El día ha sido bastante agotador, observo el reloj por enésima vez, creo que no voy a poder llegar a tiempo.
―¿Qué te parece si nos vamos a tomar unos tragos en el bar de la esquina? ―sugiere mi colega mientras me cambio de ropa―. Este ha sido uno de los peores días de mi vida, perder a un paciente es algo que nos afecta, queramos o no.
Lamento tener que rechazarlo, pero hoy es un día muy importante para mi mujer y para mí.
―Lo siento Scott, pero estoy comprometido con mi esposa ―recojo la cartera del casillero y la guardo en el bolsillo de la chaqueta―. Hoy es una fecha especial para los dos.
Bufa, resignado.
―Yo puedo acompañarte si no tienes ningún inconveniente ―se ofrece Milena, al llegar. Se acerca a nosotros y nos saluda con un beso―, necesito borrar mi mente a punta de licor ―se quita la bata y la cuelga en el perchero―. Estás cuarenta y ocho horas de servicio han sido jodidamente agotadoras.
Sonrío al escuchar el taco que acaba de soltar. Los tres estudiamos juntos y, desde jóvenes, hemos sido muy unidos.
―Por esto es que te quiero, mi batichica ―la mención de aquel apodo me trae vergonzosos recuerdos de una de las fiestas de disfraces a la que asistimos en la universidad y en la que los tres nos pusimos de acuerdo para vestirnos como el trío de superhéroes de ciudad Gótica. Desde entonces, mi amigo suele llamarla de aquella manera―, tú nunca me dejas morir.
Aunque la besa en los labios, entre ellos dos nunca ha existido nada. Sé que Milena tiene sentimientos por él, pero Scott ni siquiera lo nota. Es un soltero empedernido, un hombre que vive la vida a su ritmo y que se ha ganado su buena fama de mujeriego. Me duele ver lo mucho que ella sufre cada vez que lo ve en brazos de una de sus amantes.
―Sabes que siempre cuentas conmigo ―los observo sin decir nada al respecto―. Eres alguien muy especial para mí ―ella lo mira como si no existiera nadie más en el mundo, de esa misma manera en la que suele mirarme mi mujer―, quiero decir, ambos son las personas más importantes en mi vida.
Disimula al notar que ha estado a punto de exponer sus sentimientos por él. Me hago el desentendido y decido despedirme de ellos para no ser un mal tercio.
―Bueno, chicos, espero que se diviertan de lo lindo ―me despido de ella con un beso y a mi amigo le doy un abrazo―. Nos vemos mañana.
Escucho la entrada de un mensaje a mi móvil, debe ser ella.
―Suerte, hermano, espero que esta vez consigan a la persona adecuada.
Asiento en respuesta y agradezco los buenos deseos.
―Sí, espero que así sea.
Abandono el cuarto de vestuario y avanzo por los corredores de la clínica como alma que lleva el diablo, porque llevo más de quince minutos de retraso y no quiero que mi mujer se impaciente. Una vez en el auto, reviso el buzón de mensajes y, como lo suponía, se trata de ella.
Giselle: Hola, cariño, cambio de planes. La reunión se extendió más de la cuenta, nos tomará media hora más, no te molestes en venir a buscarme. Silvia me dará el empujón hasta la casa. XOXO.
Sonrío, como un tonto enamorado y respondo de inmediato.
Yo: No hay problema, cielo, nos vemos allá. Te amo. ♥
Agrego un corazón al final del texto.
Espero a que responda, pero no lo hace. Dejo el móvil a un lado del asiento y enciendo el motor. Sin embargo, antes de arrancar decido hacer una nueva llamada para comprobar que mi cuñada hizo el encargo que le pedí.
―Sabía que no tardabas en llamar ―indica risueña―, la sorpresa está lista.
Abro la guantera y saco la caja de terciopelo con la pulsera que compré como obsequio para mi amada esposa, en nuestro segundo aniversario de bodas.
―Gracias, Maura, no sabes cuánto te lo agradezco ―le expreso con emoción―. Estaré eternamente agradecido contigo.
Guardo el obsequio en el interior de mi chaqueta y pongo el altavoz. Salgo de retroceso del puesto de estacionamiento y me dirijo a la salida.
