001. LA CASA DE LOS HORRORES

2 AÑOS ANTES…

AMALIA

Iba en mi vieja bicicleta que casi volaba por el camino de tierra.

Llegué respirando agitada al patio trasero de la casa, la dejé tirada a un lado donde no molestara y entré por la puerta de la cocina.

Miro hacia el reloj y ya son las cinco.

Maldici0n, estoy atrasada hoy para la cena.

Corro a ponerme el delantal azul y me lavo las manos.

— Shhh— siseo de dolor cuando el agua se escurre por entre mis dedos llenos de heridas.

Trabajo de medio tiempo en el mercado de mariscos, limpiando escamas de pescados y lo que sea que nadie quiera hacer, me lo encargan a mí.

No tengo tiempo para quejarme y mucho menos aplicarme medicina.

La cena debe de estar lista a las 6:30 PM sin falta o pagaré bien caro las consecuencias.

Hago una pasta a la carbonara, bien elaborada pero rápido.

Estoy apagando el fuego cuando siento unos tacones que se acercan a la cocina y me tenso.

Como en efecto, entra mi “madre” adoptiva al siguiente segundo, una rubia alta y vestida como una muñeca impecable.

— Tks ni siquiera pienses que no sé de tu tardanza, espero por tu bien, que hayas seguido las indicaciones que te dejé – me dice en el tono frío que siempre me habla, acercándose a mi posición.

Sin embargo, mi cerebro está en shock ahora mismo ¿Indicaciones, qué indicaciones?

— Se… Señora ¿qué indicaciones? – bajo la mirada y me atrevo a preguntarle nerviosa.

— Amalia, espero que esto sea una broma tuya y una de muy mal gust… ¿Espaguetis? ¿Eso fue lo que hiciste para la cena? ¡¿Acaso te volviste loca?!

Escucho el estruendo de las ollas siendo destapadas y revisadas.

— No había ninguna indica…ción, yo no… — pero me callo al sentir el halón en mi pelo, que hace palpitar mi cabeza.

Me acerca a sus ojos azules llenos de odio.

— ¡Sé que lo hiciste a propósito, te dejé una nota con la lista de compra y para la cena especial de hoy, porque viene el jefe de la compañía de mi marido!

Me zarandea con fuerza y suprimo el gemido de dolor que quiere escapar de mis labios.

— Yo no… no vi nada… en el refrigerador… no había ninguna nota…

— No… no… ha…a…bía, ¡Cada día eres más patética maldit4 tartamuda! ¡Aquí solo entras tú!, ¿qué insinúas, que otra persona se llevó la nota? ¡Imbécil!

Me golpea con fuerza y mi cabeza choca contra la campana de metal sobre el fogón.

Las lágrimas de dolor escapan de mis ojos sin poderlo evitar, pero llorar o quejarme, solo me traerá más sufrimiento, aprendí esa lección desde que era una niña.

— ¡Mira este desastre! ¡Ya no hay tiempo de hacer de nuevo la cena! ¡Es que me dan ganas de matarte, malnacida!

Empuja la olla llena de espaguetis que cae al suelo con un estruendo desprendiendo aún humo.

La salsa salpica mis pies y me escuece.

Me va arriba de nuevo con odio y solo puedo proteger mi cabeza y agacharme, mientras los golpes de la sartén caen sobre mí.

— Madre, ¿qué haces? – la voz de Mikaela se escucha de repente y mi cuerpo se estremece de miedo.

Entre las dos, no sé cuál es la peor.

— ¡Esta inútil que hizo una mierd4 de comida y hoy viene el jefe de tu padre! ¡Ya creo que ni para criada sirve esta idiota!

— Madre, podemos encargar la cena en ese restaurante chic que te gusta tanto. ¿Qué más esperabas de esta lela? Capaz y que hiciera una comida mala solo por fastidiarnos.

— ¡Es cierto!, ay hija, tú como siempre, mi pequeña estrella de la suerte, llamaré enseguida, ¡y tú, desperdicio, recoge todo esto, imbécil!

