Esa noche, en medio de la soledad de su habitación, Isabela abrazaba su almohada, única testigo de sus noches triste y llantos desgarradores. No sabía que había mal en ella, porque los hombres que había amado con toda su alma La habían destrozado de esa forma, haciéndola sentirse como una mujer que solo serbia para ser la otra. Rafael la llamó en un par de ocasiones, hasta que aceptará verlo. Isabela aceptó porque creyó que le pediría disculpas por su engaño, no obstante, Rafael le ofreció el puesto de amante. Esa noche, Isabela lloró y se río en la cara de él. Enfureció tanto que terminó golpeándolo. Como se le ocurría que ella, después de ser la novia aceptaría ser la amante, más, cuando ya estaba comprometido con su hermana. Eso, no solo le produjo coraje, sino, un dolor profundo en su pecho. Y luego estaba Daniel, el miserable que logró convertirla en lo que Rafael no pudo. En la pendeja amante, la que recibe migajas, la que debía conformarse con tenerlo una vez a la seman
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