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CAPÍTULO DOS: Decisiones difíciles

Capítulo dos

Decisiones difíciles

3 de junio de 2012

— Bianca, ¿estás segura de esto? —Inquiero dubitativa.

— Pues no, pero no dejaré de insistir —responde firmemente.

— ¿De verdad crees que acosando a Camillo, lograrás atraerle? —Insisto.

La chica ha caído bajo el hechizo de Camillo Belucci, el mejor amigo y compañero de Luciano D’Cavalcante. Según me ha contado, lleva años enamorada del sujeto  —desde el inicio de la adolescencia—. La joven Varone lleva años insistiéndole a Camillo, y espantando cada mujer que se le acerca.

— Ya le atraigo. De eso estoy segura. Sé que solo me evita porque me toma por una cría.

— Somos crías, Bianca —le recuerdo—. Todavía no cumples dieciséis.

— Habla la que está por ir a la universidad —comenta—. ¿Vas a aceptar la beca?

— No lo sé —suspiro.

Me han ofrecido dos becas en Harvard: una para Ciencias Jurídicas y Leyes y otra para Medicina. Dos carreras completamente diferentes. Sin embargo, no logro decidirme por alguna de las dos. Además, aún me encuentro reticente a la idea de irme a Estados Unidos por cuatro años. 

>> En realidad —continúo—, no quiero dejar Roma, ni a vosotros.

— A Luciano, querrás decir —aclara alzando una ceja.

— No vayas por ahí —le reprocho—. Estás desviando el rumbo de la conversación. No creo que correr detrás de Camillo, sea lo correcto.

— Solo porque no te atreves a decirle a Luciano cómo te sientes hacia él, no puedes pedirme renunciar al hombre que amo —expresa furiosa.

Al terminar, puedo ver el arrepentimiento en sus ojos.

>> Yo… lo siento, no…

— Tranquila —interrumpo su intento de disculpa—. Tienes razón —suspiro—. Pero no todos tenemos tu osadía, Bianca. Además, mi caso es diferente.

— ¿Por qué? —La incredulidad asoma su rostro.

— Él no me corresponde —admito para mi pesar—. Al menos no de esa forma. En fin —digo dando el tema por terminado—, vamos a la estación, pero me debes una.

La verdad, odio hablar sobre mis sentimientos por Luciano. 

Han transcurrido dos años desde que me rescató. Me he convertido en toda una Varone, exceptuando por mi apellido —quise conservar el de mi abuela—.

Vivo con Carlo Varone. El hombre terminó adoptándome legalmente. Se ha convertido en un verdadero padre. Y sus hermanos mayores en mis tíos. 

Bruno y Enzo son como mis hermanos pequeños. Sus travesuras son cada vez mayores: acuden a mí todo el tiempo para interceder por ellos y librarse del castigo por cada trastada que hacen. Y eso me gusta.

En cuanto a Bianca, hija de Fabrizio —uno de los hermanos mayores de Carlo—, se ha convertido en mi mejor amiga, mi confidente. Aunque yo me he saltado dos cursos escolares aun teniendo su misma edad.

No hubiera podido pedir una familia mejor.

La chica me abraza lanzando un grito, victoriosa—. ¡Gracias, gracias! —Celebra—. Eres mi mejor amiga.

— De hecho —intervengo—, soy tu única amiga.

Bufa—. Tenías que arruinar el momento —se queja—. Venga, quiero poner a esa perra en su sitio.

— Esa perra, es su novia —aclaro.

— Amante, querrás decir —replica—, y ya lo han dejado. No permitiré que le lance los trastos a Camillo, nuevamente.

Resoplo negando con la cabeza—. Definitivamente, no tienes remedio. Vámonos, antes de que pueda arrepentirme.

***

— Hola —le saludo en cuanto lo veo. 

Nuestras miradas rápidamente establecen ese contacto habitual. Sin embargo, no hay abrazos o besos entre nosotros. Poseemos una forma muy peculiar de saludarnos. La tensión es siempre palpable entre los dos.

— Supongo que has venido con Bianca.

Asiento y él niega en respuesta.

>> ¿No desistirá nunca? —Comenta para sí mismo.

— Ya conoces la respuesta —respondo.

Por minutos, permanecemos en silencio.

— Catarina —endurece el gesto al nombrarme—, debemos hablar.

Aunque no logro identificar la expresión en sus ojos, puedo prever la seriedad del asunto. 

— ¿Sucede algo? —Indago.

— Vamos a mi oficina.

Él lidera el camino mientras yo  le sigo hacia su pequeño despacho.

Me siento frente a él y miro a mi alrededor.

Una sonrisa involuntaria asoma mi rostro.