Me grita y con manos temblorosas comienzo a recoger el desastre de comida en el suelo, llena de suciedad.

En eso, unos tacones negros se cruzan frente a mis ojos.

— Dime, ¿qué hacemos con toda esta comida? Porque bastante y que te alimentamos a ti como para desperdiciar esto - Mikaela me pregunta y sé, que nada bueno está tramando.

— Señorita yo…

No sé qué responderle mientras miro todo el desastre esparcido por el suelo.

Estoy más que segura de que ella fue quien ocultó la nota del refrigerador, pero reclamarle solo me traerá un castigo peor.

— Lo… lo guardaré para mí… — al menos sé que tendré cena por un tiempo, sucia o lo que sea, es comida y he comido peor.

— Claro que será para ti, pero no vas a estar ocupando el refrigerador con esto lleno de bacterias, ¿no has cenado, cierto? Pues empieza a comer.

— ¿Del suelo?

Levanto la cabeza, desde mi posición arrodillada, y puedo ver la maldad en sus ojos.

Hoy seré rebajada a un nuevo nivel de humillación.

Aquí no soy nada, desde que fui adoptada con mi hermano, esta casa se ha convertido en un calvario para mí.

— Las perras como tú solo pueden comer del suelo y más te vale empezar a mover la boca o le diré a papá que le querías fastidiar a propósito su reunión, a ver si deja de pagar el abogado del asesino de tu hermanito.

— ¡No! No involucres a mi hermano – le suplico enseguida con miedo.

Esa es la cadena que siempre tienen atada alrededor de mi cuello, con la que me estrangulan cada día las ganas de vivir.

— Entonces vamos, come, que no tengo todo el día y ni se te ocurra tomar un cubierto.

Entonces se queda parada frente a mí, mientras bajo la cabeza, de rodillas, estiro mis manos temblorosas y comienzo a comerme como un animal la comida sucia del suelo.

La comida de cuatro adultos, por completo empujada a la fuerza en mi diminuto estómago, ni siquiera la salsa pude dejar sin limpiar.

*****

«Buuaaajjj»

Vomito en el váter, haciendo arqueadas a pesar de que ya solo sale un líquido amarillento y nauseabundo.

Me llevo la mano temblorosa al estómago que me duele horrores, mientras lágrimas caen por mis ojos como la mujer patética que soy.

Tomo una servilleta y me limpio la barbilla, los restos de vómito en mi boca y hasta en mi nariz.

Con gran esfuerzo me levanto a lavarme y quitarme la vieja camiseta llena de desperdicios.

Un poco de agua fría cae en mi rostro y siseo por la herida abierta en la sien.

Subo la mirada solo para verme, la imagen de la enfermiza mujer en el espejo de cabello rubio y ojos avellanas, ojerosa y pálida.

Solo 20 años y parezco mayor, de tantos maltratos y desnutrición, de tanto trabajo duro.

Tomo la camiseta y comienzo a restregarla nada más que con agua, porque no es como si tuviese mucha ropa, mañana esta tiene que seguir conmigo.

De repente, la campanita que anuncia que soy necesitada comienza a sonar con insistencia.

Ni siquiera sé cómo sigo en pie, pero me las arreglo para vestirme con otra camiseta azul y caminar por el oscuro y frio sótano que hace de trastero y de mi habitación.

Subo las chirriantes escaleras de madera y camino hacia el comedor donde escucho el tintineo de los planos y la charla de la cena.

— Busca las copas y el Vino de Sassicaia en la bodega – me ordena mi querida “madre” Felicia y bajo enseguida a buscar el vino y luego las copas.

Regreso lo más rápido posible y sirvo las copas de vino, para llevarlas a la mesa.

Años de práctica me hacen una buena sirvienta, sin embargo, hoy me vuelvo a equivocar.

Me acerco a un señor bien mayor, obeso y que desprende un fuerte olor a tabaco.

