DAMIÁN ASHFORD
—¡Estás loco! ¡No tienes corazón! —exclamó la mujer con la mirada llena de ira y sus manos en su vientre, protegiendo a mi hijo de mis palabras—. ¿Cómo puedes hablar así? No es un juguete que puedas tirar a la basura. Eres un demonio.
Me quedé en completo silencio, viéndola una vez más. No estaba acostumbrado a esa clase de respuestas y era sorprendente que esa mujer se comportara como una fiera conmigo. ¡¿Quién carajos se creía que era?!
—Es mi esperma —dije entre dientes tomándola del brazo y acercándola de un tirón, creí que sería suficiente para que, como otras solían hacer, pidiera disculpas y llorara, pero, por el contrario, lo primero que hizo fue lanzarme una bofetada que pude atrapar sin separar mi atención de su rostro iracundo.
—Son mis óvulos —respondió sosteniendo mi mirada.
Fascinante, no planeaba ceder. Era feroz y no tenía consciencia del peligro que significaba hablarme así. No era la clase de mujer aburrida con la que siempre me encontraba y… aunque no quise acentuarlo anteriormente, su belleza era cautivadora. Una piel tersa, unos labios bien delineados y jugosos, una nariz fina y respingada y unos ojos que parecían querer atravesarme como puñales.
—Lástima, ahora están juntos y no hay manera de separarlos —susurré cerca de su boca, conteniendo mis ganas de morderla. La solté, empujándola para que mantuviera su distancia de mí. Apenas y retrocedió un par de pasos, pero de inmediato se arregló su ropa con actitud indignada y maldiciéndome internamente, lo podía deducir por el odio con el que me veía.
Eso solo me hizo sonreír.
—Te doy un día para pensarlo y enviar tus documentos con mi ayudante —dije por fin, ajustándome las mangas de mi camisa—. Te informaré de mi resolución una vez que lea todo. Ese niño será el futuro heredero de todo mi imperio y debo de ser prudente.
Esperaba que estuviera impresionada por mis palabras, que mostrara alguna clase de interés, pero solo dejó caer los hombros y torció los ojos.
—No es cierto… —susurró molesta, negando con la cabeza—. ¿Cuál es el afán de los hombres por conseguir herederos? ¿No tienen corazón? ¿No les interesa el amor verdadero y formar una familia? ¡Qué asco!
Murmuró lo suficientemente alto para que la escuchara, lo suficientemente bajo para que pudiera fingir que no fue su intención que lo hiciera. Entonces me dio la espalda, como si no le importara y caminó hacia un par de maletas que estaban pegadas a la puerta del consultorio.
Solo tuve que dedicarle una mirada a mi ayudante para que comprendiera lo que quería. Con un chasquido de dedos hizo que mis hombres se acercaran presurosos y cuando señalé el equipaje de la mujer, se precipitaron a tomarlo.
—¡¿Qué hacen?! ¡Suelten mis cosas! —exclamó la mujer mientras se aferraba a las asas de su maleta y tiraba en dirección contraria, repartiendo manotazos a mis hombres—. ¡¿Qué pasa?!
—¿Planeas viajar? —pregunté sin expresión alguna, mientras mantenía mi mirada fría hacia ella. Entonces le ordené a mi ayudante—: Consigue la mejor habitación en el mejor hotel y manda a dos guardaespaldas para que no se separen de su puerta.
—¡¿QUÉ?! —gritó la mujer acercándose a mí, dando cada paso como si quisiera romper el piso—. ¡Escúchame bien! ¡Hoy no es mi mejor día como para que un hijo de puta como tú lo arruine un poco más!
—No pierdas la cabeza —dije manteniendo la tranquilidad—. ¿No temes que tu estrés afecte a nuestro hijo?
Apretó los dientes y entornó los ojos, en el fondo sabía que tenía razón.
—No iré a ningún lado, ¿entendido? No enviaré ningún documento, ni te serviré de alfombra. No voy a negociar la vida de mis hijos… —Abrió los ojos con sorpresa y cubrió su boca, sabiendo que había dicho algo que no debía.
