Capítulo 5: No pienso detenerme

ANDY DAVIS

Me quedé por un largo rato tirada en la cama, repasando lo lujosa de la habitación. Era el secuestro más costoso que alguna vez me habría imaginado que sufriría. Y sí, no había otra manera de describirlo, era imposible escapar de la habitación. Los guardaespaldas no se separaban de la puerta y afuera de mi ventana también había hombres vigilando. 

Empecé a sentirme claustrofóbica y esperaba que mi respuesta fuera suficiente para que ese hombre me dejara en paz. Ya estaba harta de los hombres poderosos y su necesidad imperiosa de tener hijos a costa del corazón de una mujer.

Cuando la noche estaba a punto de caer, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. De un saltó me bajé de la cama y esperé. Temía lo peor, pero solo era el ayudante, acomodándose las gafas y ofreciéndome una sonrisa tímida. 

—Señora Andy, el día de mañana se le realizará el procedimiento de legrado —dijo con una sonrisa que no compartía—. Será en la clínica por la mañana. El doctor me pidió que le diera esta hoja con las indicaciones para que el procedimiento no tenga complicaciones. 

»Yo mismo pasaré por usted en la mañana y la llevaré a la clínica. Si necesita reposo o cuidados posteriores, se quedará el tiempo necesario en este hotel bajo el cuidado de alguna enfermera. Todo estará cubierto —aseguró con una gran sonrisa boba, como si eso fuera lo que yo deseaba escuchar, mientras mi mirada no podía apartarse de su ridícula corbata y peinado relamido. 

—Vaya… qué suerte tengo —dije con ironía, pero el ayudante no parecía haberla notado. Con la misma sonrisa de tonto desapareció detrás de la puerta. 

***

Como bien había prometido, a primera hora el ayudante tocó a mi puerta. Yo ya estaba lista y muy nerviosa. Mi corazón se desbocaba y no paraba de acariciar mi vientre y repetirme que todo saldría bien, mientras un par de lágrimas caían por mis mejillas. 

—Lamento que esto haya ocurrido así —dijo el doctor mientras me ofrecía la batita que tendría que usar durante el procedimiento.

—Créame… yo lo lamento más —susurré con los ojos ardiendo—. El error no fue que me inseminaran del hombre incorrecto, el error es este, que tenga que renunciar a mis bebés después de lo difícil que fue poder concebirlos. 

»¿No lo cree una situación cruel?

El gesto del doctor se descompuso solo un poco más y agachó la mirada. En verdad parecía arrepentido por todo. 

—Esta clínica está hecha para ayudar a dar vida, no para quitarla —susurró casi para sí mismo—. Esto es un error. 

El silencio se volvió profundo y los nervios me estaban matando. Me acerqué a él y posé mi mano sobre la suya, provocando que levantara su atención hacia mí. 

—Por favor, no quiero perderlos… —supliqué.

—Pero, el señor Ashford dejó la orden de que se practique el legrado —respondió incómodo, tragando saliva de manera sonora—. Esta es su clínica y no podemos faltar a sus órdenes. 

—Usted lo dijo, están aquí para ayudar a dar vida, no para arrebatarla. Por favor, se lo pido como una madre desesperada, no permita que pierda a mis bebés —supliqué, aferrándome con ambas manos a su bata. 

—¿Doctor? ¿Todo bien? Me preguntó mi jefe por la duración del procedimiento —inquirió el ayudante del otro lado de la puerta después de tocar.

—¡Sí! ¡Todo en orden! —exclamó el doctor sin apartar la mirada de mí—. Será breve. Le informaré en cuanto termine. 

Después de un silencio cargado de duda, en el que el doctor permaneció contra la puerta, con la mirada perdida y una mueca de frustración, regresó sobre sus pasos, con una nueva determinación. Me dedicó una mirada profunda, inhaló como si quisiera agarrar valor y abrió la ventana del consultorio, cuidando de no hacer demasiado ruido. 

—La altura no es mucha, haré tiempo para que tarden en darse cuenta de su ausencia —dijo el doctor apurado, revisando la puerta una y otra vez, temiendo que alguien nos fuera a descubrir. 

—Gracias… —susurré posando mi mano sobre su pecho. No había palabras para poder expresar lo agradecida que me sentía al recibir ayuda, pero sé que en cuanto me vio a los ojos supo que lo estaba. Me sonrió y asintió, dándome la confianza que necesitaba para dar el siguiente paso. 

Salí por la ventana y corrí hasta donde mis fuerzas me lo permitieron. Sin dejar de ver hacia atrás, temiendo que alguien me siguiera, pero por suerte, no era así. Por un momento me preocupé por el doctor, ¿qué le harían cuando se enteraran de que me había ayudado a escapar? Sacudí de mi cabeza esas ideas, pues no era una opción regresar.

Por un momento caminé sin rumbo fijo, no sabía a dónde ir ni a quién acudir. Estaba sola en esta ciudad y me sentía paranoica, pensando que en cualquier momento los hombres de Ashford me estarían pisando los talones. Tenía el tiempo en mi contra. 

Sabía lo que necesitaba: dinero, así que era momento de hacer presión. Entré a un café internet donde pedí que imprimieran el documento de divorcio que me había esmerado en redactar durante mi encierro. Por suerte la USB había permanecido todo el tiempo en mi bolsillo durante mi huida. 

Cuando lo tuve listo, contraté a un mensajero que le enviara los documentos a John. Ahora solo quedaba esperar. Entré a una cafetería y gasté mis últimas monedas en un café. No tenía tiempo, el padre de mis hijos parecía demasiado poderoso y al enterarse de mi escape de seguro tomaría acciones. Necesitaba divorciarme y obtener el dinero que John me debía por su infidelidad cuanto antes. Tenía de mi lado que mi amado esposo me quería fuera de su vida de inmediato. 

Solo tardó un par de horas cuando por fin me llegó la notificación de mi banco: 5 millones, y un mensaje de mi ahora exesposo: Nunca te quiero volver a ver en mi vida. 

—Sí, yo también te amo —contesté con una gran sonrisa, brindando por el amor eterno que un día me prometió y hoy se desmoronaba. 

Me levanté de la mesa, sintiéndome más ligera, pero también como una prófuga. Tenía dinero más que suficiente, dos bebés en camino y mi libertad de regreso, solo debía mantenerme lejos de los hombres como Ashford y John, y todo estaría bien. 

Salí de esa cafetería con el ánimo renovado y viendo la vida de una manera más positiva. Lo primero que haría sería conseguir un buen lugar donde esconderme por unos días, hasta que a Ashford se le olvidara que desaparecí. 

Agaché mi atención hacia mi vientre y sonreí antes de darle un par de palmaditas.

—Agárrense fuerte que no pienso detenerme —dije como si mis pequeños fueran capaces de oírme.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP