Inicio / Romance / Embarazada por Accidente de los Mellizos de CEO / Capítulo 3: ¡Hijos míos! ¡¿Quién es su padre?!
Capítulo 3: ¡Hijos míos! ¡¿Quién es su padre?!

ANDY DAVIS

—¿Cómo que no…? —ni siquiera terminé de preguntar cuando ya me sentía mareada y con náuseas. 

—Lo siento tanto, créame que fue un accidente —contestó el doctor verdaderamente apenado.

—¡¿Un accidente?! ¡Me acaba de decir que mis hijos no son de mi esposo! ¡¿Cómo pudieron equivocarse?! ¡No concibo que una clínica de su categoría…!

—Señora, le juro que la pasante que confundió las muestras ya fue despedida —insistió el médico cada vez más avergonzado del error.

Por un momento caminé en círculos dentro del consultorio. Lo que parecía un día en el que nada podría salir mal, en realidad era un día en el que todo estaba saliendo mal. Primero la traición de John y ahora eso. 

La encargada de fecundar mis óvulos con el esperma de John se había equivocado y ahora estaba embarazada de… ¡quién sabe quién! ¿Cómo habían dejado algo tan importante en manos de una novata? ¡¿Qué, nadie la estaba supervisando?! Bueno, era obvio que no. 

—Si mi esposo no es el padre de mis hijos… entonces, ¿quién? —pregunté llena de coraje. 

—El dueño del esperma llegará en cualquier momento y… —El pobre doctor ni siquiera terminó de hablar cuando escuché un poderoso estruendo fuera del consultorio. 

—¡Esta m*****a clínica ya debería de estar cerrada! —Era una voz potente y varonil que retumbaba en cada rincón causando eco.

—Supongo que ya llegó —solté con un suspiro resignado antes de que el doctor y yo nos asomáramos por la puerta.

Me sorprendí, es la mejor forma de describir cómo me sentí en cuanto vi a ese elegante hombre. Tenía un aura dominante y oscura, su mirada feroz doblegaba a cualquiera que se atravesara en su camino y su andar seguro, con los hombros tensos y espalda derecha, hacia que nadie siquiera tuviera valor para voltear a verlo. 

Cabello rubio perfectamente peinado hacia atrás, ojos negros penetrantes, un gesto cargado de rabia, guantes de piel negra cubriendo sus manos y un abrigo sobre sus hombros que se levantaba con su andar presuroso. Era tan intimidante como atractivo y sentí la necesidad de acercarme para olfatear su loción, podía apostar que era varonil y fresca.

A su lado iba corriendo su asistente, pequeño en tamaño e intentando igualar su paso, el cual respondió:

—Señor, está clínica también es de su propiedad y siempre ha tenido un buen desempeño —su voz era frágil y temblorosa a comparación de la de su jefe—. La doctora becaria que cometió el error ya ha sido despedida y me he asegurado de que no encuentre trabajo en ninguna clínica del país.

¿Era una sentencia justa? ¿No era exagerado? Bajé mi atención hacia mi vientre casi inexistente y puse ambas manos sobre él, reflexiva. 

El hombre ni siquiera parecía importarle lo que su ayudante decía. Aunque era atractivo con ese rostro anguloso de mandíbulas fuertes, nariz recta y mirada profunda, no parecía tener un carácter agradable. 

—¡Lo siento mucho, señor Ashford! —dijo de inmediato el doctor, con la voz quebradiza. ¿Qué le sucedía? Parecía que no solo tenía miedo de perder su empleo sino de paso la vida. 

Puse más atención en el hombre altanero y no consideré que fuera necesario tanto circo. Sí, se veía imponente, pero no lo suficiente como para hacerle reverencias y besar el suelo por el que andaba. ¡Era solo un humano! ¡Por favor! ¿Por qué tanta cautela y complacencia? 

Apenas terminé de torcer los ojos cuando los suyos se posaron en mí con tanta ferocidad que sentí que se me bajó la presión. Comenzaba a comprender un poco la impresión que generaba en todos a su alrededor.

—Entonces… ¿tú eres la mujer que está embarazada de mi hijo? —preguntó con desagrado, viéndome de arriba abajo, logrando que me indignara en el proceso—. De apariencia no estás mal. Tampoco pareces tan vieja. 

—¡¿Perdón?! —No sabía si reír o golpearlo. ¿Estaba ciego? Claramente yo no estaba mal, estaba perfecta, y no solo hablaba desde mi autoestima inflada—. A mí no me hables así, yo no soy tu empleada, ¿entendido? Mucho menos soy culpable de este accidente. 

»En pocas palabras, no me vengas a ofender que yo no tengo miedo de responderte. 

Entonces el señor Ashford abrió los ojos con sorpresa y levantó una ceja, con una mezcla de indignación y asombro, me imaginé que no había mucha gente que le respondiera como yo lo había hecho.  

—Tienes la boca floja o desconoces completamente quién soy para creer que puedes hablarme de esa forma —susurró de nuevo viéndome de pies a cabeza, como si la primera vez no me hubiera visto bien—. Dejaré pasar tu insolencia porque ahora eres la madre de mi hijo. Necesito tu «curriculum» detallado. Si bien puedo encuestarte personalmente, prefiero empezar con la autoevaluación de la candidata.

—Anotado, señor —dijo su lacayo a un lado, apuntando cada palabra.

—¿«Candidata»? —pregunté sorprendida, pero parecía que él hombre no me escuchaba o no tenía intenciones de hacerlo. 

—Señorita, por favor, su número telefónico, dirección, correo electrónico y… —Se me acercó el ayudante con su libreta, haciendo que mi molestia aumentara.

—¡Wow! No te daré nada de eso… ¿Qué está pasando? ¿De qué se trata todo esto? —pregunté retrocediendo mientras extendía mis manos hacia el ayudante que no dejaba de acercarme su libreta para que le diera mis datos. 

—Estoy buscando una madre sustituta. Si te considero apta para el trabajo, podrás dar a luz a mi hijo y te daré una gran suma de dinero —contestó el señor Ashford como si la oferta laboral fuera tan sencilla y mundana como la de una mesera o un chofer. 

Me sorprendía lo frío que se comportaba con un tema tan serio. 

¿Dinero? ¿Madre sustituta? ¿Quería un hijo o desarrollar un proyecto? ¿Por qué los hombres como él parecían no tener tiempo para buscar algo de amor y formar una familia como en los viejos tiempos? Todo parecía tan… «procesado».

—¿Qué pasa si decido que no quiero ser la madre de tu hijo? —pregunté indignada, cruzándome de brazos. No me interesaba el dinero, me interesaba cuidar y proteger a mis bebés.

Entornó los ojos y sacó todo el aire por la nariz, como un toro enojado. Aunque era un hombre intimidante, no me hice pequeña y me mantuve firme, con la frente en alto y la ceja levantada, no había nada que él pudiera decir que yo no pudiera afrontar y debatir, o eso pensaba hasta que soltó:

—Sencillo, tendrás que abortar. ¿Dudas? —de nuevo respondió con tanta frialdad que me dejó congelada. 

—¿Có… Cómo? —Me quedé atónita y con la boca abierta. 

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP