4 tesoros inesperados para el multimillonario
4 tesoros inesperados para el multimillonario
Por: Milkaina
Prólogo

Prólogo

En el momento en que se enteró de que su padre había sufrido un accidente de automóvil. Felipe Ortiz acudió rápidamente a su lado sin saber si este estaría vivo o no cuando llegara. Él sabía de sobra que su mamá iba a necesitar su ayuda, mucho más si como temía su padre no lograba superar el accidente.

Felipe era un hombre adulto de 35 años; no obstante, seguía sin entender como su madre, aun con todas las dificultades que enfrentaba su matrimonio por las infidelidades de su marido desde hace años, nunca le dio el divorcio a su padre, soportó todas y cada una de sus infidelidades. Estaba obsesionada con ser su esposa y no darles el gusto a las demás mujeres.

Felipe fue el último en llegar al hospital y al hacerlo corrió a toda velocidad al lado de Eugenia, su madre, estaba escuchando la información sobre la evolución del paciente.

La menuda figura de su madre estaba de pie con una expresión de sufrimiento, tenía los hombros caídos y la mirada en el suelo. Felipe le colocó una mano sobre el hombro para tranquilizarla. La sintió temblar al escuchar las palabras del médico. Ella se recostó en su hombro para buscar su apoyo.

Felipe, más que escuchar al médico, no podía apartar la mirada de su expresión compungida. Sentía mucha pena por ella. Su mamá era baja de estatura, pero con una gran presencia, distinción y elegancia, sus facciones finas y delicadas, él no heredó su físico, por el contrario, se parecía mucho a su padre tanto en lo alto como en el físico.

Más tarde, el personal médico le indicó que su padre quería hablar con él. Entró silenciosamente a la habitación. A sus ojos este era un espacio bastante tranquilo, pero temible, el silencio solo se rompía por los latidos que reflejaba el monitor que controlaba su corazón. Una luz encima de la cama, iluminaba a su papá. Estaba casi tan pálido como las sábanas que lo cubrían. Una máscara de oxígeno le ocultaba el rostro. Las heridas eran visibles en todo el cuerpo.

Tenía tiempo sin verlo, y cada vez que lo hacían solo sabían discutir. Hace mucho tiempo que Felipe se puso de parte de su mamá y no de Federico. Cuando tenía quince años, escuchó a Eugenia, su madre, hablar de las infidelidades de su padre, y pudo entender todas las veces que la vio llorar por los rincones de la casa.

Tiempo después Federico Ortiz se fue de la casa, los abandonó por otra mujer, quien ya tenía un hijo de él un poco menor que Felipe. Su mamá le informo con las mejillas cubiertas de lágrimas que su padre tenía otra familia al mismo tiempo que seguía casado con su madre. A partir de allí, no tuvo ninguna duda de que su deber era protegerla de cualquier sufrimiento causado por este hombre que yacía acostado en la cama clínica.

Al sentirlo cerca de él. Federico abrió los ojos contemplando a su hijo con una mirada triste. Federico presentía que no le quedaba mucho tiempo y de sobra sabía que nunca podría cambiar la imagen que tenía de el su hijo mayor. Para Felipe resultaba irónico que un hombre tan poderoso económicamente, tan fuerte en otros tiempos, se encontrara allí tirado en esa cama, demostrando debilidad.

— ¡Papá! ¿Cómo estás?, preguntó Felipe sin ninguna expresión en el rostro.

—Siento todo esto… molestarte… que me veas así —se escuchó la débil voz de Federico mientras intentaba levantar el brazo para tocar a Felipe. — Felipe… hijo mío… yo… voy a morir… perdón por no ser el padre que deseabas… yo… necesito que hables con Alonso, es urgente, él te dirá algo importante, confió solo en ti, …. por favor… llama a tu hermano… necesito hablar con él, pedirle perdón…

Él hizo una pausa pensando bien lo que iba a decir, de ninguna manera iba a llamar a Javier.

—Papá, mi mamá está aquí cómo puedo hacer eso, su madre al enterarse de lo que te pasó también vendrá… y ya sabes lo que sucede… cuando ellas se juntan.

