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Capítulo 4: Comprando una madre subrogada

DAMIÁN ASHFORD

—¡Estás loco! ¡No tienes corazón! —exclamó la mujer con la mirada llena de ira y sus manos en su vientre, protegiendo a mi hijo de mis palabras—. ¿Cómo puedes hablar así? No es un juguete que puedas tirar a la basura. Eres un demonio. 

Me quedé en completo silencio, viéndola una vez más. No estaba acostumbrado a esa clase de respuestas y era sorprendente que esa mujer se comportara como una fiera conmigo. ¡¿Quién carajos se creía que era?! 

—Es mi esperma —dije entre dientes tomándola del brazo y acercándola de un tirón, creí que sería suficiente para que, como otras solían hacer, pidiera disculpas y llorara, pero, por el contrario, lo primero que hizo fue lanzarme una bofetada que pude atrapar sin separar mi atención de su rostro iracundo. 

—Son mis óvulos —respondió sosteniendo mi mirada. 

Fascinante, no planeaba ceder. Era feroz y no tenía consciencia del peligro que significaba hablarme así. No era la clase de mujer aburrida con la que siempre me encontraba y… aunque no quise acentuarlo anteriormente, su belleza era cautivadora. Una piel tersa, unos labios bien delineados y jugosos, una nariz fina y respingada y unos ojos que parecían querer atravesarme como puñales. 

—Lástima, ahora están juntos y no hay manera de separarlos —susurré cerca de su boca, conteniendo mis ganas de morderla. La solté, empujándola para que mantuviera su distancia de mí. Apenas y retrocedió un par de pasos, pero de inmediato se arregló su ropa con actitud indignada y maldiciéndome internamente, lo podía deducir por el odio con el que me veía. 

Eso solo me hizo sonreír.

—Te doy un día para pensarlo y enviar tus documentos con mi ayudante —dije por fin, ajustándome las mangas de mi camisa—. Te informaré de mi resolución una vez que lea todo. Ese niño será el futuro heredero de todo mi imperio y debo de ser prudente.

Esperaba que estuviera impresionada por mis palabras, que mostrara alguna clase de interés, pero solo dejó caer los hombros y torció los ojos.

—No es cierto… —susurró molesta, negando con la cabeza—. ¿Cuál es el afán de los hombres por conseguir herederos? ¿No tienen corazón? ¿No les interesa el amor verdadero y formar una familia? ¡Qué asco! 

Murmuró lo suficientemente alto para que la escuchara, lo suficientemente bajo para que pudiera fingir que no fue su intención que lo hiciera. Entonces me dio la espalda, como si no le importara y caminó hacia un par de maletas que estaban pegadas a la puerta del consultorio.

Solo tuve que dedicarle una mirada a mi ayudante para que comprendiera lo que quería. Con un chasquido de dedos hizo que mis hombres se acercaran presurosos y cuando señalé el equipaje de la mujer, se precipitaron a tomarlo. 

—¡¿Qué hacen?! ¡Suelten mis cosas! —exclamó la mujer mientras se aferraba a las asas de su maleta y tiraba en dirección contraria, repartiendo manotazos a mis hombres—. ¡¿Qué pasa?!

—¿Planeas viajar? —pregunté sin expresión alguna, mientras mantenía mi mirada fría hacia ella. Entonces le ordené a mi ayudante—: Consigue la mejor habitación en el mejor hotel y manda a dos guardaespaldas para que no se separen de su puerta. 

—¡¿QUÉ?! —gritó la mujer acercándose a mí, dando cada paso como si quisiera romper el piso—. ¡Escúchame bien! ¡Hoy no es mi mejor día como para que un hijo de puta como tú lo arruine un poco más!

—No pierdas la cabeza —dije manteniendo la tranquilidad—. ¿No temes que tu estrés afecte a nuestro hijo? 

Apretó los dientes y entornó los ojos, en el fondo sabía que tenía razón. 

