El día parece estar en mi contra, el cielo se ha puesto oscuro de un momento a otro. Apresuro mis pasos para evitar que la tormenta me sorprenda antes de llegar a mi trabajo. El semáforo cambia de amarillo a rojo, antes de que pueda cruzar la calle. Miro hacia el cielo y parece que las nubes se han estacionado a propósito sobre mi cabeza. Desde que hice lo que hice, todo me sale mal. Respiro profundo y apoyo la palma de mi mano sobre mi vientre.
―Tú eres lo único bueno que me quedó de todo esto, bebé.
Sonrío feliz y agradecida, tengo suficientes motivos para seguir adelante, para luchar por el porvenir de mi pequeño inocente.
Las primeras gotas comienzan a caer y el maligno artilugio, sigue sin cambiar de color. La lluvia arrecia y el chaparrón se me viene encima. Ni siquiera llevo impermeable ni un paraguas para protegerme del implacable aguacero. Chasqueo la lengua y suelto un taco bien gordo, uno del tamaño de la Vía Láctea. Todo por culpa de ese maldito despertador que no quiso sonar a la hora indicada.
Cruzo la calle a toda velocidad para llegar a tiempo a la estación de autobuses, mi nuevo sistema de transporte después de que el bastardo de mi marido me quitara el auto y me dejara en la calle con los bolsillos vacíos. Desde entonces, mi vida ha ido cuesta abajo. Lo que gano apenas me alcanza para pagar la renta de la pensión en la que estoy viviendo, la comida y los servicios básicos.
Diviso el autobús a pocos metros, por lo que me veo obligada a acelerar el paso para no perderlo o tendría que esperar veinte minutos más para tomar el siguiente. Me refugio bajo la marquesina de la parada y espero a que el autobús se detenga.
Subo ansiosa para ponerme a resguardo de la lluvia y el frío que cala mis huesos. Me siento al lado del conductor, pero termino arrepintiéndome cuando escucho la radio encendida y la voz empalagosa de un locutor que habla de amor y de las almas gemelas. Patrañas, el amor real no existe.
Quince minutos después, bajo del autobús y me dirijo a la clínica. Es la séptima vez en la semana que llego tarde al trabajo. Respiro profundo. El día es del color de mi felicidad; oscura y tormentosa. Tanta alegría y buen humor me resultan desagradable.
Ingreso a las instalaciones y me dirijo hacia mi área de trabajo, sin embargo, la voz de la recepcionista me obliga a detenerme.
―Señorita Gray, debe presentarse cuanto antes en la oficina de recursos humanos.
Las palpitaciones de mi corazón se desatan desenfrenadas.
―¿Pasa algo, Maggie?
Niega con la cabeza.
―No lo sé, Cinthya ―susurra en voz baja―, me pidieron que te lo informara, apenas te viera llegar.
Asiento en respuestas. Parece que la vida se ha ensañado conmigo. ¿Qué más me puede pasar que ya no me haya pasado?
―Gracias, Maggie.
Me acerco a la máquina de asistencia dactilar y registro mi entrada. Tal vez sea la última vez que lo haga. Veinte minutos tarde. Suspiro, resignada y me dirijo a la oficina del jefe de recursos humanos. Toco un par de veces antes de entrar. Ni siquiera me da los buenos días. Fija sus ojos oscuros sobre mí al verme entrar mientras niega con la cabeza.
―Te lo advertí, Cinthya ―me dice con la voz plana al ajustar sus anteojos sobre el puente de su nariz―, lamentablemente, ya no puedo hacer nada para ayudarte.
Aquellas palabras me caen encima como un balde de agua fría. Lo sé, me lo he ganado a pulso, pero tengo una excusa válida para justificar mis retardos, una que no puedo revelar por más que quiera decirlo.
―Ve al baño a secarte y regresa para que hablemos.
Trago grueso y hago lo que me pide. Entro al cuarto de baño y me detengo frente al lavamanos. Cierro los ojos e inhalo profundo.
―Tanto sacrificio para nada.
Comento en voz alta. Levanto la cara y veo en el espejo el reflejo de una mujer sufrida y golpeada por la vida que me mira con desesperación. La lluvia dejó expuesta mi cara demacrada y la piel oscura debajo de mis ojos. ¿Cuánto más debo sufrir? ¿No he pegado ya suficiente por lo que hice?
Cojo una toalla del gabinete y seco el exceso de agua de mi cuerpo. Suelto un sollozo. ¿Ahora que voy a hacer? Termino de secarme y abandono el cuarto de baño para enfrentarme al cruel destino que me espera y que va a terminar de hundir mi vida en el fango.
