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Capítulo 1 Con el corazón hecho pedazos

Respiro profundo. Los latidos de mi corazón no han querido detenerse desde que pisé el consultorio. ¿Qué puede pasar si alguien se entera de lo que hice? No, nadie más sabe de lo que fui capaz y nunca podrán enterarse.

―Debes calmarte, Cynthia, te veo muy nerviosa.

Por supuesto que lo estoy. Si alguien me descubre podrían quitármelo todo y, en el peor de los casos, iría a parar a la cárcel, entonces, todos mis planes quedarían arruinados.

―No es nada, Maura, es que estoy ansiosa por saberlo.

Me mira de una manera que me pone mucho más inquieta de lo que estoy. Su expresión no me permite saber si son buenas o malas noticias las que está por decirme.

―Aquí tengo los resultados de las pruebas, pero necesito que te controles antes de que te lo diga.

Cierro los ojos, aspiro una profunda bocada de aire y me animo a mí misma a tranquilizarme.

<<Nadie va a saberlo, debes controlar tus nervios y tomarlo con naturalidad.  En tus manos tienes el destino de tu vida>>

―¿Cynthia, sigues aquí?

Abro los ojos y asiento en respuesta.

―Sí, he estado muy ansiosa durante las últimas semanas ―confieso sincera―, de esto depende mi futuro y, por supuesto, mi matrimonio.

Mi amiga no sabe disimular que mi situación la entristece.

―Quizás, ni siquiera valga el sacrificio.

Suelta, sin que pueda resistirse a hacerlo. Sus palabras me duelen, sobre todo, proviniendo de ella.

―No hables así, Maura ―le ruego, en un tono conciliador―. Jeffrey es un hombre bueno y amoroso, es solo que… ―me detengo por algunos segundos para buscar las palabras correctas―. Tiene demasiado sobre sus hombros ―lo excuso, como lo he hecho durante todo este tiempo―. Es un hombre responsable y trabajador.

Suspira con resignación.

―Está bien, lo siento, no quise entrometerme.

Susurra, arrepentida. Niego con la cabeza y extiendo mi brazo para tocar su mano con gesto amigable.

―Eres mi mejor amiga, Maura, sabes todo de mí ―bueno, excepto mi secreto. No puedo decírselo, porque eso la convertiría en mi cómplice y podría destruir su carrera. No puedo permitírmelo, nunca me lo perdonaría―. Conoces mi situación y comprendes bien que mi matrimonio apenas puede sostenerse ―le explico, desesperada―. Este es el último recurso del que dispongo para salvarlo ―susurro avergonzada, por el trasfondo que oculta este asunto―. Si no lo consigo, temo que, en poco tiempo, perderé a mi marido.

Asiente en acuerdo.

―Bueno, entonces no dilatemos más este asunto ―menciona risueña y por primera vez me permito tener esperanzas―, ya es hora de que ambas conozcamos el resultado.

Entrelazo mis manos y las aprieto con fuerza. Los latidos de mi corazón se multiplican en cuestión de segundos. Dejo de respirar al verla romper el sello de aquel sobre de cartulina que contiene la respuesta a todas mis plegarias.

Levanta su mirada color café y sonríe emocionada.

―¡Felicidades, Cynthia! ¡Estás embarazada! ―ni siquiera logro reaccionar. Quedo en estado de shock. Tanto tiempo esperando por esto y, por fin, se hace realidad. Maura me observa con preocupación. Se levanta de la silla, rodea su escritorio y toma asiento a mi lado―. ¿Qué pasa, amiga? ―toma mis manos entre las suyas y pregunta con inquietud―. ¿No era esto lo que esperabas?

Me escudriña con su mirada. Sin embargo, continúo inerte, pensando en todas las veces que intenté quedar embarazada y no pude lograrlo. Por mucho tiempo pensé que era yo la del problema. Una mujer estéril que ni siquiera podía cumplir con el rol principal de concebir un hijo.

Abandono mis pensamientos y la miro a la cara.

―Es que… ―me cuesta articular palabras, incluso, mi boca tiembla al intentarlo―, no me lo esperaba ―niego con la cabeza―. He pasado tantas veces por esto que no quise hacerme ilusiones. Me había resignado a que nunca sería posible ―le explico entre sollozos―. De esta manera me protegía a mí misma de una nueva decepción ―le explico, sobrepasada por la emoción―. Son muchas las lágrimas que he derramado a causa de ello.

Me da un par de palmaditas en las manos y sonríe de manera amigable.

―Ahora tus lágrimas serán de felicidad, amiga ―se inclina y me da un beso en la frente―. Esta vez tus deseos se hicieron realidad.

