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CAPÍTULO CUATRO: Menuda bienvenida

Capítulo cuatro

Menuda bienvenida




— Estás muy guapa —comenta llegando a la estación.

— Lo sé —respondo con suficiencia.

— Demasiado, para mi gusto —hace una mueca de desagrado—. Has cambiado.

— Solo me he teñido el cabello.

Al entrar en la comisaría, puedo ver como todas las miradas se detienen en mí. Soy consciente de mi atractivo; me ha sido de utilidad en muchas ocasiones. Procedo a quitarme el abrigo para tendérselo a Enzo, quién abre los ojos como si fueran a salir de sus órbitas. Sé perfectamente la razón: un exuberante vestido Dolce&Gabbana color crema salta a la vista, el cual —aunque es largo hasta las rodillas y luce profesional— resalta cada una de mis curvas, dando un aspecto muy seductor. Los hombres presentes en la sala tienen la misma mirada de mi hermano —con la diferencia de que me observan como si yo fuese un platillo a devorar. 

Me giro hacia mi hermano postizo todavía impactado:— Espera aquí. Y cierra la boca —agrego en un susurro.

— Demasiado guapa —reitera—. Si alguno se te insinúa, tendrás que sacarme de la cárcel también.

No puedo evitar sonreír—. Bien. Advertiré a quien lo haga, que tengo un hermano muy protector. 

Guiño un ojo antes de dirigirme a la recepción.

— Hola, preciosa —me saluda un agente en recepción—. ¿Qué puedo hacer por ti?

— Hola. Necesito hablar con el comisario —finjo meditar—. No recuerdo su nombre, Hmmm… 

— Bianco —responde—. En estos momentos se encuentra ocupado, pero puedo ofrecerte mi ayuda.

— Oh, me harías un gran favor si le llamaras —mi tono es ronco, seductor— No te costaría nada, ¿cierto?

El oficial cumple mi petición y lo llama por el teléfono.

<< Bingo >>

— Lo siento, preciosa —se disculpa apenado—. Realmente está ocupado y no puede ser interrumpido. Pero, puedes sentarte a esperarlo o platicar conmigo, mientras tanto.

Un adorable puchero se forma en mi rostro. 

— ¿Crees que pueda esperarlo en su oficina?

— No tengo permitido….

— Por favor —insisto—. Prometo no meterte en problemas. Solo me sentaré callada —el hombre duda—. Si termino temprano, prometo invitarte a un café.

Mi sugerencia termina por convencerle.

— Está bien, emm…

— Nina —le tiendo mi mano.

Ese es el nombre que uso en ocasiones especiales, como un firme recordatorio de mi pasado.

— Mucho gusto. Soy Mario —me devuelve el saludo. 

Al llegar a la oficina puedo escuchar los gritos. Rápidamente identifico su voz. Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. 

<< Concéntrate, Rina. Ya no eres una colegiala. Él es solo parte de tu familia >>, me reprendo mentalmente. 

Tomo una gran bocanada de aire antes de abrir la puerta de forma sigilosa.

— ¡Por Dios! ¡Es solo un crío! —Los gritos inundan la habitación.

— Un crío que ha alterado el orden público —replica el comisario—. Ha burlado a mis hombres. Ha asaltado a un ciudadano y le ha robado el coche. No puedo…

— Perdón —interrumpo la discusión—, yo…

— ¡Pero seréis incompetentes! —Exclama Bianco sin voltear a mirarme—. ¡He dicho que nadie me moleste! ¡Riotti!

Mario se acerca a la oficina, mientras su jefe y Luciano se enfrentan en silencio.

— Comisario —el oficial que hace unos minutos me coqueteaba, ahora se muestra avergonzado.

— He dicho nadie, absolutamente nadie —recalca— puede pasar. ¿No fui claro? 

— Sí, señor, pero…

— Pero nada —le corta dirigiendo su vista hacia el oficial. Al girarse hacia él, se detiene en mí y cambia su expresión. 

