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¡No soy tu papá! ¡No me gustan los bebes!

Capítulo 4 ¡No soy tu papá! ¡No me gustan los bebes!

— ¡Ustedes se han equivocado! Seguramente se han estado burlando de mi padre incluso antes de su muerte—gritó Felipe dando un paso hacia adelante, su presencia imponente llenando el espacio. Su mirada desafiaba a Mateo, apretó sus puños amenazantes, Mateo retrocedió un poco, sorprendido por la intensidad del momento.

A Daniela el desprecio en la voz de Felipe Ortiz la hirió profundamente. No permitiría que ese hombre hablara así de ella ni de su madre. Con una determinación renovada, alzó la cabeza.

— ¡A mí no me vas a insultar! —dijo apuntándole con el dedo, dejando que sus palabras fluyeran con fuerza—. Tú no sabes nada de nada. ¿Quién crees que eres? Eres solo un desconocido ¿Qué sabes tú de lo que significa ser madre de los hijos de un hombre como Federico Ortiz y de los sacrificios que hay que hacer cuando tienes que cuidar de cuatro hijos? He hecho lo mejor que he podido —dijo, su voz temblando pero firme—. Estoy aquí, día tras día, cuidando de esos niños y tratando de darles un futuro. No necesito que un desconocido venga a decirme lo que debo o no hacer ¿Entiende una cosa? Aquí no estaba pasando nada, es tu mente sucia que ve lo que no es, así que cállate de una buena vez.

Felipe se detuvo, sorprendido por la ferocidad en la voz de Daniela. En su mente, su actitud confirmaba lo que pensaba de ella. Esta mujer no era más que una intrigante vividora. Ahora mismo, haría el papel de víctima.

— ¿Entender? —replicó Felipe, su voz elevándose nuevamente—. ¿Qué hay que entender de alguien que solo busca lo que no le pertenece? Te hablaré claro para que no te queden dudas de quién soy. Mi nombre es Felipe Ortiz, soy el hijo mayor de Federico Ortiz. El único hijo legítimo de un matrimonio legal. Y tú no eres más que la amante de un anciano casado, que de paso tuvo la genial idea de relacionarse con una bandada de hijos. ¡Esta casa, Todo lo que tiene está ligado a mi padre y a la herencia que él dejó, es de mi madre, la esposa legítima! Y no tengo intención de permitir que te aproveches la situación.

Felipe terminó de hablar y se giró hacia Mateo. La tensión en la habitación era palpable.

—Tú, termina de largarte, para poder hablar con la… señora

—No me iré, amenazó Mateo

—Vete Mateo, le ordenó Daniela.

—No te dejaré sola con él, se negó Mateo

—Vete por favor, el señor y yo tenemos que hablar

—Dani, protesto Mateo.

— ¿No escuchaste? ¡Que te vayas o te saco! No vine aquí a perder el tiempo, le dijo Felipe.

—No voy a irme —afirmó Mateo, manteniendo la mirada fija en Fabricio

—. Ve tranquilo Mateo. Sé defenderme. Y a ti te lo digo esta casa es de los niños y haré lo que sea necesario para proteger lo que les pertenece. Si tienes un problema con eso, es tu asunto, no el mío.

—Allí es donde te equivocas. Esta casa no es tuya ni de tus hijos. No existe ningún documento que respalde lo que estás diciendo. Esta casa y lo que les rodea le pertenece a mi madre y por consiguiente a mí mismo.

— ¿Qué?

La expresión de asombro de Daniela, le hizo entender a Felipe que esta mujer no conocía bien a su padre o al menos él no le había hablado sobre ese pequeño detalle.

Mateo observaba con cautela lo que estaba ocurriendo, consciente de que la situación era mucho peor de lo que imaginaban. Las tensiones se habían intensificado, y el aire estaba cargado de promesas y amenazas.

—Tal vez deberíamos calmarnos y hablar las cosas con más tranquilidad —sugirió Mateo, intentando mediar entre los dos. Pero ni Daniela ni Felipe le prestaron atención en ese momento.

El llanto agudo de un bebe resonó desde una de las habitaciones. El sonido rompió el silencio en la sala y, sin pensarlo dos veces, Daniela giró sobre sus talones y le dio la espalda.