―Con que hagas feliz a mi hermana me doy por servida.
Suspiro profundo.
―Es mi único propósito en esta vida, cuñada ―desde que nos casamos no he hecho otra cosa más que asegurarme de que sea dichosa y feliz a mi lado―. He amado a tu hermana desde el día en que la conocí, fuimos hechos el uno para el otro.
Bufa con pesar.
―No cabe duda de lo feliz que ha sido a tu lado, Sergio, pero hasta que ella no haga realidad su sueño más preciado, no será completamente feliz.
Lo sé y es por ello que he dado el paso definitivo para cumplir sus deseos.
―Y, gracias a ti, dentro de poco podremos hacer realidad todos sus sueños.
Me incorporo a la avenida y me dirijo a nuestro hogar.
―Por cierto, quería decirte que, ya que mi hermana aceptó la subrogación como una opción para tener sus propios hijos, he encontrado en la base de datos de nuestra agencia, a una posible candidata para que se convierta en la madre sustituta ―aquella noticia complementa mi felicidad―. Te enviaré toda la información para que tú y Giselle verifiquen en línea su perfil y realicen la selección. Una vez que lo hagan, el coordinador de subrogación se comunicará con ella para acordar una fecha en la que puedan reunirse y, en el caso de que ambos se elijan, iniciar el proceso de inmediato.
Giselle estará feliz y emocionada cuando sepa que mi semen hará posible que seamos los padres legales y biológicos de ese bebé. Hace una semana asistí a la clínica de fertilidad y doné mis espermatozoides para que se fecunden los óvulos de la gestante subrogada y se implante el embrión en su útero. Ella lo llevará en su vientre hasta que nuestro bebé nazca.
No puedo esperar a que esto se convierta en realidad.
―Gracias, Maura, no sabes cuánto agradezco esto que estás haciendo por nosotros.
Le comento emocionado y profundamente agradecido.
―No tienes nada que agradecer, cuñado, sé lo mucho que ambos han deseado ser padres, así que esto no es más que mi contribución para que puedan lograrlo.
Los latidos de mi corazón se aceleran con la ingente posibilidad.
―Esta noche lo conversaré con ella y le diré que se comunique contigo para que acuerden todo, sé que mi mujer estará feliz de participar en todo el proceso.
Mi corazón palpita desenfrenado. Pronto tendremos un hijo y seremos felices para el resto de nuestras vidas.
―Perfecto y felicidades en su aniversario de bodas.
Le agradezco una vez más, incluso, el que se haya convencido a su hermana para que aceptara la subrogación como una posibilidad para tener nuestra propia familia.
―Gracias, Maura, nos vemos pronto.
Le doy un vistazo al teléfono para ver si tengo una respuesta de mi mujer, pero no hay nada. ¿Qué extraño? Suele responder al instante.
Me detengo frente a la verja de nuestra casa y activo el mando a distancia para que esta se abra. Recorro el camino empedrado y me estaciono en mi lugar habitual. Sonrío al ver el camino de flores que hay en la entrada y que conduce al interior de la casa. Envío un agradecimiento mental a mi cuñada por el excelente y hermoso trabajo que ha hecho. Ingreso a nuestro hogar e inspecciono que todo lo demás se haya hecho según mis sugerencias.
La mesa preparada y adornada con velas y flores, globos por doquier y pétalos de rosas regados en el piso, simulando una larga y tupida alfombra roja que se extiende hasta nuestra habitación. Camino a un lado de ella para no estropear los pétalos y subo los escalones hasta llegar al dormitorio principal.
―¡Maravilloso!
Exclamo complacido al ver la decena de ramos de flores que llenan cada rincón de nuestro cuarto y la botella de champaña hundida en la hielera, junto a un par de copas altas. Satisfecho con todo, decido enviarle un mensaje a mi cuñada para agradecerle, pero recuerdo que dejé el móvil en el auto.
Salgo de la habitación y bajo los escalones de dos en dos. Salgo de la casa y entro al auto para alcanzar el móvil. Entrecierro los ojos al escuchar el sonido de notificación del buzón de llamadas perdidas. Hay al menos una veintena de llamadas procedentes de la clínica. ¿Qué narices? Esta es mi noche libre y fui tajante cuando pedí que no se me molestara a menos que fuera un asunto de muerte. Un ramalazo de escalofrío sacude toda mi espalda.