— Buenas noches, comisario —decido intervenir—. El oficial Riotti no tiene la culpa. Pensaba esperaros fuera. Sin embargo, vi la puerta abierta y decidí entrar. Al parecer, he hecho mal —finjo vergüenza. 

Siento su mirada en mí y me giro para devolverle el gesto. Me observa diferente —como los hombres allá afuera—. No puedo evitar estremecerme ante el escrutinio de sus ojos y a la vez decepcionarme. No me ha reconocido.

— No se preocupe —Bianco le resta importancia al asunto—. Disculpa si he causado una impresión equivocada. Ahora me encuentro ocupado, pero si me da unos minutos, la atenderé con gusto.

— Verá —continúo con el trato formal—, la cuestión es que necesito su atención con urgencia —insisto.

— Y la tendrás, hermosa —curva sus labios hacia arriba, dando un cambio radical a su actitud—. Lo prometo. Solo regálame un par de minutos y seré todo tuyo.

La expresión de Luciano se ensombrece.

Endurezco la mirada, adoptando un gesto frío y profesional. 

Los hombres presentes se percatan de mi cambio y se muestran descolocados.

— Al parecer, no me he explicado con claridad —digo en tono neutro—. Permitidme presentarme: Catarina Russo —le tiendo la mano. Puedo percibir la sorpresa en el rostro de Luciano. Por unos segundos, permanece en estado de shock. Luego regresa a su gesto habitual: nadie domina sus emociones como él. Bianco corresponde el saludo confundido—, abogada y representante legal de Bruno Varone. ¿Ahora soy digna de vuestra atención? 

El comisario cambia el gesto a uno serio —aunque incrédulo— y profesional.

<< Otro que subestima a las mujeres >>

— Pido una disculpa, Catarina —alude el jefe de la comisaría, incluso se atreve a tutearme—. Supongo entonces, que conoces al comisario D’Cavalcante.

Desvío mis ojos hacia el mencionado y todo se paraliza a nuestro alrededor: la electricidad, la conexión…, sigue ahí. Como si el tiempo no hubiera pasado.

Nos saludamos con la mirada y decido romper el contacto visual.

— Sí —afirmo—, nos conocemos. 

— Bien —continúa el sujeto—. Explicaba al comisario, que no puedo liberar al joven. Hay una acusación formal en su contra.

— ¿De qué se le acusa? —Indago.

— Alteración del orden público, agresión física y robo con fuerza.

Luciano resopla. 

<< Estás en problemas, Bruno >>

— ¿Hay testigos? —Continúo con mi indagación.

— El acusador y una joven que venía con él en el coche. Aunque esta última no ha querido declarar.

— Una menor de edad —interrumpe el D’Cavalcante—. Alda es menor de edad. Además, no la podéis detener. No hay acusación en su contra.

— ¿Alda? ¿Alda Costello? —Inquiero. Él asiente en respuesta—. ¿Tenéis alguna evidencia, comisario? —Me dirijo nuevamente hacia Bianco.

— El coche robado.

— ¿Me estáis diciendo que tenéis a dos menores de edad bajo arresto, con la única evidencia de un auto, y como testigos al hombre que los acusa y la propia menor detenida? —El sarcasmo domina mi pregunta.

— Hay una acusación formal, preciosa…

— Señorita —le corto—. Para usted, señorita Russo. Le informo que vuestras evidencias no son suficientes para encerrarlos.

— Señorita Russo —replica—, el protocolo indica que deben permanecer veinticuatro horas bajo custodia policial. Ya debería saberlo —su tono suena un poco burlón.

— Vamos, oficial —bufo—. También debería saber que no siempre se aplica el protocolo.

— Lo siento, señorita —debo admitir que es bueno, pero no inquebrantable—. La ley es la ley y se aplica para todos. 

Luciano resopla por milésima vez. Puedo notar su exasperación: se está cabreando. Mejor terminar esto aquí—. ¡Por Dios! —Explota— ¿Por qué eres tan terco, Marco? Solo son un par de adolescentes haciendo travesuras.

