4. CAZANDO UNA ESPOSA

Mis hombres me informaron que el apartamento de Juliana está vacío. Las cámaras de seguridad la captaron saliendo tranquilamente del edificio con tres grandes maletas antes de subirse a un vehículo de alta gama. Recibí el video de uno de mis hombres de confianza en mi laptop y lo observé con incredulidad. Todo parecía ir bien entre nosotros, pero aquí estaba ella, claramente escapando. Juliana no era el amor de mi vida, pero tenía ciertas cualidades aceptables y un cuerpo que compensaba el resto.

—¿Qué quiere que haga, jefe? —preguntó Roberto al otro lado del teléfono.

—Asigna a alguien para rastrear su paradero, pero por ahora no actúen. Te necesito aquí para resolver un problema más urgente.

Retrocedí el video y pausé justo cuando la puerta del vehículo se abrió. No pude ver al hombre que estaba en el asiento trasero, pero sí a quien cargó las maletas en el maletero. La puerta se abrió desde adentro y solo pude distinguir que era un hombre de cabello oscuro, con traje elegante, y que un anillo brillaba en su dedo anular. Voy a necesitar enviar este video a un experto para que lo limpie y pueda obtener más detalles. Mientras tanto, tengo que solucionar el problema inmediato: necesito una esposa.

Estuve tentado a simplemente abrir la puerta de la oficina y elegir a una mujer cualquiera de apariencia decente; al fin y al cabo, en este momento no tiene sentido pensar en que sea una mujer de alta cuna, en que sea reconocida en las altas esferas como trabajadora y exitosa en su campo. Ya ni siquiera tiene que ser una mujer despampanante; solo debe bastar con que se vea lo suficientemente fuerte como para darme un hijo.

Recorrí los pasillos de la empresa y, aunque varias mujeres pudieron ser elegidas, la verdad es que no me sentía cómodo con lo que estaba haciendo, así que simplemente tomé rumbo a la salida y le pedí al chofer que me llevara a un bar. Necesito altas dosis de licor y música fuerte para intentar no escuchar mis propios pensamientos. El vehículo avanza y yo solo atino a aflojar mi corbata y recostar la cabeza en el frío cuero del asiento.

—Hemos llegado, señor —me informa el chofer.

Abro los ojos y miro a un costado para descubrir que estamos en una zona desconocida para mí. Miro el rostro del joven y me doy cuenta de que es nuevo; él no conoce aún mis lugares habituales, y yo tampoco fui claro al darle la indicación.

—¿Por qué elegiste este lugar? —pregunto con curiosidad, al ver que efectivamente estamos en una zona de bares, pero no son ni por asomo tan elegantes como a los que estoy acostumbrado.

El hombre me mira con cierto orgullo antes de contestar:

—Es mi lugar preferido. No solo la música es buena, sino que, al estar cerca de una zona universitaria, casi siempre hay chicas lindas para deleitar la vista.

Observo al hombre y noto que debe ser unos cuatro años menor que yo, así que no podemos estar tan lejos en el concepto de mujeres bonitas.

—Dale a Roberto mi ubicación y dile que lo espero aquí —le digo antes de salir del vehículo e ingresar al lugar recomendado.

El sitio es exactamente lo que mi estado de ánimo necesitaba. Grupos de jóvenes ríen y beben de manera desinhibida mientras están con su pareja o quizás con sus compañeros de clase. Algunos me observan raro al principio porque mi atuendo no combina con la etiqueta del lugar, pero pronto vuelven a ignorarme, a excepción de las chicas, ya que para mi deleite, muchas están pendientes de mi presencia. El chofer tenía razón: el lugar está considerablemente lleno pese a que el sol recién se está ocultando. Hay muchas mujeres jóvenes y bellas circulando casi por doquier.

Una mesera de cabello corto y tatuajes grandes me pregunta qué voy a beber. Observo todas las mesas que puedo y, para mi sorpresa, todos beben solo cerveza. Así que, para no desentonar más, pido una también.

Observo con agrado y un poco de nostalgia la agradable botella, cuya condensación es evidente sobre el vidrio y me deja intuir lo helado que está el producto. Hace casi dos años que no tomo cerveza, pues eso no combina con el cierre de multimillonarios contratos y menos se encuentra entre las inversiones que hago para cautivar a una mujer.

Apuro un primer sorbo a mi garganta y debo admitir que se sintió bien el cambio de mis bebidas habituales. Mi vista recorre el bar, examinando a cada una de las mujeres bellas, y poco a poco, casi de manera inconsciente, voy descartando a varias por diversas razones: gustos vulgares para vestir, risas estridentes y exageradas, cirugías muy evidentes, e incluso miradas o ademanes indiscriminadamente tentadores. Estas no son cualidades que esperaría de la esposa de un alto empresario; esas fueron algunas de las razones para descartarlas.

Sonrío amargamente al reconocer que no soy tan descomplicado con las mujeres como creí que era, ya que prácticamente he eliminado de mi lista a todas. Pero entonces una mujer hace su aparición, captando no solo mi atención, sino la de muchos hombres del lugar. Su largo cabello castaño claro, su mirada esmeralda y un cuerpo perfectamente proporcionado bajo aquella ropa sencilla son lo primero que veo.

La observo acercarse, así que preparo mi mejor sonrisa y me dispongo a desplegar mis encantos para explorar el carácter de la belleza desconocida. Para mi sorpresa, la joven pasa por mi lado y me ignora por completo. Su destino es una mesa donde se reúne un grupo grande de jóvenes. Saluda a todos y luego recibe un cuaderno grande y anillado de manos de uno de ellos. Otro chico le arrebata el cuaderno de forma algo brusca e intenta cambiárselo por una cerveza, mientras el resto del grupo se ríe.

Observo con interés la escena, porque el chico le dice algo al oído que evidentemente no le gusta, y es entonces cuando siento que alguien se sienta junto a mí en la barra.

—Una elección muy interesante de lugar —dice Roberto, mientras levanta la mano para hacerle un gesto a la mesera, indicando que le traiga también una cerveza.

—Estás trabajando, no deberías beber —le digo, algo divertido y, en parte, complacido por la escena que estoy observando, ya que mi mirada no se ha despegado de mi futura esposa.

—Solo no le cuentes a mi jefe —resta importancia a mis palabras—. Te creí devastado como la vez pasada, pero te veo completamente en otro cuento. ¿Me vas a contar?

En ese momento veo a mi futura mujer vertiendo toda la cerveza en la cabeza del sujeto. Le arrebata el cuaderno, aprovechando la sorpresa del hombre, y sale corriendo de allí.

—Averíguame todo lo que puedas de la chica que acaba de salir, y no me importa el medio. La quiero dócil y lista para casarse conmigo en dos días —ahora sí volteo a ver a mi amigo, quien me observa como si hubiera perdido el juicio, pero aun así sale tras ella.

—¿Qué hago con esta cerveza? —pregunta la mesera de grandes tatuajes, al encontrar el puesto de Roberto vacío.

—No importa —le digo sonriendo ampliamente a la mujer, y luego levanto la voz para que todos escuchen—: ¡Esta noche, yo pago la cuenta de todos!

Considero que mi equipo de seguridad pocas veces tiene tanto trabajo como el que les di esa noche.

Los gritos de euforia no se hicieron esperar y, de pronto, estaba rodeado de grandes atenciones por parte de todo el personal. Incluso me di el lujo de elegir un par de chicas para tener un trío como despedida de soltero.

—¡Qué gran noche!

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