ANDY DAVIS
Me quedé por un largo rato tirada en la cama, repasando lo lujosa de la habitación. Era el secuestro más costoso que alguna vez me habría imaginado que sufriría. Y sí, no había otra manera de describirlo, era imposible escapar de la habitación. Los guardaespaldas no se separaban de la puerta y afuera de mi ventana también había hombres vigilando.
Empecé a sentirme claustrofóbica y esperaba que mi respuesta fuera suficiente para que ese hombre me dejara en paz. Ya estaba harta de los hombres poderosos y su necesidad imperiosa de tener hijos a costa del corazón de una mujer.
Cuando la noche estaba a punto de caer, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. De un saltó me bajé de la cama y esperé. Temía lo peor, pero solo era el ayudante, acomodándose las gafas y ofreciéndome una sonrisa tímida.
—Señora Andy, el día de mañana se le realizará el procedimiento de legrado —dijo con una sonrisa que no compartía—. Será en la clínica por la mañana. El doctor me pidió que le diera esta hoja con las indicaciones para que el procedimiento no tenga complicaciones.
»Yo mismo pasaré por usted en la mañana y la llevaré a la clínica. Si necesita reposo o cuidados posteriores, se quedará el tiempo necesario en este hotel bajo el cuidado de alguna enfermera. Todo estará cubierto —aseguró con una gran sonrisa boba, como si eso fuera lo que yo deseaba escuchar, mientras mi mirada no podía apartarse de su ridícula corbata y peinado relamido.
—Vaya… qué suerte tengo —dije con ironía, pero el ayudante no parecía haberla notado. Con la misma sonrisa de tonto desapareció detrás de la puerta.
***
Como bien había prometido, a primera hora el ayudante tocó a mi puerta. Yo ya estaba lista y muy nerviosa. Mi corazón se desbocaba y no paraba de acariciar mi vientre y repetirme que todo saldría bien, mientras un par de lágrimas caían por mis mejillas.
—Lamento que esto haya ocurrido así —dijo el doctor mientras me ofrecía la batita que tendría que usar durante el procedimiento.
—Créame… yo lo lamento más —susurré con los ojos ardiendo—. El error no fue que me inseminaran del hombre incorrecto, el error es este, que tenga que renunciar a mis bebés después de lo difícil que fue poder concebirlos.
»¿No lo cree una situación cruel?
El gesto del doctor se descompuso solo un poco más y agachó la mirada. En verdad parecía arrepentido por todo.
—Esta clínica está hecha para ayudar a dar vida, no para quitarla —susurró casi para sí mismo—. Esto es un error.
El silencio se volvió profundo y los nervios me estaban matando. Me acerqué a él y posé mi mano sobre la suya, provocando que levantara su atención hacia mí.
—Por favor, no quiero perderlos… —supliqué.
—Pero, el señor Ashford dejó la orden de que se practique el legrado —respondió incómodo, tragando saliva de manera sonora—. Esta es su clínica y no podemos faltar a sus órdenes.
—Usted lo dijo, están aquí para ayudar a dar vida, no para arrebatarla. Por favor, se lo pido como una madre desesperada, no permita que pierda a mis bebés —supliqué, aferrándome con ambas manos a su bata.
—¿Doctor? ¿Todo bien? Me preguntó mi jefe por la duración del procedimiento —inquirió el ayudante del otro lado de la puerta después de tocar.
—¡Sí! ¡Todo en orden! —exclamó el doctor sin apartar la mirada de mí—. Será breve. Le informaré en cuanto termine.
Después de un silencio cargado de duda, en el que el doctor permaneció contra la puerta, con la mirada perdida y una mueca de frustración, regresó sobre sus pasos, con una nueva determinación. Me dedicó una mirada profunda, inhaló como si quisiera agarrar valor y abrió la ventana del consultorio, cuidando de no hacer demasiado ruido.