—No iré a ningún lado, ¿entendido? No enviaré ningún documento, ni te serviré de alfombra. No voy a negociar la vida de mis hijos… —Abrió los ojos con sorpresa y cubrió su boca, sabiendo que había dicho algo que no debía. 

—¿Hijos? ¿Son dos? —pregunté conteniendo mi molestia y volteé hacia el doctor quien parecía un ratón asustado—. ¡Responde!

—No… no… yo… yo me equivoqué, solo… —quiso intervenir la mujer, pero la ignoré por completo. 

—Son mellizos —confesó el médico agachando la mirada con vergüenza. 

¿Mellizos? Me costó creerlo. ¿Eran dos?

—Llévenla al hotel mientras decido que hacer —dije sin voltear hacia ella. Mis hombres la quisieron escoltar de manera pacífica, pero ella se resistía y forcejeaba. Por un breve momento logró liberarse y correr hacia mí, apenas fui consciente de su presencia cuando me dio una bofetada que cortó el silencio. 

—Eres un maldito… —susurró con los ojos llenos de odio y lágrimas, antes de que mis hombres la tomaran por los brazos y se la llevaran casi arrastrando. 

***

No pude sacarme de la cabeza a esa mujer durante el transcurso del día, posiblemente porque la mejilla me palpitaba por su fuerte bofetada o tal vez por esa rebeldía y altivez que nunca nadie había mostrado ante mí. 

—¿Señor? —preguntó mi ayudante asomándose a mi oficina mientras rascaba mi mejilla adolorida. 

—¿Qué ocurre? —Ni siquiera levanté mi mirada hacia él. Mi mente estaba hecha un caos. 

—Pude recopilar información de la mujer. Su nombre es Andy Davis y lamento decirle que no cumple para nada con los requisitos para ser la madre de sus hijos —soltó por fin llamando mi atención. Había cierta desilusión que tuve que ignorar. En el fondo esperaba que fuera apta, me gustaba su ferocidad y la quería en mis hijos, a parte de su belleza—. Es abogada, terminó la carrera de derecho en una universidad no muy prestigiosa, pero buena. Fue reconocida como una de las mejores estudiantes, teniendo notas casi perfectas.

—Entonces explícame por qué no cumple con los requisitos —dije molesto, pegando en el escritorio con el índice mientras lidiaba con el dolor de cabeza—. Es abogada recibida, una estudiante excepcional. ¿Cuál es el maldito problema?

 —Es que… ella se casó inmediatamente después de graduarse… —Apretó las mandíbulas y sus ojos comenzaron a recorrer cada esquina de la habitación, como cada vez que estaba a punto de decir algo que me haría perder la cabeza— …de hecho, sigue casada. 

—¿Casada? —pregunté con el ceño fruncido—. ¿Quién es su esposo?

—John Carpentier, dueño de la firma de abogados con su apellido —contestó mi ayudante tragando saliva. Conocía la firma, pero no se me hacía relevante.

Antes de que pudiera decir algo, mi teléfono comenzó a sonar, era un número desconocido y el nerviosismo de mi ayudante se acentuó. 

—Lo siento, es que la señora Andy me pidió que le diera su número para poder comunicarse ya que está encerrada en esa habitación de hotel. Creí prudente que, dado a que tienen bebés en común… bueno... pues…

Levanté la mano exigiéndole que se callara cuando tomé la llamada. 

—¡Bien! Acepto abortar —dijo manteniendo su tono furioso y me colgó sin esperar a que respondiera. 

Me quedé congelado, con el teléfono pegado a mi oído mientras escuchaba el vacío en la línea. ¿En verdad me había hablado de esa manera? ¡Tanto que había defendido a esos niños en su vientre y ¿ahora decidía abortarlos como si nada?! 

Era una mujer insoportable y tal vez el aborto era lo mejor para no tener que lidiar con ella ni con su carácter de m****a, pero… ya no estaba muy seguro de que eso fuera lo que yo quería.

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