—¿Hijos? ¿Son dos? —pregunté conteniendo mi molestia y volteé hacia el doctor quien parecía un ratón asustado—. ¡Responde!
—No… no… yo… yo me equivoqué, solo… —quiso intervenir la mujer, pero la ignoré por completo.
—Son mellizos —confesó el médico agachando la mirada con vergüenza.
¿Mellizos? Me costó creerlo. ¿Eran dos?
—Llévenla al hotel mientras decido que hacer —dije sin voltear hacia ella. Mis hombres la quisieron escoltar de manera pacífica, pero ella se resistía y forcejeaba. Por un breve momento logró liberarse y correr hacia mí, apenas fui consciente de su presencia cuando me dio una bofetada que cortó el silencio.
—Eres un maldito… —susurró con los ojos llenos de odio y lágrimas, antes de que mis hombres la tomaran por los brazos y se la llevaran casi arrastrando.
***
No pude sacarme de la cabeza a esa mujer durante el transcurso del día, posiblemente porque la mejilla me palpitaba por su fuerte bofetada o tal vez por esa rebeldía y altivez que nunca nadie había mostrado ante mí.
—¿Señor? —preguntó mi ayudante asomándose a mi oficina mientras rascaba mi mejilla adolorida.
—¿Qué ocurre? —Ni siquiera levanté mi mirada hacia él. Mi mente estaba hecha un caos.
—Pude recopilar información de la mujer. Su nombre es Andy Davis y lamento decirle que no cumple para nada con los requisitos para ser la madre de sus hijos —soltó por fin llamando mi atención. Había cierta desilusión que tuve que ignorar. En el fondo esperaba que fuera apta, me gustaba su ferocidad y la quería en mis hijos, a parte de su belleza—. Es abogada, terminó la carrera de derecho en una universidad no muy prestigiosa, pero buena. Fue reconocida como una de las mejores estudiantes, teniendo notas casi perfectas.
—Entonces explícame por qué no cumple con los requisitos —dije molesto, pegando en el escritorio con el índice mientras lidiaba con el dolor de cabeza—. Es abogada recibida, una estudiante excepcional. ¿Cuál es el maldito problema?
—Es que… ella se casó inmediatamente después de graduarse… —Apretó las mandíbulas y sus ojos comenzaron a recorrer cada esquina de la habitación, como cada vez que estaba a punto de decir algo que me haría perder la cabeza— …de hecho, sigue casada.
—¿Casada? —pregunté con el ceño fruncido—. ¿Quién es su esposo?
—John Carpentier, dueño de la firma de abogados con su apellido —contestó mi ayudante tragando saliva. Conocía la firma, pero no se me hacía relevante.
Antes de que pudiera decir algo, mi teléfono comenzó a sonar, era un número desconocido y el nerviosismo de mi ayudante se acentuó.
—Lo siento, es que la señora Andy me pidió que le diera su número para poder comunicarse ya que está encerrada en esa habitación de hotel. Creí prudente que, dado a que tienen bebés en común… bueno... pues…
Levanté la mano exigiéndole que se callara cuando tomé la llamada.
—¡Bien! Acepto abortar —dijo manteniendo su tono furioso y me colgó sin esperar a que respondiera.
Me quedé congelado, con el teléfono pegado a mi oído mientras escuchaba el vacío en la línea. ¿En verdad me había hablado de esa manera? ¡Tanto que había defendido a esos niños en su vientre y ¿ahora decidía abortarlos como si nada?!
Era una mujer insoportable y tal vez el aborto era lo mejor para no tener que lidiar con ella ni con su carácter de m****a, pero… ya no estaba muy seguro de que eso fuera lo que yo quería.
