Capítulo tres
De vuelta en casa6 de enero de 2018
Observo el atardecer de Roma bañado por un cielo púrpura; mientras el avión aterriza. Extrañaba mi ciudad, sus colores, su peculiar aroma; pero, sobre todo, sus habitantes. Pisar suelo italiano nuevamente me hace regresar a seis años atrás; como si no hubiera pasado el tiempo.
Aún recuerdo el día en que me marché:《— ¿Es por él cierto? —pregunta mi mejor amiga, entre lágrimas.
— Se casa, Bianca —explico—. No puedo quedarme. Lo entiendes, ¿verdad? —Asiente—. Anímate, en dos años irás conmigo. Te esperaré, ¿vale?— ¿No vendrás en verano? —Pregunta suplicante.<< No está en mis planes >>— No lo creo —respondo—. Estudiaré dos carreras a la vez. No tendré tiempo para vacaciones. Pero te llamaré. Rentaré un departamento para las dos cuando vengas a la universidad.— No iré a Harvard —comenta secando sus lágrimas.— Puedes ir a cualquier universidad en Estados Unidos —digo al abrazarla—. Yo también te echaré de menos. Ahora tienes quien te cuide —susurro en su oído.Ella asiente mirando a Camillo, quien nos observa de vuelta.— Vosotros dos —me dirijo a mis dos dolores de cabeza—, manteneos alejados de problemas, ¿entendido? —Exijo—. Y cuidad de las mujeres de la casa, ¿vale?Ellos asienten en respuesta.— ¿Podremos llamarte cuando papá o los tíos nos regañen? —Todos reímos por las ocurrencias de Bruno.— Claro —contesto—. Y cuando os liguéis alguna chica, también —les guiño un ojo—. Solo al alcance de una llamada. Pero os vais a portar bien. ¿Prometido? — Vale —responden a coro. — Os he visto cruzar los dedos —susurro para que solo ellos me escuchen.Oigo como llaman a mi vuelo. Me acerco a Carlo y lo abrazo— Gracias —digo.— ¿Por qué? —Indaga—. La beca la has ganado tú, cielo.Niego con la cabeza.— Por adoptarme, por ser mi padre —explico.— Gracias por dejarme serlo —dice antes de abrazarme nuevamente.Observo a mi alrededor, buscando un par de ojos azules.<< No vendrá >>Suspiro resignada.Me alejo, luego de decir adiós a todos. Una nueva vida me espera y con ella, una nueva versión de mí. 》Y en menuda versión me he convertido. Ya no queda rastro de la chica inocente que solía ser. He aprendido más que Leyes y Medicina.
Al recoger mi equipaje, puedo distinguir un rostro muy conocido para mí.Sonrío y corro a sus brazos.— Es bueno verte —expresa Camillo devolviéndome el abrazo— ¿Nuevo color? —pregunta, señalando mi cabello rojo.— Creo que este es definitivo —contesto.Él niega con la cabeza. A lo largo de estos años, me lo he teñido de varios colores. Camillo ha visto varios de ellos, al visitar a Bianca. Ellos siguen juntos. Aunque continúan amándose a escondidas, tal parece que lo hacen como el primer día.— Venga, te esperan en casa —dice, mientras nos subimos al auto—. ¿No preguntarás por él? —Inquiere ya en el coche. No emito sonido alguno— Sé que mueres por saber.Resoplo.Me conoce demasiado bien. Él y Bianca son mis únicos amigos. Con el pasar de los años, hemos desarrollado una especie de complicidad entre los tres.— No ha venido —digo finalmente. No he vuelto a verlo. Por más de seis años, solo nos hemos comunicado por llamada o correo, ocasionalmente.>> Pensé que vendría por mí.— Debía recoger a Alda —le miro confundida—. Alda Costello, la hermana de….— Gianna —completo su explicación. Al escuchar el apellido lo supuse— ¿No estaba en un internado? Creí haberlo escuchado, alguna vez.— Pues ya no. Regresa hoy.— Al parecer, no soy la única en volver a casa.***
