Despierto agitado y me incorporo sobre la cama. ¿Dónde estoy? Me llevo la mano a la cabeza al sentir el intenso dolor que me atraviesa el cráneo y me hace estremecer.
―¡Hijo, gracias a Dios que despiertas!
¿Mamá? ¿Qué hace ella aquí?
―Álvaro nos avisó casi de inmediato ―giro la cara y encuentro a mi padre parado del otro lado de la cama―. ¿Estás satisfecho con las consecuencias que tus decisiones han traído?
¡Maldit4 sea! ¿Cómo me encontraron?
―¿Me estuviste vigilando?
¡Por supuesto que lo hizo! Mantengo controlado el tono de mi voz.
―¿Crees que perdería de vista a mi único hijo?
Respiro profundo, no quiero iniciar una nueva discusión, sobre todo, cuando siento que la cabeza va a estallarme.
―Soy bastante mayorcito como para encargarme de mí mismo, papá ―hago la sábana a un lado y saco los pies de la cama―. ¿Por qué insistes en controlarme?
No puedo creer que después de tanto tiempo, papá no haya cambiado. Corté mis relaciones con él desde el mismo momento en que desprecio a mi mujer por ser pobre. Nunca voy a perdonarle que la hiciera pasar por las peores humillaciones de su vida, especialmente, el día en que supo que ella no podría darme hijos. Fue cruel al escupírselo a la cara y gritarle, a los cuatro vientos, que era una mujer defectuosa.
―Por favor, hijo ―intervine la alcahueta de mi padre. ¿Hasta cuándo va a permitir que él la controle?―, Saúl solo se preocupa por ti, no puedes ser tan egoísta.
¿Egoísta? ¡Este es el colmo! Respiro profundo, por más que se lo merezca, no voy a faltarle al respeto a la mujer que me engendró, pero tampoco voy a permitir que se entrometan en mi vida. Me pongo de pie, un mareo me toma por sorpresa, pero logro estabilizarme.
―¡No seas inconsciente, Sergio, puedes lastimarte!
Grita, mi padre con falsa preocupación. Lo miro a los ojos con reproche. Lastimarme más de lo que ellos lo hicieron, es imposible.
―Que no se te olvide que soy médico, papá, sé perfectamente lo que puedo o no hacer ―tengo vagos recuerdos de lo que me pasó, pero ellos no tienen por qué saberlo―. Hace mucho tiempo que me he cuidado solo, no necesito a un niñero a estas alturas de mi vida.
Estoy comenzando a perder la paciencia. Me acerco al armario y busco algo que ponerme, no obstante, al abrir las puertas descubro que está vacío.
―Mucho cuidado con tu forma de hablarme, hijo ―¿cree que sigo siendo el mismo chiquillo al que por muchos años le infundió miedo?―. ¿Eso fue lo que aprendiste de esa barriotera?
Que se refiera a mi mujer de aquella manera me saca de mis casillas. Me abalanzo sobre él y lo sujeto de las solapas de su chaqueta de sastre.
―No te atrevas a hablar mal de ella porque te juro que voy a olvidar de que eres mi padre ―escupo sobre su cara―. Ahora vete de esta habitación y no vuelvas a aparecerte nunca más en mi vida.
Mi madre grita alarmada y corre en auxilio de su marido. Son tal para cual.
―¿Estás bien, Saúl?
Le pregunta preocupada.
―Sí, mi amor, estoy bien, pero será mejor que nos vayamos ―por fin hay algo en lo que estoy de acuerdo con él―. Tu hijo sigue siendo el mismo obstinado de siempre.
Mi madre se acerca para darme un beso y despedirse de mí, pero se lo impido.
―No hagas esto más difícil para ti, madre ―le indico al retroceder un par de pasos―. Vete con él y olvídense de que tienen un hijo.
Su quijada tiembla y sus ojos se llenan de lágrimas, pero ya ni eso me conmueve. Hay cosas en la vida que no se pueden perdonar.
―Lo siento, hijo.
Se disculpa y se aleja de mí. Mi padre la envuelve entre sus brazos para consolarse y salen juntos de la habitación. La puerta vuelve a abrirse, pero esta vez es una enfermera.
―Vine a hacer la ronda ―me explica al verme parado en medio de la habitación―. Es la hora de sus medicamentos.
Asiento en acuerdo.
―¿Qué me pasó?
Le pregunto, porque no recuerdo las circunstancias en las que llegué a este lugar.