— ¿A qué se debe esa sonrisa? —Pregunta confundido.

— Aquel día —le miro—, jamás imaginé que fueras policía.

— Detective —aclara orgulloso—. Las apariencias engañan: no lo olvides.

— Descuida —intervengo—. No podría, aunque quisiera. 

El silencio se instaura en aquel pequeño espacio, por varios minutos. 

— ¿Y bien? —Decido romper el hielo—. Tú dirás.

— Antes de todo —comienza—, debes saber que esto no cambia las cosas entre nosotros. Siempre podrás contar conmigo.

De antemano, sé que no me gustarán sus siguientes palabras.

— No te estoy entendiendo, Luciano.

— Me voy a casar.

Sus palabras me paralizan.

Daría lo que fuera por no haberle escuchado.

<< Se casa >>

Un escalofrío recorre mi cuerpo y logra estremecerme por completo.

No puedo hablar, pensar… 

<< Se casa >>

Lo miro fijamente: su gesto es inexpresivo, como siempre.

— No sabía que tenías novia —es todo cuanto puedo decir.

<< Genial. ¿No se te ocurre nada mejor, Catarina? >>, me reprendo mentalmente.

— No —niega—, no tenía. 

Me observa fijamente. Puede identificar mi pregunta no formulada. Tenemos ese don de leernos el uno al otro con solo una mirada.

>> No —vuelve a negar—, no es un matrimonio por amor. Necesito hacerlo. Debemos formar una fuerte alianza con los Costello…

— Casándote con una de ellas —termino su explicación. 

Aunque nunca he conocido a dicha familia. Sé que fue Massimo Costello quien ordenó la muerte del Sabueso —desconozco el motivo—. Además, en la mansión Varone se habla mucho de ellos. Son socios, y en conjunto con los Ferrara, dominan la mafia en Roma. La familia D’Cavalcante solía formar parte del grupo, pero los padres de Luciano murieron hace más de diez años junto a su hermana recién nacida, dejando a su hijo mayor huérfano.

>> Y tú eres el ganado a sacrificar —comento

— Las cosas no son así, Catarina —objeta—. No es ningún sacrificio. Quiero hacerlo.

— ¿Por qué? —La pregunta sale espontánea de mis labios. Sin embargo, no responde—. Ahora comprendo. Esto es la mafia, ¿cierto? Cuando perteneces a la mafia, hay cosas que superan al amor. Esa es tu frase favorita.

Me pregunto por qué no deja de repetirlo.

Él asiente. Yo, por lo contrario, niego.

— Hay algo más —puedo verlo en sus ojos. Luciano subestima mi habilidad para leerle—. Pero, como siempre, has decidido ocultármelo.

— Catarina… 

— ¿Es guapa? —Mi pregunta le toma por sorpresa.

— Sí, es guapa —hago un intento de sonrisa—. Es la hija mayor de Massimo.

Por los siguientes minutos, sigo preguntando sobre ella; añadiéndole sal a la herida. 

— Solo os lleváis dos años —intervengo. Luciano tiene veintidós, mientras ella tiene solo veinte. Una brecha menor que la nuestra—. Tal vez, tengáis gustos en común. ¿Quién sabe? Podrías llegar a amarla.

— Sí, tal vez  —responde no muy convencido. 

Necesito salir de aquí y respirar aire puro. La idea de ambos juntos, en estas cuatro paredes me ahoga.

— Bueno, me marcho —decido despedirme—. Es un poco tarde. Camillo llevará a Bianca.

— Te llevo —sugiere.

— Gracias —niego rápidamente—, pero prefiero caminar. Adiós —digo al abrir la puerta y salir casi corriendo de la comisaría. 

Apenas puedo respirar. 

Una vez me encuentro fuera, siento el aire golpearme el rostro. Mis lágrimas no se hacen esperar mientras camino por las solitarias calles de Roma.

12 de junio de 2012

— Oye —intento llamar su atención—, cambia esa cara. Es tu fiesta de cumpleaños. 

Ha pasado una semana desde que ambas fuimos a la estación. La tristeza ha asomado el rostro de mi amiga. Tiene la mirada apagada desde aquel día. Ha perdido toda esperanza con Camillo. Al parecer, aquella visita resultó fatídica para las dos. Bianca solo es capaz de emitir sonrisas fingidas a los invitados.

— Vamos —intento animarla—. ¡Cumples dieciséis! Ese es un motivo para celebrar.

— Supongo —se encoge de hombros, con la mirada perdida entre la multitud—. No vendrá —No necesita decir su nombre. Sé perfectamente a quién se refiere—. Necesito tomar aire.

La entiendo a la perfección: he estado ahí.

— ¿Te acompaño? —niega con la cabeza.

