Capítulo ocho
Verdades ocultas4 de febrero de 2018
La galería Gianna Costello ha suscitado mucha expectación entre la gente, por lo que asistió todo el mundo importante en la ciudad. Todos excepto Carlo. Aún no lo he visto, desde su regreso de Londres. Según sus hermanos, se encuentra muy liado con un nuevo proyecto.
En realidad, soy consciente de que solo me esquivan y le dan largas al asunto. Sin embargo, no pregunté más. Me alivia saber que mi padre se encuentra bien y regresó a salvo. Esperaré a preguntarle a papá directamente.Tomo una copa de champán sobre la bandeja de un camarero y me voy retirando, hasta conseguir perderme entre las obras de arte. El lugar es enorme, y se encuentra distribuido en varias salas comunicadas entre sí, a través de unos arcos de escayola que simulan las columnas de la antigua Roma. Casi todas tienen grandes ventanales que dan a la calle. Desde la sala de arte moderno, cualquiera es capaz de distinguir el río Tíber; y tras él, el castillo de San Angelo. Ciertamente, constituye una zona muy privilegiada.— ¿Qué haces aquí? —Escucho su voz a mi costado.— Apreciando el arte —respondo un poco burlona.Si mi familia no quiere darme las respuestas que busco, entonces, las encontraré por mí misma.— No juegues conmigo, Catarina —dice cabreado—. No te quiero aquí.— ¿Por qué? —Inquiero desafiante. Ya me estoy hartando: son demasiados años con la incertidumbre—. No entiendo tu empeño y el de papá; al que, por cierto, no he visto —agrego—: seguro anda en una de vuestras misiones secretas. >> No entiendo vuestro afán en esconderme de los Costello. Ni siquiera me conocen —detengo mis palabras para indagar en sus ojos—…, ¿o me equivoco? ¿Hasta cuándo existirán los secretos entre nosotros, Luciano?— No te oculto nada —sisea—. No quiero que te conozcan.Emito una silenciosa carcajada.— Te creía un mejor embaucador —mi tono es demasiado sarcástico.— Me estás cabreando, Catarina —suelta en tono bajo, ronco, muy varonil. En otras circunstancias, habría olvidado todo, excepto su presencia.— Pues yo ya estoy cabreada, Luciano —contesto, sin amedrentarme ante su mirada llena de furia.De pronto, emite un gruñido muy bajo, me lleva a un lugar apartado y apoya mi espalda sobre la pared; mientras me sujeta por los brazos.— No me provoques —continúa gruñendo—. Te digo que no quiero que te acerques a ellos y obedeces.— No me jodas —imito su gesto—. Tú no me das órdenes, ni me hablas en ese tono. ¿Pero, qué te sucede? ¿Por qué tanta paranoia?— Es peligroso —advierte—. No tienes idea de la clase de personas que son.— No deben ser tan malos —replico—. A fin de cuentas, tú estás casado con una de ellos.Mi respuesta le ha tomado por sorpresa, lo percibo. Aunque pasado unos segundos, adopta el mismo gesto impertérrito de antes.— He dicho que no. Te lo prohíbo —insiste, apretando su agarre sobre mí. Su actitud intimidatoria tiene el efecto contrario en mí.— ¿Qué parte de no recibo órdenes tuyas, no has entendido? ¿Pero, quién te has creído? — ¡Por el amor de dios, Catarina! —Exclama exasperado—. Eres…— No te atrevas a decirlo —mi advertencia interrumpe sus palabras—. No soy una niña, ni tu hermana pequeña. Así que no me digas qué debo hacer —respiro varias veces intentando calmarme—. En cuanto al peligro, no debes preocuparte. Te sorprenderías de lo bien que sé protegerme —él no baja la guardia: nuestro duelo de miradas continúa—. Ahora, deberías tomar el camino e ir al lado de tu esposa —señalo a Gianna… D’Cavalcante con la cabeza—; mientras yo intento tener una vida social. Si te sirve de algo, no les daré mi nombre real. No soy tonta, Luciano —si no quiere que me conozca, algún motivo debe tener—. Si me disculpas. Decido romper el contacto visual y dirigirme hacia la recepción.