ANDY DAVISMe quedé por un largo rato tirada en la cama, repasando lo lujosa de la habitación. Era el secuestro más costoso que alguna vez me habría imaginado que sufriría. Y sí, no había otra manera de describirlo, era imposible escapar de la habitación. Los guardaespaldas no se separaban de la puerta y afuera de mi ventana también había hombres vigilando. Empecé a sentirme claustrofóbica y esperaba que mi respuesta fuera suficiente para que ese hombre me dejara en paz. Ya estaba harta de los hombres poderosos y su necesidad imperiosa de tener hijos a costa del corazón de una mujer.Cuando la noche estaba a punto de caer, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. De un saltó me bajé de la cama y esperé. Temía lo peor, pero solo era el ayudante, acomodándose las gafas y ofreciéndome una sonrisa tímida. —Señora Andy, el día de mañana se le realizará el procedimiento de legrado —dijo con una sonrisa que no compartía—. Será en la clínica por la mañana. El doctor me pidió que le diera
DAMIÁN ASHFORDEl tic tac del reloj era suficiente para desconcentrarme. No podía enfocarme en mi trabajo pensando que mis hijos estaban siendo extraídos como si fueran un tumor del vientre de esa irritable, pero atractiva mujer. Era una cuestión que me causaba rabia conforme más lo pensaba. Tenía la incertidumbre del arrepentimiento, pero también el consuelo de que algo dentro de mí me decía que estaba haciendo lo correcto. Lamentablemente no era suficiente para que mi mente se enfocara. —¿Señor? —preguntó mi ayudante asomando apenas la cabeza por la puerta. Revisé mi reloj de pulso y me pregunté qué carajos hacía aquí, ¿no debería de estar aún en la clínica, supervisando que todo estuviera saliendo según lo planeado? —¿Qué haces aquí? —contesté de mala gana y levanté la mirada hacia él—. ¿Ya acabó el procedimiento?—Ah… no —respondió tragando saliva de manera sonora. —¿Entonces? —pregunté con más firmeza y demanda en la voz. Entró con paso tembloroso y se plantó frente a mi escri
DAMIÁN ASHFORDLlegué a primera hora a la sede de mi empresa donde Andy estaba intentando conseguir trabajo. Había viajado toda la noche para poder estar ahí a tiempo, tal vez fue innecesario, no era que no pudiera enviar órdenes desde mi oficina, en la sede principal, pero aquí estaba, movido no solo por la curiosidad sino también por las ansias de volver a verla. Caminé con determinación, avanzando entre miradas y susurros. Cada trabajador volteaba a verme admirado de que estuviera ahí sin un motivo aparente o previo anuncio de mi llegada. Mi presencia infundía miedo y respeto, ¿por qué solo conformarme con uno si podía obtener los dos?De pronto mi cuerpo se congeló, mis pies no pudieron seguir andando, era como si una clase de magnetismo me hubiera atrapado. Cuando volteé, la vi. Se encontraba en la pequeña sala de espera afuera del departamento de recursos humanos. Tenía el cabello recogido en un chongo algo desarreglado que dejaba caer mechones a ambos lados de su rostro. Usaba
ANDY DAVISLlegué con toda la actitud a mi primer día de trabajo, con la idea de que nada podría salir mal. El de R.R. H.H. me llevó a la que sería mi nueva oficina y no pude ocultar mi sonrisa al imaginarme cómo podría comenzar a decorarla y poner fotos de mis pequeños cuando nacieran. Este trabajo me causaba mucha ilusión. Entonces, mientras mi mente estaba distraída escuché un suave chiflido que me hizo sentir como si estuviera pasando frente a una construcción llena de albañiles. Volteé lentamente, aún abrazando mi bolso contra el pecho. —Mira nada más lo que tenemos aquí… —dijo un hombre joven y bien vestido. Debía de admitir que era bien parecido, pero tenía un enorme letrero en la frente que gritaba: Patán.—Señor Smith, es un gusto presentarle a la nueva integrante de su equipo —dijo el de R.R. H.H. con una gran sonrisa. El hombre entró a mi oficina, paseando su mirada por mi cuerpo y deteniéndose en mis piernas. Por un momento me arrepentí de haberme puesto la falda y no l
