163. EL DESPERTAR DE UNA SACERDOTISA

VLADÍMIR

— ¡Ya basta de hacer ruidos! – les rugí a los hombres metidos dentro de las mismas prisiones que ellos habían construido en esta mina - ¡Le sigues dando a los barrotes y te cortaré las manos como a aquel!

Le dije a uno de esos guardias brujos que me estaban sacando de quicio golpeando las rejas.

Enseguida hizo silencio, al ver el cuerpo del que se desangraba a su lado y me quiso atacar con su magia a traición.

Mi padre me dijo muy bien a quienes se podía salvar en esta mina, que estaban aquí como él, por necesidad y nunca le hacían daño a las mujeres, solo desempeñaban su trabajo a cambio de las míseras piedras de baja calidad que le daban.

Se podían contar con una mano y estaban en una celda aparte, los de aquí, me daba igual, rebanarles el cuello ahora mismo, pero se lo dejaría a la decisión de Rowena.

Al menos me reconfortaba saber que mi hermana estaba bien y lo habían logrado del otro lado.

“Amor, lo conseguimos, ¡lo conseguimos!”, la voz repentina de mi mate se escuchó
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