— ¡Niña! —Grita Antonella al verme.— Yo también te extrañé, Nella —admito, secando sus lágrimas.— ¡Mírate! Ya eres toda una mujer, y muy guapa.— Tú sigues siendo más guapa —replico—. ¿Qué hay de las personas de esta casa?— Están en el despacho de Alessandro —contesta—. Se encuentran todos reunidos.— Gracias, Nella. El edificio continúa igual; cada mueble sigue en su sitio. De la decoración, solo han cambiado algunos jarrones; cortesía del par de revoltosos y sus amigos, supongo. Muero por verlos.Toco la puerta antes de entrar a la pequeña oficina—. Permiso. ¿Puedo pasar?Puedo distinguir la confusión en el rostro de los presentes. Hasta que veo cómo las mujeres Varone y Carlo reaccionan. Mi padre fue a visitarme en contadas ocasiones. Los demás no han vuelto a verme desde que me marché. — ¡Catarina! —Mi padre corre a abrazarme.— ¿Esperábais a alguien más? —Bromeo.— Oh, amor —me envuelve entre sus brazos. Es tan reconfortante recibir la calidez de mi familia—. Te hemos echado de menos.— Yo también, papá. Yo también. Me aferro a su cuerpo. Se siente tan bien estar de vuelta en casa.***— ¿Y ahora, qué piensas hacer? —Pregunta mi tío entre risas.— ¡Alessandro! —Le reprende su esposa—. Apenas acaba de llegar.— Quiero comenzar cuanto antes —respondo—. Espero que en el Hospital Varone haya alguna vacante para una cirujana.Me gradué en Ciencias Jurídicas y Leyes en solo tres años. Nunca ejercí la profesión. Me enamoré de la Medicina y decidí dedicarme a ello por completo.>> Aunque, me gustaría visitar los Laboratorios Gotti —agrego—, aprender algunos secretitos de mi querido padre.Todos ríen a carcajadas.Los Varone poseen un hospital privado de primera calidad, en la ciudad. Además, cuentan con un ala destinada a la atención pública. El lugar era originalmente de los Gotti, la familia de la abuela Carlota. Al ésta casarse con el abuelo Donato, los laboratorios pasaron a manos de la familia Varone. Sin embargo, aquel edificio les sirve de fachada para encubrir los Laboratorios.Carlo, como excelente científico, experto en Bioquímica Médica que es, heredó el lugar. En este, se crean una serie de fármacos muy útiles. Aunque los métodos no resultan muy ortodoxos y, por tanto, los fármacos son ilícitos, desconocidos para la mayoría de la sociedad. Mi padre es el creador de tales elixires.
— Estaría encantado de compartir mis secretos contigo —responde el aludido. No puedo evitar buscarle el doble sentido a su respuesta—. Tal vez, en un futuro podrías continuar con el legado familiar.— No lo creo. Soy más de hospitales —admito—, pero conocer los laboratorios sería muy útil.— Mi chica prodigio —comenta—. Siempre con ansias de aprender. Estoy muy orgulloso de ti. — Todos lo estamos —agrega el abuelo.— Sois la mejor familia que pude tener —las palabras simplemente salen de mi boca—. Hablando de ello, ¿dónde está mi dúo favorito?— Por ahí, liándola como siempre —contesta Beatrice: esposa de Fabrizio y madre de Enzo.— No cambian —niego sin dejar de sonreír.— No, ahora son peores —interviene Gabriella—. Ya no te tienen para inculcarles un poco de juicio.— Aunque ahora están más guapos y más altos —las madres de los chicos no pueden evitar defender a sus hijos.— Puedo imaginarlo —la imagen se reproduce en mi cabeza—. Deben romper muchos corazones jóvenes.— Y no tan jóvenes también.— Esos son mis chicos —me siento orgullosa de mis hermanos. De pronto, la puerta se abre de par en par. Un Enzo muy magullado y acelerado irrumpe en el despacho.— ¿Qué habéis hecho ahora? —Exige saber Fabrizio.— Flavio Ferrara —es todo cuanto dice. Como si ese nombre explicara su estado.— ¿Bruno? —Alessandro busca a su hijo con la mirada. Enzo baja la cabeza—. Le han detenido —Alessandro voltea los ojos, como si ya se esperara algo así. Sin embargo, no dice una palabra: sabe que su sobrino no ha terminado de hablar—. Luciano ha ido a solucionarlo, pero está fuera de su jurisdicción —la sola mención de su nombre, me estremece y la ansiedad por volver a verle crece en mí—. Se ha topado con Bianco. Sabes de su rivalidad. El gilipollas se niega a cooperar.— Ese hombre me está sacando de mis cabales —la voz del jefe de la cúpula Varone suena furiosa—. Nadie se mete con los Varone.— Debeis llamar al abogado —interrumpe mi hermano postizo—. Luciano me ha mandado a por él. — Por lo visto —me pongo de pie para que note mi presencia—, continuáis dando dolores de cabeza. El joven Varone palidece sorprendido—. ¡Rina!