Por la conversación escucho que es el jefe de “papá”.

Intento esmerarme mucho más en servirle, pero cuando bajo la copa para colocarla frente a él, tropiezo con algo bajo la mesa.

Como en cámara lenta vi el desastre del vino cayendo sobre su camisa blanca.

— ¡Ah, Sr. Bishop! – grita Felicia llevándose las manos a la boca.

¡Crac!

La copa cae al suelo y se hace añicos, estoy sumamente nerviosa, temblando de miedo y al mirar hacia abajo, veo un pie enfundado en un tacón negro que se recoge.

Mis ojos se cruzan con los sarcásticos de Mikaela, lo ha hecho a propósito, por supuesto.

¡BAM!

Un golpe fuerte cae en la mesa estremeciéndome.

— ¡Eres una inútil que ni un vino puedes servir sin hacer un desastre!

— Señor, no lo hice a propósi…to fue…— miro de reojo a Mikaela, dubitativa, pero solo sería una idiota si dijera la verdad, nadie me creería.

— Esteban, no hay que ponerse así, que esto es una tontería, a cualquiera le pasaría. Vamos linda, deja de temblar.

El hombre habla con voz gruesa y miro a sus ojos oscuros que me observan insistentes.

Por alguna razón, la bilis que había controlado, se revuelve nuevamente dentro de mí.

— Llévame al baño a limpiarme y asunto resuelto – agrega y se levanta con su pesado cuerpo de la mesa.

— ¡Vamos!, ¿qué esperas? Acompaña al Sr. Bishop.

Me ordena mi “padre” al cual solo le puedo decir así frente a la gente que a él le conviene, como los de servicio social, por ejemplo.

— Por aquí – le indico el pasillo al hombre y camino para guiarlo.

Siento su mirada intensa en mi espalda.

No me gusta para nada este señor y me da muy mala sensación, así que intento escapar rápido de su presencia.

— Este es el lavabo, puede utilizarlo – le señalo el estrecho baño de invitados, lista para escabullirme.

— No me pensarás dejar así, ¿no? Sin siquiera ayudarme después de haberte defendido en la mesa… Al menos ayúdame a quitar la mancha.

Me agarra por mi delgado brazo, con una fuerza que me duele, sin dejarme irme y casi que me arrastra al interior.

— Si… si me deja la camisa, puedo llevársela rápido – le pido intentando no quedar acorralada.

Pero este baño es ínfimo y su enorme cuerpo bloquea la puerta que cierra de repente.

— ¿Qué hace? – le pregunto alerta.

— Quitarme la camisa, no pensarás que saldré desnudo, ¿no?

Sus dientes amarillos, manchados, me dan una extraña sonrisa y sus ojos oscuros me observan de arriba abajo mientras se quita la camisa blanca y todo su torso con grasa desbordante y pelos canosos en el pecho queda al descubierto.

Agarro la camisa de sus manos, que rozan las mías de más y camino los dos pasos que me llevan al lavabo abriendo el grifo.

Es obvio que la mancha de vino no saldrá frotando, aunque me deje la piel.

— Por favor espéreme aquí un segundo, la llevaré para rociarle un líquido antimanchas.

Hago por moverme desesperada a la salida, pero solo he dado un paso cuando siento su presencia demasiado cerca.

— No te hagas la de la mancha, que sé muy bien por qué armaste todo este teatro, ¿qué querías?, ¿llamar mi atención?

Su aliento a rancio cae en mi nariz, haciéndome asquearme.

— Aléjese señor, no sé… no sé de qué habla… yo no…

— No juegues a la inocente conmigo criaducha y alégrate de que hoy esté cachondo, que estás bien fea. En un día normal ni te pesco ¿Cuánto quieres por una follada rápida aquí en el baño? Creo que 50 pavos son más que suficientes.

— ¡Si no me deja salir, voy a gritar!

Mi voz sale de un tirón sin tartamudear, estoy enojada, mientras él saca una billetera de su pantalón.

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