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Capítulo 2 Un adiós para siempre

Un mes después

Desde aquella noche en que me vi obligada a salir del edificio en el que viví desde que me casé con Jeffrey, mi mundo se vino abajo. Pude conocer la verdadera identidad del hombre que se convirtió en mi marido.

No bastando con el hecho de que se deshizo de mí sin darme ninguna explicación, cortó todo mi financiamiento. Las tarjetas y cuentas bancarias fueron congeladas y bloqueadas, mi auto confiscado, al igual que me prohibió la entrada al edificio donde vivíamos juntos y a cualquiera de las instalaciones que fueran de su pertenencia. Se había ensañado contra mí de la manera más cruel y despiadada.

Respiro profundo, antes de entrar al edificio de la firma de abogados que fue contratada para llevar a cabo nuestro divorcio. Una de las más importantes y reconocidas del país. Sí, poco después de que me echara de su apartamento como si fuera basura, me llegó la notificación en la que se anunciaba el inicio de los trámites de nuestra separación definitiva. Aquella noticia me cayó fatal. Me sentí tan dolida y desdichada que, no paré de llorar durante la siguiente semana, hasta que entendí que aquello podría jugar en contra de la salud de mi hijo.

Ingreso al imponente edificio y me anuncio en la recepción.

―Buenos días. Soy, Cynthia Gray, tengo una cita para hoy.

La joven recepcionista me saluda con amabilidad y luego me invita a que me siente en una de las sillas de la sala de espera.

―La llamaré en cuanto el abogado esté listo para recibirla.

Asiento en respuesta. Sigo sus sugerencias y una vez acomodada en la silla, fijo la vista en los alrededores. No pasan ni cinco minutos cuando percibo el olor de su perfume. Mi corazón se agita y la boca se me seca. A pesar de todo lo que ha pasado, lo sigo amando. Soy una estúpida por hacerlo, pero no puedo hacer nada en contra de los designios del corazón.

Giro la cara y descubro con decepción que, al verme, decide ignorarme por completo. Un nuevo puñal que se clava hasta lo profundo de mi corazón. ¿Por qué ha actuado de esta manera conmigo? ¿Qué hice para merecer su desprecio?

―Señor Watkins, bienvenido ―saluda la rubia con voz cantarina―, el doctor Baker, lo está esperando.

Mis ojos se anegan de lágrimas al verlo alejarse y desaparecer en el interior de una de las oficinas. Trago grueso y pestañeo varias veces para evitar que las lágrimas salgan, arruinen mi maquillaje y dejen expuestas mis ojeras oscuras. No quiero que note lo mucho que estoy sufriendo ni lo herida y rota que me ha dejado su abandono. Agradezco el trabajo que hizo mi querida a miga Maura para ocultar bajo el maquillaje, mi rostro demacrado.

―Señorita Gray ―suelto un jadeo al escuchar mi nombre―, el abogado y su cliente la están esperando ―me levanto de la silla con las piernas temblorosas y los pulmones sin aire―. Acompáñeme por favor.

Cuelgo a cartera en mi hombro y me aferro a ella como si fuera mi salvavidas.

―Gracias.

¿Por qué me siento como si me esperara un pelotón de fusilamiento? Sigo caminando detrás de la chica hasta que nos detenemos frente a la oficina en cuestión. Cierro los ojos y aspiro una profunda bocanada de aire, antes de que abra la puerta. Levanto la barbilla y entro con actitud orgullosa, a pesar de que por dentro estoy hecha pedazos y muerta de miedo.

―Bienvenida, señorita Gray ―no pasa desapercibido el hecho de que todos se han referido a mí por mi apellido de soltera. Me tiende su mano para saludarme, así que correspondo con educación y le devuelvo el saludo―. Pase, por favor, y tome asiento ―indica risueño―.  Esto será rápido si no hay ningún tipo de desacuerdos ni complicaciones.

Esta vez soy yo la que ignora al hombre que hasta hoy será mi esposo. El abogado rodea el escritorio y se ubica en su lugar.

―Gracias, es muy amable ―me siento en la silla situada a su lado. Aún puedo sentir ese poderoso magnetismo que me atrae cuando estoy cerca de él. Sigue afectándome, aunque intente negarlo. Es imposible dejar de amar al único hombre al que he amado en toda mi vida. Incluso, no sé si pueda llegar a hacerlo. Está clavado en mi ser como si fuera parte de mí misma―. Aquí tiene ―arrastra una carpeta sobre el escritorio y la sitúa delante de mí―. Solo necesita poner su firma y será una mujer libre.