***— No lo puedo creer —escucho una voz muy seductora a mis espaladas—. He encontrado a la mujer más hermosa de la fiesta. ¡Y no la conozco! El dueño de esa voz tan atractiva, aparece frente a mí. Su figura es… despampanante: cabello castaño, labios gruesos —realmente apetecibles—, sus ojos verdes esmeralda poseen un brillo distinto; vívido, pervertido, incluso diría que malévolo. En cuanto a su cuerpo, simplemente supera las expectativas.Una coqueta sonrisa aparece en mi rostro—. Podría decir lo mismo —expreso finalmente.Sus labios se curvan hacia arriba, la diversión asoma en su mirada— Dante Ferrara, a vuestras órdenes —concluye su presentación besando el dorso de mi mano, con toda la galantería del mundo.— Nina Romanov —le doy mi nombre falso. El que tanto he utilizado en ocasiones anteriores.— ¿Ruso?— Así es —confirmo.— Pues, déjeme decirle que domina muy bien el acento.— Gracias —asiento ante el cumplido.<< No lograrás engañarme. He conocido a varios como tú >>— Y cuénteme, señorita —continúa con su intento de seducción—: qué la trae a esta fiesta. Su cara no me parece conocida. Siento unos ojos sobre mí. Al alzar la vista, me topo con la expresión gélida de Luciano D’Cavalcante. Está cabreado, aunque lo disimula muy bien. Se me hace imposible no adoptar una actitud de satisfacción. Esta vez, soy yo quien le perturba.— Soy nueva en la ciudad —respondo al hijo mediano del futuro alcalde—. Y, además de venir a socializar y tomar champán gratis —doy un sorbo a mi copa—, soy curadora de arte.— ¡Excelente! —Aplaude—. En ese caso permítame preguntarle: ¿Qué le parece la obra? Me acerco a su oído, rozando nuestros cuerpos— Entre nosotros —susurro—, debo admitir que me parece demasiado superficial. Observe los trazos —tomo su mano para señalar el cuadro. Dante contempla la escena fascinado—: el artista es bueno, tiene buena técnica. Sin embargo, no transmite emoción alguna; como si arañase solo la superficie. Podría asegurar, que le falta inspiración. — Vaya —queda anonado por unos instantes. De reojo, Luciano me fulmina con la mirada—, una observación muy… peculiar. Sería divertido escucharos compartir dicha opinión con Gianna.— ¿Conoce a la dueña de la galería? —Pregunto, aun conociendo la respuesta.— Sí. Es mi futura cuñada. Jamás esperé esa afirmación.<< No puede ser >><< No es cierto >><< ¿Qué hay de Bruno? >>Debo investigar.— Oh —suspiro con una fingida decepción—, está comprometido.— Todavía no —aclara—. Dentro de unos días se hará oficial.— Pues, enhorabuena —frente a mis ojos, diviso la figura de Bruno escabullirse de la fiesta. Algo le sucede—. Mis mejores deseos. Acabo de ver a unos conocidos. Si me permite, iré a saludarles. Un placer conoceros.Extiendo mi mano y el vuelve a besarla.— Quizá nos veamos más tarde —sugiere—. Podría invitarla a un baile.— Guardaré mi último baile para usted —miento y salgo del lugar disimuladamente para alcanzar a mi hermano pequeño.Al llegar a la salida, me encuentro con una escena no muy agradable:
Luciano tira del brazo de Bruno y lo estampa contra la pared. Este furioso, forcejea intentando esquivarle.— ¡Estate quieto y escúchame! —Luciano le empuja. Ninguno se ha percatado de mi presencia. — ¡Lo sabías! —Exclama mi hermano muy molesto—. ¡Lo sabías todo y no dijiste nada! ¡Dejaste que me enamorara de ella! Ahora lo comprendo: Bruno se ha enterado del inminente compromiso entre Alda Costello y Dante Ferrara.— Lo he sabido unos minutos antes que tú —confiesa el rubio—. Jamás te ocultaría algo así. No, sabiendo tus sentimientos hacia ella.Luciano le suelta para posar su mirada en mí. Al parecer, sí era consciente de que les seguía. Decido acercarme, al identificar el dolor en la expresión de mi hermano pequeño.— Si hubiese sabido…— La habrías amado igual —le corto—. No habrías podido impedirlo.Puedo reconocerme a mí misma en sus ojos. Mi hermano pequeño está sufriendo por amor. — Se casa, Rina —su voz suena quejumbrosa, a punto de llorar—. Se casa con ese bastardo y nadie piensa remediarlo. Por eso la sacaron del maldito internado.— Sabes a qué mundo pertenecemos —interviene el D’Cavalcante, sin dejar de observarme; como si las palabras también fuesen dirigidas a mí—. Estaba claro que, si la traían, tenían un motivo. No deberías sorprenderte Intenta mostrar algo de tranquilidad en su explicación, pero él también parece cabreado. Puedo entonces, apreciar su adoración hacia la chica. Reconozco la expresión que me dio el día en que me rescató. Por alguna razón desconocida, Luciano está decidido a proteger a su cuñada.— Alda ni siquiera lo sabe —replica Bruno—. Nuestro mundo, es totalmente desconocido para ella.— ¡Es la hija de Massimo Costello! —Grita co desdén, lleno de rabia. Es bueno que nos encontremos en un lugar apartado—. Son negocios, Bruno. Como todo en nuestras familias —Vuelve a mirarme: Quiere decirme algo lanzando indirectas. Quizá puede tratarse de su propio matrimonio; pero yo no acabo de comprarme la idea. Hace años admitió frente a mí, que quería casarse con Gianna Costello. Aunque nunca confesó los motivos.— ¡Alda no es un puto negocio! —Mi hermano explota—. Solo tiene diecisiete años, ¡joder!— ¿Crees que a mí no me importa? —Pregunta frunciendo el ceño—. La quiero como si fuera mi hermana pequeña —esa es su frase favorita. Al parecer, todas las mujeres a su alrededor somos D’Cavalcantes—. ¿Crees que no me duele que se case con ella? Inmediatamente, veo el instinto asesino, surgir en Bruno—. ¿Cuándo? —Inquiere.— En cuanto cumpla dieciocho. — No, no lo permitiré. — Ni se te ocurra, Bruno —le detengo—. Puedo ver la idea que cruza tu cabeza. No te lo voy a permitir.— No permitiré que se case con Dante. No es más que un depravado. Ella no.— No puedes evitarlo, Bruno —interviene Luciano—. Hay un trato cerrado entre Massimo y Biagio. Aun no lo he descubierto, pero te prometo que lo haré.— Los negocios me importan un bledo, en estos momentos.— Solías decir que el amor era para personas débiles. Ahora, más que nunca, debes demostrar tu punto.Le lanzo una mirada gélida al hombre que tanto me perturba.<< ¿Qué clase de consejo es ese? >>— Si la toca, ten por seguro que lo mataré —amenaza señalando con su dedo índice.— Iniciarías una guerra.— Pues seré el primero en pelearla.— Bueno, ¡basta ya! —Interrumpo su pequeña guerra—. No es momento para enfrentaros. Solo estáis perdiendo el tiempo. >> Bruno —mi llamado no logra captar su atención. Lo acerco a mí y coloco mis manos en sus mejillas—. Bruno, mírame —clava sus tristes ojos en los míos—. No lo vamos a permitir. Algo se nos ocurrirá, ¿de acuerdo? Yo estoy contigo —lo acojo entre mis brazos mientras se permite llorar. Pasado un tiempo, consigue controlarse—. Venga, ve encendiendo el coche y espérame. Me voy contigo.Me dirijo hacia Luciano, al comprobar que mi hermano se ha alejado lo suficiente:
— ¿Cómo se te ocurre decir semejante cosa? —Le recrimino—. ¡Acaba de enterarse que la mujer que ama se casará con otro! Un cerdo, por cierto —agrego.— Solo dije la verdad —resopla.— ¿La verdad? —Bufo—. La verdad, Luciano, es que eres un cobarde —Me observa descolocado—. Solo porque tú no te atrevas a mostrar tus sentimientos, no significa que tengas que condenar a todos. Si no te conociese tan bien, dudaría que tuvieses alguno.>> ¿El amor te hace débil? —reitero su declaración—. Lo dices porque no has amado nunca. ¿Sabes por qué? —cada vez me acerco más a él. Respiro profundamente, me he quedado sin aire—. Porque tienes miedo a amar, a ser feliz. Prefieres esconderte tras esos frívolos ojos y mantener las distancias.— ¿Terminaste? —Pregunta en un susurro, muy serio. No le ha gustado nada mis palabras.— No, no he terminado. Estoy muy decepcionada de ti —trago saliva con fuerza—. Lo prometiste —la confusión se apodera de su expresión—. Prometiste tratar de ser feliz. Ni siquiera lo has intentado. Has faltado a tu promesa, Luciano.— Es complicado —argumenta—. No lo entenderías…— Tienes razón —dejo ver una amarga sonrisa—. No entiendo, porque no me cuentas nada. Decides ocultarme la verdad. Pero da igual, no viene al caso.— ¿Intentas decirme algo, Catarina? —Siempre menciona mi nombre completo. Es algo que me perturba demasiado.