―Recibió un golpe en la cabeza con un objeto contundente ―deja la bandeja en la mesa y me entrega un vasito con las píldoras que debo tomar y otro con agua―, pero no hubo consecuencias graves ―sonríe con amabilidad. Bebo el medicamento y desecho los vasos en el cesto de la basura―. El doctor Fitzgerald le aclarará todo en cuanto llegue.
Asiento en respuesta.
―¿Cuántas horas llevo hospitalizado?
Arruga su entrecejo y me mira confusa.
―Ingresó a emergencias hace dos días, señor ―me explica―. Desde entonces fue hospitalizado y puesto bajo observación.
¡Carajos! ¿Dos días? Me llevo la mano a la cabeza y cierro los ojos. El dolor hace palpitar mi cerebro.
―Regrese a la cama, señor Hansen, debe descansar.
No. Tengo suficiente con haber perdido dos días de mi vida.
―¿Tienes alguna idea de dónde está mi ropa?
―La tiramos a la basura ―se acerca a la mesa y retira la bandeja―. Estaba completamente manchada de sangre ―sonríe antes de dar media vuelta y dirigirse hacia la puerta―. Volveré dentro de cuatro horas para administrarle la nueva dosis, el doctor no demora en venir a visitarlo.
Sale de la habitación y cierra la puerta. Me acerco a la ventana, corro la cortina y descubro que es de noche. ¿Qué sucedió durante las veinticuatro horas que estuve inconsciente? Respiro profundo y echo a andar mis recuerdos a pesar del dolor. Lo último que recuerdo es que había dado un paseo con Abigaíl, luego, entramos a su casa para beber un café. Conversábamos, mientras ella lo preparaba, sobre el admirador secreto que había enviado las rosas que inundaban la sala de su casa.
La presión en mi cerebro se incrementa. Elevo la mano y toco el vendaje que hay en la parte posterior de mi cabeza. ¿Quién me atacó? Vuelvo a la cama y me siento al borde del colchón… Entonces, lo recuerdo.
―¡El padre de Abigaíl!
Me pongo de pie súbitamente, lo que me provoca un nuevo mareo. Apoyo la mano sobre el colchón para sostenerme y no darme de bruces contra el suelo. Inhalo profundo hasta que el malestar desaparece. Necesito hablar con ella, asegurarme que ese hombre no llegó a hacerle daño.
Las imágenes comienzan a desatarse dentro de mi cabeza como una gran estampida. La veo alzando el madero para asestar un nuevo golpe en contra del hombre que intentó hacerle daño; su propio padre. Pero la detuve antes de que lo hiciera. Esa fue la oportunidad que aprovechó ese maldito para golpearme. Aprieto los puños. Tengo que salir de este lugar para ir a buscarla y averiguar lo que sucedió después. Espero que a ese hijo de put4 lo hayan encerrado tras las rejas, porque juro que, si sigue libre, me voy a cargar personalmente de hacerle pagar todo el daño que hizo.
En ese momento se abre la puerta de la habitación. Elevo la cara y veo entrar a mis dos mejores amigos.
―¿Estás bien, Sergio?
Pregunta Milena, bastante preocupada.
―Sí, cariño, estoy bien ―coloco la mano detrás de su cabeza y le doy un beso en la frente―. Sigo respirando.
Comento con una broma.
―Así que te has estado haciendo pasar por mí durante todo este tiempo.
Elevo la mirada y la fijo en la cara de mi amigo.
―Era la única manera de evitar que dieran conmigo ―niego con la cabeza―. Por lo visto, no sirvió de nada.
Mi amigo sonríe divertido.
―¿Crees que tu padre perdería de vista a su único heredero?
Ruedo los ojos.
―No quiero ni tengo nada que ver con sus empresas ―expreso con aversión―. Me he construido una vida con esfuerzo y sacrificios ―me pongo de pie―. No necesito nada de ellos.
Mi amigo se acerca y me da un apretón de oso, acompañado de un par de palmadas en la espalda.
―No sabes lo feliz que me hace volver a verte, Sergio ―me da un beso en la mejilla, antes de apartarse―. Hemos extrañado a nuestro compañero de aventuras.
Sonrío feliz de volver a verlos. En ese momento, la puerta vuelve a abrirse.
―Buenas noches, veo que ya se ha recuperado, doctor Hansen.
Le doy un vistazo a su identificación y reconozco su nombre.
―Un placer conocerlo, doctor Fitzgerald ―saludo de manera amigable―. ¿Puede ponerme al tanto de mi condición médica, por favor?
Asiente en respuesta. Eleva la tabla electrónica que trae en sus manos y comienza a explicarme todos los pormenores en un resumen bastante conciso.