―Toma asiento, por favor.
Con piernas temblorosas me acerco a su escritorio y sigo sus instrucciones de manera obediente.
―No me eche, señor Nolan, por favor.
Ruego sin ninguna vergüenza al ocupar la silla frente a él.
―Lo siento, Cinthya, pero son demasiadas faltas en tu expediente.
Me tiende la notificación de despido y me ofrece un bolígrafo para que la firme. Lo miro a los ojos y procedo a estampar mi firma al pie de la hoja sin siquiera leer el causal de despido.
―Lo siento…
Son las únicas palabras que alcanzo a decir.
―Aquí tienes el cheque de tu liquidación ―miro la cifra y hago cálculos mentales. Solo me alcanzará para subsistir durante los siguientes tres meses si recorto mis gastos al mínimo―. Recoge tus pertenencias y abandona las instalaciones.
Guardo el cheque en mi cartera y me pongo de pie.
―Gracias por todo.
Me mira con pena y sonríe sin ganas.
―Si necesitas referencias en el futuro para algún nuevo trabajo, no dudes en llamarme.
Asiento en respuesta. Me doy la vuelta y abandono su oficina para buscar a mi amiga y despedirme de ella. Las lágrimas no tardan en empapar mi rostro, al igual que lo hizo la lluvia algunos minutos atrás. Me siento agotada y sin fuerzas para seguir luchando, pero al recordar que llevo a mi hijo en el vientre, vuelvo a recuperar mis energías.
Me seco las lágrimas, antes de detenerme frente al escritorio de su secretaria.
―Buenos días, Laura ―saludo con la voz fangosa―. ¿Está Maura?
Asiente en respuesta.
―Buenos días, Cinthya ―corresponde a mi saludo con amabilidad―. Sí, acaba de llegar, deja y te anuncio.
Espero que lo haga. Levanta la bocina de su teléfono y se comunica con ella.
―Pasa, te está esperando.
Al entrar, me observa con preocupación.
―Por Dios, Cinthya, estás empapada ―se acerca y me inspecciona de pies a cabeza―. En tu estado es muy peligroso ―me toma de la mano y me arrastra hasta el cuarto de baño―. Tengo ropa para casos de emergencia, así que entra y cambiante de inmediato. Hablaremos después que lo hagas.
Lo hago sin rechistar. Dejo la cartera sobre la encimera del lavamanos y comienzo a desvestirme. Lo hago con desgano. Saco mis pies arrugados de los zapatos que llevo puestos y los arrojo al cesto de la basura junto con el resto de la ropa empapada. Descuelgo el bonito vestido del perchero y me calzo los tenis que están en el piso. Me visto en un santiamén. Ni siquiera me preocupo por mirarme al espejo, no tengo ganas de hacerlo.
Cuelgo la cartera de mi hombro y salgo del baño.
―¿Es cierto lo que dicen?
Las noticias vuelan como la pólvora.
―Sí, acaban de despedirme.
Se acerca y me estrecha entre sus brazos.
―No te preocupes, Cinthya, no estás sola ―me da un beso en la frente―. Somos amigas y no voy a permitir que caigas en desgracia.
Me aferro con los brazos a su cuerpo delgado.
―Gracias, Maura, pero debo hacer esto sola ―me alejo de ella―. No voy a convertirme en una carga para ti.
Ha insistido hasta el cansancio para que me mude con ella, pero no puedo aceptarlo. No quiero involucrarla conmigo si llegan a descubrirme.
―¿Por qué sigues rechazando mi ayuda? ―pregunta, desconcertada―. Ahora debes pensar en tu hijo ―niega con la cabeza―. No es fácil para una madre soltera, sobre todo, ahora que estás desempleada.
Sé que tiene razón, pero, incluso, con el futuro sombrío que me espera, estoy obligada a declinar su ofrecimiento.
―No te preocupes por mí, Maura ―fuerzo una sonrisa en mi boca―, voy a estar bien ―le digo poco convencida de mis propias palabras―. Te prometo que, si las cosas se ponen difíciles, serás la primera persona en saberlo.
Me mira insegura, pero no le queda otra opción que aceptar mi decisión.
―Prométemelo, Cinthya.
Me aproximo a ella y le doy un beso en la mejilla.
―Palabra de mejores amigas.
Elevo la mano en señal de juramento. En ese instante tocan a la puerta, por lo que nos vemos obligadas a finalizar la conversación.
―Adelante.
Su secretaria ingresa al consultorio.
―Sus pacientes acaban de llegar, doctora Grimaldi.
Aprovecho la oportunidad para despedirme de ella.