<< Te amo. ¿Por qué no puedes verlo? >>— No —contesto—. Solo aclaro mi punto de vista. Debo irme. Bruno me espera. —Suspiro. A fin de cuentas, no encontré las respuestas que esperaba—. Sé que la quieres —no necesito decir su nombre—. ¿Dejarás qué sea infeliz toda su vida? —Baja la cabeza, pensativo. Quiere decirme algo, pero no se lo permite. Así es Luciano: nunca muestra sus emociones—. Piénsalo.Me permito besar su mejilla. Solo lo he hecho en contadas ocasiones. Me alejo, a mitad de camino me giro para dirigirme a él nuevamente.>> Otra cosa —agrego a medio camino—. Deja de tratarnos como críos —obviamente, me incluyo—. Mira a tu alrededor: hemos dejado la niñez atrás, desde hace mucho.Capítulo nueveLa situación no pinta nada bienEl teléfono ha sonado varias veces. Sin embargo, Bruno no hace más que ignorarlo.— ¿No vas a contestar? —Decido romper el silencio instaurado en el auto. El viaje a casa se está convirtiendo en una agonía.— No —espeta secamente.— Alda tampoco sabía nada —aclaro—. Eres consciente de ello, ¿verdad?Asiente en respuesta—. Lo sé. Solo —tomo su mano libre del volante. Él se concentra en respirar profundamente para no venirse abajo—… no puedo, ahora no.— Entiendo, más de lo que crees.Bruno se gira a observarme por un instante. Sabe perfectamente a lo que me refiero. Sus palabras en el aeropuerto lo confirman.— ¿Dejaré de sentirme así algún día? —Su pregunta es prácticamente una
Capítulo diezDuele demasiadoBruno nos guía hacia la entrada trasera, que va directo a los laboratorios sin necesidad de transitar por el hospital. Aun no entrego los papeles para comenzar a trabajar aquí. Al llegar al salón principal, observamos los cristales extendidos por el suelo. Tres hombres inconscientes se encuentran tendidos en el suelo. Con sigilo, cada uno nos acercamos a ellos.Con mis dedos, intento palpar el ausente pulso carotídeo del sujeto. Una mancha de sangre con un agujero en el medio, se extiende por su pecho. Los chicos me hacen señas indicándome que los otros dos sujetos están tan muertos como este.— ¿Son de los nuestros? —Inquiero en un susurro. Ambos asienten—. Tenemos que ir por mi padre.Escuchamos el sonido del ascensor y nos lanzamos a escondernos detrás de un mostrador, antes de que alguien pueda vernos. En cambio, yo sí puedo verle: su rostro me parece familiar, pero no puedo reconocerle.Siento a ambos chicos tensarse a mi lado.
Capítulo onceEl último adiós6 de febrero de 2018Con mi padre, enterraba nuevamente una parte de mi alma. El dolor que sentía era más allá de lo soportable. Alessandro, Fabrizio y sus hijos portaban sobre sus hombros el ataúd que encerraba el cuerpo de mi padre. Le seguían las mujeres Varone junto al abuelo.Unas ganas inmensas de golpear a Loretta me corroyeron. Ni siquiera podía fingir un poco de tristeza. Su actitud altiva me recordó la magnitud de aquella función de circo.Los traidores que se hacían llamar socios y amigos de la familia, caminaban cabizbajos.<< Al menos, saben fingir mejor que Loretta >>Mi cuerpo hervía de rabia cada vez que les veía. Sobre todo, a él. Millones de preguntas rondaban mi cabeza, pero una reinaba sobre las demás: << ¿Lo sabía? >>Una perversa sonrisa se instauró en mis labios. Ya tendría tiempo de ajustar cuentas con todos ellos. Las ansias de venganza no hacían más que ir en cre
Capítulo doceLa venganza es un plato que se come frío10 de febrero de 2018Aún me costaba creerlo, pero debía seguir adelante. Tenía una misión que cumplir.Sin perder un segundo más, me dirijo hacia el despacho de Alessandro. Los hombres de la familia se encontran reunidos allí, planeando alguna estocada desde las sombras. No pienso quedarme fuera. No esta vez.Dos toques en la puerta son suficientes para anunciar mi llegada.— Oh, Rina. Eres tú, hija —el abuelo se levanta para abrazarme. Luego, nos sentamos juntos en el sofá, ante la atenta mirada de los demás—. ¿Cómo estás?— Bien —doy la misma respuesta de siempre. Llevan días preguntando lo mismo. Observo detenidamente a los presentes en la habitación. El ambiente es tenso. Es evidente su descontento ante mi presencia: saben por qué vengo—. ¿Interrumpo?— Sinceramente —interviene Bruno, algo brusco—, sí. Estamos en medio de algo importante…— Pues, siéntete en libertad de hablar, Bruno —