— La ley…

— Abuso de poder —lo interrumpo—, obstrucción a la justicia —me contempla confundido— negligencia, corrupción de menores, ilegalidad… ¿Continúo? Se me ocurren otro par de cargos. Si lo sumamos podemos llegar a unos… —medito—, treinta años.

— ¿Pretende demandarme? —Pregunta incrédulo.

— Estoy sucumbiendo a la tentación. 

— No dará a lugar —replica—. No tenéis pruebas.

— Las mismas evidencias y la misma cantidad de testigos que usted en este caso.

— No proseguirá —insiste.

— Puede ser —concedo—. En el menor de los casos, creará un escándalo público. Y usted pierde su rango y puesto de trabajo. En el peor, serían cerca de cuarenta años y, de todas formas, solo demoraría un día en liberar a mis clientes. 

>> ¿Por qué no nos ahorramos tiempo y el mal rato? Así como una enemistad con la familia Varone —agrego—. Dígame, comisario —vuelvo a mi tono ronco—, ¿es consciente de lo que significa ser enemigo de un Varone? —La amenaza indirecta es evidente.

— Está bien —claudica finalmente—. Vosotros ganáis 

Luciano suspira aliviado, mientras yo sonrío satisfecha. 

<< Misión cumplida >>

— Se equivoca, comisario —objeto—: ganamos todos —el desconcierto logra dominarle—. Dejaré que coordinéis la liberación de mis clientes con el comisario D’Cavalcante, mientras el oficial Riotti me lleva a hablar con Bruno Varone. Oficial —me dirijo a Mario y nos alejamos.

Al llegar a la celda de mi hermano postizo, le reprendo con una mirada furiosa. Él me la devuelve desconcertado.

— ¿Rina? Pero qué….

— ¿En serio, Bruno? —Bufo—. ¿No podías mantenerte alejado de problemas por un día? Menuda bienvenida me habéis dado Enzo y tú.

***

 —Entonces, ¿has decidido ya? —Exijo saber.

Bruno resopla por milésima vez, resignado—. ¿Es realmente necesario? —Insiste.

— Al menos que quieras pasar la noche en este calabozo —advierto—, sí. 

— No llevas veinticuatro horas en Roma —refunfuña—, y ya me estás regañando.

— Sin embargo, tú has tardado menos de dos para meterte en problemas —contrataco—. Estoy esperando tu respuesta Bruno, no tengo toda la noche. 

— Vale —claudica.

Puedo ver a Luciano reír. Está disfrutando de la situación.

Nos dirigimos hacia una pequeña sala, para encontrarnos con una preciosa chica: rubia, esbelta y ojos deslumbrantes.

<< Me recuerdan a… >>

Niego mentalmente ante mis infundados pensamientos. 

Posteriormente, me acerco a la joven—: Alda —extiendo mi mano para saludarla—. Soy Catarina. Lamento el malentendido y toda esta situación, en general —decido disculparme por las acciones de mi hermano postizo—. Bruno, ¿no tienes nada que decir?

— Lo lamento —su tono de voz es apenas audible.

— ¿Perdona? —Inquiere la chica—. No te he escuchado.

— ¡Lo siento! ¿Vale? —Sisea furioso. Luego se dirige hacia mí—. ¿Contenta?

— Ciertamente, no creo que lo sientas —Alda me impide responder. 

— Alda… 

— En fin —suspira ante la reprimenda de su cuñado—, da igual. ¿Podemos irnos, Luciano?

El aludido asiente.

— Solo debemos firmar unos papeles —intervengo—. Seguidme.

***

Termino de firmar bajo la atenta mirada de los oficiales. Se han reunido como moscas en un pastel.

— Listo —extiendo los informes hacia Riotti—. Aquí tiene. Comisario —me despido de Bianco.

— Señorita Catarina.

— Russo —aclaro—. Solo mis amigos me llaman por mi nombre de pila.

— Quizá, podríamos llegar a serlo —agrega a modo de sugerencia—. Si me aceptarais una invitación a cenar… 

De reojo, observo a los hombres de mi familia endurecer el gesto —incluyendo a Enzo, quien se ha acercado a nosotros.