Decido llamar para salir de dudas. De repente, me invade una extraña sensación de pérdida. Una especie de mal presentimiento que me pone nervioso.
―Buenas noches, Mayela ―saludo a la recepcionista―. Acabo de ver todas las llamadas que me hiciste, pero dejé a cargo al doctor Velázquez, así que no entiendo por qué razón me están llamando ―le explico de manera educada―. Pedí, específicamente, que no se me molestara esta noche ―me extraña su silencio. Algo debe haber pasado, así que insisto―. Puedes decirme, por favor, ¿a qué se debe tanta insistencia?
Después de un corto silencio que me pone más nervioso de lo que estoy, decide responderme.
―Debe venir de inmediato, doctor, pero no puedo decírselo por teléfono, me lo han prohibido, así que no insista.
Aprieto el puente de mi nariz con los dedos. Esto no puede estar pasándome. ¿Me van a arruinar la noche especial con mi esposa?
―¿Se te olvida que soy el dueño de la clínica?
Me veo obligado a hacer uso de mi autoridad.
―Lo siento doctor, pero, aun así, no estoy autorizada para contárselo.
Me corta la llamada sin permitirme que le responda. ¡Joder! Furioso por la interrupción, decido llamar a mi esposa, pero el teléfono está apagado. Me quedo mirando la pantalla, extrañado por lo que está sucediendo.
Bufo resignado. Observo mi reloj y espero que me dé tiempo de ir y volver antes de que mi esposa vuelva a casa. Giro la cabeza sobre mi hombro y observo las flores antes de subir a mi auto y partir hacia la clínica.
Diez minutos después, ingreso a las instalaciones, totalmente cabreado. No obstante, mi mal humor se esfuma en cuanto veo a mis dos mejores amigos con los rostros entristecidos. ¿Qué habrá pasado?
―Scott, Milena, ¿Qué hacen aquí y por qué hay tanto alboroto en la clínica?
Ninguno de los dos se atreve a contestar, sin embargo, Milena rompe a llorar y se lanza a mis brazos.
―Lo siento, Sergio, te prometo que estaremos contigo en este difícil momento.
¿Difícil momento? ¿A qué demonios se está refiriendo?
―Scott, puedes, por favor, explicarme, ¿qué es lo que está pasando?
Envuelvo a mi amiga entre mis brazos para brindarle consuelo, a pesar de no saber por qué llora con tanto desconsuelo.
―¿No te lo han dicho?
De saberlo, no le estaría preguntando. Trato de controlarme, porque estoy a punto de perder la paciencia.
―No, amigo, así que te agradezco que me lo expliques de inmediato, porque necesito volver a casa, antes de que Giselle lo haga y se arruine la sorpresa que tengo para ella.
Traga grueso y da un par de pasos para acercarse. Coloca su mano sobre mi hombro izquierdo y me mira a los ojos de una manera que me eriza todos los poros de la piel.
―Giselle…
Ruedo los ojos.
―Sí, Giselle, ¿se te olvida que hoy es nuestro aniversario de bodas?
Niega con la cabeza.
―No, Sergio, lo que quiero decirte es que…
No termina de decirlo, porque en ese preciso instante se escucha el grito desgarrador de una mujer.
―¡No! ¡Mi hermana no pude estar muerta!
No me sorprende escuchar, llorar y gritar a familiares de pacientes que han perdido la vida en este centro médico, porque es algo común y corriente en un lugar como este, a pesar de lo doloroso que resulte reconocerlo. No obstante, lo que me llena de preocupante inquietud es reconocer aquella voz. Aterrado y con el corazón palpitando a toda velocidad, me doy la vuelta.
―¿Maura? ―mis piernas se aflojan y los latidos de mi corazón se detienen―. ¿Qué haces aquí?
Al verme corre hacia mis brazos. Ella me estrecha con fuerza, pero mis extremidades no pueden corresponderle de la misma manera. Un denso escalofrío recorre mi espina dorsal.
―Giselle, está muerta, Sergio, ¡muerta!
Lo que yo no imaginaba, era que esta noche se convertiría en la peor de toda mi vida y la que me dejaría marcado para siempre.