—La altura no es mucha, haré tiempo para que tarden en darse cuenta de su ausencia —dijo el doctor apurado, revisando la puerta una y otra vez, temiendo que alguien nos fuera a descubrir.
—Gracias… —susurré posando mi mano sobre su pecho. No había palabras para poder expresar lo agradecida que me sentía al recibir ayuda, pero sé que en cuanto me vio a los ojos supo que lo estaba. Me sonrió y asintió, dándome la confianza que necesitaba para dar el siguiente paso.
Salí por la ventana y corrí hasta donde mis fuerzas me lo permitieron. Sin dejar de ver hacia atrás, temiendo que alguien me siguiera, pero por suerte, no era así. Por un momento me preocupé por el doctor, ¿qué le harían cuando se enteraran de que me había ayudado a escapar? Sacudí de mi cabeza esas ideas, pues no era una opción regresar.
Por un momento caminé sin rumbo fijo, no sabía a dónde ir ni a quién acudir. Estaba sola en esta ciudad y me sentía paranoica, pensando que en cualquier momento los hombres de Ashford me estarían pisando los talones. Tenía el tiempo en mi contra.
Sabía lo que necesitaba: dinero, así que era momento de hacer presión. Entré a un café internet donde pedí que imprimieran el documento de divorcio que me había esmerado en redactar durante mi encierro. Por suerte la USB había permanecido todo el tiempo en mi bolsillo durante mi huida.
Cuando lo tuve listo, contraté a un mensajero que le enviara los documentos a John. Ahora solo quedaba esperar. Entré a una cafetería y gasté mis últimas monedas en un café. No tenía tiempo, el padre de mis hijos parecía demasiado poderoso y al enterarse de mi escape de seguro tomaría acciones. Necesitaba divorciarme y obtener el dinero que John me debía por su infidelidad cuanto antes. Tenía de mi lado que mi amado esposo me quería fuera de su vida de inmediato.
Solo tardó un par de horas cuando por fin me llegó la notificación de mi banco: 5 millones, y un mensaje de mi ahora exesposo: Nunca te quiero volver a ver en mi vida.
—Sí, yo también te amo —contesté con una gran sonrisa, brindando por el amor eterno que un día me prometió y hoy se desmoronaba.
Me levanté de la mesa, sintiéndome más ligera, pero también como una prófuga. Tenía dinero más que suficiente, dos bebés en camino y mi libertad de regreso, solo debía mantenerme lejos de los hombres como Ashford y John, y todo estaría bien.
Salí de esa cafetería con el ánimo renovado y viendo la vida de una manera más positiva. Lo primero que haría sería conseguir un buen lugar donde esconderme por unos días, hasta que a Ashford se le olvidara que desaparecí.
Agaché mi atención hacia mi vientre y sonreí antes de darle un par de palmaditas.
—Agárrense fuerte que no pienso detenerme —dije como si mis pequeños fueran capaces de oírme.