―Tuvo mucha suerte, doctor Hansen ―menciona después de decirme que no hubo daños que lamentar a nivel cerebral―. El golpe no fue lo suficientemente contundente como para perforar el cráneo, así que ya no hay motivos para seguir reteniéndolo en la clínica por más tiempo. Su evolución ha sido satisfactoria, pero debe estar atento a los síntomas que se presenten de ahora en adelante.
Me acerco a él y le tiendo la mano.
―Gracias, doctor Fitzgerald, le prometo que estaré atento a cualquier cambio repentino.
Después de conversar durante algunos minutos más de médico a médico y, presentarle a mis amigos, se despide y sale de la habitación.
―Necesito salir de aquí cuanto antes ―le explico a mis amigos, algo acelerado―. Debo hablar con Abigaíl.
―¿Abigaíl? ―pregunta Milena, con una sonrisa cómplice―. ¿Quién es ella?
Mis labios se estiran de manera espontánea hasta alcanzar las esquinas de mis ojos.
―Alguien importante para mí.
Eleva una ceja y me escudriña con la mirada.
―Así que importante, eh.
Asiento en respuesta.
―Y espero que en poco tiempo se convierta en mi esposa.
Aquellas palabras provocan que los gestos de su cara cambien con dramatismo.
―Sergio Hansen, ¿enamorado?
Asiento en respuesta.
―Abigaíl es una mujer maravillosa ―la miro antes de mencionar lo siguiente―. Y tiene una hija preciosa.
Esta vez es Scott el que interviene.
―Debe serlo ―chasquea su lengua―, no habría otra manera en que hubiera conquistado tu corazón.
Lo apunto con mi dedo índice.
―La conocerán dentro de poco, pero para ello ―señalo mi cuerpo con las manos―, necesito conseguir ropa.
Mis amigos se ríen.
―Eso puedo resolverlo ―indica Scott al dirigirse a la puerta―, tengo ropa en el auto, iré por ella.
Sale de la habitación y me deja solo con Milena.
―¿Qué tal van las cosas entre ustedes?
Evade mi mirada y camina hacia la ventana.
―Él está a punto de casarse con su novia.
¿Novia?
―¿Scott? ―vuelvo a preguntar para estar seguro de que hablamos de la misma persona?―. ¿El Scott que conocemos?
Gira la cabeza y me mira por encima de su hombro.
―Sí, el mismo que he amado desde el día en que lo conocí.
Eso sí que no me lo esperaba.
―Lo siento, Milena.
Vuelve a darme la espalda.
―No tienes nada de qué preocuparte, Sergio ―encoge sus hombros―, nunca tuvo ojos para mí.
Nos vemos obligados a terminar nuestra conversación cuando alguien entra a la habitación.
―Espero que con esto sea suficiente.
Indica mi amigo al entregarme la bolsa. Me acerco y se la arranco de la mano.
―Ahora mismo me bastaría con un saco.
Me dirijo al baño para vestirme e ir a buscar a la mujer de mi vida. Tardo poco menos de diez minutos en ponerme la ropa. No quiero perder más tiempo. Necesito expresar mis verdaderos sentimientos, confesarle a Abigaíl, que me he enamorado de ella.
―Dame la llave de tu carro ―le pido a mi amigo al regresar a la habitación―, te lo devolveré mañana.
Mete la mano en el bolsillo de su pantalón, saca la llave y me las avienta.
―Ve por ella campeón.
Me acerco y le doy un abrazo.
―Gracias, viejo amigo.
Luego me aproximo a mi amiga, le beso en la mejilla y le susurro algo al oído, en un tono que solo oímos los dos.
―Nunca pierdas las esperanzas.
La miro y luego me doy la vuelta para pedirle un último favor a mi amigo.
―Encárgate, por favor, del asunto con administración ―le guiño el ojo y camino hacia la puerta―, tengo prisa.
Al salir al exterior, las primeras gotas de lluvia golpean contra mi rostro. Me apresuro, cruzo la calle y me dirijo al estacionamiento. Ingreso al vehículo y una vez que enciendo el motor, salgo de allí y me incorporo a la avenida. A la mitad del recorrido la lluvia comienza a arreciar. Enciendo los limpiaparabrisas, pero la tormenta dificulta mi visión. De repente, veo un bulto tirado en medio de la vía. Clavo mi pie en el freno y derrapo sobre el asfalto.
―¡Mierd4!
Abro la puerta y bajo del auto para ver de qué se trata. Mi sorpresa es mayor al ver a una chica tendida en el piso, completamente inconsciente. Me acuclillo e intento hacerla reaccionar.
―¿Estás bien?
