Alexander asintió, sintiendo la adrenalina, correr por sus venas. —Excelente trabajo, sargento. Necesitamos estar listos. Asegúrese de que el equipo esté preparado y que la vigilancia sea discreta. No podemos permitirnos cometer errores. —Sí, señor, — respondió Morales antes de retirarse. Mientras Alexander se preparaba para la operación, no podía dejar de pensar en la mujer que, según los rumores, vivía atrapada bajo el yugo de Ricardo. Sabía que había mucho en juego y que cada decisión que tomara podría tener consecuencias significativas. En la mansión Brown, Aurora seguía viviendo su vida de sumisión y miedo. Las palabras hirientes de Ricardo eran como dagas que perforaban su alma, dejándola con cicatrices invisibles. Esa tarde, mientras limpiaba el salón, escuchó el sonido de la puerta principal y supo que Ricardo había llegado. Se apresuró a terminar sus tareas, temiendo la reacción de su esposo. Ricardo entró en el salón con el ceño fruncido. —Aurora, ven aquí, — ordenó
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