DAMIÁN ASHFORDEl tic tac del reloj era suficiente para desconcentrarme. No podía enfocarme en mi trabajo pensando que mis hijos estaban siendo extraídos como si fueran un tumor del vientre de esa irritable, pero atractiva mujer. Era una cuestión que me causaba rabia conforme más lo pensaba. Tenía la incertidumbre del arrepentimiento, pero también el consuelo de que algo dentro de mí me decía que estaba haciendo lo correcto. Lamentablemente no era suficiente para que mi mente se enfocara. —¿Señor? —preguntó mi ayudante asomando apenas la cabeza por la puerta. Revisé mi reloj de pulso y me pregunté qué carajos hacía aquí, ¿no debería de estar aún en la clínica, supervisando que todo estuviera saliendo según lo planeado? —¿Qué haces aquí? —contesté de mala gana y levanté la mirada hacia él—. ¿Ya acabó el procedimiento?—Ah… no —respondió tragando saliva de manera sonora. —¿Entonces? —pregunté con más firmeza y demanda en la voz. Entró con paso tembloroso y se plantó frente a mi escri
DAMIÁN ASHFORDLlegué a primera hora a la sede de mi empresa donde Andy estaba intentando conseguir trabajo. Había viajado toda la noche para poder estar ahí a tiempo, tal vez fue innecesario, no era que no pudiera enviar órdenes desde mi oficina, en la sede principal, pero aquí estaba, movido no solo por la curiosidad sino también por las ansias de volver a verla. Caminé con determinación, avanzando entre miradas y susurros. Cada trabajador volteaba a verme admirado de que estuviera ahí sin un motivo aparente o previo anuncio de mi llegada. Mi presencia infundía miedo y respeto, ¿por qué solo conformarme con uno si podía obtener los dos?De pronto mi cuerpo se congeló, mis pies no pudieron seguir andando, era como si una clase de magnetismo me hubiera atrapado. Cuando volteé, la vi. Se encontraba en la pequeña sala de espera afuera del departamento de recursos humanos. Tenía el cabello recogido en un chongo algo desarreglado que dejaba caer mechones a ambos lados de su rostro. Usaba
ANDY DAVISLlegué con toda la actitud a mi primer día de trabajo, con la idea de que nada podría salir mal. El de R.R. H.H. me llevó a la que sería mi nueva oficina y no pude ocultar mi sonrisa al imaginarme cómo podría comenzar a decorarla y poner fotos de mis pequeños cuando nacieran. Este trabajo me causaba mucha ilusión. Entonces, mientras mi mente estaba distraída escuché un suave chiflido que me hizo sentir como si estuviera pasando frente a una construcción llena de albañiles. Volteé lentamente, aún abrazando mi bolso contra el pecho. —Mira nada más lo que tenemos aquí… —dijo un hombre joven y bien vestido. Debía de admitir que era bien parecido, pero tenía un enorme letrero en la frente que gritaba: Patán.—Señor Smith, es un gusto presentarle a la nueva integrante de su equipo —dijo el de R.R. H.H. con una gran sonrisa. El hombre entró a mi oficina, paseando su mirada por mi cuerpo y deteniéndose en mis piernas. Por un momento me arrepentí de haberme puesto la falda y no l
ANDY DAVISDe esa manera me dejó con el corazón congelado y las miradas de todos los trabajadores sobre mí. ¿Qué hacía? ¿Iba por su café o…? —El de R.R. H.H. sabrá de esto —siseé molesta y di media vuelta, directo hacia la oficina para poner mi queja, hasta que la misma chica de lentes grandes me atajó. —No te lo recomiendo… —susurró caminando a mi lado, como si la plática fuera confidencial y secreta—. Smith lleva años en la compañía, es un elemento muy importante. Será un patán, pero es bueno en su trabajo. Eso ha hecho que nadie se meta con él. Cerré los ojos y me rasqué la frente mientras intentaba comprender sus palabras. —¿Me estás diciendo que no lo acuse con R.R. H.H.? —pregunté con fastidio.—Solo te digo que no eres la primera que lo acusa por abuso y acoso, y velo, sigue aquí y todas las que se han levantado en su contra ya no. Saca tus propias conclusiones —agregó con media sonrisa y encogiéndose de hombros—. No sé qué te importa más, si tu trabajo o el orgullo. —El o
ANDY DAVISEl señor Smith había sido despedido delante de todos los empleados, de manera humillante, justo cuando se disponían a salir a almorzar. Los gritos que le dio a Nick, el de recursos humanos, inundaron toda la oficina, pero Nick no parecía perder la calma. Las voces resonaban en las paredes, mezclándose con el crujido de las sillas y el murmullo contenido de quienes presenciaban el espectáculo.Echando humo por la boca, Smith salió de ahí hecho un caos, pareciendo un toro de lidia, iracundo y buscando con la mirada a quién se la iba a pagar. Sus pasos resonaban en el piso de baldosas como martillazos, y su sombra se alargaba grotescamente bajo la luz.En ese momento la chica de los lentes gruesos que había encontrado en la copiadora se me acercó sin apartar la mirada de Smith. —Bien hecho, nueva. Nadie había logrado enfrentarlo y salir victoriosa. Has vengado a muchas que hemos sido víctimas de ese bastardo. —Me dio un par de palmadas en la espalda con una sonrisa cómplice.