— ¡Es Renata! —exclamó, su expresión de preocupación, apoderándose de su rostro mientras corría hacia la habitación de dónde provenía el llanto.

Felipe la observó marchar, su mirada endureciéndose de nuevo hacia Mateo.

Mateo, consciente de la ira de Felipe, se mantuvo firme.

—No estoy aquí para causar problemas. Solo trato de ayudar a Daniela y a los niños.

— ¿Ayudar? ¿Crees que soy estúpido? —Replicó Felipe, apretando los dientes—. Lo que necesitas hacer es largarte. Lo que sea que ibas a hacer con esa mujer, lo harás después y en otro lado, no en mi casa. Ahora mismo no quiero extraños aquí mientras converso con la madre de esos niños. Este es un asunto que solo nos concierne a ella y a mí. Decide o te vas o te saco a la fuerza. ¡No estoy de buen humor!

Mateo sintió una punzada de frustración. Era evidente que Felipe estaba decidido a mantener a todos a raya, pero las cosas ya se habían escapado de su control.

—No te voy a dejar solo con ella —afirmó Mateo, su voz más segura—. No creo que sea justo que hables así de Daniela y luego la deje sola mientras tú la intimidas.

— ¡Te lo estoy ordenando! —gritó Felipe, su ira burbujeando en su voz—. Este no es tu lugar. Eres un extraño en esta situación y no tienes derecho a interferir.

A lo lejos, el llanto de la niña se intensificó, y ambos hombres se miraron de nuevo, midiendo fuerzas…

—Lo que estoy tratando de hacer es asegurarme de que Daniela esté bien —replicó Mateo, su tono más calmado—. Y eso significa quedarme aquí y evitar de que no te salgas con la tuya.

Felipe se acercó un paso más, la tensión entre ellos palpable, casi como si la habitación misma temiera lo que podía ocurrir a continuación. Sin embargo, antes de que la situación pudiera escalar aún más, pocos minutos después Daniela volvió, con la pequeña niña en brazos.

— Tiene hambre. Le daré de comer. Además, los gritos la asustaron —aseguró tratando de calmarla mientras la abrazaba. Su mirada se movió entre Mateo y Felipe, captando la tensión entre ellos.

La niña había estado con su cabeza recostada en el hombro de la mujer, de pronto se incorporó y los miro. Felipe contempló a la pequeña niña y quedó impactado. Parecía una muñequita. Su bella carita estaba enmarcada por unos suaves rizos color marrón. Esta niña no se parecía en nada a su padre, increíblemente era un retrato en miniatura de esta odiosa e intrigante mujer.

Ella lo miró fijamente, con los rastros de lágrimas aún visibles en sus mejillas. Luego, le sonrió y estiró los brazos hacia él, buscando consuelo y exclamando: — ¡Pa!, se escuchó una sílaba que parecía decir eso.

El gesto y el balbuceo inesperado que hizo la niña provocaron un impacto en Felipe. Él sintió una punzada de emoción en lo más profundo y oscuro de su corazón, pero la ahogó escondiendo sus sentimientos lo mejor que pudo ¿Cómo podía sentir nada por esta niña cuando todo lo que ella representaba en su mente era la traición de su padre hacia su propia madre? Sin poder remediarlo le dio la espalda y exclamó:

— ¡No soy tu papá! ¡No me gustan los bebes!

La niña al contemplar que se ponía de espaldas comenzó a llorar de nuevo de modo lamentable, el gesto de desprecio de Felipe fue observado por Daniela.

— ¡Estúpido! ¡Ella quizás solo lo confunde con su padre Federico Ortiz! ¡No tiene nada que ver contigo!, le replicó Daniela antes de agregar— Le daré su alimento a Renata y después tú y yo hablaremos. ¡Claro que hablaremos! ¡No te quede la menor duda Ortiz de qué hablaremos!

— ¿Intentas amenazarme?, preguntó él con los ojos entrecerrados, deseando solucionar de inmediato este desagradable asunto e irse a seguir con su vida

—No más que tú. No es lo que has hecho tú mismo desde que llegaste, ¿Aquí y ahora no solo tú puedes amenazar? —le respondió con frialdad.

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