ANDY DAVISDe esa manera me dejó con el corazón congelado y las miradas de todos los trabajadores sobre mí. ¿Qué hacía? ¿Iba por su café o…? —El de R.R. H.H. sabrá de esto —siseé molesta y di media vuelta, directo hacia la oficina para poner mi queja, hasta que la misma chica de lentes grandes me atajó. —No te lo recomiendo… —susurró caminando a mi lado, como si la plática fuera confidencial y secreta—. Smith lleva años en la compañía, es un elemento muy importante. Será un patán, pero es bueno en su trabajo. Eso ha hecho que nadie se meta con él. Cerré los ojos y me rasqué la frente mientras intentaba comprender sus palabras. —¿Me estás diciendo que no lo acuse con R.R. H.H.? —pregunté con fastidio.—Solo te digo que no eres la primera que lo acusa por abuso y acoso, y velo, sigue aquí y todas las que se han levantado en su contra ya no. Saca tus propias conclusiones —agregó con media sonrisa y encogiéndose de hombros—. No sé qué te importa más, si tu trabajo o el orgullo. —El o
ANDY DAVISEl señor Smith había sido despedido delante de todos los empleados, de manera humillante, justo cuando se disponían a salir a almorzar. Los gritos que le dio a Nick, el de recursos humanos, inundaron toda la oficina, pero Nick no parecía perder la calma. Las voces resonaban en las paredes, mezclándose con el crujido de las sillas y el murmullo contenido de quienes presenciaban el espectáculo.Echando humo por la boca, Smith salió de ahí hecho un caos, pareciendo un toro de lidia, iracundo y buscando con la mirada a quién se la iba a pagar. Sus pasos resonaban en el piso de baldosas como martillazos, y su sombra se alargaba grotescamente bajo la luz.En ese momento la chica de los lentes gruesos que había encontrado en la copiadora se me acercó sin apartar la mirada de Smith. —Bien hecho, nueva. Nadie había logrado enfrentarlo y salir victoriosa. Has vengado a muchas que hemos sido víctimas de ese bastardo. —Me dio un par de palmadas en la espalda con una sonrisa cómplice.
ANDY DAVIS—Lo haces por ellos...—susurré, apenas capaz de sostener su mirada. Sus ojos eran los de un hombre que no veía fallas en sus argumentos, como si todo tuviera perfecto sentido y lógica.Apreté los labios y negué con la cabeza. ¿Eso era? ¿Un vientre para dar herederos? ¿No veían nada más en mí? ¿Mi valor se reducía a mi capacidad de dar hijos?Me sentí miserable. Parecía que cada hombre que cruzaba mi camino solo veía lo que mi útero podía brindarles, pero, al mismo tiempo, la rabia comenzó a acumularse bajo mi piel, latiendo al ritmo de mi corazón herido.—¿Por qué más lo haría? —preguntó Ashford desconcertado y entornando los ojos. —¡Suficiente! ¡No necesito esto! —exclamé furiosa, decidiendo salir del edificio con lo poco que me quedaba de dignidad—. Quédate con tu trabajo, quédate con tus prestaciones y todo lo que creíste que querría. —¿Vas a abandonar una oportunidad así de esa manera tan infantil? —preguntó divertido, cruzándose de brazos y esbozando una sonrisa odio
DAMIÁN ASHFORD—¿Señor? —preguntó mi ayudante después de tocar insistentemente a mi puerta. —¿Ahora qué? —Torcí los ojos, molesto, odiaba que me interrumpieran cuando más ocupado me encontraba. En verdad cumpliría mi amenaza, estaba acomodando mis asuntos a modo de que pudiera pasar más tiempo con Andy. Lo hacía con el fin de poder estar al tanto de mis hijos, cerciorarme de que ella estuviera comiendo bien y fuera a sus chequeos con el doctor, eso era lo único que me interesaba, estar pendiente de mis hijos… o eso era a lo que me aferraba.—Se fue… —susurró y entonces cada vello de mi cuerpo se erizó. Levanté la mirada hacia mi ayudante y este retrocedió intimidado. —¿Perdón? ¿Qué acabas de decir? —pregunté en un tono bajo, pero con la suficiente potencia para que entendiera que no estaba para bromas y que dependiendo de lo que dijera su cabeza podría terminar separada de su cuello. —La señorita Andy no se presentó a trabajar. Llamó el de recursos humanos y dijo que intentó comuni