ANDY DAVISEl señor Smith había sido despedido delante de todos los empleados, de manera humillante, justo cuando se disponían a salir a almorzar. Los gritos que le dio a Nick, el de recursos humanos, inundaron toda la oficina, pero Nick no parecía perder la calma. Las voces resonaban en las paredes, mezclándose con el crujido de las sillas y el murmullo contenido de quienes presenciaban el espectáculo.Echando humo por la boca, Smith salió de ahí hecho un caos, pareciendo un toro de lidia, iracundo y buscando con la mirada a quién se la iba a pagar. Sus pasos resonaban en el piso de baldosas como martillazos, y su sombra se alargaba grotescamente bajo la luz.En ese momento la chica de los lentes gruesos que había encontrado en la copiadora se me acercó sin apartar la mirada de Smith. —Bien hecho, nueva. Nadie había logrado enfrentarlo y salir victoriosa. Has vengado a muchas que hemos sido víctimas de ese bastardo. —Me dio un par de palmadas en la espalda con una sonrisa cómplice.
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