Jaya se levantó de la cama cuidando de no despertar a Karim. Caminó hasta el tocador y se encerró allí.Se dejó caer al suelo, no lloraba, no reía.Sacó del bolsillo de su bata la tarjeta que le dio su marido en la casa de Germán Klaus y la miró con apremio. Cerró los ojos. Pudo escuchar dentro de su cabeza las voces antiguas, el llanto de su madre, sus gritos desgarradores cuando se enteró que su esposo había muerto. Jaya recordó cómo fueron desalojados de ese patrimonio que por ley les correspondía y les fue arrebatado; su secreto mejor guardado. Ella sabía las consecuencias de un plan así, pero como antigua agente de seguridad, y ex-militar, entendía lo poco probable que un soldado pudiera comprender el alcance de esas consecuencias sin vivir al menos un caso parecido, o una infiltración de esa magnitud. La afectación corporal, física, mental, emocional que acarrearía tal decisión, trastocado todo por dicho sacrificio era un tema incierto para alguien sin una experiencia de vida
—No entiendo por qué no puedo ir contigo, aquella también es mi casa —decía Jaya mientras perseguía a su marido, quien transitaba por el pasillo de habitaciones del enorme piso que compartían en la capital inglesa, dirigiéndose a la sala, listo para salir. Jaya ralentizó el paso cuando vio a uno de los hombres de Karim de pie en medio del salón de estar; era el mismo sujeto que fumaba a cada rato y que ahora se encargaba de cuidarla a ella. —¿Qué hace él aquí?—No preguntes estupideces, Jaya. Viajaré con Germán, necesitamos estar presentes en esa reunión. ¿Crees que te dejaré sola aquí? —Señaló a su empleado, quien serio, asintió a modo de cortesía hacia la mujer que no le gustaba nada la idea. —No entiendo por qué te vas a Bakú sin mí. Además, me prometiste que iríamos a Bombay esta semana. Karim se detuvo y suspiró. Se acercó a ella, acarició su rostro. —Sé que te lo prometí. Estoy consciente que lo del hotel debe agilizarse y este viaje nos ayudaría a resolver nuestros proble
Para ella nada de eso pintaba bien, tenía un muy mal presentimiento. —No sé qué estás haciendo, ni quien te está apoyando, pero tienes que saber que podrías estar metiéndote en serios problemas. Él hizo de nuevo la señal con su mano para que caminara, pero ella ya estaba obedeciendo a regañadientes, intentando mantener sus sentimientos de temor bien guardados. El hombre guiándolos, ella en medio, Adam detrás sin quitarle ojos de encima, alerta también porque algo malo sucediera, que por alguna causa Karim enviara a alguien más en último momento y arruinara todo. Entraron a un restaurante muy concurrido, nadie les notó, y fue sorprendente para ella cómo pasaron desapercibidos por la cocina, atravesándola, hasta llegar al fondo del lugar, un pasillo sin mucha iluminación, alfombrado y desolado, un cruce a la izquierda, olores fuertes a comida, humo y licor, hasta abrirse el espacio a la derecha, un almacén les daba la bienvenida. Adam la tomó del brazo esperando que ella no se sol
Adam frunció el ceño. —¿Qué?—Ese hotel fue de mi familia, de los Takur. Mi padre lo construyó desde cero, al igual que otras propiedades en la India y Azerbaiyán. Malek Bakir, el antiguo socio de Germán y padre de Karim, también fue socio de mi padre. —Se enderezó, lo miró a los ojos—. Malek nos quitó todo —lanzó entre dientes—. Le arrebató todo a mi padre, dejándonos a mi madre y a mí en la calle. Nos quitó la casa, las tierras, el hotel, el dinero, la dignidad y… Nos tuvimos que ir del país con una mano delante y otra detrás. Estuvimos enfermas, dormimos en refugios mientras buscábamos algo mejor donde descansar y resguardarnos. Yo no era tan pequeña, viví el peligro de primera mano. Y recuerdo bien a Malek Bakir, jamás olvidé ese apellido porque estuve junto a mi madre cuando se enteró de que mi padre había fallecido. Adam quedó en vilo, observándola llorar. Jamás vio antes a Jaya expresarse así, tampoco llorar de esa manera, y lo que escuchaba… No daba crédito a lo que oía. —K