Me limpio las lágrimas y le devuelvo la sonrisa.

―Gracias por ir a retirar los exámenes por mí, amiga ―le digo al levantarme de la silla y recoger el sobre de la mesa―, no tenía el valor suficiente para hacerlo por mí misma.

Los guardo en el bolsillo de mi bata y me preparo para regresar a mis labores.

―No tienes nada que agradecerme, para eso somos mejores amigas.

Respondo con un asentimiento de cabeza.

―Debo volver al laboratorio, todavía me quedan un par de horas de trabajo antes de regresar a casa ―me acerco a ella y le doy un abrazo―. Muero por darle la noticia a Jeffrey, estoy segura de que se sentirá feliz con esto.

No parece muy de acuerdo con mi comentario, pero me siento tan feliz que la ignoro.

―Llámame esta noche y cuéntame cómo fue todo.

 Salgo de su consultorio y me dirijo al laboratorio de fertilidad en el que he estado trabajado durante los últimos cinco años. Meto la mano en el interior de mi bolsillo y rozo el sobre con las puntas de mis dedos para asegurarme de que esto no ha sido producto de mi imaginación, sino, que es más real que mi existencia misma.

Al entrar, siento que un sudor helado recorrerme la espalda. Trago grueso, no obstante, me obligo a recordarme que, si no hubiera hecho lo que hice, nada de esto habría sido posible. Me ubico frente al sistema digital que identifica las muestras y las vincula con sus orígenes y procesos, a través de un código QR asignado a cada paciente. Allí, dentro de las historias clínicas almacenadas en nuestro sistema informático, veo el nombre del hombre que hizo realidad todos mis sueños y salvó mi matrimonio del fracaso.

Le agradezco en el nombre del bebé que llevo en mi vientre y que, dentro de algunos meses, llegará a este mundo para colmarme de felicidad.

***

Paso por el quiosco que queda cerca de la clínica para comprar una bolsita de regalo e introduzco el sobre en su interior. Agrego una nota en la que le explico a mi marido lo feliz que me siento al saber que hemos sido bendecidos por la llegada de nuestro hijo.

Un par de lágrimas ruedan por mis mejillas debido a lo emocionada que me siento. Pocos minutos después, subo a mi auto y conduzco en dirección a nuestro apartamento. Me tiemblan las manos y el corazón me late de prisa. Una vez que Jeffrey sepa que tendremos un hijo, ya no se sentirá decepcionado de mí. Este bebé nos unirá para siempre y fortalecerá nuestro vínculo matrimonial.

Ingreso al estacionamiento y me detengo en mi plaza. Sonrío feliz al ver su convertible estacionado en el puesto de al lado. Tengo los nervios de punta y el pecho agitado por la expectación. Subo al elevador y mantengo la mirada fija en la pantalla mientras espero a que aparezca el número que corresponde a nuestro piso.

Pocos segundos después, las puertas se abren. Bajo apresurada y me dirijo con paso veloz hacia mi apartamento, sin embargo, me sorprende encontrar cajas de cartón apiladas y un juego de mis maletas a un lado de la puerta de entrada. ¿Qué hace todo aquello fuera de mi casa? ¿Qué es lo que está pasando?

Me acerco y noto con horror, que todas mis pertenencias están embaladas en el interior de las cajas y mi ropa empacada en el equipaje. El miedo y la confusión se apoderan de mí, al no comprender lo que está sucediendo. Meto la mano en la cartera y saco la llave de la puerta. La inserto en la cerradura, pero al girarla, esta no abre.

  Las piernas se me aflojan y mi corazón multiplica sus palpitaciones en cuestión de segundos.

―Cariño ―doy un par de toques sobre la madera―. ¿Puedes abrirme, por favor? Algo pasó con la cerradura ―le explico―. No puedo abrirla.

Espero a que lo haga, pero no obtengo ninguna respuesta. Aquello me pone mucho más inquieta de lo que estoy. Sé que está en el apartamento, pero, ¿por qué razón no responde? Ínsito y vuelvo a tocar. Un minuto después, sigue sin contestarme, así que pierdo los nervios y comienzo a golpear con la puerta con mis puños.

―Jeffrey, por favor, dime, ¿qué es lo que está pasando? ―sollozo, desesperada―. Por qué no me das la cara ―le exijo angustiada y a punto de hiperventilar―, sé que estás allí, no me hagas esto, por favor.

Ignora mis súplicas. Caigo de rodillas sobre el piso y rompo a llorar. Estando en el suelo, noto su sombra por debajo de la puerta, luego lo veo alejarse. Segundos después, la luz interior se apaga. Me deje allí abandonada sin darme ninguna explicación y con el corazón hecho pedazos.

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