— No lo creo —le interrumpo—. Es por su propio bien, créame —argumento—. Verá, tengo un hermano muy protector —cumplo mi promesa.

Guiño un ojo con picardía a Enzo. Él solo ríe a carcajadas mientras nos dirigimos hacia la salida. 

A medio camino vuelvo a girarme.

>> ¿Mario? —el mencionado alza su cabeza, expectante—. Te debo un café.

***

— Yo también os he echado de menos, mocosos —admito abrazando a mis hermanos postizos.

Al levantar la vista, me topo con la figura de Luciano: de pie junto al coche. Su cuñada le espera dentro; con la mirada fija en Bruno.

Me vuelvo hacia el rubio y sus cristalinos ojos, bañados en azul de mar. 

— Iros subiendo al coche, chicos —ordeno caminando hacia el hombre que tengo enfrente. 

Por unos minutos, no emitimos sonido alguno. Solo nos observamos el uno al otro, en silencio. El tiempo simplemente se detiene, cuando compartimos el mismo espacio. Como si estos seis años no hubieran pasado. Como si le conociera por primera vez.

>> Hola —digo a secas.

— Hola —imita mi actitud. Siempre ha sido así. En el momento en que estamos a solas, no podemos decir algo diferente—. ¿Has llegado bien? 

— Creo que ya conoces la respuesta —su segundo debe haberle informado.

— Sigues siendo lista.

— Niña prodigio, ¿recuerdas? —Hago uso de nuestra broma personal.

— ¡Cómo olvidarlo! —Su sonrisa es extraña. No puedo definir su expresión —algo nuevo para mí.

Nos mantenemos en silencio por otros agonizantes minutos. La tensión es palpable. Siempre lo es. Pensé que el tiempo y la distancia la harían desaparecer.

— Yo también —decido romper el hielo.

A él le cuesta admitirlo. Luciano D’Cavalcante nunca expresa sus sentimientos—… te he echado… de menos.

Él asiente en respuesta.

— Catarina… —se despide.

— Luciano…

Ciertamente tenemos una forma rara de despedirnos, pero muy nuestra.

Se sube al auto para marcharse sin dejar de observarme.

Un suspiro escapa de mis labios.

<< ¿Hasta cuándo, Rina? >>

<< ¿Alguna vez dejaré de sentirme así? >>

He endurecido con el paso de los años. Sin embargo, basta una mirada suya para hacer desaparecer todos mis muros.

***

— ¡Es increíble, Bruno! Sabes que no puedes ir por ahí; pegándote con el grupito de Flavio. No dejas de estar en boca de todos y eso nos traerá problemas —expresa Alessandro, alterado; pero intentando no gritar para no despertar a los demás—.  Encima has metido a Alda Costello de por medio. ¿Sabes qué hará la prensa si se entera? ¡Jesús!

Sentada en un sillón, observo cómo el mayor —el jefe— de los Varone camina de un lado a otro, fumando sin parar.

— Lo siento, tío Alex —Enzo pone cara de no haber roto un plato en su vida—. No volverá a ocurrir.

Respiro profundamente para no reír.

Es bueno ver que no cambian su forma de ser, a pesar de tener el aspecto de hombres hechos y derechos.

— Tú a callar, ya te hemos calado —le reprende su padre: Fabrizio—. En cuanto a ti —Dirige su atención hacia Guido, amigo de la infancia del par—. ¿Le distéis duro?

El hermano menor de Alessandro guiña un ojo con picardía.

Todos se miran algo confundidos, pero terminan riendo. 

Estamos cerca de una hora comentando la pelea. Incluso, Guido la representó en el centro del salón. Lo que comenzó por una reprimenda, finalizó como una reunión de colegas que se explican unos a otros sus batallitas.

Sí, era bueno estar en casa. Sin embargo, durante todo el tiempo, mi mente no estaba en aquel salón; sino en el rubio de ojos azules. Por más que lo intentara, nunca podría olvidarlo.

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