— Necesito estar sola —casi suena a una súplica—. Distrae a los invitados, por favor.

— No te preocupes, yo te cubro —afirmo.

***

— ¿Qué hacéis vosotros con esas copas? —Pregunto a mis hermanos postizos, no tan pequeños ahora.

En cuanto les sorprendo, junto a Guido y Giullio —sus mejores amigos—, bebiendo del licor de la fiesta, me sonríen con cara de culpables. 

De un solo movimiento, sueltan las copas al camarero que pasa por nuestro lado. Mientras, alterno mi vista entre el mozo y el clan de los cuatro traviesos: Bruno y Enzo son muy parecidos; niños guapos de ojos azules pálidos y pelo castaño, aunque el primero es más alto que su primo. Por otro lado, sus amigos son todo lo contrario: Guido Lombardo debe medir unos cinco centímetros menos que Enzo y es demasiado delgado; Giullio Sabella posee un atractivo un tanto… exótico. Su pelo rubio brillante y sus ojos demasiado oscuros, podrían deslumbrar por separados; pero juntos, simplemente no combinan.  

— Ni se os ocurra a ninguno darle un sorbo de alcohol a estos chicos —ordeno al joven camarero—. Parecerán mayores, pero solo tienen doce. ¿Entendido? — El chico asiente—. Comunicadlo a todos vuestros colegas. Si veo a alguno darle licor a estos cuatro; estaréis en serios problemas —vuelve a asentir y se marcha pitando, casi corriendo.

— Guau, hermanita —dice Bruno con guasa—. Casi echo a correr yo también. Realmente, los asustas.

— Así nunca conseguirás novio, Rina —comenta Enzo.

Les lanzo una gélida mirada a ambos y su expresión cambia. Saben el regaño que les espera. 

— Lo cual es excelente —replica Bruno inmediatamente—. Así no tendré que irme a los puños con nadie —coloco mis brazos en jarras—. Vale, lo siento.

— Lo sentimos —agrega Enzo. Los otros chicos permanecen callados—. No quiero que tengas novio.

— ¿Sabéis lo que os espera si Alessandro o Fabrizio, llegasen a enterarse? —advierto refiriéndome a sus padres.

Bruno es hijo de Alessandro y Enzo de Fabrizio.

— Pero no se enterarán, ¿cierto, hermanita? —Duda Bruno, haciendo un hermoso puchero. Siempre lo hace para librarse del castigo.

— Solo me llamas hermanita, cuando estás en problemas —le reprocho.

Luego ablando un poco el gesto. No puedo enfadarme con ninguno de los dos.

>> ¿Dejaréis de meteros en problemas algún día? —No sé si la pregunta va para ellos o para mí misma.

— Afortunadamente —interviene Enzo—, siempre estás ahí para salvarnos.

Suspiro, apesadumbrada. 

<< Si supierais… >>

Alejo esos pensamientos. No es hora de contarles.

— Venga, id a enamorar a alguna chica —ordeno—. Y no os liguéis a la misma, por favor —pido mientras me alejo.

A su corta edad, ambos ya andan rompiendo corazones; mientras que su amigo Giullio prefiere los chicos, y Guido es demasiado tímido. Supongo que los contrastes entre los cuatro les une más. Así me sucede con Bianca: no podíamos ser más diferentes.

Me encuentro en una divertida conversación con las mujeres Varone. Gabriella —la esposa de Alessandro—, nos informa detalladamente sobre las nuevas tendencias de la moda. Beatrice —mujer de Fabrizio— emite su opinión al respecto. Mientras la suegra de ambas —Carlota Varone— se carcajea ante sus comentarios. 

Las mujeres de la familia son excelentes. Es maravilloso ver la familia que Carlota y Donato Varone han formado. 

Me llevo de perlas con todas, exceptuando a Loretta, mi madrastra. No me agrada; hay algo en ella que no me inspira confianza. El sentimiento es mutuo. Así que apenas nos toleramos la una a la otra. 

Estoy alabando el nuevo modelo de la casa Dior, cuando le veo. Enmudezco de repente. Las mujeres presentes, al notarlo, se voltean hacia dónde se dirigen mis ojos.

Viene con ella del brazo: Gianna Costello. Es hermosa. 

Suspiro. 

Sin duda, Luciano la amará. No puedo evitar compararme con ella: sus rasgos son más maduros; mientras los míos aún muestran aspecto de niña. Sin embargo, ambas tenemos el pelo rubio: el suyo se nota perfectamente cuidado, teñido para resaltar el brillo, y cortado en una perfecta melena; el mío es largo y estirado, lo cual me da un aspecto más juvenil. Me parece extraño: creo apreciar rasgos similares entre ambas.