―No te preocupes, Maura, seguimos hablando en otro momento.
Le doy un beso y abandono la habitación. Atravieso el corredor y camino hacia la salida sin siquiera preocuparme por recuperar las pocas pertenencias que tengo en mi escritorio, porque nada de lo que hay en él tiene importancia para mí.
Al salir al exterior, una ráfaga de aire seco choca contra mi rostro. El cielo está despejado y el sol brilla con todo su esplendor. Elevo la mirada hacia lo alto y me doy cuenta de que, después de la tormenta, viene la calma.
Despierto agitado y me incorporo sobre la cama. ¿Dónde estoy? Me llevo la mano a la cabeza al sentir el intenso dolor que me atraviesa el cráneo y me hace estremecer. ―¡Hijo, gracias a Dios que despiertas! ¿Mamá? ¿Qué hace ella aquí? ―Álvaro nos avisó casi de inmediato ―giro la cara y encuentro a mi padre parado del otro lado de la cama―. ¿Estás satisfecho con las consecuencias que tus decisiones han traído? ¡Maldit4 sea! ¿Cómo me encontraron? ―¿Me estuviste vigilando? ¡Por supuesto que lo hizo! Mantengo controlado el tono de mi voz. ―¿Crees que perdería de vista a mi único hijo? Respiro profundo, no quiero iniciar una nueva discusión, sobre todo, cuando siento que la cabeza va a estallarme. ―Soy bastante mayorcito como para encargarme de mí mismo, papá ―hago la sábana a un lado y saco los pies de la cama―. ¿Por qué insistes en controlarme? No puedo creer que después de tanto tiempo, papá no haya cambiado. Corté mis relaciones con él desde el mismo momento en que desprecio a
Sabía que tarde o temprano perdería mi trabajo, pero no esperaba que sucediera en un momento tan complicado para mi vida como este. Inhalo profundo y trato de ralentizar los ingentes latidos de mi corazón. Debo pensar en mi bebé; las preocupaciones y el estrés le pueden hacer mucho daño. Llevo la mano a mi vientre y lo acaricio con gesto tierno. Es todo lo que me queda en la vida; ahora solo somos nosotros dos. Mis constantes retrasos a la hora de llegada me empujaron a la lamentable situación. Hice lo que pude para mantenerlo, pero los trasnochos provocados por el exigente trabajo que estoy haciendo durante las noches, me dejaba poco margen para descansar y dormir lo suficiente. Levanto la cara y observo los alrededores. Las cosas ahora se ven muy diferentes a como se veían cuando mi vida era perfecta. Bueno, cuando pensaba que lo era. Suelto un bufido de arrepentimiento. No entiendo por qué razón, no fui capaz de darme cuenta de que el amor que ese hombre dijo sentir por mí, era fi
Respiro profundo y aprieto los dedos de mis manos alrededor del volante. Los latidos de mi corazón se aceleran, lo mismo que mi respiración; a medida que me acerco a los predios de la mansión que habité junto a la única mujer a la que he amado en toda mi vida. ―Esta fue una decisión equivocada ―murmullo para mí mismo al estacionarme frente a la gran verja que da acceso a la residencia. Apoyo la frente en el volante y maldigo por lo bajo―. ¿En qué demonios estaba pensando? Llevo mi mano temblorosa a la palanca de cambios y pongo el retroceso. No puedo hacer esto. Los recuerdos son demasiados dolorosos y aún no estoy listo para enfrentarme a ellos. Meto el pie en el acelerador y retrocedo algunos metros, sin embargo, un murmullo proveniente desde el asiento trasero acaba con mis planes de escape. ―¡No me hagas daño! Por un instante pienso que me está hablando, pero pronto me doy cuenta de que está delirando. ―Tú mismo te lo buscaste, imbécil ―me recrimino a mí mismo―, ¿En qué estaba
¿Bebé? ¿Qué? ¿Por qué piensa que quiero hacerle daño? ―Yo no… Vuelve a caer en la inconsciencia, antes de que pueda explicarle que solo intento ayudarla. Aparto la maraña de pelo de su cuello y le echo una ojeada a la herida. La sangre sigue fluyendo por el corte, así que me olvido de esos impactantes ojos marrones que me miraron con tanto terror y me centro en mi trabajo. Limpio la herida y anestesio la zona. Pocos minutos después, la lesión es casi invisible gracias a una sutura limpia y perfecta. Finalmente, la cubro con un apósito para evitar infecciones. ―Listo ―le indico a pesar de que no puede escucharme―, te prometo que con el tiempo la cicatriz se borrará y no tendrás ningún mal recuerdo de ella ―me quito los guantes y los desecho en el cesto de la basura―. Espero que, cuando despiertas, puedas contarme lo que te sucedió. Me le quedo mirando por largo tiempo, pensando en las posibles circunstancias que condujeron a esta mujer a tan precaria situación. Esto tiene toda la pi