Aquellas palabras caen sobre mí como una roca pesada y de gran tamaño. Abro la carpeta y le doy un vistazo al contenido. Aprieto el puño que está sobre mi regazo y tiemblo de rabia. Que ciega fui durante todo este tiempo. ¿Cómo no me di cuenta de ello?

―Señor Baker, ¿puede por favor dejarme un momento a solas con mi esposo?

Voltea su mirada antes de darme una respuesta. Observo por el rabillo del ojo el momento en que Jeffrey le hace una señal para que lo haga.

―Por supuesto ―se pone de pie y cierra el botón de su chaqueta―. Estaré esperando afuera.

Asiento en acuerdo. Una vez que la puerta se cierra, giro mi cuerpo para quedar de frente a él.

―¿Por qué?

Es la primera vez, después de todo este tiempo, que tengo la oportunidad de hacerle aquella pregunta que ha estado dando vueltas dentro de mi cabeza desde que me echó de su lado. Desde entonces, no hemos tenido ningún tipo de comunicación y las veces que intenté entrar en contacto con él, su equipo de seguridad se encargó de dejarme claro que no me quería cerca de él. Ha sido una de las peores humillaciones de mi vida.

Me mira como si le aburriera tener esta conversación conmigo.

―¿De verdad quieres hacer esto?

¿Qué significa aquella pregunta? Porque simplemente no me dice la razón y terminamos con esto.

―Me lo debes, Jeffrey ―le exijo determinada―. No merezco la forma en la que me has tratado hasta ahora ―intento con todas mis fuerzas que mi voz no suene temblorosa, pero fallo en el intento―. Al menos tengo derecho a saber la razón por la que pasaste de mí, como si nuestro no hubiera significado nada para ti ―niego con la cabeza―. ¿No te importó desechar nuestro amor en el cesto de la basura? ¿Tan poco te importó nuestro matrimonio?

Bufa con resignación al levantarse de la silla. Los latidos de mi corazón se desatan frenéticos e incontrolables. Mucho me temo que no me va a gustar lo que está por decirme.

―Que conste que fuiste tú la que lo quiso así ―expresa con fastidio―. Solo quise evitarte el trago amargo.

¿Trago amargo? Se encoge de hombros, como si no le interesara en absoluto lo que está pasando.

―¿A qué te refieres?

Rueda los ojos con hastío. Mete las manos en los bolsillos de su pantalón y me observa con gesto divertido.

―Fuiste un medio para lograr un fin ―menciona con desparpajo―, pero al final, resultaste ser una pérdida de tiempo ―siento el golpe en la boca de mi estómago. Duele y mucho, pero me mantengo imperturbable―. Necesitaba un hijo y tú eras la única que en ese momento estaba disponible para dármelo ―ahogo un gemido de dolor al escuchar aquella confesión―. Así que, al ver la oportunidad, no dudé en tomarla. Sin embargo, el sacrificio fue en vano ―niega con la cabeza―. No tienes ni idea de lo mucho que me costó tener que aguantarte durante estos dos años, Cynthia, lo que me asqueaba tener que acostarme contigo para poder conseguir lo que tanto necesitaba ―chasquea su lengua y vuelve a sonreír―. Además de ser frígida y pobretona, eras estéril ―ríe divertido―. ¡Que chasco resultaste ser!

Ni siquiera se imagina. Me giro de nuevo, tomo el lapicero que está sobre la mesa y firmo el divorcio sin sentir ningún tipo de remordimientos.

―Espero que puedas conseguir a la mujer indicada para que te dé ese hijo que tanto necesitas.

Me levanto de la silla, le doy la espalda y me dirijo hacia la puerta.

 ―Ya la encontré ―¿qué? Me doy la vuelta y lo miro a la cara―, en menos de cuatro meses seré padre ―indica con arrogancia y presunción―, mi amante quedó embarazada cuando tú no pudiste hacerlo. Esa es la razón por la que durante el último año me ausentaba de la casa ―confiesa sin ninguna vergüenza―. Había otra mujer más en mi vida, Cinthya.

¡Qué imbécil! Ni siquiera tiene idea de la sorpresa que le espera. Esta vez soy yo la que sonríe satisfecha.

―La justicia divina suele llegar cuando menos la esperas.

Me doy la vuelta y me despido de él para siempre.

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