ANDY DAVIS—Lo haces por ellos...—susurré, apenas capaz de sostener su mirada. Sus ojos eran los de un hombre que no veía fallas en sus argumentos, como si todo tuviera perfecto sentido y lógica.Apreté los labios y negué con la cabeza. ¿Eso era? ¿Un vientre para dar herederos? ¿No veían nada más en mí? ¿Mi valor se reducía a mi capacidad de dar hijos?Me sentí miserable. Parecía que cada hombre que cruzaba mi camino solo veía lo que mi útero podía brindarles, pero, al mismo tiempo, la rabia comenzó a acumularse bajo mi piel, latiendo al ritmo de mi corazón herido.—¿Por qué más lo haría? —preguntó Ashford desconcertado y entornando los ojos. —¡Suficiente! ¡No necesito esto! —exclamé furiosa, decidiendo salir del edificio con lo poco que me quedaba de dignidad—. Quédate con tu trabajo, quédate con tus prestaciones y todo lo que creíste que querría. —¿Vas a abandonar una oportunidad así de esa manera tan infantil? —preguntó divertido, cruzándose de brazos y esbozando una sonrisa odio
DAMIÁN ASHFORD—¿Señor? —preguntó mi ayudante después de tocar insistentemente a mi puerta. —¿Ahora qué? —Torcí los ojos, molesto, odiaba que me interrumpieran cuando más ocupado me encontraba. En verdad cumpliría mi amenaza, estaba acomodando mis asuntos a modo de que pudiera pasar más tiempo con Andy. Lo hacía con el fin de poder estar al tanto de mis hijos, cerciorarme de que ella estuviera comiendo bien y fuera a sus chequeos con el doctor, eso era lo único que me interesaba, estar pendiente de mis hijos… o eso era a lo que me aferraba.—Se fue… —susurró y entonces cada vello de mi cuerpo se erizó. Levanté la mirada hacia mi ayudante y este retrocedió intimidado. —¿Perdón? ¿Qué acabas de decir? —pregunté en un tono bajo, pero con la suficiente potencia para que entendiera que no estaba para bromas y que dependiendo de lo que dijera su cabeza podría terminar separada de su cuello. —La señorita Andy no se presentó a trabajar. Llamó el de recursos humanos y dijo que intentó comuni
ANDY DAVIS—¡¿Embarazada?! —exclamé emocionada e inquieta. No podía sonreír más de lo que ya lo hacía. Mi corazón golpeaba tan fuerte como un tambor y de pronto no sabía si reír o llorar por la emoción. —Así es… —contestó el doctor mientras revisaba mis estudios—. Me alegra que la inseminación artificial haya dado resultados tan satisfactorios. Al parecer tienes tres semanas de gestación. El producto está bien implantado. Ahora solo falta revisar si es uno solo o gemelos.Hizo a un lado el folder con los resultados de sangre y sacó los de ultrasonido mientras sus palabras aumentaban mi sorpresa.—¿Gemelos? —pregunté ansiosa. Me faltaba la respiración. Mi esposo y yo nos habíamos esforzado tanto por tener un hijo, si eran dos, sería una bendición. —En la fertilización in vitro suele haber gestaciones múltiples, pues inoculamos varios óvulos fecundados para aumentar el porcentaje de éxito —dijo el doctor con una sonrisa mientras revisaba el estudio—, y como decía, hay dos productos qu