Respiro profundo. Los latidos de mi corazón no han querido detenerse desde que pisé el consultorio. ¿Qué puede pasar si alguien se entera de lo que hice? No, nadie más sabe de lo que fui capaz y nunca podrán enterarse.―Debes calmarte, Cynthia, te veo muy nerviosa.Por supuesto que lo estoy. Si alguien me descubre podrían quitármelo todo y, en el peor de los casos, iría a parar a la cárcel, entonces, todos mis planes quedarían arruinados.―No es nada, Maura, es que estoy ansiosa por saberlo.Me mira de una manera que me pone mucho más inquieta de lo que estoy. Su expresión no me permite saber si son buenas o malas noticias las que está por decirme.―Aquí tengo los resultados de las pruebas, pero necesito que te controles antes de que te lo diga.Cierro los ojos, aspiro una profunda bocada de aire y me animo a mí misma a tranquilizarme.>―¿Cynthia, sigues aquí?Abro
Un mes despuésDesde aquella noche en que me vi obligada a salir del edificio en el que viví desde que me casé con Jeffrey, mi mundo se vino abajo. Pude conocer la verdadera identidad del hombre que se convirtió en mi marido.No bastando con el hecho de que se deshizo de mí sin darme ninguna explicación, cortó todo mi financiamiento. Las tarjetas y cuentas bancarias fueron congeladas y bloqueadas, mi auto confiscado, al igual que me prohibió la entrada al edificio donde vivíamos juntos y a cualquiera de las instalaciones que fueran de su pertenencia. Se había ensañado contra mí de la manera más cruel y despiadada.Respiro profundo, antes de entrar al edificio de la firma de abogados que fue contratada para llevar a cabo nuestro divorcio. Una de las más importantes y reconocidas del país. Sí, poco después de que me echara de su apartamento como si fuera basura, me llegó la notificación en la que se anunciaba el inicio de los trámites de nuestra separación definitiva. Aquella noticia me
El día parece estar en mi contra, el cielo se ha puesto oscuro de un momento a otro. Apresuro mis pasos para evitar que la tormenta me sorprenda antes de llegar a mi trabajo. El semáforo cambia de amarillo a rojo, antes de que pueda cruzar la calle. Miro hacia el cielo y parece que las nubes se han estacionado a propósito sobre mi cabeza. Desde que hice lo que hice, todo me sale mal. Respiro profundo y apoyo la palma de mi mano sobre mi vientre.―Tú eres lo único bueno que me quedó de todo esto, bebé.Sonrío feliz y agradecida, tengo suficientes motivos para seguir adelante, para luchar por el porvenir de mi pequeño inocente.Las primeras gotas comienzan a caer y el maligno artilugio, sigue sin cambiar de color. La lluvia arrecia y el chaparrón se me viene encima. Ni siquiera llevo impermeable ni un paraguas para protegerme del implacable aguacero. Chasqueo la lengua y suelto un taco bien gordo, uno del tamaño de la Vía Láctea. Todo por culpa de ese maldito despertador que no quiso so
Despierto agitado y me incorporo sobre la cama. ¿Dónde estoy? Me llevo la mano a la cabeza al sentir el intenso dolor que me atraviesa el cráneo y me hace estremecer. ―¡Hijo, gracias a Dios que despiertas! ¿Mamá? ¿Qué hace ella aquí? ―Álvaro nos avisó casi de inmediato ―giro la cara y encuentro a mi padre parado del otro lado de la cama―. ¿Estás satisfecho con las consecuencias que tus decisiones han traído? ¡Maldit4 sea! ¿Cómo me encontraron? ―¿Me estuviste vigilando? ¡Por supuesto que lo hizo! Mantengo controlado el tono de mi voz. ―¿Crees que perdería de vista a mi único hijo? Respiro profundo, no quiero iniciar una nueva discusión, sobre todo, cuando siento que la cabeza va a estallarme. ―Soy bastante mayorcito como para encargarme de mí mismo, papá ―hago la sábana a un lado y saco los pies de la cama―. ¿Por qué insistes en controlarme? No puedo creer que después de tanto tiempo, papá no haya cambiado. Corté mis relaciones con él desde el mismo momento en que desprecio a