Capítulo treceHora de la función11 de marzo de 2018Para ser un domingo, el día está resultando ser bastante ajetreado. Mañana se dará a conocer el resultado de las elecciones. Todos se encuentran ultimando los detalles para la fiesta del yate.— Recuérdame otra vez, por qué vas.— Porque me da la gana —respondo mosqueada.Mis hermanos pequeños aún se muestran reticentes ante mi decisión de asistir a la recepción. Me costó convencer a la familia, pero lo logré. Con Luciano la historia es totalmente diferente. Ha decidido hacer votos de silencio en mi presencia.— Estaré bien, Enzo —reitero—. Sé cuidarme.— Lo sé. He sido testigo, ¿recuerdas? —Quisiera no hacerlo. La noche que Carlo murió fue de las peores de mi vida—. Tienes que decirme quién y dónde aprendiste a hacerlo.— Si te dijese —advierto—, tendría que matarte.Mi intento de broma logra su cometido: ambos reímos.— Tu puntería es perfecta —comenta—. Me encantar
Capítulo catorceSentimientos encontradosLos invitados van soltando grititos de sorpresa y se separan en grupos, conforme Luigi pasa entre ellos; sin dejar de disparar con el arma.— Tenemos un problema, papá —grita ante el rostro impasible del aludido—. Tenemos que salir de aquí.— ¿Por qué? —Pregunta su hermano menor, quien ya se encuentra a una distancia considerable de mí.— Me he encontrado a Loretta en los lavabos —<<mierda>>, mascullo mentalmente—. El yate está a punto de explotar.<< Maldita Loretta >>La mayoría de los invitados comienzan a correr despavoridos por el lugar. Nos encontramos a una distancia considerable del puerto, pero la gente no duda en saltar por la borda.En menos de unos segundos, se forma un caos apoteósico. Todo el mundo grita y corre, de un lado al otro.Sin preámbulos, saco mi arma con silenciador. Las cosas se pondrán realmente feas.De repente, alguien aparece detrás de mí y me
Capítulo quinceEl juego no ha terminadoLuciano apaga el motor del auto, una vez aparca frente al edificio.Le escucho suspirar por enésima vez—: Sé que no eres una niña —decide romper el tenso silencio—. Lo supe en el momento en que pusiste un pie en la oficina de la comisaría de Bianco. Ni siquiera pude reconocerte hasta que te presentaste. Solo… —hace una mueca contrariado—, me cuesta aceptarlo.— Te equivocas, Luciano —percivo el enfado en mi voz—. Dejé de ser una niña mucho antes. Mi niñez terminó el día en que perdí a mi familia y caí en manos del Sabueso. Pero tú nunca fuiste capaz de verlo, al igual que muchas otras cosas en mí —me observa contrariado. Luego, cambia a su habitual gesto indiferente, como si comprendiera perfectamente mis palabras. Es en ese instante, donde siento enrojecerme de la furia—. O quizá, no has querido hacerlo.Me bajo inmediatamente del coche, tirando la puerta con enfado. Puedo escuchar como me llama, pero estoy dem
Capítulo dieciséisCalla Rizzo28 de marzo de 2018Jamás imaginé volver a encontrarme con esos ojos. Prometí no olvidarlos. Ese par de esferas color turquesa representan el máximo recordatorio de mi pasado. Me parece imposible encontrarlos en él. Físicamente, ambos son completamente diferentes, pero los ojos… son los mismos.Tarkan Arap —más conocido como El Turco— me observa sonriente.Nos encontramos en el interior de una lujosa limusina, paseando por las calles de Londres. Él sonríe, orgulloso por tener el control absoluto sobre la situación. Su figura irradia lujuria en su estado más puro, mientras recorre mi cuerpo por completo.Podría vomitar en estos momentos. Su presencia solo me causa repugnancia. Sin embargo, imito su gesto.— Estáis increíble, chicas —ronronea, entregándole