Estoy en casa. Sonrío y le doy gracias a Dios de que todo haya terminado. Mi bebé y yo estamos a salvo. Los violentos latidos de mi corazón se van normalizando ahora que sé que solo se trató de una terrible y absurda pesadilla. Pego mi espalda al torso cálido y fuerte de mi esposo. Respiro profundo y entrelazo los dedos de nuestras manos antes de volver a acurrucarme entre sus brazos. ―Te amo, Jeffrey. Susurro perezosamente al soltar un bostezo y volver a quedarme dormida. *** ―Lo siento… Susurro con un sollozo. Es la tercera vez que los resultados de la prueba de embarazo, son fallidos. Por más que lo intentamos, no logro quedar embarazada. ―No quiero hablar ahora de esto, Cynthia, debo tomar un avión en menos de dos horas y no haces más que retrasarme. Espeta iracundo. ―Podemos intentarlo con un especialista ―insisto―, tal vez él pueda decirnos cuál es el problema. Le suplico preocupada. Sin embargo, me ignora por completo. Coge la maleta de la cama, su cartera de la mesa de
¿Qué maldito dolor de cabeza? Me quejo adolorido. Abro los ojos y una vez que mi visión se aclara, me siento confuso al ver que no estoy en mi dormitorio, sino en una de las habitaciones de huéspedes. Lo más desconcertante de todo, es que hay una mujer desnuda dormida sobre mi pecho, con su rostro enterrado en mi cuello y pegada a mi cuerpo como una enredadera. ¡Carajos! ¿Quién es ella y qué demonios pasó anoche entre nosotros? No me atrevo a quitar la mano que tengo aferrada a una de sus nalgas. Cierro los ojos y maldigo en silencio, porque sigo sin recordar lo que sucedió y la manera en que ambos terminamos involucrados en esta situación. Pongo a funcionar mi cerebro para ver si con ello puedo recuperar mi memoria. El dolor arrecia y acribilla mi cabeza a punto de partirla en dos, no obstante, prosigo con mis intentos. > . Lo último que recuerdo es la conversación que sostuve con mis amigos, antes de largarme del hospital y s
Me le quedo mirando al hombre desnudo; asustada, confusa y desconcertada. Tiemblo de pies a cabeza. ¿Qué sucedió entre nosotros? ¿Por qué estoy con él en esta habitación? ¿Cómo llegué aquí? ¿Qué hago con este hombre? ―No te asustes, déjame explicarte. Sale de la cama y se pone de pie, dejando expuesta esa hermosa y perfecta musculatura llena de fibras que lo hace ver como un dios escandinavo. Ahogo un grito y gira la cara cuando mis ojos se enfocan en la monstruosidad que lleva entre sus piernas. ―¡No te acerques, desgraciado, o te juro que no respondo de mí! Toma una de las almohadas de la cama y se tapa el miembro con ella. Es entonces cuando entro en consciencia y me doy cuenta de que yo también estoy completamente en cueros. Grito y salto sobre la cama para atrapar la sábana y cubrirme con ella. ―Espera, no te alteres, hay una explicación perfecta para esto ―niega con la cabeza y extiende su brazo, para pedirme calma y cordura―, no es lo que parece. ¿No es lo que parece? ―En
Esto no me puede estar pasando, ¿cómo pude ser capaz de acostarme con la mujer a la que le salvé la vida? El arrepentimiento escala por mi cuerpo como enredadera y se aferra a mi cuello con sus garras afiladas. Esta es la casa de mi mujer, acabo de manchar la historia de nuestro amor en los brazos de una perfecta desconocida. Maldigo por lo bajo mientras atravieso la casa, completamente desnudo. ―¡Señor Hansen! Escucho el grito escandalizado de mi ama de llaves. ¡Joder! ¿No puede ser esto peor? Aprieto el cojín sobre mi pelvis para no quedar desnudo delante de ella. ―Lo siento, señora Harrington, puede continuar con sus obligaciones, la llamaré en caso de necesitarla. Con sus mejillas enrojecidas, se da la vuelta y desaparece rápidamente por el ala oeste; área en la que están ubicadas las habitaciones de los empleados. Despotrico y refunfuño al subir las escaleras de dos en dos, con el culo completamente al aire. No soy consciente del lugar al que mis piernas me llevan, sino hasta