Sabía que tarde o temprano perdería mi trabajo, pero no esperaba que sucediera en un momento tan complicado para mi vida como este. Inhalo profundo y trato de ralentizar los ingentes latidos de mi corazón. Debo pensar en mi bebé; las preocupaciones y el estrés le pueden hacer mucho daño. Llevo la mano a mi vientre y lo acaricio con gesto tierno. Es todo lo que me queda en la vida; ahora solo somos nosotros dos. Mis constantes retrasos a la hora de llegada me empujaron a la lamentable situación. Hice lo que pude para mantenerlo, pero los trasnochos provocados por el exigente trabajo que estoy haciendo durante las noches, me dejaba poco margen para descansar y dormir lo suficiente. Levanto la cara y observo los alrededores. Las cosas ahora se ven muy diferentes a como se veían cuando mi vida era perfecta. Bueno, cuando pensaba que lo era. Suelto un bufido de arrepentimiento. No entiendo por qué razón, no fui capaz de darme cuenta de que el amor que ese hombre dijo sentir por mí, era fi
Respiro profundo y aprieto los dedos de mis manos alrededor del volante. Los latidos de mi corazón se aceleran, lo mismo que mi respiración; a medida que me acerco a los predios de la mansión que habité junto a la única mujer a la que he amado en toda mi vida. ―Esta fue una decisión equivocada ―murmullo para mí mismo al estacionarme frente a la gran verja que da acceso a la residencia. Apoyo la frente en el volante y maldigo por lo bajo―. ¿En qué demonios estaba pensando? Llevo mi mano temblorosa a la palanca de cambios y pongo el retroceso. No puedo hacer esto. Los recuerdos son demasiados dolorosos y aún no estoy listo para enfrentarme a ellos. Meto el pie en el acelerador y retrocedo algunos metros, sin embargo, un murmullo proveniente desde el asiento trasero acaba con mis planes de escape. ―¡No me hagas daño! Por un instante pienso que me está hablando, pero pronto me doy cuenta de que está delirando. ―Tú mismo te lo buscaste, imbécil ―me recrimino a mí mismo―, ¿En qué estaba
¿Bebé? ¿Qué? ¿Por qué piensa que quiero hacerle daño? ―Yo no… Vuelve a caer en la inconsciencia, antes de que pueda explicarle que solo intento ayudarla. Aparto la maraña de pelo de su cuello y le echo una ojeada a la herida. La sangre sigue fluyendo por el corte, así que me olvido de esos impactantes ojos marrones que me miraron con tanto terror y me centro en mi trabajo. Limpio la herida y anestesio la zona. Pocos minutos después, la lesión es casi invisible gracias a una sutura limpia y perfecta. Finalmente, la cubro con un apósito para evitar infecciones. ―Listo ―le indico a pesar de que no puede escucharme―, te prometo que con el tiempo la cicatriz se borrará y no tendrás ningún mal recuerdo de ella ―me quito los guantes y los desecho en el cesto de la basura―. Espero que, cuando despiertas, puedas contarme lo que te sucedió. Me le quedo mirando por largo tiempo, pensando en las posibles circunstancias que condujeron a esta mujer a tan precaria situación. Esto tiene toda la pi
Estoy en casa. Sonrío y le doy gracias a Dios de que todo haya terminado. Mi bebé y yo estamos a salvo. Los violentos latidos de mi corazón se van normalizando ahora que sé que solo se trató de una terrible y absurda pesadilla. Pego mi espalda al torso cálido y fuerte de mi esposo. Respiro profundo y entrelazo los dedos de nuestras manos antes de volver a acurrucarme entre sus brazos. ―Te amo, Jeffrey. Susurro perezosamente al soltar un bostezo y volver a quedarme dormida. *** ―Lo siento… Susurro con un sollozo. Es la tercera vez que los resultados de la prueba de embarazo, son fallidos. Por más que lo intentamos, no logro quedar embarazada. ―No quiero hablar ahora de esto, Cynthia, debo tomar un avión en menos de dos horas y no haces más que retrasarme. Espeta iracundo. ―Podemos intentarlo con un especialista ―insisto―, tal vez él pueda decirnos cuál es el problema. Le suplico preocupada. Sin embargo, me ignora por completo. Coge la maleta de la cama, su cartera de la mesa de