Niego con la cabeza ante mis pensamientos.

<< Es imposible >> 

Vuelvo a suspirar. 

Sin dudas, ella encaja con Luciano a la perfección.

Un llamado me saca de mis pensamientos. Sin ser consciente, me he apartado un poco de la multitud. A Carlo no le gusta que me relacione con los Costello. A Luciano, menos. Simplemente, no podemos respirar el mismo aire. Siempre que la familia visita a los Varone, corren a alejarme del lugar como la peste. Es algo que no entiendo y mi familia no quiere explicarme. Otro secreto que Luciano ha decidido ocultarme.

Al girarme, la silueta de Camillo Belucci aparece ante mí. No me percaté del momento en que entró en la fiesta—. Hola —saluda—. ¿Puedes ir al balcón? Bianca necesita hablar contigo.

Le miro extrañada. Intentando descubrir qué se traen entre manos. De repente, me percato: ha venido a verle y han hablado.

Llego al lugar indicado y diviso a mi mejor amiga. El cambio en su expresión me lo dice todo.

Sonrío.

— Vaya, vaya —aplaudo—, al parecer es cierto.

— ¿Qué? —Pregunta confundida.

— El que persevera, triunfa —digo en un tono burlón.

— Ah, eso —sonríe—. Deberías intentarlo alguna vez.

— No creo obtener los mismos resultados —objeto—. No soy Bianca Varone.

Ella solo bufa.

>> Tranquila —continúo—. Yo te cubro —aseguro—. Apuesto a que Luciano, también —comento, observando al aludido hablar discretamente con Camillo.

— Me voy primero —indica—. Ya sabes dónde estaré. Explícale a Camillo —ambas observamos al dúo de detectives, situados en un rincón del gran salón—.  Deberías decirle —me aconseja antes de besarme en la mejilla y marcharse.

— Lo sé —susurro para mí misma.

 Unos veinte minutos después, me dirijo hacia los guapos detectives.

— Te espera a tres cuadras de aquí. No demores —le explico al joven Bellucci, mientras los tres salimos hacia la calle.

La fiesta ha acabado y los invitados se van marchando. No tengo idea de dónde ha dejado Luciano a su prometida. 

Tomo a Belucci por el brazo—. Si la lastimas, te las verás conmigo —advierto en un susurro.

— Ponte a la lista —sonríe. Luego, alterna la mirada de Luciano hacia mí— Gracias —nos dice a ambos.

— No son necesarias —contesto.

— Para eso están los amigos —completa el D’Cavalcante.

Camillo se aleja, dejándonos solos. 

<< Es ahora o nunca, Rina >>.

— Me han ofrecido dos becas en Harvard. Una de Medicina y otra para estudiar Leyes. 

— Lo sé —afirma.

Una amarga sonrisa dibuja mi rostro.

— Debería suponerlo —expreso—. No se te escapa nada.

— ¿Haz escogido alguna? —Ignora mis palabras.

— Sí —respondo con la vista dirigida hacia la oscura calle. En estos momentos, soy incapaz de mirarle a los ojos—. Estudiaré ambas.

— Debí adivinarlo —comenta.

Me volteo a mirarle al escucharle reír. Es rara la ocasión en que puedo contemplar su maravillosa sonrisa. Sin embargo, el gesto no le llega a los ojos.

— Niña prodigio, ¿recuerdas? —Hago la misma broma de siempre. 

— Cómo olvidarlo —hace silencio por unos minutos—. ¿Cuándo te vas?

— A finales del verano —contesto—. Aún no le digo a la familia.

— No les gustará la idea —comenta—. Te extrañarán muchísimo.

<< ¿Me extrañarás tú? >>

— Lo sé, pero entenderán… eventualmente —Hago una pausa, dándome fuerzas para pronunciar mis próximas palabras. Me está costando demasiado—. Quiero que me prometas algo.

— Dime —esta vez me observa fijamente: sus ojos, expectantes, se clavan en los míos.

— Sé feliz —pido—. Al menos, intenta serlo.

Le devuelvo la intensa mirada. La tensión entre ambos es palpable. 

<< Quisiera tener la valentía, de confesarle todo >> 

<< Hay tantas cosas que me gustaría decir >> 

>> Necesito saber que estarás bien —insisto. 

Puedo escuchar el ritmo de su profunda respiración. También le está costando. Este es el Luciano D’Cavalcante que muy pocos conocen. Y por alguna extraña razón, él me deja verlo, ocasionalmente.

— Lo prometo —habla finalmente—. Venga, te llevo a casa. 

Ciertamente, no sé cómo sentirme ante la promesa que yo misma le exigí hacer.

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