Le doy un par de palmaditas en la mejilla, pero no reacciona. Pongo mis dos dedos en su cuello para palpar su pulso y agradezco que todavía está viva. Respiro profundo y tomo una decisión. Meto los brazos debajo de su delgado cuerpo y la subo a mi auto.
―Joder, ahora, ¿qué hago?
Sopeso las dos opciones que tengo. Vuelvo a la clínica y me arriesgo a tener un accidente o recorro los pocos metros que me separan de mi antigua casa en dónde tengo todos los equipos que necesito para atenderla.
No lo pienso ni una sola vez. Así que emprendo mi camino hacia la casa que una vez compartí con mi difunta esposa.
Sabía que tarde o temprano perdería mi trabajo, pero no esperaba que sucediera en un momento tan complicado para mi vida como este. Inhalo profundo y trato de ralentizar los ingentes latidos de mi corazón. Debo pensar en mi bebé; las preocupaciones y el estrés le pueden hacer mucho daño. Llevo la mano a mi vientre y lo acaricio con gesto tierno. Es todo lo que me queda en la vida; ahora solo somos nosotros dos. Mis constantes retrasos a la hora de llegada me empujaron a la lamentable situación. Hice lo que pude para mantenerlo, pero los trasnochos provocados por el exigente trabajo que estoy haciendo durante las noches, me dejaba poco margen para descansar y dormir lo suficiente. Levanto la cara y observo los alrededores. Las cosas ahora se ven muy diferentes a como se veían cuando mi vida era perfecta. Bueno, cuando pensaba que lo era. Suelto un bufido de arrepentimiento. No entiendo por qué razón, no fui capaz de darme cuenta de que el amor que ese hombre dijo sentir por mí, era fi
Respiro profundo y aprieto los dedos de mis manos alrededor del volante. Los latidos de mi corazón se aceleran, lo mismo que mi respiración; a medida que me acerco a los predios de la mansión que habité junto a la única mujer a la que he amado en toda mi vida. ―Esta fue una decisión equivocada ―murmullo para mí mismo al estacionarme frente a la gran verja que da acceso a la residencia. Apoyo la frente en el volante y maldigo por lo bajo―. ¿En qué demonios estaba pensando? Llevo mi mano temblorosa a la palanca de cambios y pongo el retroceso. No puedo hacer esto. Los recuerdos son demasiados dolorosos y aún no estoy listo para enfrentarme a ellos. Meto el pie en el acelerador y retrocedo algunos metros, sin embargo, un murmullo proveniente desde el asiento trasero acaba con mis planes de escape. ―¡No me hagas daño! Por un instante pienso que me está hablando, pero pronto me doy cuenta de que está delirando. ―Tú mismo te lo buscaste, imbécil ―me recrimino a mí mismo―, ¿En qué estaba
¿Bebé? ¿Qué? ¿Por qué piensa que quiero hacerle daño? ―Yo no… Vuelve a caer en la inconsciencia, antes de que pueda explicarle que solo intento ayudarla. Aparto la maraña de pelo de su cuello y le echo una ojeada a la herida. La sangre sigue fluyendo por el corte, así que me olvido de esos impactantes ojos marrones que me miraron con tanto terror y me centro en mi trabajo. Limpio la herida y anestesio la zona. Pocos minutos después, la lesión es casi invisible gracias a una sutura limpia y perfecta. Finalmente, la cubro con un apósito para evitar infecciones. ―Listo ―le indico a pesar de que no puede escucharme―, te prometo que con el tiempo la cicatriz se borrará y no tendrás ningún mal recuerdo de ella ―me quito los guantes y los desecho en el cesto de la basura―. Espero que, cuando despiertas, puedas contarme lo que te sucedió. Me le quedo mirando por largo tiempo, pensando en las posibles circunstancias que condujeron a esta mujer a tan precaria situación. Esto tiene toda la pi
Estoy en casa. Sonrío y le doy gracias a Dios de que todo haya terminado. Mi bebé y yo estamos a salvo. Los violentos latidos de mi corazón se van normalizando ahora que sé que solo se trató de una terrible y absurda pesadilla. Pego mi espalda al torso cálido y fuerte de mi esposo. Respiro profundo y entrelazo los dedos de nuestras manos antes de volver a acurrucarme entre sus brazos. ―Te amo, Jeffrey. Susurro perezosamente al soltar un bostezo y volver a quedarme dormida. *** ―Lo siento… Susurro con un sollozo. Es la tercera vez que los resultados de la prueba de embarazo, son fallidos. Por más que lo intentamos, no logro quedar embarazada. ―No quiero hablar ahora de esto, Cynthia, debo tomar un avión en menos de dos horas y no haces más que retrasarme. Espeta iracundo. ―Podemos intentarlo con un especialista ―insisto―, tal vez él pueda decirnos cuál es el problema. Le suplico preocupada. Sin embargo, me ignora por completo. Coge la maleta de la cama, su cartera de la mesa de
