarse aunque sea un poco. —Señorita —dice la asesora—. Aguardan por usted. Todo está pagado ya. La maquillista está esperándola.Ambas amigas se miran. Una sonríe y otra traga saliva.—¿Me puede decir…la cuenta de esto? —Setenta mil dólares.Antonella es quien abre sus ojos y se gira como para ocultar su expresión. Katherine suelta una pequeña risa. —Bien, ya nos vamos. Ya vamos a…maquillarnos. Sí, a maquillarnos.Katherine hace un gesto para que Antonella la siga. La asesora señala y hace presentar a una joven chica, con una blanca sonrisa que se apresura a decir su nombre y su profesión. —¿Serás…millonaria acaso, Kate, y no ibas a decir nada? Katherine no cree que es del todo mentira. Porque cuatro millones aguardaban por ella. Tuvo Antonella que reírse de la impresión cuando
El paro rígido que da Katherine la tensa. Observa al hombre a su lado que da una ojeada rápida sin entender su reacción. —¿¡Casarnos…?! —chilla tan debajo que sólo es John capaz de entenderla—. ¿Ya, ya? —Así es —responde John, que al contrario de ella, parece más relajado—. Apresúrate, Katherine. No tenemos todo el día. Y tira de ella con cierta maansedumbre ya que Katherine poco puede decir pero bastante cosas pasan por su mente. ¡Boda! Una boda. Es una unión. Se está uniendo a este hombre que acaba de conocer. ¡Que acaba de conocer! ¡Ni siquiera sabe su edad! Quiere detenerse pero es tan severo y determinante los pasos de John que no hace sino seguirle y pensar ya en cómo llevarán está unión a cabo si los papeles por el matrimonio civil ni siquiera los tiene aquí. —Para, para —repite Katherine a su momento. Se detiene John a mirarla y cada peso que observa no puede ser sino de confusión con el pasar de los segundos. Katherine nota que los hombres a lo lejos los están v