¿Quién eres?

Capítulo 3 ¿Quién eres?

Al escuchar esa pregunta, Daniela y Mateo dirigieron su mirada hacia la puerta de entrada de la casa. Ella se quedó atónita al comprobar que allí había un hombre de pie en la puerta, con una expresión iracunda.

Tuvo que parpadear para combatir la luz del sol y ver más claramente al hombre. Cuando lo hizo, Daniela inmediatamente adivinó de quién se trataba. Las facciones eran inconfundibles, las veía todos los días en la cara de tres de sus hermanos.

Este era un hombre extraordinariamente atractivo. Daniela se quedó contemplando en silencio. Tenía el mismo pelo negro, los impresionantes ojos negros y las mismas largas pestañas que veía en sus hermanos, pero en él sus pestañas le daba a su mirada un aire penetrante y turbador. lo reconoció, sin duda era el hijo mayor de Federico Ortiz.

 Era muy alto, casi uno noventa, y tenía una complexión atlética y musculosa. Incluso, el corte y el tejido de su traje lo hacían sobresalir. Indiscutiblemente, habría llamado la atención en cualquier lugar, sobre todo porque emanaba una seguridad, una autoridad innata, como si las demás personas estuvieran allí para hacer lo que él quisiera.

Este hombre tenía igualmente fama de ser inflexible en el mundo de los negocios. Por otra parte, según leyó en redes sociales y algunas revistas digitales, era muy aficionado a salir con modelos internacionales de belleza deslumbrante. Pensó que debía ser un mujeriego igual a su padre. Ella, aunque se llenó de rabia, sintió que no pudo encontrar su voz. En este momento ese hombre parecía bastante tenso.

— ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?, escucho que le preguntó Mateo con arrogancia

—Eso debería preguntar yo a ustedes, les aclaro que esta es mi casa ¿Qué es todo esto? Señora, mi padre solo tiene unos meses de muerto y ya usted le tiene sustituto.

Felipe Ortiz, se sentía agotado físicamente, los últimos días le estaban pasando factura, trato de buscar una solución, y todavía no tenía claro como abordar este problema. Aun así, se trasladó rápidamente al pequeño pueblo costero y ya tenía a alguien realizando investigaciones sobre esta descarada mujer. La contempló, era muy joven, y aun así había sabido envolver a su padre en la trampa más vieja del mundo.  No importaba, estaba acostumbrado a luchar con las vividoras de las cuales se rodeaba su padre.

No culpo a su padre. La astuta e intrigante mujer tenía algo… Indefinible, exótico, perfecta. Su rostro con una piel delicada estaba enmarcada en un cabello castaño rojizo que le llegaba por los hombros, y en este momento lo llevaba recogido sobre la nuca con una cinta negra

Alta, aunque no tanto como él y delgada, un cuerpo más que alucinante, de pechos abundantes, cintura pequeña y unas largas, larguísimas piernas que provocaron que se calentara su entrepierna.

Vestía de un modo descarado para su gusto, pero era… impresionante ¡Dios! Llamaría la atención en cualquier parte. Mucho más en este momento, con ese jean ajustado y esa breve blusa de tirantes, que no ocultaba sus amplios senos y su cintura diminuta.

Ella parecía más una modelo que la madre de 4 hijos. Sin embargo, se había llenado de hijos siendo tan joven, quizás pensando estúpidamente que tendría bajo su dominio a Federico Ortiz y que así seguramente se casaría con ella. ¡Ilusa! Federico Ortiz, ese viejo depravado, ya estaba casado con su madre, y ella jamás le hubiera dado el divorcio.

Justo cuando él llegó, sin duda alguna, ella estaba coqueteándole a este hombre que estaba con ella, seguramente otra de sus víctimas, aunque este era casi de su edad. El sujeto se veía completamente alterado y no lo culpaba estando frente a esa mujer con ese físico de infarto.

Se controló a sí mismo, recordando a lo que venía. También recordó en como esa mujer se habría valido de su cuerpo para envolver a un viejo senil, y ahora manejaría el 15% de las acciones de su empresa y su hijo mayor, un fideicomiso millonario. No podía considerarla tan tonta o estúpida.

 Sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz que sonaba igual de arrogante y orgullosa que la suya

— ¿Qué dices?

Felipe la miró con sus penetrantes ojos muy fijamente, con una expresión de odio hasta hacerla ruborizarse, lo cual lo llenó de satisfacción.

—Mi padre prácticamente acaba de fallecer y ya tiene a otro hombre en su casa. Qué clase de mujer es usted. Incluso acabo de ver a los niños afuera, casi estuve a punto de atropellar a uno. Cómo es posible todo esto. ¿Qué tipo de madre es usted? Ha resultado, tal y como me la imaginaba, una intrigante e interesada mujer, que ni siquiera se ocupa de sus hijos como debe ser. Claro, ellos solo han sido un instrumento para acceder al dinero de Federico Ortiz.

 ¿Madre? ¿Qué está diciendo este imbécil?, ¿Me está confundiendo con mi madre? Es decir, que descaradamente está ofendiendo a mi amada madre, pensó ella.

Sus últimas palabras activaron el mecanismo de la ira y le preguntó con un gesto de desagrado, la mirada que lo acompañó fue como papel de lija sobre la piel. Ella alzó la cara y sus miradas chocaron.

— ¿Qué estás diciendo maldito imbécil?

 Daniela había tenido que aprender a sonreír y llevar la corriente a los impertinentes para conservar sus distintos empleos de limpieza o trabajos similares, con los cuales ayudaba a su mamá y terminaba sus estudios en la ciudad. No obstante, por más que trataba de controlarse, su situación actual, y la discusión previa con Mateo, hacían que saliera lo peor de ella.

Tenía que hacer cualquier cosa para que Felipe Ortiz no se diera cuenta de sus nervios, que ni siquiera sospechara que estaba nerviosa.

Estaba dispuesta a luchar por sus hermanos. ¿Qué derecho tenía él para criticarla y hablar acerca de cómo cuidaba a sus hermanos? Se había pasado semanas conteniendo su ira por la injusticia de lo que sucedió y venía este… hombre a hablar esas sandeces 

«Idiota, idiota, maldito, idiota».

 —Se lo voy a repetir. Usted es una mujer descarada. Vivió con un hombre casado. Tuvo cuatro hijos. Ahora mismo, mientras reclama manutención, está buscando satisfacer sus deseos con este hombre mientras mi padre solo tiene dos meses de fallecido.

Dirigiéndose a Mateo de manera amenazante, agregó—usted váyase de aquí, antes de que lo saque a patadas, ninguno de ustedes dos se burlaran de mi padre fallecido

— ¿Qué te pasa?, ¿Quién eres?, le respondió Mateo, tratando de no amilanarse ante las palabras y la expresión violenta de este hombre— ¿Estás loco? ¿Cómo entras así en una casa ajena?

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