¿Qué maldito dolor de cabeza? Me quejo adolorido. Abro los ojos y una vez que mi visión se aclara, me siento confuso al ver que no estoy en mi dormitorio, sino en una de las habitaciones de huéspedes. Lo más desconcertante de todo, es que hay una mujer desnuda dormida sobre mi pecho, con su rostro enterrado en mi cuello y pegada a mi cuerpo como una enredadera. ¡Carajos! ¿Quién es ella y qué demonios pasó anoche entre nosotros? No me atrevo a quitar la mano que tengo aferrada a una de sus nalgas. Cierro los ojos y maldigo en silencio, porque sigo sin recordar lo que sucedió y la manera en que ambos terminamos involucrados en esta situación. Pongo a funcionar mi cerebro para ver si con ello puedo recuperar mi memoria. El dolor arrecia y acribilla mi cabeza a punto de partirla en dos, no obstante, prosigo con mis intentos. > . Lo último que recuerdo es la conversación que sostuve con mis amigos, antes de largarme del hospital y s
Me le quedo mirando al hombre desnudo; asustada, confusa y desconcertada. Tiemblo de pies a cabeza. ¿Qué sucedió entre nosotros? ¿Por qué estoy con él en esta habitación? ¿Cómo llegué aquí? ¿Qué hago con este hombre? ―No te asustes, déjame explicarte. Sale de la cama y se pone de pie, dejando expuesta esa hermosa y perfecta musculatura llena de fibras que lo hace ver como un dios escandinavo. Ahogo un grito y gira la cara cuando mis ojos se enfocan en la monstruosidad que lleva entre sus piernas. ―¡No te acerques, desgraciado, o te juro que no respondo de mí! Toma una de las almohadas de la cama y se tapa el miembro con ella. Es entonces cuando entro en consciencia y me doy cuenta de que yo también estoy completamente en cueros. Grito y salto sobre la cama para atrapar la sábana y cubrirme con ella. ―Espera, no te alteres, hay una explicación perfecta para esto ―niega con la cabeza y extiende su brazo, para pedirme calma y cordura―, no es lo que parece. ¿No es lo que parece? ―En
Esto no me puede estar pasando, ¿cómo pude ser capaz de acostarme con la mujer a la que le salvé la vida? El arrepentimiento escala por mi cuerpo como enredadera y se aferra a mi cuello con sus garras afiladas. Esta es la casa de mi mujer, acabo de manchar la historia de nuestro amor en los brazos de una perfecta desconocida. Maldigo por lo bajo mientras atravieso la casa, completamente desnudo. ―¡Señor Hansen! Escucho el grito escandalizado de mi ama de llaves. ¡Joder! ¿No puede ser esto peor? Aprieto el cojín sobre mi pelvis para no quedar desnudo delante de ella. ―Lo siento, señora Harrington, puede continuar con sus obligaciones, la llamaré en caso de necesitarla. Con sus mejillas enrojecidas, se da la vuelta y desaparece rápidamente por el ala oeste; área en la que están ubicadas las habitaciones de los empleados. Despotrico y refunfuño al subir las escaleras de dos en dos, con el culo completamente al aire. No soy consciente del lugar al que mis piernas me llevan, sino hasta
Respiro profundo. Mis pulmones han quedado sin oxígenos después de la gran carrera que tuve que pegar para escapar de aquella mansión. Aún no sé cómo fui capaz de saltar aquellas altas paredes que la rodean como si esta fuera una gran fortaleza. Debo agradecer a la persona que se le ocurrió sembrar ese enorme árbol justo al lado, de no ser por ello, mis intentos de escape habrían sido infructuosos. Tengo la boca seca y los pulmones ardiendo debido al gran esfuerzo que hice para alejarme de allí. Ha pasado media hora desde que salí de aquella casa y, hasta entonces, no he visto a nadie siguiéndome. Detengo mis pasos y apoyo la espalda contra la pared. Necesito recuperarme. Cierro los ojos y levo una de mis manos hasta el pecho. Estoy agotada, nunca corrí tanto en toda mi vida. Aprovecho la oportunidad inhalar una bocanada de aire profunda. Siento que mi pecho se quema por la falta de aire. ―¿Se encuentra bien, señorita? Aquella voz me toma por sorpresa. Jadeo y pego un brinco. Me doy