—¡Señorita, no puede pasar!El corazón de Jaya Takur estaba a punto de estallar, se sentía eufórica, demasiado ansiosa.—Soy una amiga lejana del señor Coney, sé que sí puedo pasar.Jaya no siguió escuchando las quejas de la joven secretaria y tampoco prestó atención a sus apurados movimientos. Sus altos tacones casi no hacían ruido sobre el impoluto suelo de esa oficina mientras se dirigía hacia el despacho del jefe. —¡¿Qué está pasando?! —La voz del dueño de aquel lugar se escuchó justo al abrirse la puerta de su despacho. Jaya se detuvo en seco al encontrarlo de pie detrás de su escritorio. Él llevaba un traje de una tonalidad clara, casi blanca. Jaya maldijo para sus adentros, él se veía estupendo, mucho más estupendo que años atrás. Adam Coney alzó la mano hacia la incómoda secretaria que intentó impedir esa intrusión. Él no podía hablar, casi ni respirar.Pudo apenas rodear su escritorio y acercarse. La miró de arriba a abajo como si se tratase de un espanto. Ella vestía senc
Jaya pensó mucho en hacerlo. Sabía que en el momento en el que se revelara una parte de la verdad, así fuese un ápice de lo que estaba viviendo, así fuese tras un buen disfraz, Adam no dejaría pasar ni una sola palabra suya. Era necesario hacerlo así. Desde que lo vio en aquella reunión donde luchó por no ser vista, después de enterarse del por qué el abogado Adam Coney estaba presente en esa celebración, supo que debía suceder lo que no quiso jamás que ocurriera: buscarlo, verlo de nuevo y enfrentar las consecuencias. —Hace una semana asististe a una reunión —habló ella—. Se celebraba el cumpleaños de uno de tus clientes. Así fue cómo me enteré de que tú lo representas.Adam fue descongelando su cuerpo poco a poco, intentando comprender lo que ella decía, y lo que sucedía en su oficina esa mañana.Hizo memoria rápidamente. —¿Estás hablando de Klaus? ¿German Klaus? —Ella asintió—. Sí, estuve allí, es mi cliente ahora. ¿Cómo supiste que estuve en esa cena? ¿Acaso has vuelto a trabaj
Jaya salió de prisa del despacho de su ex amante, ex pareja y ex amor, aunque por dentro sintiera intacto todos esos sentimientos por él; tan genuina la algarabía de verle una vez más, como el dolor que sintió al abandonarlo. Atravesó las puertas del gran edificio y se encontró con una concurrida Londres que la esperaba con un clima no tan templado esa mañana. Ella, de no estar pensando en el abogado Coney, agradecería no haberse quitado los guantes y la chaqueta. Atravesó la carretera yendo hacia su automóvil aparcado, pero algo la hizo detenerse. Una camioneta negra, vidrios tintados, un vehículo enorme estacionado en diagonal a ella. Antes de cruzar, sintió un leve olor a cigarrillo y pudo allí ahora, al lado de su carro, saber que provenía de esa camioneta; ella logró ver el humo por encima del techo, pero no podía ver a la persona que inhalaba. Entró en su carro, cerró la puerta y sin encender el motor, se quedó mirando el humeante automóvil. Quien sucumbía al vicio debía hab
El ascensor se abrió en la sala y de él salió una Jaya decidida, pisando fuerte, a enfrentar a su marido por la osadía de mandar a vigilarla. Se detuvo en seco al ver a uno de los homnres del vehículo negro, específicamente al que se quedó en ese auto para traerlo, mientras ella era escoltada por el otro, con quien habló y quien manejó su coche hasta allí. Karim se levantó de la silla. Iba de suéter grueso color gris claro, pantalones de hacer ejercicio y botas de trotar. Secaba su cabello con una toalla, Jaya sabía que se acababa de bañar. La miró, pero siguió escuchando lo que su empleado le decía. Ella dio unos pasos hacia adelante, pero se detuvo de nuevo, manteniendo distancia entre ambos mientras dejaba su bolso, chaqueta y guantes sobre una de las sillas. —Muy bien, ya puedes retirarte. Quien escuchó la orden obedeció de inmediato. Jaya vio cómo Karim dejó la toalla sobre otro de los sillones y se acercó a ella. Marido y mujer se miraron a la cara. Karim tenía ascendencia