— Hola, enano —le abrazo con fuerza. Él se queja de dolor ante mi gesto—. Menuda pelea. Mira nada más cómo has quedado.— Deberías ver el otro sujeto —replica con una enorme sonrisa en sus labios. Posteriormente, adopta una expresión seria ante mi mirada inquisidora. Sabe el regaño que le espera. Baja la cabeza como cuando era pequeño.— Hija —interviene Carlo—. ¿Podrías ir tú?— No tengo mucha práctica —por unos minutos dudo. Jamás ejercí la abogacía—; pero haré mi mejor esfuerzo.— Gracias, cariño.— No me agradezcáis todavía —replico, para luego dirigirme hacia mi hermano—. Lorenzo, te vienes conmigo. — Pero, debo…— Nada —interrumpo su intento de excusa. Ha crecido: ahora es más alto que yo y hasta parece mayor. Puedo ver los músculos pronunciados en su cuerpo, a pesar de los moretones que comienzan a dejarse ver. Aun así, logro intimidarle—. La cagaste y me vas a ayudar a limpiar este desastre. Además, necesito un conductor. Él resopla en respuesta—. Tenemos chofer, puedo…— Tú conduces y no te atrevas a contradecirme— Extrañaba tus regaños —admite al alejarnos.— Y yo regañaros. — Es bueno tenerte de regreso —me abraza antes de encender el coche. Sonrío satisfecha.<< Sí, es bueno estar en casa >>Capítulo cuatroMenuda bienvenida— Estás muy guapa —comenta llegando a la estación.— Lo sé —respondo con suficiencia.— Demasiado, para mi gusto —hace una mueca de desagrado—. Has cambiado.— Solo me he teñido el cabello.Al entrar en la comisaría, puedo ver como todas las miradas se detienen en mí. Soy consciente de mi atractivo; me ha sido de utilidad en muchas ocasiones. Procedo a quitarme el abrigo para tendérselo a Enzo, quién abre los ojos como si fueran a salir de sus órbitas. Sé perfectamente la razón: un exuberante vestido Dolce&Gabbana color crema salta a la vista, el cual —aunque es largo hasta las rodillas y luce profesional— resalta cada una de mis curvas, dando un aspecto muy seductor. Los hombres presentes en la sala tienen la misma mirada de mi hermano —con la diferencia de que me observan como si yo fuese un platillo a devo
Capítulo cincoNunca, digas nunca8 de enero de 2018— Solo dime —señala el lugar, expectante—, ¿qué te parece?— Los laboratorios no son lo mío —declaro ladeando la cabeza—; pero este es innegablemente asombroso. Tus fórmulas son increíbles. Ciertamente, eres un genio, papá.— Todos los Varone somos listos —adopta una pose arrogante, característica de la familia—. Llevamos años siendo el cerebro de Roma. Y sin dudas, tú eres la más lista de nosotros.Una de ellos. Cada vez que escucho frases como esa, una emoción indescriptible se instala muy dentro de mí. El pecho se me contrae: es algo a lo que no he podido encontrarle explicación científica.>> No lo dudes por un segundo —contin&uacu
Capítulo seisTodo ha cambiado16 de enero de 2018— ¿Qué te parece? —Pregunta mi tío.Dejo el diario sobre la mesa y doy un sorbo a mi café. Necesito unos minutos para meditar mi respuesta.— ¿Realmente quieres saber mi opinión? —Indago.Él asiente, el resto solo espera por mi respuesta expectante. La familia se encuentra en el salón principal desayunando, como cada mañana. A pesar de vivir en pisos diferentes del edificio, siempre nos reunimos para las comidas. Es algo así como una tradición. Luciano nos acompaña en ocasiones.>> Si deseas que Biagio Ferrara se convierta en el próximo alcalde de Roma, tendrás que buscarle un mejor agente de prensa —digo finalmente—. Este discurso es pésimo.— Al parecer —salta mi madrastra. Siempre busca la manera de fastidiarme—, has olvidado quiénes somos, Rinie. Biagio ganará de una forma u otra.<< Bruja >>, grita