Antes Felipe no quiso avisarle a su hermano por parte de padre. Su hermano representaba para su querida madre una muestra dolorosa de una de las traiciones de Federico.

Federico hizo un gesto de resignación y balbuceo lentamente bajando la mirada — ¡Entiendo! Habla con Javier, dile que lo quiero. Tú… por favor… perdóname y ayuda a todos mis hijos… ellos no tienen la culpa de nada, yo… soy el culpable de todo, cuida a tu madre y dile que me perdone… nunca quise que sufriera… solo que lo nuestro no pudo ser…

En ese momento Federico exhaló un profundo suspiro en una actitud cansada y cerró los ojos llenos de lágrimas.

Felipe no supo qué hacer, nunca fue fácil hablar con su padre, sobre todo en este tono, sus breves conversaciones siempre fue para discutir y reclamar. Pasado un rato pensó que se había dormido y se dispuso a salir para dejar entrar a su mamá, cuando escucho de nuevo su voz agitada su respiración sonaba forzada..

—¡¡¡Felipe!!! Cuida a los niños, prométemelo

— ¿Niños? ¿Cuáles niños, papá?, —de inmediato Felipe pensó que Federico estaba delirando. Aunque parecía que algo verdaderamente lo inquietaba.

—Alonso te explicará. De verdad intenté ser un buen padre para ti, ¡debes creerlo! Por favor cuida a los niños ¡Promételo!

Felipe lo observó sin poder entender ¿Qué iba a prometer? ¡No sabía de qué hablaba!

— ¡Papa! ¡No te agites! ¡Cálmate! ¡No entiendo de qué hablas!

—Promételo, lo urgió casi sin respirar

A Felipe se le estaba poniendo un fuerte dolor de cabeza y aquello era lo último que necesitaba.

—Está bien, te prometo lo que sea, pero cálmate ya.

— ¿Los cuidarás?

Sin saber a qué se comprometía, y viendo la dificultad de respirar y hablar que en este momento tenía su padre, no le quedó otro remedio que aceptar lo que quiera que él estaba pidiéndole.

— ¡Lo haré!

—Por favor… dile a Eugenia, tu mamá, dile que venga a verme… quiero pedirle perdón

— ¡Papá deberías descansar!

—No me queda mucho tiempo… dile que venga

— ¡Está bien! ¡Ya le digo! ¡Por favor tranquilízate!, murmuro angustiado

*****

Cinco días más tarde, en otro centro de salud, Daniela Blanco, una joven de 25 años, también se enfrentaba a una situación similar, su madre había sufrido un ataque al corazón. Daniela ni siquiera sabía que ella sufriera del corazón, aunque el embarazo y posterior parto de su hermana Renata fue bastante difícil y los médicos le aclararon que no resistiría otro parto y su cuerpo había quedado muy debilitado.

La madre, haciendo uso de sus últimas fuerzas, mandó llamar a su hija mayor con urgencia. Ella sentía que no podía morir sin antes hablar con Daniela

— ¡Mamita!

—Daniela, cuida a los niños. No los abandones… sé que no soy justa contigo… pero ellos no tienen a nadie más… ¡¡Dani!!! Promételo

—Mami te vas a poner bien, no te preocupes

— ¡No lo haré! Por favor cuida de ellos, no los abandones, por favor hija

—Claro que no lo haré, los voy a cuidar como si fueras tú, pero tienes de ponerte bien mamita, anda guarda tus fuerzas para curarte

La madre sonrió—Eres la mejor hija del mundo… me siento orgullosa de lo que has logrado y de cómo eres, ojalá… pudiera haber sido como tú… más independiente… perdona hija la vida que tuviste que vivir… todo fue por mi culpa

— ¡Ya mamita, guarda tus fuerzas! ¡Piensa en los niños!

Ella siguió sonriendo con dificultad, la máquina pitando cada vez más rápido, dijo sus últimas palabras y expiró— ¡Diles que los amo!

La desesperación invadió a Daniela, comenzó a pedir auxilio, a llamar a los médicos y cuando ellos estuvieron allí solo gritaba una y otra vez:

— ¡Mamita!, gritaba Daniela desesperada, sin saber qué hacer.

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