Capítulo sieteUn mal presentimiento1 de febrero de 2018— ¿Lo has visto? —Pregunta mi mejor amiga al teléfono.Suspiro.— Sí —contesto—, nos hemos encontrado. Ya no viene al edificio con tanta frecuencia como antes.— ¿Y…? —La ansiedad domina sus palabras.— Todo permanece igual. Como si el tiempo no hubiera pasado —admito—. Su sola presencia continúa perturbándome.— ¿No notaste nada diferente? —insiste.— ¿Sabes? Creo que has escogido la carrera equivocada —comento—. Deberías haber sido periodista, en vez de abogada. La respuesta es sí: ahora lleva un anillo de compromiso en su dedo anular. Es un hombre casado, Bianca.— No la ama —acl
Capítulo ochoVerdades ocultas4 de febrero de 2018La galería Gianna Costello ha suscitado mucha expectación entre la gente, por lo que asistió todo el mundo importante en la ciudad. Todos excepto Carlo. Aún no lo he visto, desde su regreso de Londres. Según sus hermanos, se encuentra muy liado con un nuevo proyecto.En realidad, soy consciente de que solo me esquivan y le dan largas al asunto. Sin embargo, no pregunté más. Me alivia saber que mi padre se encuentra bien y regresó a salvo. Esperaré a preguntarle a papá directamente.Tomo una copa de champán sobre la bandeja de un camarero y me voy retirando, hasta conseguir perderme entre las obras de arte.El lugar es enorme, y se encuentra distribuido en varias salas comunicadas entre sí, a través de unos arcos de escayola que simulan las columnas de la antigua Roma. Casi todas tienen gran
Capítulo nueveLa situación no pinta nada bienEl teléfono ha sonado varias veces. Sin embargo, Bruno no hace más que ignorarlo.— ¿No vas a contestar? —Decido romper el silencio instaurado en el auto. El viaje a casa se está convirtiendo en una agonía.— No —espeta secamente.— Alda tampoco sabía nada —aclaro—. Eres consciente de ello, ¿verdad?Asiente en respuesta—. Lo sé. Solo —tomo su mano libre del volante. Él se concentra en respirar profundamente para no venirse abajo—… no puedo, ahora no.— Entiendo, más de lo que crees.Bruno se gira a observarme por un instante. Sabe perfectamente a lo que me refiero. Sus palabras en el aeropuerto lo confirman.— ¿Dejaré de sentirme así algún día? —Su pregunta es prácticamente una
Capítulo diezDuele demasiadoBruno nos guía hacia la entrada trasera, que va directo a los laboratorios sin necesidad de transitar por el hospital. Aun no entrego los papeles para comenzar a trabajar aquí. Al llegar al salón principal, observamos los cristales extendidos por el suelo. Tres hombres inconscientes se encuentran tendidos en el suelo. Con sigilo, cada uno nos acercamos a ellos.Con mis dedos, intento palpar el ausente pulso carotídeo del sujeto. Una mancha de sangre con un agujero en el medio, se extiende por su pecho. Los chicos me hacen señas indicándome que los otros dos sujetos están tan muertos como este.— ¿Son de los nuestros? —Inquiero en un susurro. Ambos asienten—. Tenemos que ir por mi padre.Escuchamos el sonido del ascensor y nos lanzamos a escondernos detrás de un mostrador, antes de que alguien pueda vernos. En cambio, yo sí puedo verle: su rostro me parece familiar, pero no puedo reconocerle.Siento a ambos chicos tensarse a mi lado.
Capítulo onceEl último adiós6 de febrero de 2018Con mi padre, enterraba nuevamente una parte de mi alma. El dolor que sentía era más allá de lo soportable. Alessandro, Fabrizio y sus hijos portaban sobre sus hombros el ataúd que encerraba el cuerpo de mi padre. Le seguían las mujeres Varone junto al abuelo.Unas ganas inmensas de golpear a Loretta me corroyeron. Ni siquiera podía fingir un poco de tristeza. Su actitud altiva me recordó la magnitud de aquella función de circo.Los traidores que se hacían llamar socios y amigos de la familia, caminaban cabizbajos.<< Al menos, saben fingir mejor que Loretta >>Mi cuerpo hervía de rabia cada vez que les veía. Sobre todo, a él. Millones de preguntas rondaban mi cabeza, pero una reinaba sobre las demás: << ¿Lo sabía? >>Una perversa sonrisa se instauró en mis labios. Ya tendría tiempo de ajustar cuentas con todos ellos. Las ansias de venganza no hacían más que ir en cre